En su casa, ubicada en Malvín Norte, donde vive desde hace unos 30 años, Pablo Mieres espera con mate y un budín. Siempre tiene —o si no, prepara, él o su esposa— algo para recibir invitados. Ella se encarga de la cocina, él de la parrilla.
El candidato por el Partido Independiente, Pablo Mieres, dice que su mayor logro es tener a su familia unida y opina que los jóvenes son creativos y sensibles
En su casa, ubicada en Malvín Norte, donde vive desde hace unos 30 años, Pablo Mieres espera con mate y un budín. Siempre tiene —o si no, prepara, él o su esposa— algo para recibir invitados. Ella se encarga de la cocina, él de la parrilla.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáSi bien sus tres hijos ya no viven allí, su casa sigue siendo la sede de las reuniones familiares y cumpleaños. Antes recibían también a los “gurises” del barrio, a “la barra” de Federico, de Ignacio o de Verónica. Llegaron a festejar un cumpleaños con hasta 60 niños.
Eso era justamente lo que Pablo Mieres, candidato a la presidencia de la República por el Partido Independiente, quería cuando decidió mudarse con su familia desde el Centro a Malvín Norte: que tuvieran vida de barrio, que pudieran salir a jugar a la calle y hacerse amigos. Se define como un padre que casi siempre estuvo presente, aunque, por la actividad política que inició desde muy joven, le hubiese gustado estarlo más. Todavía comparte las vacaciones con sus hijos, entre asados y juegos de mesa. Le gusta ganar, pero no se enoja demasiado si pierde. Sí se enoja por otras cosas, y reconoce eso como su principal defecto. Si bien se muestra siempre como una persona tranquila y moderada, hay situaciones en las que se le “salta la térmica”. “Soy un tipo con carácter muy fuerte”, reconoce a Galería.
Desde el sillón del estar de su casa, Mieres recuerda su juventud militante, analiza su presente como padre y como político —dos de sus facetas más importantes—, proyecta su futuro y el de su país. Se muestra orgulloso de sus ideas y de sus decisiones pasadas. Con 65 años, todavía no piensa en su retiro. Se siente “activo, con vigor, con fuerza”. Reconoce, sin embargo, que él y su partido tienen el desafío de “ayudar a generar renovación”. Sobre el futuro de Uruguay, es, en general, optimista. Personalmente, le gustaría ser recordado como “alguien que vivió en función de valores y principios, que actuó con coherencia y con fidelidad”.
Estudió en el Colegio Inmaculada Concepción-Los Vascos y después en el Juan XXIII. Además, integró el Partido Demócrata Cristiano (PDC). ¿Mantiene viva su fe católica?
Sí, soy cristiano, creo en Dios. No soy activo, no voy a misa, pero sí tengo esa convicción.
¿Es de rezar?
De vez en cuando.
¿Hace psicoterapia?
No. Hice hace muchos años, cuando tenía 30 y algo. Tengo psicóloga a domicilio, mi mujer es psicóloga (ríe). No cumple ese rol, por supuesto. Pero sí creo en la psicoterapia, me parece que es muy importante. Entiendo que uno siempre tiene cosas para revisar, mejorar, resolver. Y hay momentos en la vida en que quizás, para tomar esas decisiones, el apoyo psicológico es importante.
¿Tiene alguna actividad que considere su vía de escape?
Ver fútbol. En particular, el campeonato uruguayo.
Es hincha de Nacional.
Sí, a muerte. Participé en la campaña para traer a Luis Suárez hace ya unos años. Además, desde niño siempre seguí a Nacional.
¿Quién le inculcó ese fanatismo?
Mi viejo. Él era socio vitalicio de Nacional, me llevó desde chico al estadio y estuve presente cada una de las veces en las que el club ganó un título internacional en Uruguay.
¿Se enoja mucho con las derrotas?
Me duelen; me bajonea un poco cuando a Nacional le va mal. Es increíble, pero es así. Yo lo siento mucho. El fútbol y la política son las dos pasiones que tengo.
¿Practica algún deporte o actividad física?
Empecé a hacer gimnasia hace un año y pico, casi dos, con un profe que viene a mi casa, con lo cual no tengo salida. De todas maneras, en este período de campaña estoy con un nivel de actividad mucho más bajo. La campaña choca con la posibilidad de tener esos tiempos...
¿Lleva un estilo de alimentación sana?
Trato. No es fácil cuando estoy de giras o recorridas. Es bastante difícil ahí mantener una dieta equilibrada. Pero trato de mantener cierto equilibrio y cuidarme en lo que puedo.
