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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDicen que cantar alegra el alma, libera el estrés y mejora el ánimo. Pero no es solo eso. También hace más estrecha la relación entre los integrantes de las familias. Algunos, como los Fossati-Soares de Lima, Mackinnon, Gallinal y Carriquiry, decidieron hacer de su pasión compartida un pasatiempo e incluso, en algunos casos, una profesión. galería se entrometió en los ensayos de estas cuatro familias cuyas distintas generaciones se unieron para formar un coro.
Cuando uno de los hermanos Mackinnon empieza a tocar la guitarra en el living de su casa, enseguida otro de ellos se sienta a su lado y comienza a cantar. Otro, que estaba estudiando en su dormitorio, baja las escaleras y se suma con el cajo´n pe- ruano o la armo´nica. En pocos minu- tos, los seis hermanos se encuentran reunidos, entonando una nueva cancio´n que casi no conoci´an. Todo se da muy natural, porque alli´ la mu´sica es una integrante ma´s de la familia.
Ellos son, simplemente, los hermanos Mackinnon, porque asi´ suelen llamarlos quienes los conocen. Los integrantes del grupo decidieron aceptar esta denominacio´n y no titularse de otra manera, porque entienden que lo que los defne es ser seis hermanos guiados por la mu´sica y su fe en Dios.
La idea de formar un coro surgio´ de manera informal en el an~o 2009, luego de una peregrinacio´n que reali- zaron los hermanos en compan~i´a de sus padres a la virgen de Salta, en Argentina —llamada la Inmaculada Madre del Divino Corazo´n Eucari´stico de Jesu´s, que tambie´n esta´ pre- sente en el retrato familiar—. Este viaje represento´ una experiencia de fe que sacudio´ a todos. A su regreso, la familia fue invitada a formar parte de un grupo de oracio´n donde se rezaba el rosario y se cantaban las canciones de la virgen. Un di´a, mientras rezaban, un cura de la parroquia Stella Maris los escucho´ y los invito´ a cantar en la misa de los lunes, que en ese momento necesitaba un coro. A partir de ese momento, los Mackinnon se convirtieron en “un instrumento para que los dema´s puedan rezar mejor”, conto´ Mari´a Bele´n, una de sus integrantes.
El pedido de liderar la misa con sus talentos musicales llevo´ a que los hermanos se comprometieran a ensayar y a seguir una dina´mica ma´s formal a la que estaban acos- tumbrados. Desde pequen~os, acom- pan~aban a su madre a cantar en el coro de su parroquia: uno tocaba la pandereta, otro sosteni´a la letra de las canciones y, de a poco, se fueron animando a meterse ma´s y ma´s en la mu´sica. Al ser un referente musical desde que eran chicos, su ma- dre los gui´a como si fuera la directora, los escucha y corrige “en caso de que alguien haya desentonado”, conto´ Mari´a Bele´n a galeri´a.
Entre los seis se complementan: Juan Francisco y Patricio tocan la guitarra y cantan, Santiago toca el cajo´n peruano y a veces la guitarra, y las dos mujeres, Agustina y Ma- ri´a Bele´n, cantan. Ignacio, aunque siempre esta´ presente, no se anima a cantar. Juan Francisco, el mayor de los seis, es quien lidera el grupo. Hace que se cumplan los ensayos, elige las canciones y “pone orden”, revelo´ Mari´a Bele´n.
Renovar su repertorio de canciones es algo que los entusiasma como coro. La u´nica cancio´n que perdura en el tiempo y la que cantan todos los lunes en la misa de la parroquia Stella Maris es Puri´sima, la consagracio´n a la virgen de Salta. Los jo´venes au´n no se han animado a componer su propia mu´sica, por eso se inspiran en canciones cato´licas argentinas o chilenas, de agrupaciones como la Pascua Joven o la Sociedad San Juan.
Ma´s alla´ de lo musical, ¿que´ le aporto´ a la familia cantar juntos?
Nosotros, ma´s que hermanos so- mos amigos, refexiono´ Mari´a Bele´n. Compartir el mismo gusto por la mu´sica y cantar juntos, ya sea en el coro de todos los lunes, en una misio´n, una peregrinacio´n o el jardi´n de su casa, forjo´ una amistad especial entre estos jo´venes y, cuando cantan, es cuando ma´s queda a la vista.
