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    ¿Quién me iba a decir que me iba a ganar el Alfaguara y un Oscar? ¡País generoso!

    De gira por América Latina, el escritor argentino Eduardo Sacheri visitó Montevideo para presentar “La noche de la usina”. Su nuevo trabajo se sitúa en la crisis argentina de 2001 y da lugar a una historia de venganza y honestidad en un pueblo perdido

    Hay libros que se leen, pero que en realidad suenan. Que no solo nos imaginamos los rostros de sus personajes y el escenario en que se mueven, sino que los escuchamos hablar, chistar, suspirar; oímos su risa y distinguimos su acento, la cadencia del decir. Eso es lo que pasa con los libros de Eduardo Sacheri, que de algún modo proponen un experiencia global: se leen, se escuchan y —a raíz de que varios se transformaron en películas— se ven.

    Sacheri es de esos autores conocidos por distintos públicos. Están los que lo siguen por sus historias futboleras, que lo sacaron por primera vez de los salones de clase, donde era profesor de Historia, para llevarlo a la radio. Fue a mediados de los 90, cuando Sacheri, un poco por catarsis y otro a impulso de allegados, decidió enviar los cuentos que escribía por hobby al programa “Todo con afecto”, de Alejandro Apo, en Radio Continental.

    Apo recibía los cuentos y los leía directamente al aire y, como recordó alguna vez el periodista deportivo, de inmediato se identificó con la voz del autor y con sus pasiones. Lo mismo les pasó a los oyentes, que comenzaron a llamar de todo el país para preguntarle dónde estaban publicados esos relatos. Entonces, la pluma aún era la de un profesor y licenciado en Historia desconocido, pero con el tiempo los libros se editaron—“Esperándolo a Tito”, en  2000, fue el primero— y tuvieron un considerable reconocimiento entre los aficionados al fútbol.

    Después llegaron las novelas, y su ópera prima ya marcó el primer gran mojón de su carrera literaria. En 2005, Sacheri presentó “La pregunta de sus ojos”, un drama de suspenso atrapante que cautivó en particular al realizador Juan José Campanella, que decidió llevarla al cine como “El secreto de sus ojos”. El filme, coescrito con Sacheri y protagonizado por Ricardo Darín, Guillermo Francella, Pablo Rago y Soledad Villamil, llevó al autor a una fama más amplia, pues en 2009 ganó el Oscar a Mejor Película Extranjera. El dúo había funcionado, así que Sacheri y Campanella nuevamente trabajaron juntos pero esta vez con la mira en el público infantil. Así surgió el guion de la película animada “Metegol”, inspirada en un cuento de Roberto Fontanarrosa. Y en 2011 presentó “Papeles en el viento”, sobre la amistad, el fútbol y el universo masculino, que también llegó a la gran pantalla dirigida por Juan Taratutto y protagonizada por Diego Peretti, Pablo Echarri, Pablo Rago y Diego Torres. Otro de sus libros, “Araoz y la verdad” (2007), fue adaptado al teatro.

    Pero Sacheri tenía otra meta. Por eso decidió, dos veces, presentar esos libros para competir en el Premio Alfaguara de novela. El éxito no llegó ni en la primera ni en la segunda. La vencida fue “La noche de la usina”, la novela publicada este año con la que finalmente ganó el prestigioso premio a las letras hispanas. La historia se sitúa en un pueblito olvidado de la provincia de Buenos Aires, y comienza pocos días antes de la crisis económica argentina de 2001, que desembocó en el corralito financiero. En los extremos de esa tempestad se ubica, por un lado, un comerciante oportunista y el gerente de un banco que encuentran su filón, y por otro, un grupo heterogéneo de hombres, simples y desesperados, que ven cómo sus sueños se desmoronan. Decididos a no quedarse inmóviles ante la situación, el grupo decide vengarse, planifica un robo e intenta llevarlo a cabo, lo que resulta en una novela costumbrista, un policial de suspenso y aventuras, lleno de humor, que en la revancha deja al descubierto la esencia de las personas.Esta semana, Sacheri llegó a Montevideo para hablar sobre esta novela, que será presentada este jueves 28 en el Auditorio del Sodre por nuestra columnista y también reconocida escritora Claudia Amengual y el Maestro Óscar Tabárez. Previo a la presentación, Sacheri conversó con galería.

    Eduardo Sacheri

    —En este libro, como en muchos de sus trabajos, la historia es importante pero más aún son los personajes, y en este caso, que se trata de un relato coral, resulta particularmente notorio. Algunos incluso surgieron de una novela anterior. ¿Cómo los construyó?

