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    Editorial

    N° 1948 - 14 al 20 de Diciembre de 2017

    Se suele decir que era un pueblo de pescadores, pero en realidad no es así. José Ignacio es un pueblo de campo que está recostado al agua, un lugar definido por el faro y que se formó con pobladores de San Carlos y Rocha y gente de las estancias de la zona. Los pescadores llegaron después. 

    Quienes conocen —pese a que no hay un libro que recoja la historia de este lugar que en tan pocos años vivió un boom tan explosivo— aseguran que lo que ha provocado los grandes empujes en José Ignacio ha sido la gastronomía. 

    Fue allí donde un jovencísimo Francis Mallmann empezó su carrera, en la Posada del Mar, un elegante restaurante que abrió en diciembre de 1979. “No había agua, no había luz, no había puente. Trabajamos durante años con grupos electrógenos. Los clientes llegaban dando toda una vuelta por la Ruta 9 o, cuando el tiempo lo permitía, los cruzábamos en un botecito por la laguna. Fue un romance”, suele recordar Mallmann. Antes de la Posada, la gente iba a Santa Teresita de los Bertelmío a comer las primeras omelettes de algas.

    Desde allí el lugar se ha convertido en la niña mimada de la costa uruguaya. Si consideramos Punta del Este la gallina de los huevos de oro, hoy José Ignacio también lo es. En este número damos cuenta de que se ha convertido en un polo gastronómico: Mallmann —cuya madre era uruguaya— hizo escuela aquí y hay por lo menos una veintena de cocineros que se consideran “hijos de Francis”. Los restaurantes con cartas más sofisticadas, o creativas, los cocineros extranjeros que son contratados especialmente, vienen a trabajar a José Ignacio. 

    El lugar vive el tironeo de querer seguir siendo una aldea. “No nos interesan las luminarias de autopista, queremos conservar el estilo de no fiestas ruidosas; los comerciantes que vienen de otros lugares deben adaptarse”, me dijo la presidenta de la Liga de José Ignacio, Adriana Abeles. 

    Siempre es importante recurrir a la historia, por eso recomiendo Punta del Este el Edén oriental, de Yvette Trochón. Entre las muchas puntas, el libro aborda cómo, en la década de los 70, ya con 45 hoteles funcionando, observadores extranjeros notaban “el debilitamiento de su impronta aristocrática”. Dice la historiadora: “¿Era necesario convertir a Punta del Este en otra Mar del Plata, con sus multitudes vagando, sin pausa, de arriba abajo? ¿O conservarlo como un refugio recoleto, diferenciado y diferenciador? El dilema atravesó gran parte del siglo XX puntaesteño”. 

    A partir de recortes y algún memorioso se pueden establecer algunas fechas importantes: 

    · En 1978 los vecinos reclamaban ante la UTE que llegara la luz. 

    · En diciembre de 1979 se inauguró la Posada del Mar.

    · Verano de 1981: los precios del metro cuadrado en el pueblo iban de 45 dólares a un máximo de 200. Había unas 50 casas de veraneo. 

    · El puente que lo unió a Punta del Este se inauguró en 1982. · En enero de 1985 la revista argentina La Semana, en un artículo titulado El refugio de Chiquita y Daniel (refiriéndose a Mirtha Legrand, que junto a Amalita Fortabat fueron dueñas de las casas más grandes por mucho tiempo y veraneaban allí) que en José Ignacio unos cincuenta habitantes gozaban de una “carísima paz”.

    · En 1992 se instalaron luces en las calles. Las luminarias de madera las diseñó Eduardo Strauch, que donó ese trabajo y otro proyecto arquitectónico. 

    Sigue habiendo muchas restricciones. La comunidad ha logrado que la altura se limite a dos plantas, las viviendas deben ser unifamiliares y hay prohibición expresa de determinados rubros, como viviendas en block, discotecas, shows con música en vivo, vendedores ambulantes, campings y casas rodantes.

    Casi no hay publicidad en José Ignacio, o es muy discreta. A principios de los 90 fueron las inmobiliarias las que plantearon limitar el uso de los carteles, y esta idea fue recogida para respetar un estilo rústico: no hay carteles a gran escala ni banderas, tampoco hay luces de neón. 

    A través de diversas organizaciones trabajan los vecinos en una junta local de salud, se ocupan de la basura, la seguridad y asuntos de la convivencia.

    En este número tenemos una entrevista a Agustín Pichot. El expuma desembarca con dos locales gastronómicos. Hay nervios porque se sospecha que puede tratarse de un boliche y no de un lugar tranquilo. En la entrevista, asegura que va a ser un restaurante familiar. El lugar tiene sus códigos y a quienes llegan de afuera les conviene caer bien. En enero de 1996, el boliche Coyote era un éxito, en las afueras del pueblo. Pero los vecinos lograron que cerrara en plena temporada. 

    En José Ignacio se da una cosa particular: un vecino argentino es quien financió, por ejemplo, la refacción de la escuela pública del pueblo. Es una pinturita la escuela. Y hay varios ejemplos del estilo. Quien elige tener casa allí muchas veces no quiere aislarse de sus vecinos, sino, por el contrario, involucrarse en los temas del lugar. Nunca deja de sorprenderme que Martin Sorrell, uno de los hombres más ricos de Inglaterra, tenga una casa común y corriente  en el pueblo. Por varios años vivieron allí Martín Amis y su mujer Isabel Fonseca. Y hace poco, paseando por José Ignacio, me crucé con Dominique Sandá que venía con las bolsas del almacén. La actriz vive allí todo el año.

    José Ignacio, además, tiene perlas como su festival de cine, el JIFF, al cual he ido desde las primeras ediciones. He visto películas fabulosas como Solo los amantes sobreviven de Jarmusch, en un campo en Garzón, rodeada de gente tirada en lonas o con su silla playera. Crece año a año y ha demostrado que en el Este no todo es “libros que no se leen” y un lugar donde todo lo que se refiera a cultura tiende a fracasar. Crece en programación y en cantidad de espectadores. Que sea al aire libre y gratuito lo hace aún más querible. 

    Quienes tienen la posibilidad de viajar ven cómo algunos países han afeado su linda costa —como algunas zonas de España. Es complicado. Desde nuestras páginas queremos dar cuenta de cómo se prepara la niña mimada para esta temporada que, según todos los pronósticos, va a batir récords. Comentando el transcurrir del verano, en 1963 un cronista del diario El Día escribía: “Punta del Este es un estado de ánimo”. Es una linda manera de verlo. 

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