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Al comienzo de la película las placas de información nos cuentan que en el año 2000, el violonchelista franco-estadounidense Yo-Yo Ma lanzó el proyecto Ruta de la Seda con músicos de distintos países y que desde entonces el conjunto grabó seis álbumes, recorrió 33 países y actuó ante dos millones de personas. Acto seguido la cámara enfoca el living de una vivienda, en el que luego de algunos segundos ingresa por un costado Yo-Yo Ma (París, 1955), se presenta él, nos presenta a su violonchelo y nos pregunta si alguna vez habíamos visto uno. Es un comienzo si se quiere algo ingenuo y juguetón, tratándose como se trata de una celebridad mundial del instrumento que no necesita presentación.
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Acto seguido, en una plazoleta de Estambul al borde del mar, comienzan a juntarse unos músicos, con una mezcla de instrumentos folclóricos y clásicos, que tocan animadamente una melodía híbrida, ecléctica, con un ritmo avasallante y una alegría que les brota desde los poros y desde los instrumentos. El momento musical raro, distinto, es también explosivo.
Así empieza The Music of Strangers (EE.UU., 2015), que puede verse en Netflix y está dirigida por Morgan Neville, un realizador que se ha especializado en documentales sobre músicos como Muddy Waters y Johnny Cash, que además dirigió A 20 pasos de la fama, sobre diversos músicos, con el que ganó el Oscar al mejor documental en 2014, y que en 2015 codirigió con Robert Gordon el notable documental The Best of Enemies, sobre el célebre enfrentamiento televisivo en los años 60 entre los intelectuales William Buckley Jr. y Gore Vidal, oportunamente comentado en esta página. Ambos documentales también pueden verse en Netflix.
La Ruta de la Seda nace de la inquietud de Yo-Yo Ma de quebrar su rutina de músico clásico con un repertorio acotado, para iniciar la búsqueda de intersecciones o cruzamientos culturales con músicos de otras culturas. Así reúne a un grupo que tiene como personalidades destacadas a Kynan Azmeh, (Siria) en clarinete, Wu Man (China) en pipa, Kayhan Kalhor (Irán) en kamanché y Cristina Pato (España) en gaita. A los músicos muchas veces se une el artista plástico Kevork Mourad (Siria), que improvisa sobre el piso un dibujo en carbonilla mientras escucha los sonidos del conjunto.
La película repasa las peripecias individuales, donde sobresalen las tragedias de la Revolución iraní, la guerra con Irak, la guerra civil siria o la Revolución Cultural de Mao. Estos hechos fueron determinantes para que los músicos persas, sirios o chinos que integran el conjunto, abandonaran en su momento sus respectivos países, expulsados por la violencia o la asfixia cultural, y terminaran recalando en los Estados Unidos, donde pudieron estudiar y abrirse paso.
Así, la gaitera gallega Cristina Pato, a quien se la conoce como la Jimi Hendrix de la gaita, cuenta cómo al llegar a los EE.UU. tuvo al principio que adaptarse para poder subsistir y abandonar por un tiempo su instrumento y cultivar el piano como acompañante de cantantes. Casi todos relatan cómo tuvieron que ganarse la vida como mozos en restaurantes o conduciendo taxis.
El taller inicial comienza en julio de 2000 en Tanglewood, Massachussets. Allí nadie hablaba perfecto inglés, chino o persa, pero todos se entendieron a través de la música. Esa conexión por los sonidos armónicos entre seres humanos de culturas tan distintas, parecía un milagro, milagro que apenas un año después, en setiembre de 2001, se vio amenazado por el atentado a las Torres Gemelas. Allí surgen las dudas, los miedos. Pero como bien lo dice un entrevistado: “La paradoja es que cuando tratan de matar al espíritu humano, la respuesta del espíritu es la creación de belleza. La cultura no tiene límites”. Y no puede ser más feliz como ilustración musical de estas reflexiones un breve y estremecedor pasaje para violonchelo y piano del Cuarteto para el fin de los tiempos, del francés Olivier Messiaen, porque el compositor lo escribió y estrenó en un campo de concentración después de haber caído prisionero de los nazis.
Este abrazarse al arte —la música en este caso— como forma de comunicación con el otro, como conservación y enriquecimiento de la tradición de cada cultura, como salvación del espíritu, es el leit motiv que recorre el documental, porque naturalmente lo es también el que inspira el proyecto la Ruta de la Seda. Quizás sea el iraní Kayhan Kalhor el que con más frescura y profundidad exprese esta idea de la cultura por encima de lo político cuando, después de contarnos que un misil destruyó su casa y mató a sus padres, a sus dos hermanos y a su íntimo amigo, concluye: “No sé quién escribe el guion de las revoluciones, porque son todas tan parecidas… todas causan el mismo daño a la gente. Nosotros no somos nuestras identidades políticas. Somos una cultura. Lo que permanece es la cultura; nadie se acuerda de quién era el rey en la época de Beethoven”.