Más allá de que la sucesión es inmediata, Charles III aún no fue coronado, ceremonia cuya fecha aún no ha sido determinada. Sí fue proclamado oficialmente el sábado 10. Charles podría haber elegido otro de sus nombres para reinar pero se decantó por el primero. Sus súbditos esperan que le vaya mejor que a sus antecesores. Charles I, que gobernó entre 1625 y 1649, fue un déspota que se enfrentó duramente con el Parlamento y murió decapitado, luego de ser juzgado por alta traición. Charles II, rey desde 1649 hasta 1685, fue menos belicoso, menos restrictivo para con las artes, pero totalmente licencioso: tuvo 14 hijos bastardos y ningún heredero oficial.
Hay un momento en que a Charles, todavía príncipe, lo empezaron a mirar distinto. Para el 17 de enero de 1993, Su Alteza Real estaba opacado no solo por la reina sino —sobre todo y con distancia— por su esposa, la princesa Diana de Gales, Lady Di. Cierto es que ya estaban separados aunque se mantenían las apariencias, tan necesarias en la Corte. Pero la transcripción en la revista People de una charla telefónica hot que Charles había mantenido en 1989 con Camilla Parker-Bowles, su entonces amante, su eterno verdadero amor, su esposa hoy y reina consorte ahora, representó un sacudón de los grandes para Buckingham.
Dijo el príncipe: “Oh, espera. Quiero sentir mi recorrido a lo largo de ti, por toda tu, y arriba y abajo y dentro y fuera... particularmente dentro y fuera”. Respondió Camilla, que en ese momento también estaba casada: “Oh, eso es justo lo que necesito en este momento”. Agregó Carlos, fuera de cualquier etiqueta: “Yo lleno tu tanque” y “Viviré dentro de tus pantalones o algo así”. Camilla, atizando el fuego, le sugirió que podría transformarse en “una caja de tampones”.
El Tampongate, así se lo llamó, fue un tremendo dolor de cabeza para Elizabeth, representó otro aluvión de apoyo popular para Lady Di, eternamente la preferida del público en todo el universo monárquico, pero paradójicamente hizo que mejorara la imagen de Charles.
Educado para rey. Vale poner en contexto: este hombre que nació el 14 de noviembre de 1948 estaba destinado a reinar desde los tres años y como tal fue educado. Durante décadas fue visto como el arquetipo del acartonamiento, el apego al protocolo monárquico y la flema británica. Alguien capaz de aburrir con solo pensarlo. De golpe, se vio que a este hombre tan dado a cuidar las apariencias, le hervía la sangre como a cualquier hijo de vecino de Leeds o Sheffield cuando hablaba con una mujer con la que había mucha química. Además, más allá de los modos, no fue el primer ni el último escándalo palaciego de polleras o de pantalones.
Curiosa vuelta de tiempo: Camilla hoy ya es aceptada por el público (sin llegar a los niveles de popularidad de Diana, claro está), es su esposa desde 2005. Otra paradoja: más allá de que Charles es carne de memes, sobre todo porque su aspecto no es mucho más juvenil que el de su fallecida madre, se están empezando a ver sus virtudes. No es el hijo bobo de Elizabeth, ni el pelmazo que arruinó su matrimonio con uno de los íconos de belleza del siglo XX. En algunas cosas, de hecho, fue un adelantado.
El hijo mayor de los cuatro que tuvieron la reina Elizabeth II y el príncipe Philip, duque de Edimburgo (fallecido en 2021, a los 99 años), pese a que su destino estuvo marcado desde muy chico, fue el primer heredero en educarse en una escuela primaria, la Hill House, y no por institutrices, tutores o academias militares. Obviamente, no puede hablarse de una crianza normal; el ejército de sirvientes que tenía alrededor le generaron todo tipo de manías que aún tiene hasta hoy: pijama planchado todas las mañanas, 2,5 centímetros de pasta de dientes en el cepillo y una determinada posición para el tapón de la bañera, divulgó el documental de 2015 Serving the Royals: Inside the Firm, recordó el diario argentino La Nación.
En 1967 empezó sus estudios universitarios en Trinity College de Cambridge, del que egresó como licenciado en Historia en 1970. Esto también lo hace diferente: si bien como muchos herederos al trono ocupó un escaño parlamentario y recibió formación militar en la Royal Air Force (aunque sirvió en la Royal Navy), fue el primero en tener un título de una universidad.