¿Quién cocina en su casa?
Mi mujer. Cocina muy bien, la verdad. Además, le encanta. Yo me encargo de la parrilla, eso sí. Sobre todo, cuando viene la familia o amigos. Mi especialidad es el pollo al limón. Eso es, de lo que hago, lo que me parece más rico. Después, colita de cuadril, picaña, matambrito de cerdo, chorizo, molleja —que les encanta a mis hijos— y todas esas cosas.
¿Le gusta recibir gente?
Sí, sí, lo hacemos con frecuencia.
¿Y quién hace las compras?
Nos dividimos. Durante mucho tiempo yo era el que hacía los mandados en el supermercado. Desde que empecé mi actividad, en el Ministerio de Trabajo primero, y ahora en campaña electoral, me es imposible. Ahora hacemos el pedido por internet y nos lo traen a domicilio. Cuando hay que hacer compras para complementar, las hago yo.
¿Sabe cuánto gastan por semana en promedio?
Más o menos... Porque vivimos nosotros dos solos, pero vienen con frecuencia nuestros hijos a comer, tanto el fin de semana como alguna noche entre semana. El promedio semanal es de unos 8.000 pesos de gasto en el supermercado, entre carnes, frutas, verduras y todos los insumos.
¿Qué destino suele elegir para vacacionar con su familia?
Desde hace muchos años, desde los 90, nuestro lugar de vacaciones es entre Playa Hermosa y Piriápolis, por ahí.
¿Alquilan algo?
Sí, sí. No tenemos casa afuera.
En vacaciones con sus hijos disfrutan de compartir juegos de mesa como el Trivia o el Catán. ¿Se considera una persona competitiva?
Bastante. No exagerado, pero uno cuando juega quiere ganar y hay que jugar a ganar, eso es parte del encanto del juego, que haya una competencia.
¿Es de enojarse cuando pierde?
No, no, para nada. Trato de ganar, no me gusta hacer trampa tampoco, pero es un juego.
¿Cuáles reconoce como sus principales defectos?
Más allá de que tengo un temperamento tranquilo, y lo que aparece públicamente, en general, es bastante moderado o cuidadoso, hay momentos en los que se me salta la térmica. Ahí exploto. Y ahí sí tengo momentos de enojo, de calentura. Los trato de manejar, de controlar, pero a veces salto. Soy un tipo con carácter muy fuerte.
¿Y sus virtudes?
Tengo una gran capacidad de trabajo, es real. A pesar del tiempo transcurrido, la edad y todo, eso sigue siendo algo muy fuerte.
¿Cómo se define como padre?
Por un lado, como un padre que ha estado siempre, que adora a sus hijos y que trata de estar permanentemente al tanto de lo que les pasa. Pero, por otro, como resultado de mi actividad política, que es de toda la vida, siempre tengo la sensación de que debí haber estado más. Ellos cuando yo digo esto dicen: “No, te equivocás, siempre te sentimos próximo”; pero la vida de un político es una vida con muchos compromisos que llevan a tener que irse para afuera, recorrer el país, salir del país. He viajado mucho por cuestiones laborales vinculadas a la política. También por mi actividad académica y otras cosas, pero en épocas en las que ellos eran más chicos. Sí siento que, si tuviera que rehacer mi vida, le buscaría la vuelta para haber estado un poco más.
Nació y pasó la primera parte de su vida en el Centro, ¿por qué decidieron con su mujer mudarse a Malvín Norte, donde criaron a sus hijos y donde viven en la actualidad?
Siempre sentí que en mi vida de niño me había faltado barrio. Eso no quiere decir que no haya vivido muy feliz, pero, en realidad, nosotros no podíamos jugar en la calle porque vivíamos sobre Mercedes, que es una calle muy transitada. Siempre dije: “Cuando tenga hijos voy a vivir en un lugar donde ellos tengan barrio”. Construimos la casa y nos mudamos cuando ya ellos eran niños, y tuvimos la suerte de que había muchos otros chicos de su edad en la cuadra, en la esquina, a la vuelta. Por suerte pude darles eso que yo quería que tuvieran. En los cumpleaños venían todos, a veces entraban hasta 60 personas. Ahora que pasó el tiempo lo analizo y digo “¡Qué bueno!”. Qué bueno que los gurises pudieran sentir esta como su casa y traer a sus amigos.
¿Les tocó vivir situaciones de inseguridad?
