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El Servicio­ de Rehabilitación Bucomaxilofacial de Facultad de Odontología trabaja reconstruyendo rostros

Un equipo profesional de la Universidad de la República devuelve a los pacientes más que la parte de la cara que perdieron; Fundación Rostros financia prótesis de alta complejidad a quienes no pueden pagarlas

Redactora de Galería

El rostro como espejo del alma según Cicerón­, los retratos de El Fayum, el Santo­ Sudario, el maquillaje Kabuki y así, un recorrido a través de miles de caras hasta llegar al moderno reconocimiento facial. La importancia que la humanidad le da al rostro, ese papel central a lo largo de los siglos, las culturas y la historia es innegable, aunque las personas no reparen todo el tiempo en eso.

En general, dan por hecho su propia cara, seguramente porque no la están viendo continuamente, pero ¿qué pasa cuando alguien sí está consciente de ella todo el tiempo, repensándola frente al espejo y en cada mirada ajena una y otra vez, al punto de estar devolviéndole al mundo un reflejo que por momentos no reconoce? Porque la identidad y el rostro están siempre muy unidos.

Pablo hace 15 años que se dedica al cine y la comunicación; actividad que puso en pausa hace poco porque acaba de adoptar una niña, no porque hubiera perdido el pabellón auricular de una oreja en una pelea hace más de 15 años. Se le prendieron de una mordida, se la arrancaron y nunca se enteró a dónde fue a parar. “No sé si se la tragó el flaco, si la encontraron barriendo la vereda…”, dice a Galería, y muestra cómo la clave de sobrellevar un accidente como ese, además del humor, es aprender a aceptarse de vuelta; porque las mutilaciones se viven como un duelo, y nunca se puede solo.

“Entré en depresión al principio, vivía sintiéndome observado”, cuenta Pablo, que prefería su versión con una venda en la cara —la que tuvo por tres años— antes que la primera prótesis que probó, adhesiva, que se despegaba en el ómnibus y en casi todos los escenarios imaginables.

Empezó terapia, tenía que procesar que a partir de ese momento toda su vida conviviría con una prótesis, que afortunadamente el Servicio­ de Rehabilitación Bucomaxilofacial de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República (Udelar) mejoraba a cada ensayo. Así comenzó una suerte de tratamiento porque no había una solución definitiva.

Este servicio de salud no solo se encarga del estudio del caso hasta dar con la pieza adecuada y colocarla, sino que también acondiciona cada implante para que se vea lo más real posible. En este caso dieron en el clavo cuando trajeron por valija diplomática de Suecia un implante diferente a todos los anteriores, que iba adherido por osteointegración a través del cráneo. La pieza tardó bastante en llegar y Pablo tardó otro tanto en acoplarla, pero el resultado fue excelente­. Él no para de reconocer y agradecer el trabajo de los médicos, pero sobre todo destaca su vocación: “Ellos militan Udelar”, resume.

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Equipo profesional del Servicio­ de Rehabilitación Bucomaxilofacial de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República (Udelar)

Equipo profesional del Servicio­ de Rehabilitación Bucomaxilofacial de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República (Udelar)

El Servicio de Rehabilitación Bucomaxilofacial es el primer y único servicio de prótesis faciales del país, funciona dentro de la facultad y tiene más de 40 años de trayectoria. Su fundadora fue Isabel Yankelevich. Allí se tratan mutilaciones faciales; pacientes que perdieron la nariz, las orejas, los ojos o alguna parte de la boca, ya sea por un accidente, una enfermedad oncológica, o por el consumo de cocaína. Son padecimientos de baja prevalencia, pero que requieren una atención altamente especializada.

Tratan alrededor de 350 pacientes cada año. “Nosotros no estamos ayudando a nadie, estamos restituyendo derechos a los pacientes”, remarcan a Galería, que visitó el servicio y se reunió con su vocero, Gonzalo Borgia, y todo el equipo. Y es que estas intervenciones quirúrgicas y estéticas no solo reconstruyen lo visible, sino también lo invisible: la confianza de los pacientes, el sentido de pertenencia, el amor propio y la capacidad de volver a mirarse al espejo.

¿Qué hace exactamente el Servicio­ de Rehabilitación Bucomaxilofacial de UdelaR?

Es una unidad de rehabilitación “satélite” —antes era solo un servicio asistencial, ahora se dedica también a la investigación y enseñanza— que proporciona a pacientes con mutilaciones faciales —bajo pase médico— distintos tipos de tratamientos y prótesis de materiales aloplásticos desarrollados para usarse en cirugía. Además, busca atender todos los aspectos biopsicosociales que rodean a la persona: “Algunos pacientes frente a una mutilación se sienten aislados hasta de su propia familia, de la comunidad, del trabajo, de la educación, de todos aquellos lugares que transitamos normalmente. La sociedad nos va diciendo lo que es normal y lo que no, los patrones de belleza sí están superinstalados”, reflexionan los médicos.

