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Si fuera Orsi, yo respiraría aliviada con el veto presidencial a las invitaciones a Venezuela, Cuba y Nicaragua; aunque el gesto de Lacalle Pou no haya sido pensando en el bien de Orsi, sino en sí mismo
Vamos a decir la verdad. A más de uno le hubiera encantado que Nicolás Maduro (no, no le voy a decir presidente) estuviera presente en la asunción de Yamandú Orsi el próximo 1º de marzo. A algunos, pocos pero tozudos, porque lo sentirían como una victoria. A pesar del evidente fraude electoral, hay quienes siguen sosteniendo que el dictador ganó en buena ley. Sí, aunque ocultó las actas, aunque no hay ni una sola prueba.
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A otros, porque les serviría para reforzar la idea de que el gobierno del Frente Amplio defiende y apaña dictaduras, aunque cada vez sean menos los que no se animan a usar esa palabra al referirse a la situación que se vive en Venezuela.
Pero el actual presidente, Luis Lacalle Pou, al que le quedan nueve días de gobierno, decidió que hasta el último minuto va a hacer pesar su decisión. Y bajo su gobierno no se cursa ninguna invitación a Venezuela, ni tampoco a Cuba ni a Nicaragua. Igual acá el verdadero tema es Venezuela, es Maduro. Es cierto que Lacalle no invitó a su asunción a ninguno de estos tres países, pero poco se habla últimamente de Cuba y Nicaragua. La pregunta sobre si son dictaduras no está sobre la mesa. Es obvia la respuesta. Sin embargo, en el caso de Venezuela aún hay resistencias.
De todas formas sorprendió la noticia que El País publicó el viernes 14 de febrero, en la que informaba el bloqueo de estas tres invitaciones. Un poco por desconocimiento en general de que era potestad del gobierno que se va cursar las invitaciones para la fiesta del que entra. Para ser franca, no lo sabía. Daba por obvio que cada gobierno invita a su asunción a quien considera que allí debe estar y así lo sigo pensando, más allá de cuestiones legales y burocráticas.
Esta decisión del presidente consigue dos cosas. La primera, sostener su postura de que durante su administración los representantes de estos países no son bienvenidos. Hasta el último día. La segunda, un enorme favor a Orsi, que no deberá pasar por la situación incómoda de abrazar, sacarse foto, conversar o estrecharse la mano con líderes de regímenes dictatoriales.
Porque una cosa es el discurso y otra la realidad. Veamos. El discurso es que el gobierno entrante quiere mantener las buenas relaciones diplomáticas con todos los países. “Un país como Uruguay tiene que tener la capacidad de tener un diálogo abierto en conjunto con las naciones. Por eso nosotros desde el día uno establecimos que íbamos a invitar a los países y no a los presidentes, porque los países son los que tienen relaciones”, dijo el martes 18 en conferencia de prensa junto al futuro canciller, Mario Lubetkin, y el secretario de Presidencia entrante, Alejandro Sánchez. Ese mismo concepto ya lo había manejado la vicepresidenta electa, Carolina Cosse. Y Orsi había sido más dubitativo, pero nunca había dicho que no se cursaría la invitación.
La realidad es que hubiera sido bastante bochornoso para Orsi tener que salir en la foto abrazado a Maduro. Si es que Maduro hubiera podido salir de Venezuela sin riesgo, y si es que hubiera podido llegar a Uruguay. Las cosas como son. Esa foto era una condena. Y Orsi y todo el gobierno entrante lo saben. Por eso también el énfasis en que las invitaciones era a los países y no a los presidentes. Los embajadores de los tres países vetados estarán seguramente en la asunción, según dijo Sánchez. Pero no es lo mismo. Ni de casualidad. No va a estar el riesgo de que quien mantiene en su país a miles de detenidos, candidatos proscriptos, desaparecidos y torturados esté en ninguna foto con el nuevo presidente. El nuevo presidente electo democráticamente como cada cinco años desde hace cuarenta. No olvidar. Nunca olvidar.
Pensando en todo este tema, hay otro asunto que debería estar sobre la mesa. Cuando hablamos de mantener las relaciones diplomáticas, ¿en qué situación estamos con Venezuela en este momento?
¿Nos olvidamos de que, apenas pasadas las elecciones de julio de 2024 en las que Maduro se autoadjudicó la victoria, echó a los embajadores de los países que habían cuestionado su accionar?
El lunes 29 de julio de 2024, siguiente a la elección, el gobierno de Venezuela a través de su canciller Yvan Gil expresó su “más firme rechazo ante las injerencistas acciones y declaraciones de un grupo de gobiernos de derecha, subordinados a Washington y comprometidos abiertamente con los más sórdidos postulados ideológicos del fascismo internacional, tratando de reeditar el fracasado y derrotado Grupo de Lima, que pretende desconocer los resultados electorales de los comicios presidenciales” del domingo anterior. Y así la embajadora Silvana Montes de Oca, que estaba en Venezuela desde abril, debió volver a Uruguay.
Y algo aún más grave. Hay un uruguayo desaparecido (retenido, detenido, secuestrado, como prefieran) desde hace más de tres meses y no se ha logrado casi información sobre él. Pocos días atrás en una nota de El Observador se informó que Fabián Buglione está vivo y detenido en la cárcel El Rodeo 1, junto con varios presos políticos.
La nota asegura, además, que en el último año organizaciones de la sociedad civil denunciaron las condiciones infrahumanas en las que los detenidos se encuentran, y la utilización del establecimiento como un centro de tortura.
Parece difícil cuidar una relación diplomática que se maneja con estos parámetros. En fin.
Otro punto a detenerse es que no fueron muchas las voces que desde el Frente Amplio cuestionaron, al menos públicamente, la decisión del presidente. Una de las que sí lo hizo fue la exsenadora y ministra de Turismo Liliam Kechichian, quien en su cuenta de Twitter escribió lo siguiente: “Es sorprendente el hecho del veto del presidente Lacalle al criterio de invitación a los mandatarios para la asunción del 1º de marzo. No demostró ‘sensibilidad’ democrática cuando a su asunción hace cinco años invitó a Jeanine Áñez, dictadora boliviana, hoy presa en su país por golpista”.
Le asiste razón a Kechichian con el recuerdo de la invitación a Áñez, aunque los casos sean distintos. Y refuerza la idea de que cada gobierno debería poder invitar a quien desee, y luego, claro, hacerse cargo de las consecuencias.
Si fuera Orsi, yo respiraría aliviada; aunque el gesto de Lacalle Pou no haya sido pensando en el bien de Orsi, sino en sí mismo.