“En el Día de Reyes o en los cumpleaños siempre había de regalo algún instrumento”, recuerda Sofía García sobre sus primeras experiencias con la música. “Con el tiempo me di cuenta de que si salimos cantores fue porque, a través de las generaciones, en nuestros hogares siempre se priorizó la música”, continúa.
Sofía forma parte de una tercera generación de amantes de la música, su hijo de dos años, que ya muestra interés y en los ensayos les roba la guitarra y el micrófono, conforma junto a sus más de 20 primos la cuarta generación.
Todo comenzó gracias a que Juan Pedro Gallinal y María Elena Artagaveytia les inculcaron a sus nueve hijos el amor por este arte y ellos, a su vez, llenaron sus casas de melodías y le dieron importancia a la formación musical de sus hijos.
Pino Arocena, también integrante de la tercera generación, explica que aunque sus padres les transmitieron conscientemente el gusto por la música, lo lindo “es que se fue dando espontáneamente”. “Siempre estábamos entre instrumentos: teclado, guitarra, pandereta, armónica, batería”, cuenta Sofía. “Los vecinos no estaban muy contentos”, confiesa divertida.
Al impulsarlos a explorar los instrumentos y a hacer mucho ruido, Juan Pedro y María Elena lograron que personas a veces muy distintas tuvieran la excusa perfecta para juntarse más seguido. Como recompensa, formaron una familia muy unida. “Somos una familia muy grande y creo que a casi todos nos apasiona la música. Al que no canta o toca algún instrumento le gusta mucho escucharla”, explica Sofía.
Este disfrute musical se da a tal punto que los que no tocan o cantan igual muestran interés y participan haciendo sugerencias, preguntas o como público cada vez que alguno de los integrantes de la familia se presenta en un escenario.
Las bandas de amigos, entre hermanos o primos como la de Las Gallinitas, que armó en la adolescencia el grupo de primas, a la que los primos varones respondieron con Los Rockeros Gallinal, fueron y son moneda corriente en esta familia. Las presentaciones al principio se hacían en el ámbito familiar, en algún cumpleaños o reunión, y los ayudaron a irse preparando para las bandas que armaron más adelante.
Así surgieron conjuntos como Cuarto de Libra de rock en español, Los Sleepers de rock sesentoso, Bonnie de pop-rock y Duro ’e Boca de folclore, por nombrar algunas. De este caldo de cultivo musical también surgieron talentos que se dedican total o parcialmente a la música, como Manuel Gallinal, que es percusionista en Vas, Andrés Urioste que lo es en Toco para Vos y Agustina García Gallinal, que hace comedia musical.
Con el canto han conseguido alegrar momentos tristes y con las letras de sus canciones han dicho cosas que a veces es difícil decir en persona. Una de estas situaciones de dolor golpeó a la familia el mismo día en que galería tomó su retrato. Esa noche se despidieron de María Elena Artagaveytia, quien junto a su marido hizo crecer el amor por la música en la familia y dejó arraigada en sus hijos, nietos y bisnietos parte de su propia pasión. “Nada es casualidad”, pensó su nieta Sofía, “que el artículo vaya en homenaje a ella”.
Entre las muchas cosas que Carlos María y Roberto Fossati heredaron de sus padres, el amor por la música es una de las que probablemente más los marcó.
Como en muchas familias de Uruguay, en el hogar de los Fossati convivían raíces variadas: italianas por parte de su padre, Carlos María Fossati Benenati, y brasileñas del lado de su madre, Clara Soares de Lima.
Junto a su padre se formaron sobre música lírica e italiana en general. De Clara aprendieron acerca de la música típica rioplatense, sobre el culto a la guitarra y la tradición de campo.
El mayor, Carlos María, desde niño interpretó canciones folclóricas típicas de la época y la región. Con el paso del tiempo se convirtió en el cantor “de los Blancos” por excelencia, al interpretar canciones vinculadas a la historia del Partido Nacional y el repertorio de De poncho blanco, y en una referencia en el mundo del folclore. Su hermano, Roberto, estudió canto lírico con el barítono Juan Carlos Gebelin y a los 15 años ya cantaba el Ave María en casamientos. De hecho, emocionó a familiares y amigos con su voz al interpretarlo en la boda de su hermana mayor.
Al crecer entre música diversa y desarrollar el gusto y la facilidad por el canto, no sorprendió el hecho de que formaran junto a sus primos maternos el conjunto La Tribu de los Soares de Lima. Distintos escenarios, principalmente del norte del país, los vieron interpretar música folclórica de la región a partir de 1964. Mientras tanto, Carlos María seguía con su carrera solista y editaba diversos discos.
