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    “La gente gasta la plata en cualquier divague”

    De Tacuarembó al mundo: Dani Umpi, escritor, performer, artista visual y músico

    Hace unas semanas, cuando Dani Umpi inauguró su nueva muestra Maldito Duende en la galería Hache de Buenos Aires, una persona, de frente a una de sus obras, le dijo: “Sos uruguayo, claro. Es re constructivo, muy Torres García”. Y Umpi, que siempre renegó de Joaquín Torres García, tuvo que aceptar y reconocer que hay un momento en que no se puede escapar de aquello con lo que crecemos. Lo cuenta sentado frente a una taza de té en el Café La Farmacia de Ciudad Vieja,  mientras muestra una foto del cuadro que tiene en su celular. Umpi —42 años, aspecto de niño eterno, tacuaremboense, artista inabarcable, autor del libro Miss Tacuarembó y de estupendas canciones como Cleopatra entrando en Roma— vino a Montevideo por una semana. “Vine a la DGI” , dice. “Vengo todo el tiempo, para hacer trámites y ver a mi familia en Tacuarembó”. Para mostrar su arte, poco. En setiembre sale su último disco, con el nuevo sello de Sony, Otras Formas, y aún no sabe si lo presentará en Montevideo. 

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    Aunque su carácter nómada no le permita decir que vive en un único lugar, desde hace unos años su base operativa está en Buenos Aires. Y, allí, sin que buena parte de los uruguayos se enteren, no para de crear. No para de viajar. Tiene su circuito de ferias de arte: ESTEarte, en Punta del Este; ARTBO en Bogotá; Art Basel en Miami; este año estuvo también en ARCOmadrid. Después recibe invitaciones a festivales musicales; este año, por ejemplo, cantó frente a miles de personas en el World Pride Madrid. Y está en las ferias literarias de América Latina y encuentros de escritores. Umpi cuenta todo con poca soberbia, con mucho entusiasmo, como si, por fin, tuviera sentido ser un creador que tiene la capacidad de hacer música, escribir y ser artista visual. Lo explica así: “No sé por qué pensaba que tenía que descartar algo. La cuestión es organizarme y seguir creando en libertad. Pero eso me cuesta y me va a seguir costando. Hago lo que hago siempre, pero tratando de ser cada vez mejor”. Sobre su manera de crear, su vida bonaerense y el colectivo LGTB, habló con galería. Aclara, eso sí, que para encontrarlo hay que buscarlo en su taller o en Instagram.  

    ¿Dónde está su casa?

    Siempre sentí que estaba en una frontera acá, en Uruguay, que no estaba dentro de un circuito particular. Pero eso tiene que ver con mi cabeza, con mi percepción, porque en realidad sí estaba en un circuito. Pero yo no me sentía emparentado con nada, me sentía aislado. En los últimos dos años estuve más tiempo en Buenos Aires que en Uruguay. Mi casa sería mi taller, que tengo en el Once. Ahora vivo con una amiga o estoy bastante en lo de mi novio y viajo bastante. No sé si es un mecanismo de alguien que no hace muchas raíces como yo o es simplemente una manera de vivir. Me desespera estar mucho tiempo en un lugar, me asfixia. Me siento liberado cuando me mudo y no tengo muebles. Ahora en Argentina no es que piense quedarme, siento que estoy de paso. Tengo un pie en Uruguay, acá está mi familia. Incluso Xippas, la galería con la que trabajo, está acá. Pero la banda con la que toco es toda de músicos argentinos y ahora también tengo una galería allá, que es Hache. También tengo un manager musical y un agente literario que están allá. Escribo, canto y hago obra como siempre hice.  

    ¿Cuál es su agente o representante más exigente?

    El que me exige más es al que le doy menos: el literario. Porque hace mucho tiempo que no escribo una novela nueva. Si bien ahora se han reeditado algunas y el año que viene salen en formato bolsillo mis dos novelas más conocidas que son Miss Tacuarembó y Un poquito tarada, no hago novelas todo el tiempo, hago una cada tanto. Y se han dado muchas sorpresas con ellas. Hay un libro que llegó al cine, ahora el libro para niños El vestido de mamá se llevó al teatro en Buenos Aires. Le va muy bien, va por se segunda temporada. Y ahora en noviembre la traen al Teatro Solís. 