    —Algunos personajes surgieron de mi novela “Araoz y la verdad”, de 2007. Para esa novela necesité un pueblo imaginario en la provincia de Buenos Aires, que resultó O’Connor, y que retomo en “La noche de la usina”. En principio, solo necesitaba una ex gloria del fútbol de los años 60, y ese fue Fermín Perlassi. El núcleo de “Araoz...” tenía que ver con Perlassi y con un forastero. Pero en los tiempos muertos de aquella novela surgían otros personajes, que me permitían descansar del asunto principal. Y esa gente me cayó bien, y cuando terminé la novela me prometí volver. Eso no me había pasado antes. Sí había sentido la nostalgia de abandonar personajes después de pasar tiempo con ellos, pero no con la necesidad de retomarlos. Entonces me gustó darle lugar a Perlassi, a los hermanos López, al viejo Medina, a Belaúnde y hasta a Manzi (el comerciante). Y me tomé el tiempo para desarrollarlos, porque al principio los personajes son chatitos, pero cuando empiezan a hablar surgen las diferencias entre ellos.

    —¿Entonces primero tuvo los personajes y luego la historia?

    —En “Araoz y la verdad” —que está ambientada en 2006 y esta novela vuelve a 2001— había recelos antiguos con este Manzi, ese comerciante ventajero que cuando a todos les va mal a él le va bien, pero no había entrado en la historia. En un principio, acá tuve que dedicar tiempo a fracasar con los personajes, a que hablaran parecido, a que fueran similares para luego surgir y diferenciarse. Esa construcción coral también me costó.

    —Otro punto alto del libro es el plan que tejen los protagonistas para vengarse. ¿Cómo fue armando ese robo, sus ardides, sus planes b, y en todo involucrar hasta el cine?

    Primero se me ocurrió trabajar sobre la crisis económica y los pícaros, y complejizar la mirada de esa crisis. En esos escenarios uno tiende a ver a las víctimas, que somos la mayoría, y a los que les fue bárbaro y se pararon para toda la cosecha, porque te das cuenta de que sacaron los dólares justo a tiempo. Más tarde, en 2008, en medio del conflicto del campo que hubo en Argentina, me acuerdo de que los medios oficialistas del kirchnerismo batían mucho el parche con que los chacareros hacían tanta plata que la escondían en bóvedas subterráneas. Más allá de la exageración, esa imagen me resultó poderosa —incluso sin imaginar lo que vendría después—, porque también habla de un país descalabrado. Eso de enterrar la plata es un procedimiento casi medieval, de 300 años antes del capitalismo. Olvidate del banco, de la caja de seguridad. Entonces esos fueron los antecedentes de la historia.

    Después, como yo comparto con mis personajes cierta ingenuidad artesanal, también sumé esa película que surge en el libro —“Cómo robar un millón de dólares” (1966), con Audrey Hepburn y Peter O’Toole—, que le gusta tanto al personaje de Perlassi como a mí. La vi a los 11 años y quedé fascinado con ese robo. Obviamente, no es lo mismo que un chico se entusiasme con ese plan maestro de Peter O’Toole, a que un grandulón involucre a toda su banda de viejos detrás de semejante idea. Pero la novela juega con ese arrojo, que es producto de la candidez de estos tipos.

    —Precisamente, candidez es quizás lo más presente en la historia, porque los personajes son muy buenos, muy rectos, casi al extremo. Ni siquiera el malo es muy malo. Y todo eso, en el medio de una crisis despiadada. ¿Es una especie de mensaje respecto a cómo le gustaría que la gente actuara en su país?

    Creo que inevitablemente en lo que uno escribe van sus cosas o su modo de ver la vida. Pero no pretendo dar un mensaje. Eso no significa que no me guste que venga un lector y me diga que mi novela lo hizo reflexionar, pero no me gusta intentar manipularlo. Lo que sí puedo decir es que la gente que me gusta es así como los personajes del libro. No creo que la mayoría de la gente sea así, pero sí confío en ese tipo de personas y trato de que estén en mi vida.

    —Y en esta época, que Argentina transmita un sacudón político y social, ¿no es una forma de destacar la honestidad y las buenas acciones?

