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    Isabel Allende presentó en el Teatro Solís su novela ‘Mi nombre es Emilia del Valle’

    En entrevista con Blanca Rodríguez, y en el marco de la Feria Internacional del Libro de Montevideo, habló de su escritura, de los dolores y alegrías de su vida y también de Donald Trump: “Los norteamericanos no tienen la menor idea de lo que es un gobierno autoritario. Nosotros aquí sabemos muy bien lo que hay que tratar de evitar, cómo hay que defender la democracia”

    Con su metro cincuenta de altura, una chaqueta colorida, zapatos bajos y rojos, se paró en medio del escenario y extendió bien los brazos como para abarcar a la audiencia que la ovacionaba de pie. Hacía más de una década que Isabel Allende había estado en Uruguay, pero su público, mayoritariamente femenino, no la olvidó. Allí estaban desbordando el Teatro Solís quienes habían podido conseguir invitaciones gratis, que se acabaron en minutos apenas se ofrecieron.

    Allende llegó a Montevideo a presentar su novela Mi nombre es Emilia del Valle (Sudamericana, 2025) en la inauguración de la Feria Internacional del Libro de Montevideo, que continuará hasta el 13 de octubre. Junto a la senadora y periodista Blanca Rodríguez, Allende habló de su novela, pero también de su vida itinerante, de las tragedias que afrontó desde que era una niña, de sus amores y de la vida en Estados Unidos bajo el gobierno de Donald Trump.

    “Qué recibimiento, me encanta cuando aplauden antes de que uno empiece a hablar. Me hubiera gustado que estuviera mi marido aquí porque no me cree cuando le cuento. Tampoco mi hijo, que dice que soy una mentirosa compulsiva”. Con esas primeras palabras marcó el tono risueño que tendrían sus respuestas, incluso al hablar de los momentos más tristes de su historia personal y de lo que vive el mundo.

    Isabel-Allende
    Isabel Allende recibe el aplauso del público en el Teatro Solís.

    Isabel Allende recibe el aplauso del público en el Teatro Solís.

    La periodista comenzó a preguntar, pero el audio no era bueno. Allende le comentó que por eso ella prefiere los micrófonos “fálicos” de mano, y el público festejó a las risas y con aplausos. Las alusiones a las relaciones amorosas y el sexo fueron continuas en toda la presentación.

    Hoy, con 83 años, Allende es la escritora de habla hispana viva más popular internacionalmente. Los números en torno a su literatura asombran. Lleva 80 millones de ejemplares vendidos en el mundo.

    Si bien se la califica como escritora chilena, nació en Lima, Perú, en 1942, mientras su padre, Tomás Allende, ejercía como secretario de la Embajada de Chile en Perú. Su padre era primo de Salvador Allende, quien ejerció la presidencia de Chile desde 1970 hasta 1973, cuando los militares dieron un golpe de Estado y él terminó suicidándose.

    Pero la escritora prefirió hablar más de su madre, Francisca Llona Barros. “Se casó muy joven con el hombre equivocado, que fue mi padre. Mi mamá tuvo una guagua cada 12 meses, en tres años tuvo tres niños. Antes de que naciera el último, mi padre se fue. Mi madre se volvió a Chile, a la casa de mi abuelo, con dos niños en pañales y conmigo, que no tenía ni tres años”, recordó.

    Era el año 1945, en Chile no había divorcio (que recién se votó en 2004) y la única solución era una disolución del matrimonio, que era costosa y requería de testigos. El abuelo de Isabel lo pagó, pero a cambio, el padre dejó sentado que no quería saber nada de sus hijos. Entonces la escritora creció sin saber nada de su padre, a quien ni siquiera había visto en fotos. Un día la llamaron porque habían encontrado a un hombre muerto en la calle de apellido Allende. Ella era periodista televisiva. Fue a verlo y allí se enteró de que era su padre. “Me impresionó porque nunca había visto a un muerto, pero no sentí nada”, contó.

    Su vida fue un continuo ir y venir. La madre contrajo matrimonio con Ramón Huidobro Domínguez, a quien Isabel quiso mucho y llamaba “el tío Ramón”. En 1953 se fueron a Bolivia, donde Isabel estudió en una escuela estadounidense. Después se fueron al Líbano y estudió en un colegio inglés. Regresó a Chile en 1959, se casó cuatro años después con Miguel Frías y tuvieron dos hijos: Paula (1963), quien murió en 1992, y Nicolás, que nació en 1967.

