Su nombre en redes, @dementeconmochila, le calza a la perfección, pues cualquier abuela la llamaría loca por andar en los lugares en los que anda y, encima, sola.
En diciembre de 2024, Franca Levin empezó el viaje de su vida, que la está llevando a recorrer algunos de los sitios más inexplorados de África
Su nombre en redes, @dementeconmochila, le calza a la perfección, pues cualquier abuela la llamaría loca por andar en los lugares en los que anda y, encima, sola.
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáLa demente en cuestión es Franca Levin, tiene 34 años y hace ocho dejó Uruguay para, primero, vivir en Australia y luego adoptar una vida nómade, que documenta en un blog, en Instagram y, desde hace un año, en YouTube.
Después de viajes por Oceanía, Latinoamérica, Europa y Asia, Franca se armó de coraje para la más desafiante de sus aventuras: recorrer África de norte a sur, partiendo de Marruecos y con el objetivo de llegar a Sudáfrica. Pero ella es relajada, tal como se muestra en redes, por lo que no se pone plazos y va disfrutando del camino a paso de hormiga.
Acompañada siempre de su mate, sus libros y una cámara de fotos, recorre escenarios que bien pueden asemejarse a sets de películas, con personajes de los más pintorescos, paisajes de ensueño y alguna que otra escena de acción, aunque al final del día siempre busca refugio en la escritura para tomar conciencia de lo vivido y también poder compartir sus andanzas con su comunidad digital.
En una conversación que de no ser por la inestable conexión a internet pudo haber durado horas, Franca habló con Galería desde la isla de Bubaque, en Guinea-Bisáu, donde planea descansar unas dos semanas tras su ajetreado mes en Senegal y sus experiencias en Mauritania, Marruecos y la región de Sahara Occidental.
Vivís como nómade. ¿Qué te llevó a tomar esa decisión?
No fue una decisión consciente, sino que siempre me gustó viajar y naturalmente terminé adoptando este estilo de vida. En 2015, fui al sur de Chile y conocí por primera vez a gente que vivía viajando. Hoy, por las redes estamos acostumbrados a ese mundo, pero en ese momento no era algo común. Ver gente de carne y hueso que vivía viajando sin ser millonaria me abrió una ventana de oportunidades.
Pero hay una diferencia entre vivir viajando y terminar sola en una isla en medio de África.
¡Por supuesto! Antes África me daba miedo, al igual que India. Pero me animé a ir a India sola, estuve dos meses, tuve una experiencia maravillosa y algo se destrabó en mí. Me empecé a cuestionar respecto a ciertos “cucos” y comencé a investigar.
¿Qué te llevó a documentar los viajes?
Estuve un tiempo viviendo en Australia y al final del primer año tenía un trabajo horrible. Trabajaba en una estación de servicio en medio del desierto y hacía turno nocturno, de 12 de la noche a 8 de la mañana. Necesitaba un proyecto personal para no enloquecerme. Había hecho un viaje por Samoa y Fiyi, y sentía la necesidad de escribir sobre eso. Había conocido a una mujer que había perdido a dos hijos en un tsunami. Me contó toda su historia y quise escribirla. Entonces, mientras estaba en este trabajo y ahorraba para viajar por el sudeste asiático, hice un taller de escritura y abrí un blog. No tenía el objetivo de ser una guía de viajes, sino de contar historias. Eso sí, en Instagram muestro otras cosas y soy más desfachatada.
¿Cómo financiás los viajes?
En Australia pude ahorrar bastante y tengo lo que llamo “mi colchón de tranquilidad”. Además, soy profesora de matemáticas y si necesito sé que puedo dar tutorías por internet, por más que no haya caído en esa necesidad. El canal de YouTube está empezando a monetizar y también cobro comisiones con links de afiliados (marketing de afiliación).
¿Cómo planificaste tu itinerario por África?
La mayoría hace la parte este de África, donde están los safaris: Kenia, Tanzania, Uganda y Ruanda. También se viaja mucho al sur, a Sudáfrica o Namibia. Pensaba ir hacia ese lado, hasta que vi que una chica alemana está haciendo este mismo viaje pero en bicicleta. Me convencí y decidí hacerlo partiendo desde Marruecos. Yo quería cruzar África y conocer las distintas capas del continente y, yendo por tierra de Egipto a Sudáfrica, tenés el obstáculo de Sudán, que es difícil de atravesar.
¿Cómo decidís en dónde instalarte y qué lugares explorar?
