—Para empezar, es evidente que no integro ni dibujo en la página editorial del diario “El País”. De manera que mis dibujos no responden a la orientación de esa página, que, en definitiva, es la que marca la posición institucional del diario en todos los temas que aborda. Eso no quiere decir que el diario no respete las opiniones que yo transmito a través de mis caricaturas políticas. Por lo tanto, hago lo que pienso que debo hacer sin obstáculos de ninguna naturaleza por una sencilla razón: al pie de cada dibujo está mi firma. Si mis dibujos fueran presentados como una obra anónima, entonces legítimamente el lector podría pensar que pudiera tratarse de la expresión de la visión del diario. Pero eso no es así porque debajo de cada uno de mis dibujos se especifica claramente quién es el responsable. Dice, por ejemplo, Tabaré Vázquez, Jorge Batlle, o Luis Alberto Lacalle, por Arotxa. Me ocurre lo mismo que les pasa a los columnistas que escriben: ellos firman sus puntos de vista, igual que yo firmo mis dibujos; por lo tanto, lo que allí se lee es la opinión de cada uno de ellos y no necesariamente la opinión editorial del diario.
—Disculpe la insistencia, pero el diario “El País”, como cualquier periódico, tiene una orientación editorial que define su razón de ser. ¿Usted no es parte de ese engranaje?
—Sí y no. Mis dibujos se publican en el diario “El País” desde hace 40 años. Es obvio que mantengo una coordinación con los editores de turno del diario y que no dibujo cualquier cosa que se me antoje solo porque me levanto y digo “hoy tengo ganas de dibujar esto”. Sé lo que es un diario y aunque alguien no comprenda, soy básicamente periodista. Un periodista que dibuja. La diferencia es que mi trabajo se plasma en un formato gráfico visual y el trabajo de los que escriben se concreta con palabras en un artículo informativo, con o sin opinión. En ese sentido formo parte del engranaje. Sin embargo, el contenido de las obras que aparecen publicadas es producto de la visión de alguien que ve de una manera ciertas cosas. A mí me pueden decir en el diario, por ejemplo, “hubo problemas con los piqueteros argentinos en el río Uruguay frente a la planta de Botnia” y, a partir de esa información, veo si puedo o no puedo pensar enimágenes. ¿Me explico?
—Con su experiencia en esta materia, supongo que no le escapará que existen dibujantes y caricaturistas que no suelen obrar de este modo. Esto quiere decir que están siempre “a la orden” de lo que les pidan los editores y siempre dibujan algo, aunque más no sea para ilustrar algún artículo que aparezca sobre el tema que les han encomendado. ¿Cómo evalúa este tipo de situaciones?
—En primer lugar, no las juzgo. Cada cual tiene derecho a hacer lo que le parezca con su trabajo y cómo asume su participación en el “engranaje” al que usted aludía. Sí creo que cuando un caricaturista está al servicio de intereses ajenos al autor, pasa a ser “dibujante taxímetro”: son aquellos a quienes les dicen cómo tienen que ver y para dónde hay que ir. Yo no firmo lo que no pienso. Y el diario se reserva el derecho de publicar o no mi trabajo.
—¿Y cómo es posible, para un caricaturista como usted, trabajar con independencia?
—Para trabajar con independencia de criterio, tiene que haber algo fundamental entre el empleado y el que le paga el sueldo: tiene que haber confianza profesional. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que uno puede contar con un margen de libertad muy amplio para trabajar. Porque hay que decir también que hay gente que conspira para que uno no tenga ese margen de libertad, tanto adentro del diario como afuera de él. ¿Sabe cuántos empleados de redacción he visto pasar en tantos años? A veces pasa como en la película: uno no duerme con el enemigo… dibuja con el enemigo. Conocí y trabajé con enormes periodistas y también vi unos cuantos empleados de diario, que es otra cosa. Cuando se hace humor político la cosa no es fácil. No soy un billete de dólar para que todos me quieran. Hay gente a la que le incomodo por lo que hago en mis dibujos, y está bien que así sea.