    En 1975, y a raíz del golpe de Estado, la pareja y sus hijos se exiliaron en Venezuela. En 1988 se fueron a Estados Unidos, y desde entonces Allende está radicada allí. Pero en el medio se divorció de Frías y se casó con Willy Gordon, del que también se divorció. Desde 2019 está casada con el norteamericano Roger Cukras.

    “¿Por qué soy chilena? No tengo idea”, se pregunta y se responde Allende. “Nací en Perú, viví muy poco tiempo en Chile. Me tuve que ir al exilio y después he sido inmigrante. ¿Cuál es mi vínculo con Chile? No tengo idea, debo de tener sangre mapuche. Pero me tira Chile. Tengo tres o cuatro personas que quiero mucho, por eso decidí hacer una gira, ir a Santiago y venir a Montevideo y también a Buenos Aires”.

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    Isabel Allende en la presentación de su última novela, Mi nombre es Elvira del Valle, junto a Blanca Rodríguez.

    Isabel Allende en la presentación de su última novela, Mi nombre es Elvira del Valle, junto a Blanca Rodríguez.

    La saga Del Valle

    Mi nombre es Emilia del Valle está ambientada en 1891. A Allende le gustan las novelas históricas y en este caso encontró un paralelismo entre los hechos ocurridos en el siglo XIX en Chile, con la presidencia de José Luis Balmaceda, y la situación vivida bajo el gobierno de Salvador Allende a inicios de los años 70. “En las dos oportunidades hubo presidentes progresistas que quisieron hacer reformas importantes en el país en el marco de la Constitución. En ambos casos tuvieron una tremenda oposición del poder, sobre todo del económico, y la intervención de países extranjeros. En el primer caso, de Gran Bretaña y de Estados Unidos; en el segundo, de la CIA en el contexto de la Guerra Fría. En el primero intervinieron las Fuerzas Armadas divididas. El Ejército se fue con el gobierno, y la Marina, que es muy poderosa en Chile, con la oposición. El resultado fue una guerra civil en la que murieron en cuatro meses y medio más chilenos que en los cuatro años de la guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia. Fue una guerra brutal, sangrienta, se mataban entre hermanos”, contó la escritora.

    Agregó que en 1973, Allende se encontró con una oposición feroz. “El Ejército no se dividió y el resultado fue un golpe militar y una dictadura de 17 años. En las dos oportunidades, el presidente prefirió suicidarse antes que rendirse. Son tan grandes los paralelos que me interesaba ver qué había pasado”.

    En su novela eligió a un personaje externo a los acontecimientos para contar la historia con una voz “neutra”: Emilia del Valle. Ella es hija de una monja irlandesa que fue seducida por un hombre que la abandonó cuando estaba embarazada. Emilia creció con el cariño de su padrastro. Se volvió independiente y apasionada por la escritura de libros y se hizo periodista. Y, como periodista, se va a cubrir la guerra civil desatada en Chile. Aprovecha, además, la oportunidad de investigar sobre los lazos que la unen con la familia Del Valle, porque quiere conocer a su padre.

    “¿Emilia es Isabel?”, le pregunta Blanca a Allende. “No, para nada. Ella tiene 25 años y unas piernas largas (se ríe). Pero sí recuerdo que cuando fui construyendo el personaje le fui pasando mis experiencias. La madre de Emilia está llena de rencor y le dice que busque a su padre, y le entrega una carta con maldiciones para que se la dé. Cuando Emilia lo encuentra, ve a un hombre atormentado por la idea del infierno que le metió un cura de mierda. Está enfermo, atemorizado, torturado. Entonces Emilia siente compasión, se le abre el corazón. Y se da cuenta de que el rencor de la madre no es el de ella. Entonces no le entrega la carta”.

    Allende explicó que no tiene ningún apego a las instituciones religiosas. “Son parte del patriarcado, todas manejadas por hombres. Siempre es lo mismo: la mujer sometida, las reglas las imponen los hombres. ¿Por qué voy a pertenecer a un club que me trata así? Mi relación con la espiritualidad es otra. No necesito la Iglesia. Además, le tengo terror a los curas”, dijo, entre el aplauso del público.

    Recordó que Chile fue el último país en aprobar el divorcio por el poder que ejerce la Iglesia, y también recordó a los curas pedófilos que la Iglesia ha protegido. “Pero por algo existe la religión, existe porque la humanidad siempre ha mirado hacia lo divino buscando explicación y apoyo. La fe te da eso, primero te ayuda y te da unidad, pertenencia a un grupo. Eso me da un poco de envidia, porque nunca pude pertenecer a un grupo”.