Sigo a gente que haya viajado al lugar, pero principalmente escucho a los locales. De esa forma, por ejemplo, estuve conviviendo con una comunidad animista en Senegal, porque conocí a personas que me fueron guiando hasta ahí. Hace cuatro meses comencé el viaje y estoy algo cansada, por eso ahora decidí bajar unos decibeles cerca de una playa. Escucho a los demás, pero me escucho mucho a mí misma.
¿Enfrentaste dificultades en alguna frontera?
La entrada a Senegal fue terrible. Para obtener la visa me comuniqué con la Embajada de Senegal en Brasil, que es la que nos corresponde como uruguayos. Demoraron un mes y medio en responderme, después me asesoraron mal y cuando llegué a la frontera no me dejaron pasar. Tuve que ir a la capital de Mauritania y estuve tres semanas en vueltas hasta que logré conseguir la visa. Tuve suerte porque hay gente que está tres meses gestionándola. Los europeos entran sin visa y la consiguen por 90 días; el origen del pasaporte pesa mucho.
¿Qué fue lo que más te sorprendió de los destinos en los que estuviste?
Viajando por África es imposible perder la capacidad de asombro. Diría que Mauritania me voló la cabeza porque es 95% desierto (del Sahara) y fue llamativo ver cómo la gente vive en el desierto y cómo el desierto determina la personalidad de los habitantes, que son más parcos que en Senegal, por ejemplo, que es puro color, música y sonrisas. Hay algo que es muy constitutivo, y es que la geografía determina mucho el carácter de la gente, porque influye el acceso a la comida, al agua.
¿Qué prejuicios sobre África podés confirmar que no son ciertos?
Miles. Justo estoy leyendo un libro, que se llama África no es un país, que explica cómo tendemos a hablar de África como algo homogéneo y unitario, de cierto modo infantilizado, y eso no puede estar más lejos de la realidad. Un país no tiene nada que ver con el otro, pero desde afuera creemos que todo es lo mismo.
Lo otro es lo vinculado al peligro. Antes de venir me decían que iba a terminar en una zanja. No voy a negar que pasan cosas, como en cualquier lado, pero me encontré con una enorme hospitalidad por parte de los locales. Esperaba cierta resistencia hacia el occidental blanco y no la sentí.
¿Tuviste la oportunidad de establecer conexiones significativas con personas locales?
Un montón. En Senegal usé Couchsurfing, una red social conocida en el mundo mochilero que conecta viajeros con gente que ofrece un lugar en su casa sin intercambio de dinero. Un chico de unos 20 años, que vivía con su familia, me alojó y hasta me dio su habitación. La familia me traía comida todos los días y eso que estaban en Ramadán, el mes sagrado de los musulmanes en el que ayunan del amanecer al anochecer. La comida es un gran punto de encuentro en África; a la gente no le sobra nada e igual siempre te ofrece un lugar en la mesa.
En Marruecos, por ejemplo, me alojó un saharaui(integrante de una etnia que está en conflicto al sur del país), me llevó a conocer a su familia, me organizaron una cena casi de gala, me vistieron con un mlahfa (atuendo de mujer) y hasta me lo regalaron porque para ellos era un honor que yo me lo llevara. Como estas tuve varias invitaciones a pasar un rato y compartir lo que sea que tengan.
¿En algún momento sentiste miedo?
Cuando estuve en una ceremonia de iniciación en Senegal, que se hace cada siete u ocho años, y simboliza el paso a la vida adulta. Había una energía rara, de gritos, bailes, de hombres con machetes, cuchillos. Los hombres pasaban y golpeaban árboles con machetes, las mujeres le pegaban al piso con hojas de palmeras, marcando el ritmo. Estaban como sacados, parecían estar drogados o poseídos, aunque no lo estaban. Nosotros somos más de cuidar las formas, de cierta manera. Pero fue una experiencia que me impactó profundamente porque era algo auténtico y no pensado para el turista.
En Senegal, presenciaste luchas tradicionales. ¿Cómo son?
Sabía que existían, pero pensaba que me iba a ir de Senegal sin verlas. Me enteré de que había unas luchas en el pueblo en el que estaba y fui con unas chicas francesas. En el lugar saqué toda mi desfachatez, agarré mi cámara de fotos, dije que era fotógrafa y me dejaron entrar al cuadrilátero. No me gustan los deportes de combate, pero sí me interesaba la parte del ritual. Antes de luchar se visten de determinada manera, se atan cuerdas que significan cosas. Pude verlo de cerca y fue increíble porque, además, es muy típico del sur de Senegal.
En Mauritania, tuviste una experiencia adrenalínica en un tren, ¿es así?
