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El día que mi padre se volvió inmortal

¿Quiénes son nuestros padres? O ¿quiénes fueron? ¿Las personas que conocimos, las historias que contaban, lo que los demás nos cuentan de ellos?

Editora de Galería

Ayer casi llamo a mi padre. No tenía nada importante que decirle —preguntarle cómo estaba, decirle que no se quedara hasta tarde trabajando—, pero aun así… Después, me acordé.

Venía pensando en el vínculo padres-hijos como tema para esta newsletter desde hace tiempo, anotando películas, pensando en escribirla antes del Día del Padre. Venía pensándolo antes de todo, y ahora tiene más sentido que nunca.

Soy Patricia Mántaras, periodista y editora de Galería. Espero que esta nueva entrega de Películas para la vida te encuentre bien. Si seguís leyendo, al pie de la newsletter vas a encontrar una invitación exclusiva a una avant première, el miércoles 23 de julio. Como siempre, podés escribirme con comentarios o sugerencias a [email protected]. Estaré encantada de leerte y responderte.

Escribir con urgencia, sin pensar en la forma ni en la armonía del texto, recuerdos, frases, gestos: esto fue lo primero que hice después de que se fue. Todo lo que me vino a la memoria en ese impulso, cosas que tengo miedo de olvidar. Esas pequeñas piezas unidas, pensé, son mi padre. Con los días entendí que no. Que todo lo que yo pueda decir o recordar es solo una parte de él. Nosotras, su familia, éramos solo uno de sus mundos.

El otro día volví a mirar El gran pez (está en Max), la película de Tim Burton con la que no había conectado hasta ahora. En caso de que no la hayas visto, trata sobre un padre y un hijo distanciados. Un padre lleno de historias inverosímiles en las que siempre es el ganador, y un hijo que está cansado de escucharlas porque no las cree, porque se pregunta quién se esconde detrás.

“Mi padre habló de muchas cosas que nunca hizo, y estoy seguro de que hizo muchas cosas de las que nunca habló. Solo intento conciliar ambas cosas”, dice al principio de la narración Will Bloom, el hijo. Pero, ya al final, cuando el protagonista de las historias muere, tiene una revelación:

“Un hombre cuenta sus historias tantas veces que se convierte en sus historias. Ellas viven más que él, perduran, y de esa manera se vuelve inmortal”.

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El gran pez

El gran pez

¿Quiénes son nuestros padres?

Son como los veíamos cuando los mirábamos desde abajo, con ojos de admiración; son los que desidealizamos en la adolescencia; son los hombres imperfectos a quienes terminamos de conocer y entender en la adultez.

¿Quién es mi padre? Es la conjunción de las historias que contaba, las bromas que hacía, la forma en que escuchaba; las caídas y todas las veces que volvió a ponerse en pie. Es su optimismo, las ganas que le ponía a todo, las batallas que le tocó dar, y es la entrega, su cariño sobrio pero incondicional. La certeza de su presencia.

¿Quién es mi padre? Lo seguiré descubriendo cada vez que alguien me hable de él. Es como una segunda vida.

Hablemos de En busca de la felicidad. Si la viste (¿cuánto lloraste?), te acordarás de Will Smith como Christopher Gardner. Es una historia real y es a la vez el ejemplo perfecto del viaje del héroe. La lucha de este hombre solo (como la de muchas mujeres solas) con un hijo pequeño, desalojado, va de demoledora a esperanzadora en una secuencia que, sí, tiene final feliz. Pero para que llegue ese final pasan muchas cosas y entre tanto, lo vamos conociendo en la que es probablemente la etapa más adversa de su vida. Y su hijo, también.

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En busca de la felicidad

En busca de la felicidad

“Conocí a mi padre por primera vez a los 28 años”, dice Christopher en la voz que narra la película; “Decidí que, cuando tuviera hijos, ellos sabrían quién era su padre”. Y no se lo cuenta, se lo demuestra. La imagen de este hombre subiendo por las cuestas de San Francisco corriendo con sus enormes aparatos médicos (son densitómetros óseos portátiles, por si te da curiosidad), buscando desesperadamente un comprador; buscando a la vez un futuro con una voluntad inquebrantable; durmiendo en un baño público con su hijito en la falda, sujetando la puerta con el pie para que no entre nadie. Su espíritu para disfrazar esas situaciones de desamparo absoluto y que su hijo no las viva como traumáticas (¿se están acordando como yo de La vida es bella?). Su convicción para, pese a todo esto, seguirle hablando de sueños que pueden cumplirse: “Nunca dejes que nadie te diga que no puedes hacer algo. Ni siquiera yo. (...) Si tienes un sueño, tienes que protegerlo”.

Un abrazo a todos los padres que les dicen a sus hijos que pueden soñar.

Crecer, cuidar, peinar

Peinar es un acto de amor y de cuidado, como otras tantas acciones cotidianas que hacemos sin pensar. Solo se hacen visibles cuando la tarea no es automática, porque siempre hay una primera vez para hacerla. Hace unos meses, un padre me contaba de un enorme desafío al que se enfrentó, peine en mano: aprontar a su hija de siete años para la clase de ballet. Ella le pedía un moño, así llevaba el pelo siempre a las clases, como toda bailarina que se precie de tal. Él tuvo que buscar tutoriales en internet para completar el reto.