Sí, sí. Este barrio está al norte de avenida Italia, y hemos tenido todo tipo de situaciones; desde el robo de la garrafa hasta el ingreso a la vivienda en más de una oportunidad. La mayoría de las veces no estando nosotros, pero también una vez estando nosotros durmiendo arriba. Entraron y ahí tuvimos una suerte increíble porque mi hija volvía de una fiesta de madrugada, abrió la puerta y se ve que los que habían entrado —que habían roto la puerta de atrás, de la cocina— al escucharla, se fueron. Ella no los vio, pero se encontró con la reja arrancada y la puerta abierta, se pegó un susto bárbaro. Cada vez que pasó algo fuimos agregando medidas de seguridad. Tenemos cerca eléctrica, alarma, rejas, todo lo que te imagines. Ahora hace tiempo que no tenemos de esos episodios, ¡crucemos los dedos!
¿Sus hijos fueron a escuela pública o colegio privado?
Colegio privado. Fueron al Gabriela Mistral —igual que su madre— en escuela y liceo, y después, en el segundo ciclo de secundaria, al Juan XXIII, igual que yo.
¿Por qué no educación pública?
En el momento en que nosotros teníamos que tomar la decisión, nos parecía que los problemas que tenía la educación pública llevaban a que fuera mejor, si podíamos, mandarlos a la educación privada.
¿Alguno de sus hijos lo acompañó alguna vez en su actividad política?
Ninguno se ha dedicado a la política. Sí están muy atentos y preocupados cuando llegan los tiempos, sobre todo, de campaña electoral. Pero todo el tiempo opinan, conversamos de política. Con mi mujer también, por supuesto. Además, aportan cada uno desde su mirada. Por ejemplo, mi hijo mayor, Federico, que es músico, ha hecho los jingles de campaña del partido en varias oportunidades; este año también. Verónica, la menor, se formó en Comunicación al igual que Federico, y también sugiere permanentemente ideas. Y Nacho, el del medio, que es contador y trabaja en un banco, también opina y está siempre muy al tanto de las noticias. Están todos en la vuelta, pero ninguno optó por el camino de la vocación política.
¿Qué opina sobre la frase popular de que “la juventud está perdida”?
Nada que ver, no estoy de acuerdo con eso. Cada generación es distinta y trae lo suyo. Por supuesto que la generación actual de jóvenes no es en absoluto políticocéntrica. La mía, sí. Probablemente porque nosotros nacimos a la vida adolescente y juvenil en dictadura, entonces lo político era central, era volver a la democracia, volver a las libertades, a los derechos humanos. Era una época, además, muy politizada. Después vinieron otras generaciones que tuvieron menos énfasis en lo político. La de los jóvenes actuales es una generación muy marcada por la pluralidad inconmensurable de ofertas en materia de información y de comunicación, y también por lo instantáneo, por lo inmediato, por lo que tiene que ser ya. También por intercambiar sobre cuestiones vinculadas a la vida más privada o menos pública. El énfasis en lo público ha caído mucho en las generaciones más jóvenes. Eso no necesariamente es malo, son énfasis distintos. Son creativos, tienen su sensibilidad. También son mucho más móviles, están acostumbrados a cambiar. Las generaciones como la mía, y las anteriores ni hablar, eran mucho más estables en cuanto a las instituciones laborales, educativas, a su inserción en la sociedad. Pero perdida, nada. Si alguien dice eso es porque está viejo.
¿Cómo se lleva usted con las redes sociales y la importancia de la inmediatez en la época actual?
La remo. Trato de estar al día. Manejo bien el Twitter, pero con las otras redes me cuesta entender las dinámicas, los mecanismos y los funcionamientos. Es claro que los jóvenes nos enseñan a nosotros en ese plano. Entro en las redes, me vinculo. Ahora en la campaña electoral tenemos uncommunity manager que es un muchacho joven que maneja muy bien todo eso. A cada lugar al que va produce contenidos, filma, sube. Yo no lo podría hacer. Pero hago un esfuerzo, porque el mundo se mueve, y si uno quiere estar vigente, y sobre todo si quiere representar a otros ciudadanos, tiene que ponerse al día y mantenerse con las antenas paradas.
En su página web menciona como logros su formación académica y algunos cargos anteriores. En lo personal o familiar, ¿qué logros se reconoce?
