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Cinco destinos alternativos en la costa de Rocha, entre puentes colgantes y playas desiertas

Desde una reserva de tortugas marinas hasta una travesía por arenas desiertas e historia fascinante, existen varios lugares de ecoturismo por fuera del circuito convencional en los últimos kilómetros de la costa este

Editora de Galería

Hay una sensación común en muchos turistas que llegan a Rocha: describen algunas de sus playas como vírgenes, aunque realmente no lo sean, y se creen descubridores de áreas que en realidad ya tienen un nombre y mucha investigación por detrás. “Más de una vez, en expediciones, los turistas comentan que Rocha aún es virgen, que todavía hay cosas por descubrir”, señala Daniel Fernández Nieves, guía de turismo y diseñador de itinerarios, oriundo de este departamento.

Por su ritmo lento, por su cultura que valora y respeta la naturaleza y por el apego a ciertos balnearios que invitan a repetir cada verano la experiencia. Por muchas razones, Rocha tiene ese don de aún preservar rincones por fuera del circuito turístico tradicional. ¿Sabrán quienes veranean hace 20 años en un mismo balneario que en La Coronilla hay una base científica que desde 1999 protege a las tortugas marinas en peligro? Y que si están dispuestos a caminar por playas desiertas se encontrarán con un naufragio de historia fascinante, a un par de kilómetros de una punta rocosa de 15 metros de altura, cubierta por vegetación, bautizada como Cerro Verde. Estas son algunas de las opciones de ecoturismo que ofrece este departamento.

Misión tortuga

Kilómetro 314. Al final de la calle principal de La Coronilla, a pocos metros del mar se ve la pintoresca construcción de madera y techo de quincho, nueva estructura de Karumbé (“tortuga”, en guaraní), una reserva de tortugas que se asentó en el mismo sitio en el verano de 1999 con nada más que un campamento, pero con una gran misión.

En 2024 Karumbé presentó un proyecto de ampliación de su parte de rehabilitación y, gracias a eso, comenzó a renovar su espacio, cuenta uno de los fundadores de la reserva, Alejandro Fallabrino.

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Es el día más caluroso en lo que va del año y al mediodía este centro está en plena actividad. “¿Conocen Karumbé?”, pregunta una de las trabajadoras a una pareja de turistas que entra. “No conocemos”, responden.

Enseguida se percibe la pasión que despierta este sereno y vulnerable animal entre los trabajadores, que son todos voluntarios. “Sí, acá no te queda otra (que hacerte fan de las tortugas)”, dice la zoóloga y coordinadora de Rehabilitación de Karumbé, Florencia David, que lleva un anillo y caravanas con forma de tortuga, mientras otras dos jóvenes hacen dibujos de estos animales en la entrada y otra de las trabajadoras lleva en su remera una estampa del reptil. Bajo esa red de voluntarios provenientes de todas partes del mundo, la base de la ONG se mantiene abierta de octubre a abril, periodo de mayor actividad de las tortugas. “Es cuando empiezan a salir del estado de letargo invernal; las que están enfermas empiezan a varar en la playa, y lo mismo con las que tienen epibiotas”. Las epibiotas, explica David, son esa mezcla de mejillones y algas que colonizan el caparazón de la tortuga. A veces esta acumulación sobre su espaldar pesa kilos, lo que dificulta su natación y puede provocar infecciones, entre otras cosas.

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En este momento hay 40 tortugas en la reserva. Un sector está dedicado a las de tierra y de agua dulce que fueron donadas luego de estar años en cautiverio como consecuencia del tráfico ilegal, ya que las tortugas no son animales domésticos; detrás de su tráfico como mascotas hay toda una problemática sanitaria, ética y legal, explica David. Tanto por haber estado en cautiverio como por no ser naturales de Uruguay —se trafican hasta especies de Estados Unidos—, este tipo de tortugas no se liberan, sino que una vez rehabilitadas son reubicadas en diferentes parques nacionales.

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En otro sector están las tortugas marinas, casi todas rescatadas por problemas de salud. Una de ellas tiene el hueso expuesto por infecciones; otra fue encontrada con un anzuelo en la aleta, mientras que una con la espalda deformada permanece “luchando” hace un tiempo contra una neumonía.

También hay lugar para unas pocas tortugas que son capturadas para estudiarlas. De esta forma se obtiene, por ejemplo, la cantidad de plástico que ingieren en el mar, entre otros datos. “Lo que se ve es que el gran porcentaje de las que están sanas están comiendo plástico”, comenta.

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La entrada a Karumbé es gratuita, y el centro se mantiene en funcionamiento no solo gracias a la red de voluntarios, sino también a las donaciones del visitante y a las ventas de la “tortutienda”.

