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¿Tomamos un café?

Una taza de café enciende el espíritu, calienta las manos, da refugio. Es, tal vez, la bebida más sugerente. Tomar un café casi nunca es solo tomar un café, y así lo viven los personajes que protagonizan esta entrega de Películas para la vida

Editora de Galería

Con un café se puede hacer una confesión o contar un chisme. Se puede empezar una amistad o un romance. Se puede afianzar o destruir un vínculo. Se puede cerrar un negocio, abrir un debate, tener una charla trivial.

Soy Patricia Mántaras, periodista y editora de Galería. Espero que esta nueva entrega de Películas para la vida te encuentre bien. Me podés escribir con comentarios o sugerencias a [email protected] Estaré encantada de leerte y responderte.

Hace un tiempo leí la historia de un chico que estaba visitando a unos parientes en otra ciudad. En una reunión familiar, miró a un primo, un poco más joven que él, y le preguntó si quería ir a tomar un café. “No tomo café”, respondió el chico, y su primo se dio cuenta de que no había entendido nada. Porque en su cabeza, “¿querés tomar un café?” significaba “quiero pasar tiempo contigo”. La otra persona podía elegir lo que quisiera del menú.

Una taza de café enciende el espíritu, calienta las manos, da refugio. Es, tal vez, la bebida más sugerente. Invitar a tomar un café siempre tiene un propósito, más allá de lo que se beba. Tomar un café casi nunca es solo tomar un café.

El café con amigos

Jerry Seinfeld dejó atrás el guion de la sitcom y las risas grabadas en Comedians in Cars Getting Coffee (Netflix), una serie de no ficción distinta, como todo lo que suele hacer él. A este comediante que decidió escribir una serie “sobre nada” que lleva como título su apellido y fue un éxito en los 90 —al punto de ser considerada una de las mejores comedias de situación de todos los tiempos, está en Netflix—, se le ocurrió una idea allá por 2012. Haría un programa en el que pudiera conversar con gente divertida que le cae bien (él elige a los invitados, casi siempre amigos, siempre famosos), mientras toman un café. Hasta ahí, todo bastante predecible. El ingrediente inesperado es que Seinfeld elige, para cada episodio, un auto clásico distinto a medida del invitado; para Larry David, un Volkswagen Escarabajo de 1952; para Tina Fey, un Volvo 1800S de 1967; para Eddie Murphy, un Porsche Carrera GT de 2004.

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En ese auto pasa a buscar a sus comediantes favoritos para ir a un café, que también va cambiando en función de su acompañante. Entre las preguntas de Seinfeld, las anécdotas y las carcajadas con los invitados, se intercalan sonidos del molinillo triturando granos, imágenes de los baristas haciendo latte art, o de una máquina de expreso vertiendo el café humeante en un pocillo. Te recomiendo los episodios de Ricky Gervais, el de Jim Carrey, el de Sarah Jessica Parker (me sorprendió su sentido del humor) y el de Barack Obama.

¿Te cuento una anécdota? Hace un tiempo hice un taller de barista, y así me quedó mi primer latte. Pretendía ser un corazón, pero terminó siendo un dinosaurio. Ahí aprendí a no subestimar el arte de dibujar en la espuma de leche.

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El café que es ritual

“Cambiamos más fácilmente de religión que de café”. ¿Será tan así? Siento que sí, que guardamos una gran fidelidad (¿u obsesión?) a la forma particular en que lo preparamos, el horario en que lo bebemos. Decidimos que así nos gusta, a esa misma hora, cada día, y empieza la repetición. Es lo que tienen los rituales, se afianzan y después se aquerencian y luego ya no hay fuerza humana (ni voluntad) que pueda cambiarlos.

Puede que no estés de acuerdo con la asociación del café con Días perfectos (la película de Wim Wenders nominada al Oscar a Mejor película internacional; está en MUBI). Si la viste, tendrás muy presente a este personaje de una simpleza excepcional. Dedica cada día de su vida a limpiar baños, y aún así se levanta con una actitud muy cercana a la gratitud. Ese hombre sí que aplica la ley de estar presente en cada momento. Todo lo hace a conciencia, con entrega; como si todo fuera pasible de ser disfrutado, desde pulir un inodoro y dejarlo reluciente hasta un almuerzo de 20 minutos en el parque que se convierte en una posibilidad de contemplación. Apenas amaneció cuando sale de su casa cada día. Mira al cielo, y después, de una máquina expendedora, saca un café en lata. Se sube a su camioneta y se va, escuchando Sittin’ on the Dock of the Bay, de Otis Redding.

Decime si uno de los momentos favoritos de tu día no es el primer café. Lo ves caer en la taza, despacio; sentís el aroma y vas anticipando el sabor, que tan bien conocés. Ese momento, que tal vez sea el único de calma que tendrás hasta la noche, es el que marca el comienzo del día. Sin ese ritual me cuesta partir.