La Tribu no se quedaba atrás, grabando discos como Corazón misionero, con música religiosa que luego interpretaba en misas y casamientos. En estas presentaciones, incluso, los acompañaban algunos de sus hijos.
Los años pasaron y los hermanos siguieron transmitiendo las tradiciones musicales de su infancia a sus hijos, y estos a los más jóvenes. Hoy, las tres generaciones se presentan como Los Fossati, un conjunto familiar y dinámico que alterna padres e hijos.
Nicolás y Ximena, hijos de Carlos María, y Alfonso, hijo de Roberto, siguieron el camino familiar y se abrieron camino como solistas. Por su parte, Francisco, Rosina y Mónica, hijos de Roberto, integran el coro Seminario, formado por exalumnos de la institución, que se presenta en todo el país.
Algunas cosas cambian, se suman nuevos integrantes, se incursiona en nuevos ritmos, como lo hizo Roberto con el género melódico, pero la pasión por la música sigue intacta. Y Los Fossati siguen cantando.
El viernes es el mejor día de la semana para la familia Carriquiry, no por la tradicional excusa del comienzo del fin de semana sino porque es el día en el que todos los integrantes del coro familiar se reúnen a ensayar. Alrededor de las 19 horas comienza la acción en la casa de Renée Penino, quien, con sus 94 años, es la principal entusiasta del coro y su integrante de mayor edad. Son cuatro las generaciones que se reúnen: los más grandes cantan y conversan; los más chiquitos corretean de aquí para allá. Cada uno, con su rol, complementa al de al lado.
La dinámica del coro es informal y distendida. Tanto es así que Magdalena Carriquiry contó a galería, a modo de anécdota, que con los años el primer director que lideraba el grupo “no soportó los ensayos llenos de gente y niños” y decidió dejar el puesto. Los Carriquiry recuerdan esta situación con humor y cariño, sobre todo porque fue él quien les dio su nombre: Carricoro. Actualmente, los dirige el músico Carlos Escande.
Cuando en 2005 se disolvió el coro en el que participaban dos de los ocho hermanos Carriquiry, su madre, Renée, los impulsó a que formaran su propio grupo musical. Seis de ellos —los restantes dos no viven en Montevideo— se pusieron en marcha y decidieron contratar a un director para que aportara un marco de disciplina al grupo. Luego se fueron sumando las demás generaciones, tanto de hijos y nietos como de primos y parejas; desde Renée hasta Sofía Carriquiry (15) que en breve se convertirá en la integrante más joven del coro.
A pesar de que la guitarra es el eje de todos los encuentros familiares —uno de los jóvenes de la familia es guitarrista del grupo de rock Cuatro Pesos de Propina—, los instrumentos están prohibidos dentro del Carricoro. Ellos cantan a capela, por lo que sus cuerdas vocales son el único instrumento necesario. Así, se dividieron rigurosamente entre sopranos, contraaltos, bajos y tenores. “Abrazamos el canto porque nos pareció un buen desafío”, contó Magdalena sobre la postura que sostienen desde el comienzo.
Jaime Roos, María Elena Walsh, Les Luthiers, Los Auténticos Decadentes, Charly García o The Beatles... el repertorio del Carricoro es amplio y todo proviene del cancionero popular. Ninguno de ellos compone canciones, pero cuando es momento de probar algo nuevo eligen entre todos qué les gustaría cantar. Por lo general, los jóvenes prefieren canciones más modernas y los adultos las más tradicionales, pero apuestan siempre al equilibrio para que todos disfruten de las canciones y de la música.
“En casa siempre se celebró todo con música”, contó Magdalena. Su abuela tenía un gusto especial por este arte y, de hecho, aprendió a tocar el piano de forma autodidacta. Desde entonces, la pasión por la música se fue contagiando de generación en generación. Hoy, la única condición para formar parte del coro es ser integrante de la familia y no ser buen cantante o músico. “Nosotros somos conocidos por ser una familia, es una rareza ver a una señora de 94 años cantando con sus hijos, nietos y bisnietos”.
Para los Carriquiry, la creación del coro marcó “un antes y un después” en su rutina familiar. Con la excusa de los ensayos, todos están al tanto de la vida del otro, generando un vínculo de proximidad entre las generaciones que antes no tenían. A sus 94 años, Renée celebra en todo momento la maravillosa idea de conformar un coro familiar y convivir con un grupo que se quiere y se respeta tal cual es.