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Luces y sombras de Anna Wintour, la emperatriz de la moda que renunció a su cargo en Vogue tras 37 años

Tan admirada como temida, la ejecutiva deja el rol de editora jefa de la publicación de Estados Unidos, desde donde moldeó el gusto de generaciones, transformó sus portadas en las más codiciadas por celebridades y se convirtió en ícono de la cultura y la moda

Editora de Galería

Se anuncia como el fin de una era: Anna Wintour renunció a su rol como editora jefa de Vogue Estados Unidos.

Por un lado, que a los 75 años decida soltar las riendas de la edición diaria de la revista en todas sus plataformas, después de 37 años, no debería —en teoría— sorprender a nadie. Por el otro, la decisión sacudió al mundo de la moda, el periodismo, la cultura y el entretenimiento, lo que da cuenta de su inmensa influencia.

Wintour, tal vez consciente de la magnitud que se le daría, trató de poner paños fríos y quitar dramatismo al asunto de entrada: básicamente, dijo que su renuncia está lejos de asemejarse a una jubilación. Son cosas muy distintas. “Cualquiera que trabaje en un campo creativo sabe lo esencial que es no dejar nunca de crecer en el propio trabajo”, dijo al personal de Vogue este jueves, tras informar de su decisión al equipo el día anterior. Por “crecer” se refiere al lugar que ocupará de ahora en más, que se centrará en la supervisión global de las ediciones de la revista en sus diferentes mercados.

Hasta ahora, Wintour venía tomando decisiones diarias sobre el contenido, las portadas, el liderazgo del equipo, además de colaborar con las estrategias empresariales de cada edición, entre tantas otras tareas inherentes al cargo. Además, en los últimos años la empresa de medios Condé Nast, de la que Vogue forma parte, le concedió muchos otros roles: en 2020 la designó como directora de contenidos y como directora editorial global de Vogue, lo que la llevó a supervisar no solo todas las ediciones internacionales de esa marca, sino otras 13 publicaciones de la cadena como Wired, Vanity Fair, GQ, AD, Glamour, Teen Vogue, entre otras.

Aún con sus responsabilidades multiplicadas como directora editorial y también organizadora de la Met Gala, Wintour siguió levantándose a las 5 de la mañana para jugar al tenis, peinar su singular melena bob, maquillarse, ponerse los infaltables lentes de sol Chanel y llegar a las 8 am a las oficinas de Vogue ubicadas en el One World Trade Center de Nueva York, lista para empezar la jornada laboral, repleta de llamadas, reuniones y otros eventos en los que rara vez permanece más de 20 minutos.

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Anna Wintour a su llegada a la Met Gala 2025

Anna Wintour a su llegada a la Met Gala 2025

Dar este paso al costado no fue una decisión fácil y mucho menos impulsiva. Detrás de ella hay una intención de llevar a cabo una transición ordenada, con el fin de preservar el legado de Wintour en Vogue y poner en marcha, al mismo tiempo, una nueva dirección para la edición estadounidense. Salirse del engranaje diario le permitirá entonces enfocarse en sus otros roles, y asumir una mirada más amplia sin perder su rol creativo.

Al momento de informar su renuncia, la ejecutiva también dijo que así como al convertirse en editora estaba ansiosa por demostrar que “había una nueva y emocionante forma de imaginar una revista de moda americana”, ahora encuentra su mayor placer en “ayudar a la próxima generación de editores apasionados a irrumpir en el campo con sus propias ideas, apoyados por una visión nueva y emocionante de lo que puede ser una gran empresa de medios de comunicación”.

Su cargo de editora jefa será reemplazado por el de director de contenido editorial de Vogue Estados Unidos, quien se encargará de gestionar las operaciones cotidianas bajo la supervisión de la ejecutiva, puesto para el que la propia Wintour, junto al equipo, saldrá a buscar a la candidata (o candidato) ideal.

Nacida para ser jefa

La carrera de Anna Wintour no terminó. No solo es y seguirá siendo la persona más poderosa de Vogue, sino que continuará siendo la cara de Vogue. Y ninguno de estos méritos fue fortuito. Pero antes de su era de visible talento, ascensos y reconocimiento mundial hubo una Anna Wintour insurgente; una joven que, si venían con la bola de cristal a contarle todo lo que lograría unas décadas después, no lo hubiera creído.

Británica, hija de Eleanor Trego Baker, heredera de la fortuna de su padre, catedrático de derecho en Harvard, y de Charles Wintour, quien fue editor del periódico londinense Evening Standard, de adolescente se obsesionó por la moda, al punto de pasar horas pensando qué se iba a poner, incluso si era para acompañar a un grupo de amigos a una manifestación contra la guerra de Vietnam en la Grosvenor Square de Londres. Su padre ha dicho abiertamente que no conoció a una persona menos interesada en la política que su hija, algo que fue cambiando con el tiempo, ya que el poderío llevó a Wintour a involucrarse cada vez más en temas políticos (se rumoreó que si Hillary Clinton ganaba las elecciones en 2016, ella sería la embajadora de Estados Unidos en Reino Unido).