Tomé un tren que va desde una mina de hierro hasta un puerto. Es el más largo de África: el tren llega a medir hasta tres kilómetros (dependiendo de la cantidad de vagones) y recorre cerca de 700 kilómetros. Es un monstruo de acero que atraviesa el Sahara. Me sentí en una película porque fui arriba de la pila de hierro con lentes de natación para que no me entrara el hierro en los ojos. Lo peor es que me quedé dormida en un vagón que dejaron en el camino y logré con ayuda de otras personas subirme nuevamente al tren en movimiento. Tuvo un final feliz, pero podría haberme quedado perdida en medio del desierto. ¡No lo volvería a hacer!
También visitaste allí un mercado de camellos y otro de divorciadas. ¿Con qué te encontraste?
Fue una locura. El de camellos es el segundo más grande de África, después de uno en Sudán, y tiene cerca de 3.000 ejemplares. Sorprende conocer el estilo de vida de los nómades. Me autodefino como nómade, pero cuando uno conoce a los nómades de verdad, que se mueven por el desierto, realmente toma dimensión de todo lo que implica.
Sobre el de las divorciadas hay mucho clickbait en internet y no se puede comprar allí una divorciada, como algunos piensan. Tiene ese nombre porque, cuando las mujeres se divorcian y dejan de tener el sostén económico del marido, para poder mantener a sus hijos van al mercado a vender sus pertenencias. Lo que sí es impactante, teniendo en cuenta que Mauritania es un país muy musulmán, es que el divorcio no es vivido como un estigma y hay mujeres que están divorciadas hasta 20 veces.
¿Qué rol ocupan las mujeres en los países en los que estuviste?
Las mujeres son el alma, cuerpo y sostén de las familias. No quiero generalizar, pero en los lugares en los que estuve son las que organizan, cuidan a los niños, cocinan, limpian, van a buscar agua y hasta hacen trabajo físico en el campo. Desde que son niñas las entrenan para asumir esos roles. Le pregunté a quien me hizo de guía, un poco en serio y un poco en chiste, qué hacían entonces los hombres si las mujeres se ocupaban de todo. Me dijo que trabajaban en el campo, pero como no era época de trabajo rural se dedicaban a descansar a la sombra.
¿Cómo viene siendo tu vínculo con los niños?
Bien, me resulta fácil vincularme con ellos pese al tema del idioma. Yo tengo el chip de “profe” incorporado, por lo que enseguida entro en sintonía con ellos. Si veo niños en la calle jugando al fútbol, me meto a robarles la pelota. En Senegal, por ejemplo, son supercuriosos, más aún porque uno les da atención. Pasan mucho tiempo solos y les resulta extraño cuando un turista se acerca a jugar con ellos, sobre todo porque no están acostumbrados al juego intergeneracional.
¿Cómo te manejás con los idiomas?
El inglés no es muy útil en África. Empecé a estudiar francés por Duolingo y a través de una tutoría, por lo que ahora manejo lo básico. En Guinea-Bisáu, por suerte, hablan portugués y me hago entender, más aún considerando que la familia de mi madre es de Cerro Largo y me crie viendo telenovelas de Globo.
¿Extrañás Uruguay?
Sí, tengo mis momentos. Cuando extraño hago una especie de ritual, en el que me preparo el mate, leo diarios uruguayos, escucho a Zitarrosa, pongo alguna murga en YouTube.
¿Cuál es el próximo destino?
Tengo visa para Guinea-Bisáu hasta el 27 de junio y después me iré a Guinea. Tengo el inconveniente de que se acerca la temporada de lluvias en esta parte de África y ahí viajar es más difícil porque hay rutas que cierran. A lo mejor busco hacer un voluntariado en alguna ciudad importante para que no me afecte tanto.
¿Te ponés algún plazo para llegar a Sudáfrica?
No, estoy yendo a mi ritmo, escuchando lo que necesito y lo que me va marcando cada lugar. En Senegal viajé rápido porque me dieron la visa solo por un mes. En Guinea-Bisáu me estoy tomando las cosas con calma. Veremos, además, qué sucede cuando llegue a Nigeria, que va a ser todo un tema. Conseguir la visa es difícil y es un país complicado, en el que hay grupos rebeldes que a veces secuestran turistas. No se me caen los anillos por saltarme un país o irme de un lugar porque no me sienta cómoda. No me pongo ningún mandato.
Te describís como “un poco loca”. ¿Hay que estar un poco loca para embarcarse en esta aventura?
Un poco sí. Aunque con los años voy aprendiendo de estas vivencias y tomando más conciencia del peligro