Un adelantado en la ecología. Siempre fue visto como “raro”, “excéntrico”. Lo cierto es que desde que creó la fundación caritativa The Prince’s Trust, en 1976, puso sus baterías en apuntalar proyectos que recién serían vistos como algo digno de esfuerzos muchos años después. Por esa época era común que impulsara prácticas de reciclaje de residuos plásticos, se interesara en la ecología y la sostenibilidad ambiental, el apoyo a la producción orgánica y al uso de paneles solares en zonas agrícolas. Esto hoy lo entiende hasta un niño y no merecería más que aplausos, pero hace cuatro o cinco décadas prácticamente lo único que recibía eran burlas. En su momento, The Telegraph publicó que el Aston Martin que le había regalado su madre cuando cumplió 21 años ahora funciona con biocombustibles. También se dice lo mismo de sus otros vehículos, Jaguars y Audis. Si bien nunca hubo confirmación oficial de esto último, sí es seguro que no anda a pie. Y de su fundación también se habla: el origen turbio de algunas donaciones ha merecido titulares de prensa e investigaciones oficiales, aunque desde la Casa Real se ha insistido en que todo funciona acorde a la ley.
También es un enamorado de la arquitectura, la clásica y la sostenible. De hecho, su libro de 1989 Vision Of Britain incluye duras críticas a las construcciones modernas, como a la extensión de la National Gallery de Londres. Uno de sus sueños urbanísticos ahí plasmados se hizo realidad con la construcción de un barrio a las afueras de Dorchester, Poundbury, de 3.500 habitantes. Sus calles son como las imaginadas por la escritora infantil Beatrix Potter, pero sin Peter Rabbit ni sus amigos animalitos.
La homeopatía es otro de sus intereses, pero esta no ha prendido tanto en la gente como la ecología o la arquitectura sustentable. El polo es su deporte favorito, al que llegó a practicar durante cuarenta años, aunque sin ser considerado un gran jugador.
Su vida privada, en cambio, ha sido lo que más lo ha llevado a los titulares. De su casamiento en 1981 con una joven aristócrata llamada Diana Spencer, 13 años más joven, ya se ha escrito mucho. Ella fue la madre de sus hijos William (nacido en 1982, hoy primero en la línea de sucesión al trono) y Harry (que nació en 1984 y renunció a sus privilegios y obligaciones reales en 2020). Ella, fotogénica y vista como un soplo de aire renovador para Buckingham, no tardó en ganarse los corazones de medio mundo. Posiblemente se haya casado enamorada; él —que pese a su imagen poca seductora había tenido varios affaires dentro de la realeza antes de dar el sí—, posiblemente no. Una sucesión de escándalos —del cual el Tampongate fue uno solo— llevó a la separación en 1992, el fin de la convivencia en 1994 y el divorcio en 1996.
La muerte de Lady Di en un accidente de tránsito en París el 31 de agosto de 1997 (hace un cuarto de siglo y días) pudo haber sido un sacudón a la monarquía. Sin embargo, pese a lo que se pensaba, Charles, que acompañó a sus dos hijos entonces adolescentes en el velatorio de su madre, salió favorecido ante la opinión pública de ese episodio doloroso (no así su madre, que siempre fue vista como la némesis de su popular nuera), al mostrarse como un padre preocupado por dar todo el consuelo a ambos príncipes (algo que, sangre roja o azul, cualquier padre debería hacer en esa situación).
No tan polular. William y Harry, siempre con mejor imagen que su padre, fueron de gran ayuda para que Charles comenzara a caer menos antipático en la gente. Lo mismo ocurrió para que fuera mejor vista Camilla, que nunca tuvo problemas con los hijos de Diana. Ellos dieron su consentimiento para que comenzaran a vivir juntos en 2003. En los hechos, ella —que no tenía sangre azul— fue su verdadero amor, nacido en los años 70. La reina Elizabeth II, que no asistió a la boda de ambos, celebrada el 9 de abril de 2005 en Windsor, recién en febrero de este año le dio su aval público para que fuera la reina consorte. Camilla nunca llevó el título de Princesa de Gales (como le correspondía por haberse casado con el Príncipe de Gales) por respeto a Lady Di, y para evitar más críticas a su persona. Por esta razón, no accedía directamente al título de reina consorte, ante lo cual la reina debió informar públicamente su deseo de que ocupara ese lugar en la Corona.
Es claro que, más allá de que su imagen no está en el piso, el rey que se queda no es la reina que se fue. Una encuesta de la empresa británica de investigación de mercados YouGov, de agosto de 2021, le daba a Elizabeth II una popularidad del 80% y a él de 54%. William, su primer hijo y padre de tres de sus nietos, alcanzaba el 78%. Su nuera Kate Middleton (75%) y su hermana Ana (65%) tenían mejor imagen todavía. Y por más peso simbólico que tenga la monarquía, en los hechos —a pesar de que sea el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas y que pueda meterse en todos los documentos oficiales que desee— es poco lo que hace el jefe de Estado del Reino Unido.
El rey designa al primer ministro. Pero el primer ministro es elegido por el Parlamento y no hay chance de nombrar a otro. Además, tiene que mostrarse neutral en temas políticos, algo que su madre siempre supo hacer bien —y vaya que hubo momentos para patinar en 70 años— pero que a él le ha costado siempre. De hecho, en junio criticó la política migratoria de su gobierno; más concretamente, cuestionó la deportación a Ruanda de los demandantes de asilo que entraron al país de forma ilegal.