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    El show de los padres preocupados

    Los grupos de padres de WhatsApp se consolidan como espacio para intercambiar datos útiles de la vida escolar del niño, pero también para amplificar problemas o invadir el ámbito privado; aprovechar el valor real de la herramienta aún llevará un tiempo, opinan expertos

    Va una pregunta o un comentario y vuelven infinitas respuestas. El tema puede ser la merienda compartida, el regalo del día del maestro, la camioneta, los síntomas de un virus que en otra época no habría preocupado. Alguno contesta solo para no parecer un padre desatento, intenta agregar algo de información, la que sea, para mostrarse preocupado. En un intercambio posterior se compara a la maestra de este año con la del año pasado. Una madre cuenta que su hijo llegó a casa mordido por otro, especula con un posible descuido de la maestra novata, sugiere que el niño mordedor (cuya identidad se desconoce y cuyos padres, seguramente, integran el grupo) debe estar canalizando por allí quién sabe qué drama familiar. Inmediatamente se pasa a discutir el disfraz de Halloween. ¿Y si se ponen de acuerdo y lo hacen temático? ¿Superhéroes y princesas? Aparecen varios emoticones sonrientes. Otro miembro sugiere animalitos de granja. Una madre trae a colación el aumento de la cuota para el próximo año.

    Se forman subgrupos que hablan en privado y critican a su vez a tal mamá, que siempre parece “caída del catre” y el día que le toca la merienda casera lleva bizcochuelo comprado. Se vuelve a hablar del niño mordedor, que debe ser hijo de cual, porque de tal palo tal astilla. Algunos miembros ya silenciaron las notificaciones del grupo de padres del colegio y, si no fuera porque según una de las pocas reglas de cortesía no escritas del WhatsApp indica que es antipático, abandonarían el grupo con gusto.

    Los grupos de padres —que en su mayoría son de madres— de WhatsApp ya son un fenómeno instalado del que es difícil escapar. El uso que se le da no siempre es el más productivo o beneficioso para el vínculo padres-colegio; mucho menos para los niños. El Colegio Beth de Palermo, en Buenos Aires, difundió a principios del año escolar un decálogo para el buen uso de WhatsApp. El primer ítem es “Información sí, chismes no”.

    El Ivy Thomas también publicó en su web un trabajo titulado “Acerca de las nuevas formas de comunicarnos” que sostiene que “pocas situaciones generan tanto desasosiego en los niños como la dicotomía padres-colegio”. Según la institución, estos grupos revelan una creciente sobredimensión de los problemas por parte de los padres así como “una exagerada sobreprotección hacia los niños y una necesidad de tener toda la información de manera instantánea”. El mal uso de estos grupos atenta también contra el derecho de los niños a la privacidad y contra su capacidad de ser autónomos.

    Un chisporroteo inevitable. Hace poco, la Asociación de Institutos de Educación Privada (Aidep) invitó a la psiquiatra infantil Natalia Trenchi y al psiquiatra de niños y adolescentes Ariel Gold para abordar desde diferentes ángulos el relacionamiento padres-colegio. En su charla, Trenchi habló justamente sobre la importancia de “conseguir una buena alianza” entre familia y educadores, “socios naturales en la crianza”, en un momento en que se ve un claro deterioro en el vínculo. Según Trenchi, es importante que los padres tengan asumido cuál es su responsabilidad y su compromiso y que confíen en los docentes, así como es imprescindible que el docente sepa cuál es su rol y su responsabilidad y que también confíe en los padres. Sin embargo, a veces hay un “chisporroteo”.

    Que los padres se quieran involucrar en el funcionamiento de la institución no es novedad y es natural. “Son dos figuras de autoridad. Para el padre, su hijo es su hijo y, para la maestra, ese niño es uno en 20. Eso genera problemas. Los padres tratan de allanarles las dificultades a los hijos; los maestros les tienen que proponer dificultades”, dijo Trenchi.

    “Si pienso 50 años atrás, las mamás que iban a esperar a los niños en la vereda, lo que comentaban a propósito de la escuela no siempre era muy constructivo. Lo que pasa es que ahora los medios electrónicos permiten amplificar eso”, reflexionó Luis Correa, docente y psicólogo, director de Secundaria en Los Maristas de Punta Carretas. Correa explicó que en el comité directivo del colegio se ha discutido la posibilidad de incluir en las reuniones de padres una reflexión en colectivo de los grupos de WhatsApp.

    La culpa es de la maestra. Desde su lugar, estos grupos aportan también su granito de arena a la degradación de la noción de autoridad. “No critiques al docente en el grupo” es otro de los puntos del decálogo que elaboró el Colegio Beth, de Argentina. “Si surge algún problema con el maestro o el profesor, hablalo cara a cara para poder escuchar también sus argumentos”, sugiere.“Cuando yo —que hoy tengo 60 años— era niño, el maestro, la directora, eran personas muy respetadas por gente que mandaba a sus hijos a la escuela, que confiaba en ellos. Se creía en su profesionalidad, en la naturaleza eficaz de la escuela como mecanismo de ascenso social. Hoy esa confianza está muy erosionada en la cultura social y política de nuestras sociedades. Parte de esa erosión, de esa desconfianza, se traslada también a este tipo de fenómeno”, dijo Correa.