Rápidamente se dio cuenta de que la educación formal y tradicional no era lo suyo. Tomó la decisión consciente de no ir a la universidad y, en su lugar, hizo su primera incursión en la moda al trabajar como vendedora en la icónica boutique de moda alternativa de Londres llamada Biba. No necesitaba la plata; lo hacía por pura vocación. Algunas de sus biografías no autorizadas, como Anna, de Amy Odell, revelan que Wintour fue despedida de este trabajo junto a otras trabajadoras por sospecha de “pequeños hurtos”. Se aclara, no obstante, que Wintour en realidad no robaba en el sentido literal de la palabra, sino que tomaba prestadas algunas prendas sin permiso. Se dice, también, que de adolescente salía con hombres mayores con prestigio. Un ejemplo de esto es la relación que mantuvo con el novelista Piers Paul Read, cuando ella tenía 15 y él, 24.

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Anna Wintour en 2003

Anna Wintour en 2003

Gracias a su padre, con 19 años consiguió una pasantía en Harper’s & Queen (actual Harper’s Bazaar UK), donde empezó como asistente de moda y se quedó como asistente editorial, roles con los que empezó oficialmente su carrera en la moda. Desde ese primer trabajo manifestaba a sus compañeros sin ningún tipo de modestia que quería ser editora de Vogue, y empezó a manifestar su perfeccionismo y su ambición, una personalidad que la llevaba a no soportar la indecisión y la ignorancia, y a tener acaloradas discusiones con sus colegas. Quien fue su jefe contó que su ambición “debió de consumirle el corazón”, que “la moda era su mundo absoluto” y sin dudas sabía más que todos en la revista. Confesó, también, que por eso mismo nadie sabía claramente cómo lidiar con ella, y que tampoco ella sabía tener un jefe. De ahí se mudó a Nueva York, donde consiguió un puesto como editora de moda en Harper’s Bazaar. Pero las fricciones con el equipo se repitieron y desembocaron en un despido a los nueve meses. “Me despidieron de Harper’s Bazaar porque no encajaba. Recuerdo que mis compañeros estaban atónitos”, contó en una charla durante Women in Journalism (Mujeres en Periodismo), un encuentro de mujeres periodistas realizado en Londres en 2017. Según ella, su editor en jefe consideraba que Wintour era “muy europea”. “En ese momento no entendía a qué se refería, pero en retrospectiva creo que significaba que era obstinada, que no obedecía sus órdenes e ignoraba por completo la necesidad de mi editor de aparecer en los créditos. Para él, yo no era comercial ni profesional”, confesó. Lo que terminó de enfurecer a su jefe fue cuando llevó adelante una sesión de fotos de las colecciones de París con modelos “rastafaris”, “un concepto que debió de adelantarse a su tiempo”.

La pausa laboral tras la seguidilla de malas experiencias y despidos la llevó a reflexionar. “Les recomiendo a todos ser despedidos, es una gran experiencia de aprendizaje”, dijo en el mismo encuentro de mujeres periodistas.

Temida y admirada

En efecto, Wintour era una adelantada a su tiempo, y el mundo entero empezó a notarlo desde su primera publicación como editora jefa de Vogue. La portada mostraba a la modelo israelí Michaela Bercu caminando relajada por la calle y vistiendo unos jeans de 50 dólares. Nada de aquellos calculadísimos primeros planos, cargado maquillaje, joyas y estética elegante típica de las portadas de Vogue en esa época. Fue la primera vez que un vaquero apareció en una tapa de la revista, contrastando con un suéter de 10.000 dólares de Christian Lacroix. “Su pelo ondeaba sobre su rostro, parecía fácil, casual, y ese era el punto (...) Al mirar esa imagen sentí los vientos de cambio. Y no se le puede pedir más a una imagen de portada que eso”.

Wintour entró a Vogue como la primera directora creativa, un puesto de consignas poco claras en el que se sentía un poco más libre de tomar ciertas atribuciones sin generar roces, aunque también los hubo.

Pero fue al poco tiempo de asumir su primer rol como editora que se ganó rápidamente el apodo de “Wintour Nuclear”, debido al estricto control que ejercía, nunca antes visto por los trabajadores. Una Anna Wintour en su máximo esplendor que desde que asumió un puesto de liderazgo empezó a hacer cambios y más cambios, tanto en el personal como en el estilo de la revista.

