Desde nuestra más tierna niñez, hemos escuchado de padres y abuelos muchos de los relatos tomados de esa enciclopedia de fantasías y sueños que se llama Las mil y una noches.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáUno de ellos, el de Aladino y la lámpara maravillosa, nos ha llenado el corazón de deseos para pedirle al genio de la lámpara, que aparecía luego de frotarla fuerte y con entusiasmo.
Pocos saben que la desaparición de Aladino, aquel joven aventurero enamorado de una princesa, que vivía en una gruta, se debió a un grave error en una de las trilogías de deseos que le pidió al genio de la lámpara.
Parece que una tardecita, Aladino, aburrido ya de que todos sus deseos se hacían realidad, lleno de monedas de oro, rodeado de princesas casamenteras y palacios de lujo, se dijo para sí mismo: “Tengo que hacer algo por los viejos de la comunidad, que la pasan tan mal en este sultanato, llegan a ancianos y se jubilan con una miseria, mientras las AFAP (Asociación de Filibusteros de Asia Próxima) se llenan de dinares a manos llenas, para gastarlos en viajes y placeres mundanos”.
Procedió entonces Aladino a progeniar tres deseos bastante apropiados para aquellos fines. Que la edad de la jubilación fuera a los 70 años, que el importe mínimo de las pasividades fuera igual al salario mínimo del sultanato y que toda la fortuna amasijada por los sultanes en las AFAP (que, por cierto, era fruto de los ahorros de miles de beduinos de buena fe, que la invertían para que los sultanes se la administraran y generaran intereses) pasara al Fondo General de Beneficencia Jubilatoria, que sería distribuido a criterio de los dirigentes populares del sultanato. Y de yapa, que los tres deseos se incorporaran a la Constitución del sultanato, cosa que ningún demagogo pudiera venir mañana y modificarlo.
Para qué.
Tras frotar enérgicamente la lámpara, el genio se le apareció a Aladino y con una mirada torva y desafiante, lo menos que le dijo fue que era un despistado, un demagogo sin fundamentos y un populista irresponsable, y hasta capaz que una mala persona, porque ningún beduino bien nacido podría estar expresando tamaños deseos de tan difícil como inconveniente cumplimiento.
Dicho lo cual, como buen genio de mal genio, el genio procedió a hacerlo desaparecer a Aladino para siempre, y él se marchó a vivir tranquilo dentro de la lámpara, sin que nadie lo molestara con pedidos de deseos.
Ese fue el fin de Aladino, pero no de la historia que había determinado su violenta desaparición.
En otra región próxima al sultanato donde vivía Aladino, que se llamaba Pisenetópolis, vivía otro beduino mal engestado, que se llamaba Abdalino y también poseía una lámpara maravillosa, gracias a la cual tenía subyugados a los habitantes de la región, prometiéndoles cantidad de esplendorosos deseos, que siempre demoraban en cumplirse porque él decía que las fuerzas del capitalismo lo retrasaban, pero que ya llegaría el día en el que se hicieran realidad. Lo que había que hacer era terminar con los sultanes capitalistas, juntar muchos denarios y repartirlos entre todos para que el pueblo fuera feliz.
Una de las trilogías de deseos de Abdalino era idéntica a la que había provocado la desaparición de Aladino, cosa que él sabía porque los chismes entre beduinos circulan a gran velocidad. Precavido como era desde chico, Abdalino entró en conversaciones con un beduino tartamudo llamado Yamandorsilino, quien se candidateaba en aquellos tiempos para comandar el consejo de emires que gobernaría el sultanato.
Abdalino lo convenció a Yamandorsilino de que no prometiera ninguna cosa rara ni complicada en sus discursos antes de las elecciones, algo que no le dio ningún trabajo, porque Yamandorsilino tenía serias dificultades de dicción y, aunque la gente creía que él prometía cosas para cuando fuera gobernante, nadie en realidad le entendía nada de lo que proponía, ya que su tartamudez, asociada a su falta de convicciones firmes, hacía que la gente creyera que era bueno, pero nunca estuviera totalmente segura de ello.
El arreglo de Abdalino con Yamandorsilino (bajo la supervisión del mufti Fernanperey abdel Fretamplán, comandante de la fuerza política a la que pertenecía Yamandorsilino) consistió en que, si Yamandorsilino ganaba las elecciones, llamaría a Abdalino para poner en práctica los tres deseos que habían significado el fin de Aladino.
“Una cosa es pedirle milagros a un genio en una lámpara y otra bien distinta es dejar a mi lámpara tranquila y arreglar con los que mandan para poner mi idea en práctica, promoviendo un gran acuerdo nacional al que asistan todos los grupos sociales interesados en poner fin al capitalismo de los sultanes, agarrando toda la millonada de las AFAP, y repartirla para felicidad del pueblo”, dijo para sus adentros Abdalino, seguro de que no había que darla por perdida.
“Y si, de casualidad, Yamandorsilino no gana las elecciones, volvemos a juntar firmas para que rehabiliten a Aladino, le devuelvan la lámpara maravillosa y él vuelva a pedir los tres deseos que le costaron la desaparición”.
Lo más importante es jugar a la libertad de acción. Todos los candidatos en estas elecciones dicen que Aladino estuvo bien escrachado, y que lo que él pedía era imposible, pero Abdalino sabe que siempre hay una carta bajo la manga para seguir especulando a favor de sus intereses.
Qué personaje tan retorcido este Abdalino, ¡por Alá!