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Son las 10 de la mañana de un día soleado de enero. En una chacra ubicada en las afueras de La Barra, Alfonsina Maldonado prepara a un grupo de caballos que pronto serán protagonistas de una experiencia muy especial. Dentro de un pequeño corral la amazona convive con los equinos como si fueran de la misma especie, ella los conoce como nadie, sabe interpretar sus movimientos y describir sus personalidades. Se nota que su predilecto es Zeus, un macho color té con leche que lidera una manada de yeguas de carácter más rebelde.
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Alfonsina creció en los campos de Florida en una familia dedicada a los quehaceres rurales, donde descubrió y cultivó su pasión por los caballos. Se formó como atleta paralímpica de adiestramiento ecuestre e instructora de equinoterapia, y viajó por el mundo para participar en competencias y conferencias. La conexión que logra con estos animales es tan singular que, en ocasiones, hasta se mimetiza con ellos en el ritmo de sus movimientos y también en los momentos de calma.
El año pasado tuvo la idea de compartir experiencias de nado con caballos. De niña solía sumergirse con ellos en tajamares luego de largas cabalgatas, por lo que esta práctica le resulta más que cotidiana. “Lo hago de toda la vida. Un día compartí ese momento en mis redes sociales y la gente me empezó a contactar”, asegura. Además de servir como entrenamiento para ejercitar los músculos de los animales, es una actividad que tiene impactos terapéuticos al favorecer la máxima conexión con la naturaleza. Adentrarse en una laguna de varios metros de profundidad para acompañar el nado de un caballo desconocido resulta una aventura intensa que dispara la adrenalina y pone en marcha todos los sentidos.
Antes de ofrecer estas experiencias al público (pueden hacerla incluso niños y bebés), Alfonsina entrenó a sus caballos durante cuatro meses. En este tiempo fue vital que nadie más que ella se acercara a los animales, de manera de preservar esa conexión especial y necesaria que se requiere aguas adentro.
Las experiencias son individuales y tienen una duración total de aproximadamente una hora y media, desde que el interesado llega hasta que se va de la chacra. No importa qué tanto se conozca sobre el mundo de los caballos, esta práctica es poco habitual para la gran mayoría de las personas.
Lucía Grassi durante la experiencia. Foto: Lucía Durán
Sirena ecuestre. Mientras Alfonsina apronta sus caballos para partir hacia la laguna, fuera del corral espera Lucía Grassi para vivir la experiencia. Las reglas son simples y claras: una vez cerca del agua no se puede tocar a los caballos, hacer movimientos bruscos ni hablar en tono elevado. Se debe propiciar una atmósfera tranquila para que los animales no sufran estrés y puedan hacer la inmersión sin sobresaltos. “Cuando estamos nadando, solo puedo hablar yo porque el caballo responde a mi voz”, dice la jinete, segura y confiada. “Me gusta respetar la naturaleza y a los caballos por sobre todo. Si uno está nervioso, lo transmite, por eso soy muy exigente con las normas a cumplir”.
Lucía elige montar a pelo para ir cuesta abajo desde el corral a la laguna. Alfonsina, por el contrario, prefiere ir caminando junto a Zeus delante de la manada. Una vez en la base comienza a sonar música de meditación que se funde con el sonido natural de los pájaros y las hojas que crujen al pisarlas. Comienza a generarse el clima necesario para que la experiencia sea mágica: sin muchos estímulos externos, en silencio y con escasos movimientos, la naturaleza se manifiesta a lo grande.
Antes de entrar al agua, Alfonsina coloca su nariz sobre el rostro de Zeus y le pronuncia unas palabras en francés. Como si fuese un código íntimo entre ellos, se miran y ahora sí están listos para sumergirse.Ella entra a la laguna con una cuerda bien larga atada al cuello del caballo, mientras Lucía espera en la orilla. Cuando la cuerda está tirante, entonces empieza la aventura.
Lucía sostiene la cola del caballo con una mano y con la otra empuja suavemente su parte trasera para impulsarlo a meterse. El caballo da unos pasos y empieza a nadar arrastrándola aguas adentro mientras ella patalea para mantenerse a flote.
Zeus zigzaguea en el agua siempre bajo la atenta mirada de su dueña. La instancia de nado son unos pocos minutos que se sienten como horas. “No necesitás más, la gente piensa que va a estar una hora nadando, pero son tres o cuatro minutos intensos que se vuelven eternos en la inmensidad de la naturaleza”, reflexiona Alfonsina.
Una vez de vuelta en la orilla, ambas comparten un momento a solas con el caballo. Luego, Alfonsina lo libera de las cuerdas e invita a Lucía a nadar para que pueda sentir una sensación similar a la que experimentó el animal. Nadar en una laguna es más intenso que en el mar, el agua parece ser más espesa, por eso la exigencia física resulta mayor. Después de nadar suben a un muelle y se quedan charlando sobre lo vivido.
Para Lucía fue un momento de entrega total, de conexión con el animal y con el entorno. “Fui transitando esa experiencia de felicidad plena con cierto halo de misterio, porque no sabía qué iba a suceder”, reflexionó. “Me involucré tanto que me sentí parte de la naturaleza y me dejé guiar por Alfonsina, que me fue llevando a ese mundo que ella conoce tan bien”. También sintió una gran “fidelidad y sinceridad” del caballo en su esfuerzo para flotar mientras ella estaba prendida de su cola. “Aprendí a mirarlo y escucharlo. En un lugar soñado, en el que no hay ningún agente que agreda, se genera un vínculo muy fuerte con el animal”.
Después de dejar a los caballos en el corral, a Lucía la invadió una emoción profunda. Entre lágrimas abrazó a Alfonsina y le agradeció por compartir una experiencia distinta a todas.
Las sensaciones de Alfonsina cuando realiza la experiencia con o sin clientes son muy distintas. “Cuando estoy acompañada siento una responsabilidad enorme. Es muy peligroso y debo estar atenta a los gestos del caballo para entender qué me quiere decir a través de sus ojos, sus orejas y sus respiraciones”.
Sin embargo, la sensación es sublime cuando está a solas con sus caballos. Suele nadar al amanecer, cuando llueve o incluso en noches de luna llena. Los caballos se meten sin cuerdas y ella, en ocasiones, sin ropa. “El momento de mayor conexión que tengo con un caballo es en el agua”, concluye sobre esta experiencia salvaje.