    —Sí, pero la verdad es que no me gusta pegar mis libros con la coyuntura, y de hecho no se me ocurren durante la coyuntura. No se me ocurriría ahora ambientar una novela en el fin del kirchnerismo, quizás en diez años. Para mí, la Historia y la Economía son como el telón de fondo de la vida de la gente, y esa vida es lo que más importa. No empiezo una historia pensando en las presidencias o los modelos económicos. Entonces, en esta novela está el corralito pero la historia pasa por otro lado.

    —¿Cree que algún aspecto de la actual coyuntura de Argentina podría despertar algún relato en el futuro?

    —En Argentina todo el tiempo estamos peleando y decimos que vivimos siempre en una tempestad. Y no es cierto. Pero sí hemos tenido tempestades. De mis novelas, las que se anclan claramente en un momento histórico, como “La pregunta de sus ojos” o “La noche de la usina”, sí hablan de épocas terriblemente complejas. Ojalá esta época no me dé para una novela porque eso significará que solo fue un momento complicado. Por ahora no lo vivo como una situación terminal, como sí se sentía poco antes del 2001, cuando la gente creía que todo esto se iba al demonio.

    —En esta novela hay suspenso pero por momentos se parece mucho a una comedia de enredos; hay venganza pero sin maldad. ¿Cómo surgieron esas oposiciones?

    —Pretendí darle la estructura de un policial, pero un policial imperfecto. En un policial sobre un robo, con una estrategia de relojería, la clave es la eficiencia de los protagonistas, que reduce el azar a la nada. Pero nuestras realidades latinoamericanas muestran que ese planteo es ingenuo, que la realidad es más inabarcable, inesperada. Sobre todo si lo ponés en manos de chambones, como son los protagonistas y como es la mayoría de la gente. Estas personas no saben robar, entonces hacen una mezcla de buenas intenciones, pésimos cálculos y algunas improvisaciones, y ahí se va emparchando lo que van haciendo.

    —¿Ese plan surgió a medida que escribía o antes?

    —Antes. En general siento la necesidad de armar toda la trama como un plano de lo que va a suceder antes de ponerme a escribir. Porque después la escritura tiene otras dificultades. Entonces me pasé como un año armando la cosa, y preguntando sobre alarmas y bóvedas.

    —¿Consultó con expertos en el tema?

    —Más o menos (risas). Ponele que googlié la cuestión de la dinamita, y le pregunté a mi electricista cómo va variando el voltaje en un transformador. Pero recién cuando todo eso está armado veo cómo lo escribo: veo el tiempo verbal, la voz narrativa, el nivel de discurso. Pero yo necesito separar ambos problemas.

    —A partir de sus experiencias anteriores, ¿se imagina el libro transformado en película?

    —Me gustaría que pasara, pero no me gusta anticiparme. Cuando escribí “La pregunta de sus ojos” solo pensé en un libro, y con “Papeles en el viento” me pasó igual. Entonces quisiera que pasara lo mismo ahora, si pasa.

    —¿Ya tuvo alguna propuesta?

    —Algún productor me habló, pero no un director. Y parece que no pero es diferente, porque un productor puede acercarse para comprar los derechos por lo que pasó con “El secreto de sus ojos”, pero un director se acerca porque quiere hacer la película él. Igual, el libro salió hace poco así que no hay apuro.

    —¿Suele participar en la elección de los actores?

    —No. Lo que me gusta es participar en el guion pero partiendo de la base de que el que sabe de cine es el director.

    —Una vez dijo que es “un escritor de oído”. ¿Cómo explica ese concepto?

    —Me crie en una casa de universitarios, odontólogos, y todos los hijos fuimos a la universidad. Uno es veterinario, otra es arquitecta y yo soy licenciado en Historia. Lo que estudié y lo que sé hacer es ser un académico de la Historia. No estudié letras. Si bien sé, racionalmente, que no por estudiar letras uno es escritor, no puedo evitar esa sensación de cierta aproximación amateur de mi parte. Por eso no doy talleres, porque es una profesión que se fue improvisando en mi vida, o mejor dicho, fue una labor que se convirtió en profesión a través de la improvisación y el azar, y una serie de felices combinaciones de circunstancias que bien podrían no haberse dado.

    —¿Cómo llegó la lectura a su vida en una casa de odontólogos?

    —En mi casa se leía mucha ficción. Mis viejos leían novelas de una colección de la editorial Emecé que se llamaba “Grandes novelistas”, que sacaba un libro por semana. Mi casa estaba llena de esos libros, de literatura anglosajona, europea. También tenía la colección Robin Hood, y luego agregué algo de literatura latinoamericana, como García Márquez, Benedetti, Vargas Llosa. Y a los veintipico de años me puse a escribir, pensando sobre todo en esta cosa catártica.

