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Leandro Folgar: “Los niños tienen una configuración mental distinta a la de un adulto, pero es hiperpoderosa”

Edad: 41 Ocupación: Vicerrector de Innovación en la UCU, expresidente de Ceibal Señas particulares: estudió en Harvard y MIT, lee varios libros al mismo tiempo, le apasiona acampar y le gusta cocinar pasta casera con sus tres hijas

Es licenciado en Educación. ¿En qué momento adoptó el perfil más tecnológico?

Es una historia rara. En realidad, la pregunta sería en qué momento adopté el perfil más educativo. Siempre fui muy de inventar cosas, indagar en la tecnología y demás. En el liceo hice bachillerato científico de Ingeniería. Estaba convencido de que lo mío era ser ingeniero industrial, opción mecánica. Pero en la crisis de 2002 tuve que salir a trabajar. Como tenía buen inglés y buen oído, mi hermana mayor, que era profesora de Inglés, me recomendó dar algunos exámenes y empezar a dar clases de inglés. Ahí tuve un problema, me enamoré de la educación. Para mí, lo más cercano a un milagro es ver el momento en que un adulto empieza a entender algo de una manera diferente y se le abre un mundo de posibilidades. Desde ese momento, perseguí eso.

Se especializó en Recreación y Tiempo Libre. ¿Con qué propósito?

Tuve una experiencia de ir al exterior un par de meses, a Alemania e Italia, y allá descubrí todo el mundo de las actividades lúdicas y educativas para emprendimientos y empresas. Cuando volví a Uruguay, aunque acá eso todavía no existía, decidí dejar Ingeniería y hacer la Tecnicatura en Recreación que había en la Universidad Católica (UCU). Al terminar, fundé un emprendimiento en el área de recreación educativa para organizaciones, Ibirapitá. Tenía 23 años y nos fue muy bien, pero éramos un bicho raro. Ahora es algo normal, pero en aquel momento no.

Estudió en Harvard y en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts). ¿Qué aprendizajes le dejó esa experiencia?

Sí, estudié allá gracias a que gané una beca ANII Fulbright­. Hice un programa que se llamaba Tecnología, Innovación y Educación, que lo dictaban entre las dos universidades. Lo más impresionante es la cantidad de personas interesantes por metro cuadrado que tenés. Cada conversación que tenés es estimulante, todas las personas son apasionadas por lo que hacen y trabajan en la frontera de lo que es posible, hay una sobrerrepresentación de eso. Ellos le dicen a esa zona la Atenas de Norteamérica, por la concentración de universidades que hay en pocos kilómetros. El rector de la UCU siempre lo dice: la mejor manera de lograr las cosas es rodearte de personas que realmente te desafíen intelectualmente y a nivel de habilidades.

Le gusta mucho leer libros que le enseñen cosas productivas. ¿Qué libro recomendaría?

Ahora estoy leyendo uno que se llama Platón y el nerd, de (Edward) Ashford, que habla de la relación sinérgica entre la tecnología y el ser humano. Explica un montón de cosas y da tranquilidad sobre muchos aspectos de la inteligencia artificial. Estando en Boston multipliqué la cantidad de libros que leo por semana. Nunca pensé que pudiera leer tanto, pero la dinámica de la maestría te llevaba a leer tres libros por semana. Hoy me pasa que leo varios a la vez, entonces, también estoy leyendo Educación­ en la era de la inteligencia artificial, de Charles Fadel. Mi hija mayor se ríe porque tengo un libro en la mesa de luz, otro en el comedor, otro en el living.

¿Ayuda a sus hijas a hacer los deberes?

Sí, con esto del tiempo completo tienen pocos deberes. Ellas se sienten muy orgullosas de mostrarnos lo que hacen y para nosotros eso es muy importante. En casa, no se dice “no puedo”, se dice “no pude”. Es importante porque las palabras estructuran el pensamiento, es un factor tremendo en el aprendizaje. A mí me gusta explorar hasta dónde pueden llegar. Tengo el convencimiento de que muchas veces subestimamos a los niños. Los niños son niños, no son tontos. Lo único que tienen es una configuración mental distinta a la que tiene un adulto, pero su mente es hiperpoderosa.

Su tarea asignada en su casa es hacer el pan. ¿Tiene una receta tradicional de la familia?

No, empecé haciendo pizza los viernes, después focaccia y les encantaba. Luego empecé a hacer el pan los fines de semana para que durara para toda la semana. Eso nos ha generado algún problema, porque las nenas están un poquito malcriadas y dicen que solo les gusta el pan de papá.

Le gusta cocinar. Me gusta mucho cocinar. El tema es que mi esposa es tremenda cocinera, entonces no compito. Pero me gusta hacer comidas de olla, carnes, me gusta experimentar. Con mis hijas, me gusta hacer tallarines y ñoquis. Antes, con mi esposa hacíamos ñoquis todos los 29 para toda la familia, pero después con las tres nenas esa tradición se complicó.

Una de sus pasiones es acampar. ¿Desde cuándo acampa?

Desde que soy recién nacido. Mi padre cuenta que una noche empezó a llover muy fuerte y nosotros estábamos acampando en una carpa Capri, con dos cuartos, que se cerraban con cierre. Yo era muy chiquito y dormía en uno de ellos con mis hermanos mayores. Parece que entró tanta agua que yo flotaba arriba del colchón. Para mí, la experiencia de campamento es una experiencia fuertísima antropológicamente. El tener estas experiencias, donde vos te tenés que proveer de las cosas desde cero te va haciendo humilde respecto a cuánto cuesta conseguir las cosas.

¿Practica algún deporte?

Me gusta mucho el fútbol, pero después de los 40 se me ha complicado tener continuidad porque me rompo más. Entonces, estoy tratando de encontrar mi nuevo deporte. Me gusta nadar, salir a caminar. Correr no me gusta tanto, pero lo hago.