    Más allá del estreno de la película de Martín Sastre basada en Miss Tacuarembó (que protagonizó Natalia Oreiro), ¿en qué momento sintió que su carrera tomó una verdadera relevancia?

    En 2014 sentí que mi carrera creció. Antes no sabía cómo evaluarlo. Ahí fue cuando empezaron a salir cosas no proyectadas por mí. Aparecieron ferias del libro y festivales. Las alegrías más grandes de este año fueron, por ejemplo, el estreno de la obra de teatro y después haber hecho la cortina musical de la serie web de Martín Piroyanski El galán de Venecia. La hicimos con Leo García y la cantó Valeria Lynch. Y por último la muestra de galería Hache Maldito Duende, que se inauguró hace unas semanas. 

    ¿Cómo se ve Montevideo desde Buenos Aires?

    Lo que se ve es que salen muchos artistas y bandas, pero después cuando te acercás no hay tantos lugares para tocar. Todo cuesta un montón y se depende de los boliches y del Estado. A la gente que hace festivales le cuesta un montón. Va mejorando, pero la imagen que hay desde afuera es distorsionada. Como siempre pasa. La visón que hay de Uruguay es bastante estereotipada: el paraíso de la marihuana, por ejemplo. Y también está todo el asunto de romantizar la melancolía uruguaya. 

    ¿Cree que hay un avance real con leyes, como por ejemplo la del matrimonio igualitario?

    Mi generación creció con optimismo. Vimos cómo fuimos logrando cosas como colectivo y también la lucha en conjunto con otros colectivos de minorías. Creo que la gente va cambiando, es un proceso que yo no voy a ver finalizado. Lo que pasa es que últimamente te desanima cuando ves que hay una ola de conservadurismo que se hace visible. Y no me parece un mal menor, ni inocente, ni anecdótico. Es más, ese reflote de toda la demonización de otras formas que no sean la normativa hetero me preocupa. El odio y el prejuicio siempre existieron, pero era algo difuso que no tenía cara. Ahora ya no es una masa anónima, hay algunos políticos de algunos partidos que dan la cara, están los que se organizan y salen a protestar. A esas personas les das dos manijazos y ya están generando fuerzas y diciendo cualquier cosa. Y hay un sistema político que está estimulando que eso pase. Vamos a tener que seguir luchando porque seguimos estando en la mira. Pero entiendo que son procesos largos. Se logró mucho, pero falta un montón, porque más allá de que se abran las cabezas se aceptan solo algunos modelos. A la gente le cuesta pensar que la sexualidad es infinita, que no es solo aceptar a la pareja homosexual que se casa y tiene hijos y paga sus impuestos y son divinos. Las lesbianas sigue siendo invisibles. Sigue habiendo travesticidios, el colectivo trans y travesti sigue estando muy mal. Ni que hablar de otros tipos de sexualidad. Y, por supuesto, que solo algunos tipos de gays son aceptados. 

    Claro, los artistas, por ejemplo. 

    Ponele que en mi caso que soy artista, es el lugar que a la sociedad no le molesta. Lo mismo si sos peluquero. Pero también un día te das cuenta de que aunque pensabas que no te habían discriminado sí lo estaban haciendo. Al principio las críticas a mi trabajo eran desde la homofobia. Está bien que yo jugaba con eso y usaba el humor y me paraba en un lugar muy ambiguo, pero lo que hacía era tocar una herida que estaba ahí.

    ¿Le interesa que lo califiquen como un artista LGTB o que engloben su obra dentro del colectivo?

