Sin duda que el día de la asunción de un nuevo presidente es una jornada inolvidable para el propio protagonista, para sus familiares, para su comunidad, para su grupo político y para todo el país.
Sin duda que el día de la asunción de un nuevo presidente es una jornada inolvidable para el propio protagonista, para sus familiares, para su comunidad, para su grupo político y para todo el país
Sin duda que el día de la asunción de un nuevo presidente es una jornada inolvidable para el propio protagonista, para sus familiares, para su comunidad, para su grupo político y para todo el país.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáPor eso, Fortunato, aprovechando que se trataba de una operación a la luz del día, no esperó a la cena para verla en replay en el noticiero de cierre de la tele. Se apoltronó en su sofá, con una copita de vino a medio consumir, como de costumbre, y se dispuso a contemplar aquella ceremonia histórica.
La tele transmitía en directo, y Fortunato la había conectado con bastante anticipación. Vio entonces los aprontes en el Palacio Legislativo, los guardias que marginaban el recorrido que haría el presidente una vez ungido como tal, el camino al pase de la banda presidencial y las interminables entrevistas a los ciudadanos que circulaban por las calles rumbo a presenciar el paso de la comitiva.
Y seguía y seguía… Doña Juana decía que Orsi era un divino, don José expresaba que era un hombre honesto y bueno y varios circundantes más, fueran del partido que fueran, estaban contentos de que la democracia diera una nueva lección de supervivencia y buena salud.
Pero Fortunato se iba cansando y, aunque no fuera la hora de irse a dormir de noche, era la hora de la siesta, los ojos se le empezaron a entornar peligrosamente.
Lo último que escuchó cuando los párpados ya se le caían pesados y somnolientos fue que el vehículo que trasladaría al nuevo presidente ya había salido hacia Salinas a buscarlo y traerlo al Palacio Legislativo para dar inicio a la ceremonia.
Ya semidormido, le pareció escuchar que el chofer de la camioneta le decía al acompañante de seguridad: “Che, ¿aquel que está allá en el jardín de la casa no es Orsi? El que está de jeans y camisa a cuadros, ¿no es él?”.
Ante la respuesta afirmativa del compañero, los choferes se acercaron a la casa del presidente electo y le pegaron un amistoso grito.
—¡Presidente, mire que es hora de ir saliendo, mucha gente lo está esperando!
—Perá un cachito, estoy trasplantando esta begonia, que se me estaba secando, y después tengo que podar el laurel, que me largó unas ramas que se me van para arriba, ¡a estas plantas hay que cuidarlas, muchacho! —respondió el Prof. Orsi, sin demostrar ningún apuro por nada que no fuera ocuparse de su jardín—. Además, ¿qué apuro hay?, ¡si la ceremonia es mañana, no me apuren si me quieren sacar bueno! —agregó. Y Fortunato, en su cuasi siesta, estaba seguro de que aquello no podía ser cierto, sino que —como siempre— estaba soñando.
—¡Presidente, la ceremonia es hoy! ¡Nosotros venimos a buscarlo, la gente lo está esperando en toda la ciudad, hay aglomeraciones acá en la rambla para cuando pasemos rumbo al Centro, banderas, tambores, pasacalles, de todo hay! —replicó el chofer, pero Orsi no se daba por vencido. Él estaba seguro de que la cosa era mañana y que los que estaban equivocados eran ellos.
—Calma, muchachos, hablen por el celular con el Pacha para confirmar, miren que los equivocados son ustedes, y no me apuren que, entre otras cosas, tengo lista la pintura para darle una manito a las persianas del fondo y después tengo que traer una carretilla de tierra para ponerle a la huertita, que ya se vienen las lechugas y los repollos, y a la naturaleza hay que cuidarla y darle importancia. Además, ni el traje me llegó todavía, yo le dije al sastre que lo trajera esta tardecita por si hay algún ajuste que hacerle en las mangas, que en la primera prueba me quedaron medio largas…
—¿Y el sastre qué le dijo? —preguntó uno de los muchachos, por las dudas, porque ya se estaban empezando a preocupar.
—Nada, al final lo trajo ayer, y me dejó dicho que el arreglo de las mangas ya estaba hecho, pero ni me lo probé todavía… —replicó Orsi, refregándose los guantes de jardinería en un trapo todo lleno de tierra que tenía colgado del cinturón.
—¡Presidente, dice el Pacha que hace rato que lo está llamando al celular y usted no atiende! ¡Pide que lo atienda rápido que tiene un mensaje importante para usted! —dijo el chofer de la camioneta con un claro nerviosismo en su voz.
—A ver, dame una mano, andá hasta dentro de la casa y traeme el celular que está arriba de la cómoda en el dormitorio.
—¿Y su señora no está en la casa?
—¡No, se fue temprano a la peluquería, me dijo que teníamos no sé qué programa esta noche, pero yo, si me dan tiempo para una ducha, en 15 minutos estoy pronto! —replicó Orsi, agregando que debería ser alguna fiestita de despedida con amigos porque mañana era la transmisión del mando.
Al fin le trajeron el celular a Orsi y el Pacha le vociferó desde el otro lado que la ceremonia era hoy y que se apurara a vestirse para ir lo más rápido posible a comenzar con todo el protocolo.
—¡Bueno, ta, muchacho, no te pongas nervioso! —replicó Orsi con la mayor de las calmas—. En un cuarto de hora estoy listo y salimos para allá. Tranquilo, muchacho, no te pongas así —susurró con la mayor de las calmas.
Cuando Fortunato abrió los ojos, la ceremonia en el Palacio Legislativo recién estaba por empezar, lo cual le confirmó que no se había dormido tanto rato y que este tipo de circunstancias siempre se retrasan y empiezan un poco más tarde.
Nunca llegó a enterarse de las verdaderas causas del retraso.