El mayor, sin duda, es haber formado una familia en la que podemos sentirnos muy intensamente integrados y que vivimos con mucho amor, respaldándonos recíprocamente. Estoy hablando de mi mujer, con quien llevamos 41 años de casados y tres más de novios, vamos a llegar a 45 dentro de pocos meses, si sumamos esos dos períodos. Y nuestros tres hijos. También sus parejas, hoy en la familia somos ocho, y eso está buenísimo. Nos encontramos los ocho y podemos disfrutar, divertirnos. Poder tener todavía, a pesar del crecimiento de cada uno, vacaciones en común, está muy bueno. Ese es el mayor logro.
Por otro lado, siempre fui fiel a mis ideas y tomé decisiones que puedo defender. Sentí siempre un compromiso con lo político. Lo dije una vez hace muchísimos años y cada tanto lo repito: en la política hay que acordarse siempre cuál fue el motivo inicial por el que uno entró en esto. La política tiene muchas vueltas, muchos riesgos, tentaciones. Al final, uno entró para que la gente viva mejor y para que la sociedad sea mejor. Cada tanto hay que recordar eso para evitar marearse. Decir: “Acá estamos para que la sociedad uruguaya sea mejor y para que los que la pasan mal mejoren sus condiciones y su calidad de vida”. Ese es el compromiso real del político. En todas las vueltas que he dado —llevo más de 40 años en la política— he sido fiel a eso.
¿Tiene algún mentor o figura pública a la que admire?
Sin duda, una figura de referencia fue Juan Pablo Terra. Entré a la política por el PDC (Partido Demócrata Cristiano), la juventud de la democracia cristiana, y el líder era Juan Pablo. Era un tipo muy completo, una persona con una vocación política muy profunda. Pero, a la vez, también era un arquitecto y un investigador en ciencias sociales. Yo me identifiqué mucho con él, a pesar de que en algún momento tuve diferencias políticas sobre los caminos a seguir. Hoy para mí es un referente, porque además era un tipo muy coherente, se quedó durante la dictadura, la pasó mal, tenía muchos hijos. Podría haberse ido al exilio y haber tenido cargos internacionales, porque tenía una formación académica de primer nivel. Sin embargo, se quedó en el país durante toda la dictadura. Una persona admirable, con un gran compromiso con el país. Él murió mucho antes de que el Partido Independiente existiera. Estaba en el PDC cuando falleció, pero el PDC ya no estaba en el Frente Amplio, ya se había ido, y él era uno de los principales convencidos de que esa experiencia ya no era compartible. Entonces se fue, cofundó el Nuevo Espacio con Hugo Batalla, que es otro referente al que le tengo enorme aprecio.
Hoy, con 65 años, ¿piensa en su retiro?
Por ahora me siento muy activo, con vigor, con fuerza. Físicamente no es lo mismo que, incluso, hace cinco o 10 años, en las campañas electorales anteriores. Me canso más. Pero, desde el punto de vista intelectual y afectivo, estoy muy firme. Lo que sí uno tiene que hacer es ayudar a crear renovación. Ese es un asunto que el Partido Independiente y yo tenemos que asumir.
¿Cómo se imagina a Uruguay dentro de 20 años?
Primero, hay que cuidar todo lo que tenemos. Uruguay hoy es un país ejemplo en el mundo, y en América Latina ni que hablar, de estabilidad democrática, económica, de reglas de juego claras. Un país capaz de atraer inversiones de otras partes del mundo y un país con un sentimiento sobre lo importante del valor de la igualdad y de la justicia. Un país que ha desarrollado un sistema de bienestar que tiene defectos, carencias, problemas, pero que, en términos comparados, califica bastante bien —salvo en algunos indicadores— en el mundo. Me lo imagino manteniendo estas características, pero aumentando la capacidad de darles a todos una vida mejor. Y ese es el gran desafío. Me lo imagino también revirtiendo ciertas tendencias a la reducción poblacional, probablemente por llegada de gente.
¿Migración?
Sí. A mí me parece que está bueno, siempre fui partidario de eso. Antes no venían, pero ahora sí, y bienvenidos sean. Está bueno que venga gente de afuera que nos desafía a una sociedad más heterogénea, más plural, más diversa. Me imagino a Uruguay como un país de bienestar. Eso sí, me gustaría que tuviéramos mayor capacidad de crecer. Uruguay es un país al que le cuesta desarrollar el crecimiento de la economía. Tenemos tasas de crecimiento muy bajas y ahí hay un gran desafío.
¿Cómo le gustaría ser recordado?
Como alguien que vivió en función de valores y principios, que actuó con coherencia y con fidelidad. Y que hayan quedado en el recuerdo algunas cosas que tratamos de hacer, vinculadas con mejorar las condiciones de vida de la gente. Particularmente, de los más humildes.