Aventura sobre el canal

Un grupo de adolescentes se agarra de las barandas a las risas mientras el puente se sacude y balancea de un lado al otro. Minutos después, una señora intenta cruzar y, arrepentida, da marcha atrás a los pocos pasos. Son 75 metros de cruce del puente colgante de La Coronilla, que inauguró a fines de 2024 su versión renovada luego de que la anterior (mucho más rústica) fuera derrumbada tras una tormenta.

Este curioso puente fue una forma que los locales encontraron de sacar provecho al canal Andreoni, finalizado en 1985. Su construcción fue un suceso que generó gran descontento entre los locales, ya que hasta entonces La Coronilla gozaba del privilegio de ser uno de los principales destinos turísticos del país. El color de sus aguas cristalinas se vio alterado por el agua dulce proveniente del canal, y el turismo empezó a bajar radicalmente.

Hoy, con el impulso de nuevas generaciones, este balneario uruguayo está nuevamente cambiando de paradigma. “Hubo un cambio de mentalidad al dejar de ver al canal Andreoni como algo que nos perjudica, y entenderlo como un lugar que puede invitar al turista”.

Abrieron emprendimientos hoteleros sobre el canal, hay travesías nocturnas en kayak,y el puente colgante se sumó como un atractivo turístico más de este circuito.

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El puente colgante que cruza el canal Andreoni, renovado para esta temporada, mide 75 metros de largo y se ha convertido en uno de los atractivos del circuito turístico de La Coronilla

El puente colgante que cruza el canal Andreoni, renovado para esta temporada, mide 75 metros de largo y se ha convertido en uno de los atractivos del circuito turístico de La Coronilla

Más allá del movedizo pero divertido cruce, el puente construido en madera y fuertes tensores está rodeado por un paisaje muy diverso. De un lado está el canal Andreoni bordeado por grandes barrancas. Del otro, la desembocadura de esta vía fluvial en el océano, que en esta parte presenta un color amarronado (en contraste con el verde percibido hacia el horizonte) debido a la entrada de agua dulce.

Existen dos vías para llegar al puente. Unos 15 minutos de caminata por senderos desde el balneario La Coronilla o, en auto, se ingresa al camino de tierra hacia el puente desde la Ruta 9.

Un secreto bien guardado

Como guía turístico y diseñador de itinerarios, Daniel Fernández Nieves (@danifer.uy), oriundo de La Coronilla, escucha de forma recurrente a los turistas decir que en esta travesía se sienten aislados, en medio de la nada. Lejos de tratarse de un sentimiento carente de fundamento, Fernández asegura que la caminata desde el balneario rochense hacia el Cerro Verde es, al día de hoy, uno de los mayores secretos del país.

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Desde 2011 el Cerro Verde y las islas de La Coronilla forman parte de las áreas protegidas de Uruguay. Al impedirse el ingreso en camionetas 4 × 4, así como el camping y otras actividades, a este destino se llega solamente a pie, lo que lo convierte en una actividad ideal para los amantes de la caminata. Y la llegada al cerro, una punta rocosa de 15 metros de altura, se convierte en el broche de oro de una caminata por dos playas desérticas de arena blanca, que va de fina a más densa a medida que se avanza.

El camino desde La Coronilla —salvo que se quiera hacer desde Santa Teresa, aunque este es el más recomendable— empieza en el cruce del canal Andreoni hacia la punta de Las Piedritas, una histórica comunidad de pescadores de la que quedan solo dos pequeñas casas habitadas; una de ellas destinada al trabajo de la reserva Karumbé, que cuenta con una lancha (llamada Karumbita) utilizada para el monitoreo de la zona desde las islas. La otra es una casa destinada a la pesca artesanal. “Hasta hace un tiempo no muy lejano era una comunidad de pescadores”.

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Y entre las rocas destacan las ruinas de lo que una vez hace muchos años fue un muelle de pesca. “Ese pesquero fue la última intervención del Estado, que en los años 40 hizo un muelle de pesca en hormigón. En esa época, a fines del 50, La Coronilla es declarada por revistas internacionales de turismo el octavo pesquero deportivo de Sudamérica”, cuenta el guía, y menciona que en esta playa se encuentra el equinodermo (como se denomina a los animales marinos invertebrados, como la estrella de mar) conocido como “escudito de mar” o “dólar de arena” por su forma redondeada.

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Ruinas de lo que entre los años 1940 y 1950 fue un muelle de pesca y una comunidad de pescadores.

Ruinas de lo que entre los años 1940 y 1950 fue un muelle de pesca y una comunidad de pescadores.

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Ruinas de lo que entre los años 1940 y 1950 fue un muelle de pesca y una comunidad de pescadores

Ruinas de lo que entre los años 1940 y 1950 fue un muelle de pesca y una comunidad de pescadores

Pero antes de llegar a Las Piedritas y la comunidad de pescadores, en la orilla del mar emerge un naufragio, el del vapor Porteña, un barco de transporte de pasajeros que unía Montevideo con Buenos Aires, que fue secuestrado y encallado a propósito en el año 1873. Mientras cumplía con su servicio habitual, unos 50 revolucionarios argentinos armados, en apoyo al golpe político en Entre Ríos (Argentina), tomaron el control del vapor y tras permitir el desembarco de los pasajeros un día después, los revolucionarios se dirigieron al este con la idea de llegar a Brasil. Luego de ser perseguidos durante varios días, decidieron abandonar la embarcación, se dirigieron en botes hasta la costa y se fugaron. “Cuando era chico la gente iba a buscar tesoros. Hay muchas historias. Se dice que hay un violín de plata en ese vapor”, relata Fernández.