Audrey Hepburn tiene su propio ritual en Desayuno en Tiffany. Lo conocemos en la primera escena de la película y es un poco menos místico que el de nuestro protagonista de Días perfectos. Suena Moon River y Holly Golightly (Hepburn) se baja de un taxi con vestido largo. Vuelve de algún sitio, probablemente de alguna fiesta de la alta sociedad —a ese estrato pertenece—, y es notorio que recién amaneció, las calles están desiertas. Toma con sus guantes largos de terciopelo el vaso descartable y bebe un poco, muerde el croissant y admira, a través de la vidriera, las alhajas de Tiffany & Co. Después, sigue camino a su casa.

Desayuno en tiffany.jpg

Café para exigentes

El del café recién hecho es uno de los mejores aromas del mundo. Seguro está en el top 5 junto al pan recién horneado, la vainilla, los bebés y el petricor. Hay quienes dicen que el café huele a cielo recién molido, y parece una analogía muy atinada. ¿No?

Pero no cualquier café huele a cielo ni sabe a milagro. Los amantes del café, los que lo tomamos a diario, podemos ser un poco quisquillosos, porque hay detalles que no son detalles. La variedad de café y el origen, para empezar. Con o sin leche, con o sin azúcar; la temperatura, la espuma y me arriesgaría a decir que hasta el tipo de taza incide, porque hace a la experiencia.

Café y cigarrillos es tal vez la primera película que viene a la mente cuando uno piensa en café, será porque la referencia es evidente. Cada uno de los cortometrajes, eslabones del filme de Jim Jarmusch (2003, está en MUBI), transcurre frente a un café y una cajilla de cigarros. Sin duda, un homenaje a estos dos hábitos, para muchos inseparables. En la película dicen “cigarrillos y café, no hay nada mejor”. A algunos les tiemblan las manos del exceso de cafeína, y siguen tomando. Otros dicen: “cigarrillos y café, no es un almuerzo muy saludable”, y siguen bebiendo, inhalando, exhalando.

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Pero no para todos los personajes de la película tomar café es un vicio, para Renée (Renée French), que lo bebe mientras fuma y hojea una revista, es un placer que solo se consuma cuando logra la combinación perfecta de café y leche, en una temperatura ideal. “Tenía el color adecuado, la temperatura adecuada. Estaba perfecto”, le dice al mozo cuando le agrega café en la taza sin preguntarle.

Otro exigente del café es el agente Dale Cooper del FBI en Picos gemelos. En la serie de culto de David Lynch, de principios de los 90, Cooper —que llega para investigar el asesinato de Laura Palmer— es meticuloso al extremo: registra nimiedades en un grabador, como qué almorzó, cuánto le costó, a qué hora, cuánto pagó de combustible y dónde lo cargó, y otros datos cotidianos igual de intrascendentes. Y, también, es un exigente del café. De eso nos enteramos cuando, ya en el pueblo de Twin Peaks, se detiene en un restaurante de ruta y le elogia el café a la moza:

—Espere un minuto —le dice mientras la moza se aleja y él paladea concienzudamente el café—. Este es un muy buen café. No puedo decirle cuántas tazas de café he tomado en mi vida, y este es uno de los mejores.

“Nuestro trencito propio se desliza y vuela, anda que te anda por los aires y los mundos, y después viene la mañana y el aroma anuncia el café sabroso, humoso, recién hecho. Se te sale por la cara una luz limpia y el cuerpo te huele a mojadumbres. Empieza el día”, escribe Eduardo Galeano en “Junio de 1977, Calella de la Costa: para inventar el mundo cada día” (incluido en su libro Amares). Puede que la primera vez que anotó estas líneas fuera en una servilleta, en la mesa de un café, de esos que por los años 50 y 60 reunían a la intelectualidad de Montevideo. Mario Benedetti frecuentaba el Café Sorocabana, y llega a mencionarlo en La tregua. Desde allí escribían, y sobre ellos escribían.

El café como lugar de tranquilidad, de inspiración, y también de tertulia. Los suecos toman mucho café (casi el doble que el resto de la Unión Europea). Como saben de lo que hablan, han acuñado el término fika para nombrar una acción completa y específica. Según el libro Lost in Translation, de Ella Frances Sanders, fika es “reunirse en torno a un café y algo dulce para darse un respiro de la rutina y charlar durante horas”.

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Hace tiempo compré este libro —que resultó no ser bueno— solo guiada por el título: La gente feliz lee y toma café. No me pude resistir (si te puedo dar un consejo, nunca compres libros solo por el título o por la portada; lo hago todo el tiempo y no suele ser buena idea). No sé si todo el mundo que lee y toma café es feliz, lo dudo. Pero de que da felicidad estoy segura.

Antes de que desconectes para comer rosca y huevos de chocolate, te dejo algunas recomendaciones que podés leer en Galería. Federica Ham entrevistó a Fernanda Trías para hablar de su última novela; Rodrigo Álvarez, de Neurona Financiera, le contó a María Inés Fiordelmondo, entre otras cosas, que es fan de la Navidad, y Santiago Perroni hizo una crónica de cómo fueron las 24 horas que pasó en Hakone, el destino japonés del momento.

Ahora sí, ¡felices Pascuas!