El propósito del servicio es darle al paciente más que una prótesis a través del trabajo de un equipo multidisciplinario formado por odontólogos, laboratoristas, la licenciada en Psicología­ Flavia Sartorio, la licenciada en Fonoaudiología­ Angélica Joris y la licenciada en Trabajo Social Yamila Feldman.

Sartorio trabaja en la rehabilitación en cuanto a la imagen corporal perdida y en la aceptación de la prótesis. “La imagen corporal no es solo lo que veo en el espejo”, señala la psicóloga; “es todo, cómo muevo los músculos, cómo siento los movimientos”. Lo primero que hace es evaluar si el paciente está apto para recibir una prótesis; analiza en qué etapa del duelo se encuentra, porque no es sencillo tratar con una persona todavía en shock por la pérdida. “Si el paciente está transitando por una psicosis, por ejemplo, no estaría apto, o si tiene una depresión mayor. Ahí hay que apagar otro incendio primero”, explica.

En cuanto a la fonoaudiología, Angélica Joris­ también hace una entrevista inicial antes de la cirugía para tener una noción de cómo viene siendo la normalidad de ese paciente, cómo habla, cómo se comunica, cómo traga, para después de la operación y ya con la prótesis, comparar las funciones que se vieron modificadas. El equipo médico prefiere hablar de modificaciones antes que pérdidas. “El paciente no va a poder tragar por arte de magia, pero de repente traga de una manera diferente”, explica Joris. La idea es apoyar y tratar de que la prótesis sea lo más funcional posible para que el paciente, por ejemplo, pueda alimentarse sin necesidad de usar una sonda nasogástrica.

Con esto se abre otra puerta fundamental en el trabajo, de la que también se encarga la parte psicológica del servicio: el manejo de las expectativas. Porque si bien son casos de éxito en su mayoría —“no hay manera de que una prótesis no mejore ni un 0,1% de la calidad de vida”—, hay casos de pacientes que preguntan si con la prótesis ocular van a volver a ver.

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Las prótesis se elaboran allí mismo, salvo alguna necesidad puntual que haga que se derive a un laboratorio externo o se importe. Hay una amplia variedad de materiales que utilizan, desde lo que resulta más común en la práctica odontológica hasta productos específicos de cosmética facial. Importan silicona, por ejemplo, para las impresiones 3D, lo que tiene un costo bastante alto, además de las trabas propias de introducir material médico, porque la silicona industrial no puede ponerse en contacto con el cuerpo humano.

Como país chico, Uruguay en ocasiones no es un mercado atractivo y muchas cosas no llegan. En esos casos, el laboratorio se pone manos a la obra. En otros países los iris del ojo, por ejemplo, pueden conseguirse en stock y hay mucha variedad. Acá, los pintan a mano y a veces hasta les quedan mejor: “Son más personalizados”.

Los pacientes, una vez con su prótesis, tienen que volver porque los materiales utilizados tienen una vida útil, además de que los formatos van mejorando a partir de ensayos. El equipo médico del servicio es muy exigente. El equipo recuerda el caso de una prótesis orbitara (que repone el globo ocular y el párpado) para la cual recomendaron a la paciente un determinado corte de pelo para que con el cerquillo pudiera disimular su ojo. La chica les responde: “¿Con lo lindo que me quedó me lo voy a tapar?”, aunque ahora tuviera la mirada fija y no parpadeara. “Se mejora mucho con las prótesis, pero están muy lejos de estar como estaban antes de la lesión­”, concluyen.

La Facultad de Odontología a todo pulmón

Aunque el servicio funciona como una subunidad dentro de la Facultad de Odontología, Udelar no apoya económicamente esta asistencia. Tampoco forma parte del Sistema Nacional Integrado de Salud, aunque asistan a todo el sector público y privado; en el caso de las mutualistas, quien paga el tratamiento es el paciente.

Los precios de las prótesis varían, pero para tener una idea, una prótesis ocular cuesta alrededor de 25.000 pesos. Tratamientos más complicados que requieren implantes integrados (más de uno) pueden llegar a los 3.000 o 5.000 dólares.

Esta realidad financiera que no solo aflige al paciente sino al propio equipo del servicio fue el puntapié para que la Facultad de Odontología creara la Fundación Rostros, proyecto que se presentó para ser nombrado centro de referencia y así recibir el apoyo del Fondo Nacional de Recursos para solventar las prótesis de alta complejidad y no tener que contentarse con tratamientos de inferior calidad.

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El impulso fue del propio equipo del servicio y detrás de la fundación están ellos mismos. Trabajaron durante todo 2021 y 2022 para recaudar fondos para la creación a través de eventos, donaciones y esfuerzos particulares. Este año, en junio, la fundación hizo su primer lanzamiento a la comunidad no odontológica en sala Magnolio, con una presentación de casos clínicos por los doctores en Odontología Celia Luksenburg y Marcelo Bernández, que tuvo a Eunice Castro como presentadora, quien se mostró muy emocionada por los logros del equipo que trató su propia lesión en la cara.

