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    No son todos tarados

    Parece sensato darle una carta de crédito a Yamandú Orsi porque capaz que lo que está haciendo una parte del sistema político es volver a subestimar a un dirigente que, sin embargo, termina sorprendiendo a propios y extraños, como ya pasó unas cuantas veces en el pasado

    Director Periodístico de Búsqueda

    Cuando todavía estaba amaneciendo el año electoral, allá por los primeros días de marzo, el presidente Luis Lacalle Pou inauguró el ciclo Desayunos Búsqueda 2024 a través de una entrevista en vivo de casi una hora y media en la que se refirió, entre otros asuntos, a cómo estaba siendo su experiencia en el cargo político más importante del Uruguay. Dijo, por ejemplo, que filosóficamente está a favor de la reelección al estilo de España o de Estados Unidos y que después de dos períodos los mandatarios deberían estar obligados a retirarse de la política activa y dedicarse a la docencia para las nuevas generaciones de políticos.

    También desarrolló un concepto muy interesante sobre el pueblo uruguayo que preside: opinó que no se equivoca, que la historia reciente muestra que elige al presidente acorde para cada momento y circunstancia. No dio ejemplos concretos, pero destacó la sabiduría de la ciudadanía al tener que decidir a quién poner a cargo del país quinquenio tras quinquenio. En la platea de Magnolio Sala, donde se realizó la entrevista, estaban los expresidentes José Mujica y Julio Sanguinetti, que asintieron en silencio.

    No solo los presidentes y expresidentes piensan eso. También lo creen algunos de los que no logran el premio mayor y otros que optan por ni siquiera competir porque sienten que no están preparados. Aspirar a atravesarse la banda presidencial en el pecho no es para cualquiera y mucho menos lograrlo. Cientos quedan por el camino, algunos a unos pasos y otros a varios kilómetros de distancia.

    Por eso es un error subestimar a quien logra los votos necesarios para tan importante cargo. Lacalle Pou lo sabe bien porque con él lo hicieron durante mucho tiempo. Especialmente sus adversarios pero también algunos de sus correligionarios. Consideraban que no estaba preparado, que no era líder, que no lograba convencer de sus ideas o, según algunos, que directamente no las tenía. Es más, hasta fue acusado de ser una “pompa de jabón” por el expresidente Tabaré Vázquez en la campaña electoral de 2014.

    Ese año perdió, pero cinco años después, en 2019, logró ganar la elección, muy reñida en la segunda vuelta. Muchos no tenían grandes expectativas puestas en él como presidente. Pero en muy poco tiempo ese clima un tanto desfavorable del principio cambió. A 13 días de asumir, tuvo que encarar el combate a una pandemia y lo hizo con firmeza y liderazgo. También se mostró muy decidido en otros aspectos vinculados al gobierno, estableciendo claramente un rumbo, y está finalizando su mandato con una popularidad de cerca del 50%. Es cierto que el oficialismo perdió las elecciones, pero él quedó posicionado como el principal líder de la oposición que ejercerá la coalición republicana y con una proyección sólida para las elecciones de 2029.

    Pues algo similar, con respecto a la subestimación, está ocurriendo ahora con el presidente electo Yamandú Orsi. No es extraño que pase. Es una vieja y complicada costumbre de muchos uruguayos la de subestimar a algunos políticos. Parten de la base de que por el solo hecho de pensar distinto o de tener una forma diferente de comunicarse o de no dominar todos los temas es un dirigente menor, que seguramente se mueva siempre dentro de la intrascendencia.

    Muchos lo piensan de los ajenos y algunos también de sus propios correligionarios. Aquello de que son todos tarados menos yo y mi círculo más cercano. Aquello de que solo nosotros tenemos la capacidad de reconocer la inteligencia en el otro, de ver el bosque en lugar del árbol, de darnos cuenta cuando un candidato realmente tiene el carisma suficiente o puede llegar a captar la atención de la opinión pública y sumar muchos votos.

    Pues la realidad es testaruda y a veces les sacude la cara de una bofetada a los que subestiman a los demás. Son muchos los que tuvieron que reconocerlo con Lacalle Pou después de años de pensar que nunca dejaría de ser un hijo de un expresidente, con el Parlamento como techo. Hoy lo asumen, pero les costó darse cuenta de que estaban ante un líder emergente y por eso se despreocuparon, hasta que finalmente los terminó pasando por arriba.

    Orsi no es Lacalle Pou. Son muy distintos. Pero comparten ese arranque en la carrera presidencial. De Orsi también decían que no estaba preparado, que no le daba el discurso o el vuelo como para llegar alto y que iba a terminar dejando en evidencia sus falencias y quedando por el camino.

    En los primeros meses del año los que subestiman a Orsi, principalmente adversarios pero también algunos de sus correligionarios, decían que Carolina Cosse, que estaba creciendo en las encuestas, le iba a ganar la elección interna y que él terminaría siendo su compañero de fórmula. Después, cuando ganó por una muy amplia diferencia de votos, atribuían ese despegue a la labor de Mujica previo a las elecciones y no a las virtudes del candidato.

    Hasta la primera vuelta de octubre la estrategia seguida por el comando de campaña de Orsi fue no exponerlo mucho públicamente. Eso es algo que se puede comprobar fácilmente en lo que fue su agenda pública, por más que algunos de sus allegados lo nieguen. Dio pocas entrevistas, aunque sí conferencias de prensa, y realizó muchas recorridas por el interior. A su vez, no participó en ningún evento en el que también estuvieran invitados los otros cuatro candidatos presidenciales de la coalición republicana.

    Que lo estaban escondiendo fue una de las acusaciones que más se escuchó desde sus rivales. Esa era la impresión que tenían muchos: que el Frente Amplio había resuelto exponer solo lo mínimo indispensable a su candidato. El senador electo del Partido Nacional Sebastián da Silva fue varios pasos más allá, comparó a Orsi con Tribilín y subió a un escenario durante un acto proselitista a alguien disfrazado de ese personaje de Walt Disney amordazado. “No lo dejan hablar”, gritaba Da Silva a su lado, transformado en viral el registro visual de esa escena.

    Para la segunda vuelta electoral, el comando frenteamplista cambió la estrategia. Orsi dio más entrevistas y concurrió a más eventos. Se lo vio muy sereno y cómodo ante la exposición pública. No cometió ningún error importante. Al contrario, algunos especialistas en opinión pública aseguran que logró sumar votos. Por lo tanto, capaz que no era acertado eso de reducir la exposición del candidato y respondió a una subestimación que también tuvieron algunos de sus correligionarios.

    Por eso parece sensato darle una carta de crédito a Orsi. Porque capaz que lo que está haciendo una parte del sistema político es volver a subestimar a un dirigente que, sin embargo, termina sorprendiendo a propios y extraños, como ya pasó unas cuantas veces en el pasado. Eso es lo que está por verse.