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    Estar sin existir

    Hace mucho tiempo que se viene hablando de pensar el Uruguay a 20 o 30 años, de hacer planes que superen una administración determinada o que involucren a varias generaciones para adelante; pero no ocurre: se suceden los distintos gobiernos, cambian de signo político los que se hacen cargo y las discusiones se repiten una y otra vez

    Director Periodístico de Búsqueda

    Uruguay se está acercando a ser un país inviable y lo está haciendo casi en silencio. Lo que acapara la atención en estos tiempos son cuestiones más inmediatas, urgentes, que sirven como una anestesia para no tener que asumir ese futuro con un final dramático. Pero está ahí y cada día se acerca un poco más. Ya se puede ver claramente en el horizonte, si alguien se toma el trabajo de mirar un poco más lejos de su propia sombra.

    Por estas tierras levemente onduladas hacen falta muchas más luces largas. La metáfora, tan recurrente entre gobernantes y políticos de distintos partidos, casi ni se aplica en la realidad actual. Se refiere a la importancia de conducir con luces largas en lugar de cortas como para poder ver mucho más lejos. Lo literal es un vehículo, aunque lo mismo ocurre con un país, un partido político, una institución, una empresa, un sindicato o lo que sea. Lo importante es extender el campo de visión y colocarlo lo más lejos posible.

    Pues hace mucho tiempo que se viene hablando de pensar el Uruguay a 20 o 30 años, de hacer planes que superen una administración determinada o que involucren a varias generaciones para adelante; pero no ocurre: se suceden los distintos gobiernos, cambian de signo político los que se hacen cargo y las discusiones se repiten una y otra vez.

    Es poco lo que se ha logrado avanzar a mediano y largo plazo. Esa es la realidad. Y no hay un único responsable. Más bien todos lo son, al menos en parte. Porque se siguen acumulando los desafíos que ponen en juego el futuro de todos los que habitan Uruguay, pero el abordaje a esos problemas se hace demasiado lento o es inexistente.

    Lo del principio, Uruguay se está transformando en un país inviable y pocos reparan en ello. Igual, la realidad es testaruda y se impone. La población local no solo no crece, sino que está comenzando a decrecer. El único motivo por el cual el último censo mostró un levísimo aumento de personas viviendo en Uruguay es por los inmigrantes.

    Un solo dato, por demás significativo. Los números preliminares del Ministerio de Salud Pública indican que en 2024 hubo 29.899 nacidos vivos, una cantidad similar a la que se había registrado por última vez en 1888, hace más de un siglo, informó El Observador a principios de abril.

    Eso es una bomba de tiempo. Desde varios puntos de vista. Educacional, cultural, previsional, de salud, político, la lista es larga. Porque ya éramos muy pocos en relación con nuestro territorio y ahora parece que seremos menos, lo que dificulta cualquier proyecto de futuro y también hace muy difícil poder sostener de la mejor forma el presente.

    Cada vez serán más pequeñas las nuevas generaciones que empujen la rueda que hace girar hacia adelante el país y más los que ya estén jubilados y requieran de la atención y los recursos generados por una población económicamente activa en reducción.

    Es una emergencia central. Tanto como para convocar a un Grupo Asesor Científico Honorario (GACH) para ver de qué forma revertir la situación actual, igual que en su momento se hizo con la pandemia de Covid. En aquella oportunidad quedó demostrada la importancia de la opinión científica y especializada por encima de las cuestiones políticas en momentos muy difíciles. Es hora de repetir aquel modelo. Muy difícil que alguien se oponga. Muy por el contrario, sería una buena forma de que todos tomen conciencia de los nubarrones que van creciendo en el horizonte.

    Semanas atrás, el senador colorado Pedro Bordaberry puso sobre la mesa algunas ideas que fueron recibidas con interés por algunas de las principales autoridades del Poder Ejecutivo. Entrevistado en el ciclo Desayunos Búsqueda, Bordaberry opinó que Uruguay necesita “un shock de políticas inmigratorias”, que de aplicarse correctamente podría incrementar su población y en 10 años pasar de 3,5 millones a 5 millones de habitantes.

    “¿Qué les podemos ofrecer? El mercado no, porque somos chiquitos, pero, si anda Putin tirando misiles a Zelenski y Trump peleándose con Von der Leyen y los líos migratorios en Europa, que ponen en tela de juicio los valores judíos, cristianos, romanos en los que creemos nosotros, acá están. Y si les damos la seguridad, esa gente viene al Uruguay”, opinó.

    El senador colorado informó que Uruguay tiene poco más de 1,3 millones de cotizantes al Banco de Previsión Social, unos 700.000 jubilados y 330.000 funcionarios públicos. “O sea que jubilados más funcionarios públicos son más de 1 millón, mientras que los cotizantes, si les sacás los funcionarios públicos, son menos de 1 millón. Y eso es un problema para el futuro de un país”, dijo. Además, los nacimientos están en caída: “Se mueren más de los que nacen en Uruguay. Tenemos un problema”.

    Por eso, Bordaberry cree que una alternativa es “aumentar los cotizantes”. Y “los cotizantes los tenés que aumentar con un choque inmigratorio de una inmigración de calidad”, como hicieron “Nueva Zelanda, Australia o Canadá”. A su vez, planteó “un choque inmigratorio interno, porque las dobles vías que se han construido nos están dando una gran posibilidad de que el que vive en Florida va a quedar a 45 minutos de Montevideo”, señaló.

    Dos caminos sensatos. Atraer inmigrantes y distribuir mejor la población que ya habita dentro de las fronteras uruguayas. No son nuevos. En los hechos, varios gobiernos realizaron anuncios en ese sentido o al menos manifestaron públicamente el interés en abrir las fronteras uruguayas para que de esa forma creciera la población local.

    Hubo avances. Uno de los cambios más significativos que está atravesando Uruguay con respecto a su población es la cantidad de inmigrantes que han llegado, principalmente de Venezuela, Cuba y República Dominicana, y también argentinos con alto poder adquisitivo. También se les facilitó a esas personas que vinieron a instalarse desde el extranjero que puedan acceder a la ciudadanía uruguaya de una forma más rápida. Todos pasos en el sentido correcto.

    Pero falta mucho todavía. Lejos quedó aquella idea del expresidente José Mujica de poblar la campaña con campesinos latinoamericanos o de algunos otros gobiernos de atraer cientos o miles de empresarios o académicos de primer nivel de países vecinos o de otros continentes. Algunos vienen, aunque muy pocos, y unos cuantos se vuelven a sus países de origen al tiempo.

    Estas cuestiones trascienden, además, los debates ideológicos entre los distintos bloques políticos en los que se divide Uruguay y los sucesivos gobiernos. Se vacían las escuelas y se multiplican los jubilados y pensionistas año tras año, mientras el sistema político se sigue mirando el ombligo.

    Está claro que no nos vamos a extinguir como país. Falta muchísimo para eso. Pero lo que puede venir es peor todavía. Es tener que habitar una tierra desierta, sin oportunidades ni mercado ni nuevas generaciones pujantes que se hagan cargo de los cambios necesarios. Con jubilados que cobran cada vez menos, sistemas de salud que no dan abasto, ciudades cada vez más deshabitadas y miles de hectáreas despobladas. Peor que desaparecer es estar sin poder existir. Y, si no hacemos algo al respecto, hacia allá vamos.