—Usted es un periodista que en vez de escribir, dibuja. ¿Qué lo hace distinto de los que escriben, además de la diferencia obvia de cómo presenta cada uno el producto de su trabajo?
—La primera diferencia elemental es que la información escrita se hace con palabras; mis dibujos, no. Hay dibujantes y caricaturistas que agregan palabras a sus obras. No es mi caso. Cuando uno maneja palabras en la información está escribiendo sobre cosas puntuales y concretas. Pero cuando uno trabaja solamente con imágenes, está manejando intencionalidades. Y la segunda es que siempre en estos casos hay una visión particular del sujeto. Es más: si no fuese así, el género resultaría solo una demostración de virtuosismo técnico y perdería eficacia. Hace algún tiempo dibujé al ex primer ministro israelí Ariel Sharon ensangrentado y hubo gente que se sintió molesta y me tildó de nazi. Los mismos que cuando enfocaba a Arafat me palmeaban el hombro.
—¿Puede decirse, entonces, que un caricaturista político es asimilable a un columnista político de opinión?
—En cierto modo sí, aunque no exactamente. Un caricaturista puede o no tener opinión, pero lo que tiene siempre es intencionalidad y humor. Es importante tener presente esto: la intencionalidad existe siempre y el humor está en el género.
—¿Un caricaturista es siempre periodista?
—No, no siempre es periodista. Puede ser un gran ilustrador. Hay que estar muy informado. Hay que leer, escuchar radio, ver televisión, revisar Internet. Un laburo insalubre. Estar atento a los “enfermativos”. Como caricaturista no doy noticias; trato de interpretar realidades, analizarlas y aportar mi punto de vista sobre ellas.
—¿Y cómo hace para estar al tanto de las cosas que ocurren en la realidad?
—El método es el mismo que el de los periodistas de prensa. Trato de informarme todo lo que puedo sobre los asuntos de interés público, converso con otros periodistas, del diario o de otros medios de comunicación, y —un dato nada menor— conozco perfectamente cómo funciona la redacción. La información cambia vertiginosamente a cada momento.
—¿Cuál es la característica principal que un caricaturista no puede dejar de lado jamás?
—Ser incisivo y mordaz. La caricatura configura, definitivamente, una sátira. A diferencia de un retrato que recoge los valores externos, el caricaturista intenta muchas veces pintar el interior del sujeto y las circunstancias que lo rodean. Todo un desafío que no siempre se logra.
—¿La caricatura forma parte del arte?
—¿Y por qué me pregunta eso? Nunca me lo cuestioné. Si la caricatura no fuera arte, ¿qué sería? ¿Sería “no arte”? ¡Claro que es arte la caricatura! Hay quienes dicen que la caricatura es “un arte menor”. Creo que los que son menores son quienes sostienen eso. Hay gente con una ignorancia superior.
—¿Cómo se relaciona la caricatura en los espacios de una página de diario?
—Hay dibujantes que están circunscriptos a un espacio fijo, determinado, para que hagan su tarea. A mí no me resultó cuando lo hice en otros medios. Sentí que estaba “maneado”. Me desinteresó y me fui. En “El País” la cosa es diferente. Porque el diario ha comprendido que la caricatura no es solo una obra de carácter periodístico o algo para llenar un boquete, sino también algo que cumple una función ilustrativa y de interés para el lector. Una ventana de aire fresco, por decirlo de otra manera. Por eso no se me exige que dibuje dentro de un espacio determinado. Eso suma valor a la independencia de la que hablé antes y permite manejarse con un margen muy importante de libertad a la hora de dibujar.
—Algunas de sus caricaturas políticas más comentadas han sido aquellas en las que dibuja a personajes políticos sin rostro y sin embargo la gente es capaz de identificarlos. ¿Por qué hace eso? Cuando usted dice que dibuja lo que ve, ¿qué ve (o qué no ve) en esos personajes?
