N° 1960 - 08 al 14 de Marzo de 2018
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáDeberíamos hablar de feminismos. Hay tantos como mujeres. Lo dijo la historiadora y académica Graciela Sapriza en estas páginas. Están las ultras, las que todavía no se dan cuenta pero lo son, las que lo predican pero no lo practican, las que no leen sobre el tema pero en sus actos y palabras son justas. Hasta hace poco, la palabra tenía mal marketing. Ya no. Las nuevas camadas han renovado el discurso y pregonan su feminismo en remeras, canciones y su forma de andar por la vida. A la gente que es machista, felizmente, ya le da un poco de vergüenza hacer chistes fuera de lugar. También es una batalla cultural y el lenguaje siempre es político.
En Uruguay, en estos dos meses del 2018 llevamos 6 mujeres muertas; a eso se le suman seis intentos de femicidio y un caso sin aclarar. Según la Red Uruguaya contra la Violencia Doméstica y Sexual, el año pasado fueron 32 en total las muertas por femicidios; la cifra oficial fue 30. Sabemos que a la mitad de ellas las mató su pareja o expareja. Por eso hoy, como he hecho otros años, iré a la marcha.
Es doloroso el panorama, pero se alcanzan metas todos los días. Este último año ha sido intenso, el #Metoo y el #Timesup sacudieron varias industrias e instalaron el debate.
Esta semana la mujer fue uno de los temas centrales en la entrega de los Oscar. Supimos, por ejemplo, que solo el 11% de las películas tienen una directora al frente y Frances McDormand dijo una cosa inteligente al recibir el galardón a Mejor actriz: “Todas tenemos cosas que contar y proyectos que necesitan financiamiento. No nos hablen de eso hoy en la fiesta. Invítennos a sus oficinas en un par de días, o pueden venir a las nuestras, lo que mejor les venga, y les contaremos todo sobre ello”.
Hablar de financiamiento en un discurso de aceptación del Oscar es romper el molde. Es interesante la relación entre la mujer y el dinero. Emma Bovary no se suicidó por amor; se suicidó porque no supo manejar sus finanzas, porque estaba endeudada. Gastaba en vestidos caros para estar bella para sus amantes.
Hasta hace muy poco, las mujeres no manejaban dinero. En Uruguay, recién en 1946 la ley consagró para la mujer los mismos derechos civiles que el hombre. Era común que en una herencia los varones de la familia recibieran los bienes productivos mientras las mujeres recibían, por ejemplo, una casa. Las mujeres de clase media y alta no solo no manejaban dinero; era —y en algunas familias sigue siendo así— de mal gusto hablar de dinero. Y todavía se escucha decir como algo negativo de una mujer que “es demasiado ambiciosa”. Eso pesó en generaciones anteriores. Aún hoy, los abogados cuentan que cuando se vende una empresa familiar en Uruguay, las mujeres que son accionistas no participan de las negociaciones. “En general las conozco el día que se firma la venta”, me dijo una conocida abogada especializada en venta de empresas familiares.
Hay pocas mujeres en los directorios de las empresas; el techo de cristal sigue firme. En el ránking del World Economic Forum estamos en el puesto número 91 respecto a la brecha económica y en el 116 en igualdad de salario por un mismo trabajo (en un total de 144 países). Según ese mismo estudio, las empresas con mujeres codueñas son 30% y las companías con mujeres en cargos de alto liderazgo solo 24%. Es muy bajo.
Es común ver emprendedoras buscando abrirse caminos, dando entrevistas donde hablan de rentabilidad. Pero es reciente. Son pocas. Todavía falta.
Este año, en octubre, se cumplen 90 años de cuando Virginia Woolf dio en Cambridge las conferencias que al año siguiente publicó y que hoy conocemos como Una habitación propia. En ese ensayo considerado fundamental —para muchos la obra pionera de la crítica feminista— ella se pregunta por la situación de la mujer escritora, tan en desventaja respecto al hombre. Da un remedio potente: 500 libras al año y un cuarto propio. Lo del cuarto fue lo que más pasó a la historia y lo más citado. Las 500 libras se citan menos. Quizá porque, como dijo un psicoanalista hace un tiempo, el dinero es el último tabú. Hablamos de sexo pero no de dinero.
En 1992, hace 26 años, Fany Puyesky escribió La mujer y su dinero. Un cambio hacia la libertad. Leer ese libro hoy es un ejercicio interesante; interesante pero deprimente: muchas cosas siguen igual. Están las horas de trabajo no remunerado. Están las barreras propias. Y las externas, porque igual que señalaba Fany, las mujeres en Uruguay siguen teniendo problemas para acceder al capital.
El dinero es sinónimo de libertad y tenerlo puede romper la cadena de dependencia, entre otras cosas. Una mujer que genera ingresos propios no da marcha atrás. Hay investigaciones que indican que cuanto más plata gana una mujer, menor es la violencia y menos crímenes sexuales hay contra las mujeres.
Pero sigue sucediendo que, en vez de cuidar su dinero, dejan que otro, sea padre, hermano, marido, hijo o yerno, se ocupe del tema.
En ese aspecto y en otros, la distracción es un asunto para la mujer. Se ha señalado que solemos ser cómodas —¿o es una forma de parálisis?— en no querer ocuparnos de las cuentas, de los pagos, en animarse a arriesgar, en saber qué se hace y cuál es el patrimonio de la familia. En ocasiones no saben, no sabemos, a cuánto asciende la cuenta bancaria que está a nombre de su marido. Sea mucho o poco. Es un tema la distracción. Como escribe Alice Munro en su cuento Corrie: “Siempre hay una mañana en que uno se da cuenta de que todos los pájaros se han ido”.