    En mi caso la obra que hago tiene varias puertas de acceso. Y nunca está destinada a ser vista de una sola manera. Confío mucho en las diferentes perspectivas del que le interesa lo que hago. Personalmente como artista no siempre estoy pensando en mi identidad o en mi sexualidad cuando estoy creando una obra. Por ejemplo, la muestra que tengo ahora son investigaciones de colores, de forma. Se filtran asuntos de mi vida sexual porque hay collages que están hechos con textos del Grindr (NdR: red social para conocer gays, bisexuales u hombres queer). Podés hacer dos cosas: o analizarlo como una continuación de tradiciones de lo que es el neoconcretismo brasilero. O analizarlo como la continuación de la tradición drag. Hay una mezcla de todo. Y a mí no me molesta que se aborde de un lado o de otro. Lo que sí creo es que es un momento histórico y es necesaria la lectura de eso. Porque antes no se veía, no había abordaje al arte desde el colectivo LGTB. Está bien que se hagan esas curadurías, que se escriban esos artículos. En algún momento va a dejar de ser así, pero ahora está bien. Yo siempre usé mucho de la cultura gay y de la tradición drag, después lo mezclé con lo que viene del arte neoconcreto y con la cultura de masas. Yo discrepo con la gente que se enoja cuando hablan del lobby gay. Tiene que haber lugar para que se hable. 

    ¿Cómo es su taller del Once?

    Antes, en Montevideo, tenía un taller que era una pieza en mi departamento. Ahora es un espacio chico y está en un edificio que se llama BSM Art Building. Ahí hay talleres de varios artistas. A mí me ayuda no tener el trabajo en casa porque cuando me doy cuenta estoy lavando la ropa. Ir a otro lado me funciona. Es un taller, cueva, oficina. Las paredes son blancas, no hay mucho colgado, solo un par de cuadros. Después tengo una estantería llena de tuppers y carpetas que clasifican el material. Es bastante ordenado, soy más ordenado de lo que pienso. Cuando ves la obra es caótica y muy obsesiva. Recortecitos de papel chiquitito, es todo muy neurótico, pero tiene un orden.  Muchas cosas que empecé en el escenario, por ejemplo los vestuarios, se convirtieron en una instalación en un cubo blanco ubicado en una galería. 

    Maldito Duende empezó de esa manera. Primero fue el show de cierre de la muestra de Mario Testino en el Malba. 

    Empieza de piezas que originariamente estaban hechas para los shows y tomaban conceptos de un artista brasilero que es Hélio Oiticica. A mí siempre me asocian más con el pop y yo creo que tengo más de la tropicalia y de Oiticica. La cuestión es que eso evolucionó a algo más objetual y se convirtió en  estructuras gigantes de papel. 

    ¿Cómo es ese trabajo obsesivo y neurótico de unión de piezas?

    Todo es un texto. Hay una frase muy graciosa que es: la textura del texto. Son textos que son de muy difícil lectura, son letritas de colores, no sabés si leerlo en su totalidad porque es difícil seguirlo. Exige una actitud muy atenta del que está mirando. Hay mucho de saturación de información e imágenes. Entonces estoy ahí como un duende recortando cositas que me llaman la atención. El recorte y pegue, la cosa aleatoria, es muy de la modernidad. Siempre hay un niño que está cortando una persona y poniéndole una cabeza a un animal. Mi creación es bastante dispersa, no sé para dónde va pero cuando voy para atrás tiene todo un hilo conductor. Voy siempre buscando, soy muy inquieto y como estoy todo el tiempo en las redes, de ahí saco todo el material. No puedo parar, estoy totalmente absorbido por las redes. Soy producto del Fotolog. 

    Testino, el fotógrafo peruano que trabaja para Vogue y ha fotografiado, por ejemplo, a la reina Isabel de Inglaterra, compró una obra suya cuando estuvo en Buenos Aires hace unos años. ¿Lo sigue maravillando que sucedan esas cosas?

    Sí, me sigue maravillando que la gente compre arte. En esa época yo trabajaba con una galería en Argentina que se llama Belleza y Felicidad y compró una obra que era un libro gigante todo hecho con papel rojo. Antes estuvo expuesto en un Salón de Artes Visuales. Fue muy gracioso porque cuando cerré la muestra de él In Your Face en el Malba me di cuenta de que tenía mucho que ver porque también estaba todo vinculado con el papel rojo. Lo que estaría bueno es que haya nuevos coleccionistas porque hay gente que lo podría hacer, gente que le gusta y tiene la posibilidad. Y hay obras que pueden ser accesibles. Acá en Uruguay es muy difícil que haya nuevos coleccionistas; la gente gasta la plata en cualquier divague. Así se van perdiendo las obras, los artistas dejan de producir y cuando querés ver pasan décadas y hay muy poco rescatado por el Estado, hay cosas que se van perdiendo.