De eso mismo habla este corto animado que ganó el Oscar en 2020.

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Sofia Coppola ha retratado más de una vez el vínculo de padres e hijos. De padres e hijas, casi siempre. Me acuerdo de Somewhere y de On the Rocks. Esta última, no tan notoria como la primera, es una comedia que muestra la relación desde otro lugar. Un padre (Bill Murray) sospecha que su yerno le es infiel a su hija (Rashida Jones). No tiene mucho fundamento, pero alcanza un comentario suyo para sembrarle la duda a ella. Juntos empiezan un operativo detectivesco para descubrir la verdad. “Él debería adorar el suelo por el que caminas”, le dice él, un hombre que tiene toda la pinta y da todas las señales de haber engañado a su propia mujer. Pero la vara es diferente cuando se trata de su hija.

Lo mejor de la película son las charlas, la complicidad y las aventuras que emprenden para pescar al marido infraganti.

Yo tendría 20 años cuando hablaba con mi padre de mis dilemas sentimentales. Le pedíamos consejos —mi hermana y yo—, esperando su perspectiva masculina. Después le tomábamos el pelo diciéndole que de tanto vivir con nosotras, pensaba como nosotras.

Hay una escena de El padre de la novia que me lleva a esos tiempos. Me refiero a la versión que protagoniza Steve Martin (está en Mercado Play). Es esa en la que su hija, que lo ignora alevosamente durante los preparativos de la boda —mientras él hace cuentas mentales para ver cuán astronómicamente distante está del presupuesto, pero paga igual—, se enfurece con su prometido por un detalle desafortunado (él le regala una licuadora y ella lo interpreta como lo interpretaría cualquiera) y amenaza con cancelarla. Llora desconsolada y se refugia en su padre, que por un instante siente que reconquistó su territorio, que puede volver a ocupar el sitio que le daba su hija de niña. Pero él, que estaba reticente al matrimonio, que pensaba que su hija era muy joven para casarse, termina intercediendo para la reconciliación. Qué difícil ver crecer a los hijos y aceptar esa atención intermitente, ese cariño fluctuante.

Un beso a todos los padres que peinan a sus hijas y dan consejos sentimentales.

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El padre de la novia

El padre de la novia

Lo que se hereda

Le gustaba el vino tinto y las películas de Ugo Tognazzi y Vittorio Gassman; las comedias de Jack Lemmon y Walter Matthau. No me quiero olvidar de su risa.

Heredé sus manos y su economía de palabras. ¿Se puede heredar el idealismo?

Uno de los personajes más idealistas del cine (y probablemente de la literatura) es Atticus Finch, el protagonista de Matar a un ruiseñor. En la película (inspirada en esta novela que encierra una curiosidad: su autora, Harper Lee, no volvió a publicar otro libro pese al éxito de su debut hasta los 89 años), Gregory Peck es Finch, este abogado viudo y con dos hijos que acepta defender a un hombre negro acusado de violación en un pueblo estadounidense de los años 30, exponiéndose —y también a su familia— a los rumores y hasta las agresiones de sus vecinos blancos. “Si no lo hiciera, no podría mantener la cabeza en alto en el pueblo”, le responde a su hija chica, Scout, cuando le pregunta por qué lo hace.

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Matar a un ruiseñor

Matar a un ruiseñor

La historia está narrada en algunos tramos por ella —que llamaba a su padre por su nombre, incluso de niña— cuando es ya una mujer. “Una vez, Atticus me dijo que nunca conoces de verdad a un hombre hasta que te paras en sus zapatos y caminas con ellos”, dice ella casi al final, evocando a su padre. Con esa frase lo recordaba.

Hay padres que dejan en herencia fortunas, y hay padres que dejan todo lo que tienen: un abrigo. Si viste la comedia romántica Mientras dormías (si no sos fan del género, te cuento que es una joya de los 90, está en Disney+), te acordarás de que el sobretodo que usa el personaje de Sandra Bullock era de su papá muerto. Le dice —en ese tono tan Sandra Bullock— al galán de la película, Bill Pullman, que de él heredó “el pelo oscuro y el pecho plano”, además del abrigo que usa cada día y cada noche, llueve o truene. Como si el sobretodo la protegiera también de la vida, o de su ausencia.

Me acuerdo de mi padre y pienso en el título de un libro de Rosa Montero, La ridícula idea de no volver a verte y digo: cuánta verdad. Así se siente, ridículo.

Me doy cuenta de que mi papá fue un fruto extraño de una familia disfuncional y me dan más ganas de abrazarlo que nunca. De agradecerle.

De pronto, como Will Bloom, tengo una revelación. Mi padre era un héroe.

En plenas vacaciones de julio te invito a desafiar el frío y visitar la muestra fotográfica Galería 25 años. Instantes en la ruta del periodismo, una selección de los mejores halles de la historia de la revista, en la Fotogalería Parque Rodó del Centro de Fotografía. También te recomiendo este perfil de Pedro Pascal, el actor del momento y protagonista, junto con Dakota Johnson, de Amores materialistas, la película que se verá en la avant première de Galería con motivo, también, de nuestro aniversario.