Borgia cuenta que este año está dedicado a visitar y llegar a acuerdos con empresas dispuestas a financiar a la fundación, que funciona de la siguiente manera: alguien del equipo presenta al paciente en cuestión ante una comisión formada por la decana de la facultad, Mariana Seoane; dos catedráticos, Germán Puig y María Inés Garchitorena, y dos odontólogos del servicio, Carlos Cabrera y el propio Borgia. Esa comisión autoriza la aprobación total o parcial de la financiación del caso clínico. Para el paciente, podría llegar a ser un tratamiento gratuito, dependiendo de cómo lo defina la trabajadora social.

La fundación ya trabajó en su primer caso: una paciente de 30 años a la que le faltaba la mitad del paladar por una razón oncológica, lo que implicaba muchos problemas funcionales (masticar, tragar, hablar) que hacían urgente el implante. Cuentan los médicos que había que hacerle un tratamiento bastante costoso porque­ era un trabajo externo a su laboratorio.

Una realidad preocupante, ¿en aumento?: los efectos de la cocaína

Cada año son más los pacientes que acuden al servicio por mutilaciones faciales producto del consumo de cocaína. Esto sucede porque esta sustancia genera tal estrés celular (vasoconstricción) que el flujo sanguíneo y los niveles de oxígeno disminuyen y terminan debilitando los tejidos de la línea media de la cara o las vías respiratorias altas, al punto de perforarse el paladar o hundirse el tabique cuando ya es inevitable la necrosis (la muerte del tejido). Se llama lesión destructiva de la línea media de la cara inducida por cocaína, CIMDL­ (por su sigla en inglés: Cocaine-Induced Midline­ Destructive Lesions).

Este proceso no se da tan paulatinamente como uno podría imaginarse. De hecho, todo esto puede ocurrir en un plazo extremadamente corto. Los médicos hablan desde un año hasta de una semana para la otra. El único común denominador de este cuadro es la cocaína, no así la frecuencia de consumo. Según el equipo, parece tener más que ver con la calidad del producto que con las cantidades. “Conozco pacientes que consumen mucho más que los que sufrieron CIMDL, esa es la advertencia. No es que tengas que encerrarte en un cuarto a tomar 10 gramos por día. Algunos hacen eso y no les pasa nada. Puede ser la respuesta de tu organismo o algo que le metieron al producto, escuché que hasta pesticida­”, dice Borgia.

De un tiempo a esta parte podían pasar dos o tres años sin pacientes con este cuadro. Ahora aparecen cinco por año fácilmente. El equipo no se explica si el aumento de casos que llegan al servicio se debe a un aumento real en los casos del consumo del país o que poco a poco su trabajo se conoce más y se van rompiendo tabúes. “Es el único lugar para acudir en un caso así”, señalan.

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“¿Sabés cuántas veces toqué fondo?”, prepotea Ana, una paciente del servicio, a Galería­. Se fue de casa con ocho años —hoy tiene 48— y a los nueve fue violada. Vivió en la calle hasta los 16, cuando conoció a quien fue su pareja por muchos años. “Él se enamoró de mí, yo no”.

El hombre vendía droga y “tenía mucho dinero”, según Ana, quien cambió su juventud por la comodidad de un hogar. Se llevaban décadas de diferencia. La despertaba todos los días a las nueve de la mañana para tener sexo, pero como su hijo ya estaba levantado, le daba dinero y lo mandaba al cíber­. En una de esas salidas, violaron al niño, también a los 9 años. Fue cuando Ana probó la droga. Y en casa de un vendedor consumía cuando quería. Pero se le fue de las manos. Cuando se enteró de que su pareja padecía una enfermedad terminal, su primera preocupación fue de dónde iba a conseguir la droga. Consumía cocaína cortada con pastillas, lo hizo por casi una década entera, a pesar del amenazante agujerito que empezaba a aparecer en el paladar, que ni le dolía. “Pensaba que era una mentira (de los médicos) para que dejara de consumir”, hasta que un buen día sí sintió dolor. Fue a mirarse al espejo, se sonó la nariz y comenzó a llorar: “Era como que se me salió de la nariz una masa hecha de sangre y residuos, como que se desinfló”, detalla.

Pero Ana no paró de consumir hasta que tuvo una “corazonada” que le dijo que tenía que dejar. No sabe si la vulnerabilidad de su pareja enferma la conmovió, pero cuando él murió en el hospital ella ya hacía dos años que no se drogaba. Y cuando estuvo convencida de que no lo haría más, buscó un cirujano para “arreglarse la cara”.

Nosotros no estamos ayudando a nadie, estamos restituyendo derechos a los pacientes Nosotros no estamos ayudando a nadie, estamos restituyendo derechos a los pacientes

Por medio del Hospital Maciel, Ana llegó al servicio en el año 2020. “Como profesionales, del 1 al 10 son un 50. Son buenas personas, no te hacen más mal de lo que ya te hiciste. Más allá de que uno tiene la culpa, no te hacen sentir más culpable, no te juzgan”. Y ahora cuando se ve al espejo, Ana, recién recibida de auxiliar de servicio, ya no llora. “Hace 10 años era un despojo humano, hoy me quiero. Veo a una mujer hermosa”.