    Bajo el mando de Donald Trump

    “Tu lugar en el mundo es Sausalito, San Rafael, California, ¿hasta cuándo?”, le pregunta la periodista. “Bueno, ahora con Trump, no sé, me van a echar en cualquier momento”, dice Allende, y de nuevo hay aplausos. “Estoy casada con un gringo que no habla español. Se educó con los jesuitas, así que habla latín. ¿Qué hago yo con él en Chile? Además, es un anciano, difícil de trasladar”, dice antes de hablar de lo más serio.

    “La cosa está muy fea allá. No hay un precedente para esto. Estados Unidos tenía una tremenda confianza en sus instituciones, era una democracia sólida, pero se está viendo que ya no lo es en absoluto. En pocos meses se ha alterado todo aquello que podía controlar o balancear el poder del Ejecutivo. Mediante decretos ha cambiado todo: censura a la prensa, militares enmascarados en la calle, deportaciones”. Ella cuenta lo que sale en las noticias y habla de la parálisis y el espanto que hay en la gente y en el Partido Demócrata, “que está como hipnotizado” al ver los cambios abruptos en el país.

    “En un gobierno autoritario, esto funciona separando a la gente entre ‘nosotros’/‘ellos’. Con la idea de que ‘el otro’ es el enemigo si no piensa como tú, si no cree como tú, si no practica la misma religión, si no tiene tu color. Después empieza el terror. Ya hay gente en Estados Unidos que habla de una guerra civil. Hay gente que tiene verdaderos arsenales en sus casas. Hay un clima de violencia latente, me parece superpeligroso. Los norteamericanos no tienen la menor idea de lo que es un gobierno autoritario. Nosotros aquí sabemos muy bien lo que hay que tratar de evitar, cómo hay que defender la democracia”.

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    Senadora y periodista Blanca Rodríguez con Isabel Allende, en el Teatro Solís.

    Senadora y periodista Blanca Rodríguez con Isabel Allende, en el Teatro Solís.

    Cartas y más cartas

    Allende dice que sus lectores están en su periferia, que ella tiene una vida muy chiquita y privada y que a su alrededor se mueve como una ola de entusiasmo, de cariño, de curiosidad.

    “Recibo cientos y cientos de correos diarios. La gente se comunica conmigo y es una conexión como si nos conociéramos. Increíble, me cuentan sus cosas, la gente me consulta como si yo fuera una psíquica”. También contó que a veces la consultan por asuntos sentimentales. “Yo tengo mucha experiencia para eso, porque me he casado muchas veces, y he tenido muchos amantes”. Y de nuevo hay risas y aplausos.

    Pero hay un silencio total cuando habla de las cartas que recibió después de publicado su libro Paula (1994), dedicado a su hija. “El libro me ayudó tremendamente después que murió mi hija. Me conectó con miles y miles de personas. No existía el correo electrónico, y llegaban tantos sobres a mi oficina que contraté a dos personas solo para que los abrieran. Una amiga en Chile me hizo unas tarjetas bordadas y yo contestaba en esas tarjetas con unas pocas palabras a quienes me habían escrito. Eran tan maravillosas las cartas, tan dolidas. Varios editores hicieron unos libritos con una selección de las cartas, que eran mucho mejores que el libro. Hasta hoy, que han pasado 33 años, no pasa una semana sin que me escriba alguien que ha perdido un hijo o que tiene un dolor muy grande”.

    Allende contó que esa misma noche de la presentación le había llegado al teléfono la carta de una señora que había perdido a su hijo de 18 años. “¿Qué le puedo decir? Que el dolor se queda debajo de la piel para siempre, que uno aprende a vivir en un ejercicio de la memoria y del amor. Pero que no piense que el dolor se va a pasar”.

    Mucho antes de este momento, Allende había hablado de la edad y del umbral de los 80 años. Con sus manos, hizo el gesto de dibujar un tobogán. “Mi hermano, que es vegano y tiene siete gatos y está totalmente loco, pero lo adoro, me mandó un esquema que se llama ‘el tobogán de la vejez’. Dice que la vejez es un tobogán que se va acelerando con el tiempo. Pero cuando te empiezan a fallar las cosas, se va acelerando, acelerando, acelerando. Cuando pasé los 80 sentí que estaba acelerando, que había pasado un umbral, que estaba en los descuentos. Me queda vivir este tiempo con el máximo de vitalidad y energía posible. Además, estoy enamorada. Eso ayuda mucho. Les recomiendo a las señoras que cambien de marido seguido”.