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En el muelle de Las Piedritas termina la primera etapa del camino. Luego de pasar esa punta, el panorama cambia por completo. Los siguientes dos kilómetros de caminata atraviesan una especie de cabo en el que se percibe el Cerro Verde al frente pero nada en dirección hacia La Coronilla. “En esa playa te sentís realmente aislado”, explica el guía turístico. La compañía en este lugar son las diferentes especies de animales, desde ballenas australes en el mar (dependiendo de la temporada) hasta venados saltando por las dunas.

La llegada al Cerro Verde puede generar distintas sensaciones, dependiendo de la predisposición o preparación del caminante. Si se conoce su historia, puede que se viva una “explosión sensorial”, explica Fernández. El Cerro Verde tiene una rica historia de actividades humanas. En el área se han recuperado materiales que muestran que fue habitado hace por lo menos 2.900 años. El cerro también fue considerado por las comunidades arachanas (pueblo indígena del siglo XVII) como “el templo de la vida”, cuenta Fernández. “Si agarrás cartas de navegación entre 1600 y 1700, en aquel momento se dibujaban las islas, el Cerro Verde y un camino hasta la laguna Negra al que le llamaban Camino del Indio. Ese camino existe y todavía se llama así”.

Sin conocer la historia, de todas formas, alcanza con llegar al cerro, sentarse en el mirador y deslumbrarse con el paisaje.

Hogar de capibaras

Los vemos en memes, en peluches, en útiles escolares, en mochilas, en accesorios. Los carpinchos, un animal que vive en bañados y montes de Uruguay, están en su pico de fama mundial. Como consecuencia de este fenómeno, niños y adolescentes uruguayos se refieren a estos animales como capibaras, su nombre internacional.

Qué mejor momento, entonces, para visitar un refugio silvestre dentro del parque Santa Teresa en el que estos pacíficos animales andan campantes durmiendo la siesta, nadando en alguna de las lagunas o simplemente deambulando entre la gente, al igual que otros animales, como pavos reales, conejos y ciervos (estos últimos se encontrarán en mayor o menor medida dependiendo de la época del año y afluencia de turistas).

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Aunque no están sueltos, allí también pueden verse reptiles y monos.

Si bien el objetivo inicial de la Pajarera, creada en 1930, era aclimatar aves y otras especies nativas en peligro de extinción para luego liberarlas en el parque, este destino se convirtió en un paseo para toda la familia, especialmente disfrutable para los niños.

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Tiene dos lagunas que se cruzan en puentes colgantes y pasarelas, y en donde pueden verse diferentes peces, además de tortugas y carpinchos.

Una Esmeralda

A muy pocos kilómetros de algunos de los balnearios más concurridos, como Cabo Polonio, Valizas y Punta del Diablo está la playa de La Esmeralda, otra de las joyas de Rocha menos conocidas por los veraneantes. Su avenida principal, Cruz del Sur, es una calle de tierra en la que no se ven más que casas y alguna posada. No hay a simple vista indicios de un aprovechamiento comercial de los pocos turistas que año a año llegan a descansar a este balneario alejado de todo el ruido pero envuelto por el sonido del mar.

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El camino principal conecta con la pasarela de madera que cruza una duna para bajar a la playa, que pese al calor de 30 grados de las cinco de la tarde permanece muy tranquila, a diferencia de otras playas cercanas que en el mismo momento están cubiertas por un manto de sombrillas. Estas pocas personas son, en su mayoría, familias con niños.

De arena fina y clara como el lino, no se percibe el límite de esta playa. Hacia un lado, habría que caminar unas tres o cuatro horas para llegar a Aguas Dulces (que está a unos 16 kilómetros). Hacia el otro, unas cinco horas para llegar a Punta del Diablo, ubicado a 22 kilómetros.

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Los más intrépidos suelen caminar siete kilómetros por la playa en dirección al balneario Vuelta de Palmar (en dirección al sur) para encontrarse con los restos de El Cocal, un barco encallado en 1969, que fue vendido a una empresa de buques brasileña muchos años después de haber servido a la marina estadounidense en la Segunda Guerra Mundial.

La naturaleza de Rocha y su costa oceánica es inagotable, y es posible que más allá del hogar de capibaras, los naufragios en medio de las travesías y los destinos que empiezan a abrirse al turismo, haya una gran cantidad de paisajes inexplorados e historias esperando ser contadas.