    —¿Y por qué eligió particularmente la Historia para estudiar formalmente?

    —Porque era la materia que más me gustaba en el secundario; así de sesuda fue la elección (risas). Encima no quería ser profesor, sino académico, meterme en el Archivo General de la Nación y escribir para mis colegas. Pero al final me harté muy rápido de ese camino endogámico, y me volqué a la docencia tanto en la universidad como en el secundario.

    —Sigue dando clases en el Colegio Santo Domingo de Ramos Mejía…

    —Es un colegio de monjas, que me tienen mucha paciencia porque pego unos faltazos… (risas). Cuando no voy a veces les dejo cosas para hacer o películas para ver. Estoy en quinto año, que es el anteúltimo del ciclo, y doy Historia del siglo XX, de la II Guerra Mundial en adelante, e historia argentina, del peronismo en adelante. Es muy actual y más fácil de enganchar a los chicos.

    Estoy ahí desde 1998, casi 20 años. Trabajo muy bien y doy clase solo los lunes. Ahora vivo de los libros, pero antes, cuando tenía que juntar el mango, daba clases en diferentes lados, todas la mañanas y las tardes.

    —¿Cómo es la relación con los alumnos desde que es más reconocido? ¿Le hablan de sus libros?

    —Mis alumnos me preguntan por mis libros porque en Literatura leen algunos de ellos. Entonces antes de una prueba me vienen a preguntar desesperados. Pero los saco corriendo, y les digo que vayan a leer (risas). Por suerte la fama es algo que queda afuera de la escuela. A la segunda clase ya sos “el de Historia”.

    —Ahora trabaja en un guion de una serie de ocho capítulos para la TV chilena, basada en la novela de Isabel Allende “Inés del alma mía”. ¿Cómo llegó esa propuesta?

    —Por el Oscar. Más allá de simplificaciones, y a que seguramente vieron “El secreto...”, “Metegol” y “Papeles en el viento”, vieron que me gusta esto de adaptar textos míos o ajenos, y me lo propusieron. Para mí era un lindo desafío, porque una serie no es lo mismo que un largometraje. Hacer los episodios, buscarles una trama individual y un arco argumental que los una, es algo lindo. Ahora estoy terminando la revisión final de los guiones. Seguramente rueden el año que viene.

    —Además, con Campanella está escribiendo un guion original para el cine. ¿En qué etapa está?

    —Estamos empezando (y se agarra la cabeza), porque Campanella quiere hacer un guion original armado entre los dos y es un laburo de locos. Es lindo porque da un montón de libertad, pero si generar una historia solo es un lío, hacerlo de a dos es peor (risas). Tenemos algunas ideas y no es por hacerme el misterioso, pero aún estamos en el medio del mar.

    —¿Qué similitudes y diferencias tiene en su carrera ganar un Oscar o recibir el premio Alfaguara?

    —¡Este premio es para libros! (risas). El Oscar me abrió un montón de caminos profesionales, muy valiosos, y me permitió ser conocido fuera de mi país, y seguir trabajando en el cine. Eso es espectacular porque diversificó mi carrera. Pero de algún modo subordinó mi costado literario a mi lado cinematográfico. Por eso también me emperré en volver a presentarme al premio.

    —De hecho es la tercera vez que competía, pues ya se había presentado con “Papeles en el viento” y “Araoz y la verdad”. ¿Por qué un escritor exitoso insiste en este reconocimiento?

    —Porque para mí el premio Alfaguara es muy limpio, y lo ganó gente muy grossa, con libros muy lindos. Para mí meter un libro en el mismo estante que ellos era muy importante.

    Además, el hecho de que se publique en España y en toda América Latina al mismo tiempo te da la chance de que te conozcan muchos lectores. Hoy las librerías son un mar de libros, y publicar en otro país ni siquiera significa que los lectores te ubiquen. Con el premio, en cambio, viajás, te hacen entrevistas y aumentan tus posibilidades.

    —Luego del Oscar y de este premio, ¿tiene otra meta de este tipo en su carrera?

    —Te diría que quiero seguir escribiendo, y que a los lectores les guste seguir leyéndome, pero a nivel de mi carrera estoy recontra hecho. ¿Quién me iba a decir que me iba a ganar el Alfaguara y un Oscar? ¡País generoso!