—Para que una caricatura “funcione” debe tener intencionalidad de transmitir algún mensaje y este tiene que poder ser captado al menos por una porción importante del público. Entonces, depurar una imagen donde es tal la síntesis que alcanza con dibujar un rostro despojado de rasgos, a veces es un recurso válido y muy efectivo. No obstante, la intencionalidad del artista no tiene por qué ser, al dibujar a alguien sin sus rasgos faciales, tratar de demostrar que ese personaje carece de valores positivos. Eso es algo que interpreta el que ve el dibujo en un sentido o en otro. Por ejemplo: Barradas, que fue un gran dibujante y notable caricaturista, caricaturizó a García Lorca y a otros personajes sintéticamente sin cara prácticamente. ¿Hay una intención perversa en ello? Alfredo Zorrilla pintó y dibujó familias enteras sin rostro. ¿Se le atribuiría maldad alguna? Lo que sucede es que cuando un caricaturista es efectivo, se corta por el lado más fino y se le achaca intención de maldad. Pero hay que ver quién lo dice y de dónde viene. No se olvide que muchas veces hemos escuchado al chancho hablar de higiene.
—Hay quienes creen, sobre todo los políticos, que las caricaturas tienen una influencia decisiva sobre el público, porque lo predisponen a favor o en contra luego que ven su imagen representada. ¿Cuál cree que puede ser el impacto de una caricatura política sobre algún personaje o sobre algún proceso político que esté en marcha?
—Mire, esa creencia sobre los impactos de las caricaturas políticas, que en Uruguay está mucho más extendida de lo que sería deseable, es, por decir lo menos, una exageración y, por decir lo más, un reverendo disparate. ¿Alguien en su sano juicio puede pensar que un dibujo satírico sobre cualquier situación es capaz de cambiar el curso de la historia? Imagine si un dibujo hubiese evitado el advenimiento de la dictadura o del golpe de Estado. No existe. Creer que se provocan reacciones o conductas políticas desproporcionadas a partir de su publicación o acciones desestabilizadoras nos estaría mostrando que estamos ante una sociedad enferma. Que no se guía en función de la gran política, a la política en serio, sino que lo hace en función de lo que un humorista, actuando solo, piensa en el estudio de su casa y luego publica en el diario donde trabaja. Si esto último ocurriese, algo no andaría bien. El único impacto que una caricatura puede tener una vez publicada es aquel que los lectores —incluyendo a aquellos que son los destinatarios del dibujo— determinen. Es decir, los lectores les dan a las caricaturas la lectura y la interpretación que consideren convenientes. Y, como es natural, esas interpretaciones pueden ser absolutamente disímiles. Mi trabajo es siempre el mismo. Lo que baja y sube es la temperatura política de una situación. Sabido es que la imaginación para muchos ha sido subversiva desde la noche de los tiempos. Eso es más viejo que la tos.
—¿Qué es lo que más disfruta de su trabajo? ¿La producción de la obra en sí o el impacto después de publicada?
—Estar vivo y hacer. Quizás parezca presuntuoso, pero necesito hacer mi trabajo. Dibujar, pintar, modelar, me interesa que el lector disfrute con lo que hago. En otras palabras, intento que mi trabajo sea algo que agregue y no que reste. Porque un diario, además de informar, se edita con cosas sin las cuales podría salir igual. Podría salir sin crucigramas, sin carteleras de farmacias de turno, sin informes meteorológicos, sin fotos y, también, sin caricaturas. Por eso agradezco y trato de hacer algo que compita con todo lo demás que se publica, para agregarle un enfoque distinto a la publicación. Honestamente pienso que ningún medio sustituye a otro (ni la radio al diario, ni la televisión a la radio, ni Internet al semanario). Estimo que un diario se enriquece con aportes diferentes que son para diario y no para otra cosa.
—¿Usted siente satisfacción personal e íntima cada vez que le comentan una caricatura o cada vez que le dicen que tal dibujo provocó equis reacciones entre los personajes dibujados?
—Es verdad; me gratifica. Algo muy parecido a lo que le pasa a un periodista escrito cuando publica una primicia absoluta. De todos modos, creo que no es bueno acostumbrarse demasiado al calor del elogio por lo que uno hace. A la larga, eso es negativo. Uno no tiene que acostumbrarse al halago. Aunque en el momento puede sonar como música para los oídos, al final termina yendo en contra de uno. El hombre satisfecho no crea.