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    Los que dicen y los que hacen

    Ese es uno de los grandes problemas de Uruguay: demasiados opinólogos y pocos realizadores; muchos que creen saber de todo, pero que no lo demuestran con hechos, y solo algunos que predican con el ejemplo, que hablan a través de las acciones

    Director Periodístico de Búsqueda

    Uruguay tiene mucho de oficina pública detenida en el tiempo o de consultora intrascendente o de organismo internacional sin atribuciones claras. De esos lugares con personas que de todo opinan, pero que de poco saben. Que están acostumbradas a mantenerse atrás de sus escritorios y desde allí hacer un informe de coyuntura o evaluaciones o diagnósticos que, en la mayoría de los casos, dicen lo obvio. Que repiten una y otra vez relatos sin constatarlos con la realidad, solo porque es lo más cómodo o lo menos contraproducente o lo más adecuado para seguir flotando eternamente.

    Los hay en los distintos ámbitos. Político, empresarial, académico, sindical, cultural, periodístico. Cualquiera de esos sectores cuenta con un ejército de oficinistas, que la van de todólogos, pontificando desde la nada, y así sobreviven a los ciclos, gobiernos, años y todo lo que les pase por delante.

    Hacen mucho daño. Porque son los que igualan para abajo. Los que viven solo de decir y nunca de hacer. Los que se abrazan a sus prejuicios y a sus relatos preestablecidos y son incapaces de ponerlos a prueba. Por eso, terminan siendo los que impiden el avance, los que funcionan como una pesada ancla que lleva a que el barco no pueda moverse de su lugar, por más que varios pongan toda su energía en lo contrario. A los díscolos los terminan empujando por la borda o sumándolos a la grisura de su cotidianidad.

    Es aquello del no hagan olas, incorporado a una idiosincrasia muy extendida y responsable, en parte, de lo que somos. Tiene su cara positiva, porque hace que todo sea previsible, que las reglas se mantengan por años, que nadie pueda concretar ningún tipo de revolución. Pero también una negativa muy fuerte, que es una tendencia a la inamovilidad, lo que hace que los más emprendedores e innovadores no la tengan fácil, en ningún ámbito.

    Ocurre también en el periodismo, el oficio que conozco más de cerca y que ejerzo desde hace casi tres décadas. Siempre es bueno empezar por casa para poder explicarse mejor. Y en Uruguay hay muchos periodistas que trabajan más como oficinistas y que se mantienen lejos de la realidad, esa que es la principal materia prima para cualquier profesional y mucho más para los que tienen como principal rol informar con veracidad.

    La forma de ejercer el periodismo es arrimarse a los acontecimientos y a sus protagonistas, tratar de ser un testigo privilegiado. Por eso, los mejores son los que logran aproximarse lo más posible, sin mezclarse nunca con los poderosos, pero sí observándolos de cerca —si se puede— y manteniendo todas las conversaciones necesarias con ellos.

    El periodismo no es el cuarto poder. Eso dicen los que no lo conocen. Un periodista fiscaliza al poder, lo investiga, si es necesario lo cuestiona, pero pone la lupa sobre él. Es mucho más parecido a un abanderado del antipoder, a una molestia para los poderosos y no a un grupo dentro de ellos.

    Eso no significa que se debe mantener alejado al poder. Mucho menos que no tenga que tener contacto con él. Al contrario. Eso es solo para los habladores, los que se dedican a no mezclarse con la realidad y la miran tan de lejos que no logran descifrar lo que está pasando. Claro, el tema es que están convencidos de que ya lo saben de antemano y entonces explican lo que no conocen. Realizan largos discursos sobre el deber ser sin siquiera saber de qué están hablando. Parten de una base preestablecida y, de esa forma, repiten siempre lo mismo, sin enterarse de casi nada.

    Como consecuencia, no logran hacer bien su trabajo. El periodista está para informar y, a veces, para opinar con base en la información que logra recabar. Su principal fuente es la realidad —política, económica, deportiva, cultural o la que sea— y también sus protagonistas. Y la manera de acceder a ella es salir de atrás de su escritorio y acercarse, ir a buscar personalmente las piezas del rompecabezas para después poder armarlo.

    De nada sirve decir que el periodismo es el cuarto poder o que debe mantenerse lo más lejos posible del poder. Por más bien que pueda sonar entre los incautos, esa no es ni por asomo la forma como un periodista debe ejercer. Salvo que prefiera sumarse a ese vasto grupo de opinadores seriales sin contenido, tan populoso en Uruguay.

    Además, los periodistas se dedican a dar noticias. Esa es una de sus principales funciones. Ningún periodista que sienta con pasión el oficio que ejerce estará satisfecho si no logra en algún momento brindar informaciones relevantes, de esas que generan revuelo durante un tiempo y que sirven para comprender mejor qué es lo que está pasando en un momento determinado. Y para dar una noticia hay que tener fuentes de información. Y para tener fuentes de información hay que vincularse con el mundo exterior. No hay otra forma.

    Claro, eso implica trabajo, desgaste, exposición, enojos y peleas con personas que suelen sentirse muy incómodas ante la presencia de periodistas. Más fácil es “hacer la plancha”, esa referencia tan uruguaya, o hablar desde el limbo, opinando de todo lo que hacen los que verdaderamente hacen, pero sin mover un pie.

    Se aplica para el periodismo, pero también para muchas otras profesiones y oficios, en donde son pocos los que hacen y muchos los que hablan de los que hacen. Ese es uno de los grandes problemas de Uruguay. Demasiados opinólogos y pocos realizadores. Muchos que creen saber de todo, pero que no lo demuestran con hechos, y solo algunos que predican con el ejemplo, que hablan a través de las acciones. Cambiar esa tendencia un tanto dañina de la idiosincrasia local, adicta a destruir en lugar de a caminar hacia adelante, sería una verdadera revolución. Y no es tan complicado lograrlo. Alcanza con acercarse un poco más a la realidad y tratar de cambiarla desde adentro en lugar de mirarla por la ventana.

    Se puede. Es como los libros: no muerde.