“Hay un nuevo tipo de mujer. A ella le interesan los negocios y el dinero. Ya no tiene tiempo para comprar. Quiere saber qué, por qué, dónde y cómo” “Hay un nuevo tipo de mujer. A ella le interesan los negocios y el dinero. Ya no tiene tiempo para comprar. Quiere saber qué, por qué, dónde y cómo”

Ser la jefa temida no fue en absoluto un obstáculo para Wintour en términos de conexiones románticas, a las que trató de mantener siempre lejos de las cámaras. Estuvo durante 15 años casada con el psiquiatra David Shaffer, con quien tuvo dos hijos, Bee y Charles. Luego estuvo en pareja por 20 años con Shelby Bryan, un magnate de Texas, de quien se separó en 2020. En los últimos años se la empezó a vincular con el actor británico Bill Nighy, con quien apareció en la Met Gala en 2023 y en otra cantidad de ceremonias. Aunque no salieron a desmentir ningún rumor —¿deberían?— lo que se sabe es que Wintour y Nighy son amigos desde hace más de 20 años. Como en todo en su vida, Wintour ha mantenido sus vínculos sentimentales con la misma discreción y control con los que maneja Vogue: sin escándalos, sin explicaciones, y siempre al mando.

Sin dudas, su impronta comparada con la energía nuclear impulsó su carrera laboral. Fue ese ímpetu que muchos trabajadores criticaban lo que posiblemente llevó a las oficinas de Vogue en Nueva York a pensar en Wintour cuando encontraron que la publicación estadonidense podía verse estancada bajo el mando de Grace Mirabella. Y la fueron a buscar.

Wintour fomentó las portadas con personajes que no fueran modelos, como actrices, músicos y activistas; puso al primer hombre en una tapa de Vogue, que fue Richard Gere junto a Cindy Crawford, su entonces pareja; introdujo el concepto de high-low fashion, para mezclar prendas de diseñador con otras más accesibles; se enfocó en el estilo de vida como un espejo de la moda, pasando de una revista elitista y utilitaria a publicaciones más audaces e inspiradoras. “Hay un nuevo tipo de mujer. A ella le interesan los negocios y el dinero. Ya no tiene tiempo para comprar. Quiere saber qué, por qué, dónde y cómo”, dijo al Evening Standard.

Emperatriz de la moda

Con Wintour a la cabeza, Vogue se convirtió en un ícono urbano y cultural, lo que también se vio reflejado en su circulación, ya que hasta 1988 se vendían unos 1,2 millones de ejemplares mensuales, y bajo su dirección la cifra aumentó a 1,6 millones solo en Estados Unidos. Sus portadas se convirtieron en las más codiciadas por estrellas de todo tipo. El reconocimiento de Wintour creció a la par, pero alcanzó un pico abrupto con el estreno de la película El diablo viste a la moda. La novela en la que se basa la película está a su vez basada en la experiencia de la escritora, Lauren Weisberger, como asistente personal de Anna Wintour en Vogue. Ni más ni menos que Meryl Streep encarnó a Miranda Priestly, un personaje que pese al nombre ficticio y a no llevar la melena bob, nadie niega que es un fiel retrato —al estilo Hollywood— de quien ya era catalogada como emperatriz de la moda. Miranda es una jefa tan temida como admirada, fría, glamorosa y extremadamente exigente y controladora, características que coinciden con las de la biografía no autorizada de Amy Odell, quien la describe como distante, de actitud generalmente inexpresiva, capaz de rechazar una idea con una ceja apenas levantada o de aprobar artículos en absoluto silencio.

Lejos de sentirse ofendida, Wintour asistió al estreno de la película vistiendo Prada, describió a la película como “entretenida”. “Soy muy decidida, doy direcciones claras a las personas con las que trabajo y a veces, lamentablemente, ellos no escuchan las respuestas que les gustaría escuchar. Pero aprecio el maravilloso trabajo, a la gente creativa y talentosa. Pero lo que más aprecié de la película es que ayudó a mostrar el trabajo duro que hay detrás de una revista”, dijo en una entrevista en The Late Show, con David Letterman.

Temida o admirada, Wintour demostró el poder que puede tener una revista a la hora de moldear el gusto de las personas, impactar en los negocios y en la industria de la moda en general. Nadie niega que marcó una era, aunque ella prefiere no hablar en pasado y repetir que no se irá a ninguna parte. Mientras viva, todo indica que la moda seguirá girando a su alrededor.

La fiesta del año

Cuando en 1995 asumió el rol de presidenta del comité del Costume Institute del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (MET), Anna Wintour elevó la Met Gala, que pasó de ser una actividad benéfica más a convertirse en una de las alfombras rojas más influyentes del año, junto con los Premios Oscar. Se encargó de redefinir la gala en todo sentido, incorporando las temáticas como centro de la fiesta, concediendo entradas a invitados exclusivos (en lugar de habilitarlas para la compra, como antes), y hasta cambiando la ambientación y el menú.

Señas particulares

  • Lleva el mismo corte de pelo desde los 14 años.
  • A los 18 años, la echaron de su primer trabajo en una boutique por “robar”.
  • Una integrante del equipo de Vogue dijo que en la oficina comía salmón ahumado y huevos revueltos todos los días.
  • Rara vez se queda por más de 20 minutos en una fiesta.
  • Usa los tiempos de espera para pensar ideas y tomar notas. “Algunas de mis mejores ideas las obtengo en los desfiles”, confesó.