Graydon Carter hace una de las mejores revistas del mundo: Vanity Fair. Este periodista fue quien en su momento sucedió a Tina Brown, editora mítica, que pasó a dirigir The New Yorker.
Graydon Carter hace una de las mejores revistas del mundo: Vanity Fair. Este periodista fue quien en su momento sucedió a Tina Brown, editora mítica, que pasó a dirigir The New Yorker.
Accedé a una selección de artículos gratuitos, alertas de noticias y boletines exclusivos de Búsqueda y Galería.
El venció tu suscripción de Búsqueda y Galería. Para poder continuar accediendo a los beneficios de tu plan es necesario que realices el pago de tu suscripción.
En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáCarter consiguió una combinación entre buenas historias, grandes fotógrafos y algunos números especiales que ya son clásicos. Además logró que la revista diera la mejor fiesta de Manhattan: la del Oscar.
Después de 25 años al frente de la publicación, que pasa por su mejor momento, acaba de anunciar que en diciembre se retira. La noticia es una bomba en el mundo editorial; su puesto y su salario son muy codiciados. Se va a instalar seis meses en Francia con su mujer y su hija más chica. Quiere leer y conocer algunas ciudades de Europa que tiene pendientes. Y quiere intentar con el kitesurf.
Carter tuvo algunas obsesiones, como la familia Kennedy y parte de la realeza, pero también ha tenido exclusivas como quién fue Garganta Profunda en el “caso Watergate” y el primer perfil de Caitlyn Jenner después de su operación de reasignación de sexo. Supo darle el territorio a la fabulosa Annie Leibovitz para que se luzca. Hay portadas de Vanity Fair que parecen cuadros de la escuela flamenca o de un discípulo de Velázquez. Con el tiempo convirtió a Vanity Fair en la revista de los mejores fotógrafos (como en su momento fue Life).
Apenas asumió, uno de los primeros periodistas a los que llamó fue a Christopher Hitchens (1949-2011), que escribió miles de páginas en Vanity Fair. Hitchens era brillante y un maestro de periodistas. Su autobiografía Hitch 22 debería leerse en todas las carreras de Comunicación. (Dato para hinchas de Hitchens: estuvo, junto a Ian McEwan, visitando a Martin Amis e Isabel Fonseca, cuando la pareja vivía en José Ignacio. En esa semana conocieron el Chuy. Y les encantó.) El haber integrado a Hitchens debería ser una de las cosas por las que se recuerde la era Carter en la revista.
Más o menos desde que empezó en el periodismo le ha pegado a Donald Trump. A su vez, el presidente le ha dedicado varios tuits y agravios, que Carter tiene enmarcados en su escritorio. Estos días, en que se anunció su retiro, se han escrito perfiles sobre él, que hace tiempo es una celebridad.
Además de editar libros y producir algunas películas, es dueño de dos restaurantes en Nueva York. En ninguno de ellos se puede reservar mesa: tenés que llegar o conocer a alguien y el propio Carter se ocupa de ver quién se sienta en cada lugar para que la noche funcione. Él dice que es parecido a armar una revista. “No se precisa mucha inteligencia, es experiencia, básicamente”, asegura. “En realidad no se cómo se debe hacer una revista. De verdad”. Sin embargo, cuando él asumió en Vanity Fair, las ventas despegaron. De las cosas más divertidas que he leído es que circula en la redacción una lista de palabras que Carter prohíbe usar, entre ellas jet set, celebrity y A-list.
Carter ha sabido llevar las cosas al próximo nivel. La fiesta que se hace la noche del Oscar fue un invento suyo. El primer año, por aquello de que si voy a fracasar mejor que seamos unos pocos, hizo simplemente una comida. Y fue un éxito. El hombre tiene buen gusto: no hay zona vip en la fiesta. Es decir, no es fácil lograr que te inviten, pero una vez adentro, todo el mundo está en el mismo plano. Tiene sentido estético. “¿Y si hago la mejor fiesta de Hollywood? ¿Y se les pedimos a los que iluminan los conciertos de los Rolling Stones que hagan las luces? ¿Y si este año regalamos un Zippo de plata con Vanity Fair a cada invitado?”
Su entusiasmo es la clave. Pese a su estilo de vida (casa en Connecticut, gran corte de pelo y buenos trajes), supo ser un muchacho de clase media que se crió en Ottawa y llegó a Nueva York a los 28 años. Hay quienes lo comparan con Warhol, en el sentido de inventarse a sí mismo y tener un corte de pelo de esos que hacen que la gente te respete. Toque cursi: cuando cumplió 10 años al frente de la revista mandó hacer un set de 10 CD de la música de su vida y lo tituló Graydon Carter: The Soundtrack. Con los años, como todas las personas, se ha ido poniendo más serio. Pero no hay que confundir eso con solemnidad y Vanity Fair sigue teniendo burbujas, es divertida y tiene cierto desparpajo.
Las películas en blanco y negro y la época de oro de Hollywood han permeado su gusto y su estilo de vida. Eso es bueno. Dicen que no es pretencioso y sabe divertirse: es un buen bebedor, toma en vasos generosos, y come en platos abundantes. Será el rey de Nueva York, como dicen, pero maneja la ironía, se escapa los fines de semana y, probablemente, como todo periodista, finalmente siga siendo el colado de la fiesta.