    Según Trenchi, los colegios están preocupados, pues esta nueva herramienta de comunicación se usa mucho para atacar, desautorizar y desmerecer: “Y todos sabemos la poderosísima fuerza erosionante que puede tener un rumor”, dijo. “Erosionar la figura del educador es lo peor que los padres pueden hacer. Deberían trabajar para lograr que su hijos miren al educador con ojos de admiración y con esa sensación de que en la clase el maestro es la autoridad, el capitán del barco, así como en casa lo son sus padres. Eso de confiar y respetar a esa figura de autoridad es importante. No es un sometimiento ciego, pero sí reconocer que el adulto tiene más experiencia, más responsabilidad, sabe lo que está haciendo y debemos confiar”.

    ¿Alguien me pasa los deberes del nene? Entre otras tantas ventajas que ofrecen los grupos de WhatsApp es la posibilidad de que las mamás salgan al rescate de sus retoños pidiéndole a la mamá de otro niño que por favor le mande una foto del cuaderno con la tarea que mandó la maestra porque su hijo estaba distraído/faltó/no le dio el tiempo de anotarlos/perdió el cuaderno. “Eso es permanente y los padres no se dan cuenta hasta qué punto es debilitante que tomen esas medidas. Pierden de vista que lo realmente importante es que el niño gane en autonomía, en destrezas personales, en responsabilidad, y no que lleve la tarea a cualquier precio al otro día”, explicó Trenchi. “Muchos padres creen que están puestos en la vida de sus hijos para pagarles el colegio, llevarlos a deportes, comprarles regalos para cumpleaños, llevarlos de viaje o de paseo en las vacaciones, y los padres no estamos para eso sino para ayudarlos a convertirse en personas de bien, responsables, autónomas, que se sepan manejar en la vida. Si creés que lo que tenés que hacer es hacerle la vida fácil y lograr que tenga una buena nota en el carnet, te equivocaste, porque eso no es lo más importante”, aseguró la psiquiatra.

    La mejor madre del grupo. Una lectura rápida de alguna de estas conversaciones colectivas permite decodificar, a grandes rasgos, qué tipo de madres lo integran, o al menos cómo quieren ser vistas en el grupo. La administradora del grupo suele ser la que mejor encaja en el personaje de mamá perfecta. Siempre atenta a las actividades extracurriculares, al cuaderno viajero o a los deberes, a la merienda saludable. Se puede encontrar también a la mamá distraída (que se entera de todo gracias al grupo), a la mamá ausente (del grupo, que puede ser la más presente en la realidad real), a la mamá documentalista (que todo lo registra con su teléfono y lo comparte en los siguientes cinco minutos), a la mamá revoltosa (que siempre pone sobre la mesa los temas controversiales ¿No es muy pronto para darles educación sexual? ¿Cuándo piensan pintar las aulas? ¿Les parece poner tanta plata para el regalo?).

    Todas ellas, sin embargo, tienen algo en común: una necesidad de saberlo todo sobre su hijo y su entorno. “En la estructura de la familia actual, el seguimiento de la vida cotidiana de los hijos es complicado. Tal vez es porque hay muchísimas familias de papás separados donde la información aparece fragmentada, aun cuando tengan una buena comunicación”, dijo Correa. “Y después está el tiempo que se dedica a la actividad laboral. Entonces el WhatsApp, con esa fantasía de omnipresencia, intenta suturar ese sentimiento de culpa”, agregó.

    Entre Gran Hermano y el show de Truman. Es difícil para algunos resistirse a usar los grupos de WhatsApp como un medio para transmitir en vivo los eventos sociales de sus hijos. Con esto, hay una inevitable pérdida de privacidad de los niños.

    “Consideramos central para los niños que el colegio se sienta como un espacio propio y privado. Creemos que (…) muchas veces esta privacidad está siendo invadida. Los padres, al estar hipercomunicados, saben mucho más acerca de las actividades que realizan sus hijos. Respetar ese espacio propio y singular de cada niño es fundamental para que vayan desarrollando su autonomía, su capacidad para estar a solas, para tener y crear un mundo interno propio y rico, para generar vínculos nuevos y elaborar una necesaria distancia con sus padres”, dice el comunicado del Ivy Thomas.

    Trenchi lo ejemplifica con el caso de los campamentos: “Cuando los niños llegan, no tienen nada para contar, porque los padres ya saben lo que pasó: ya vieron la foto, que mandó la maestra, del caracol que encontraron. ¡Qué buen recurso! Pero creo que la privacidad está buena también, y que los niños sean quienes por un lado elijan qué contar, y por otro también hagan el esfuerzo de elegir cómo contarlo, ver la reacción del padre, compartir; si no, se pierde todo ese ejercicio. No recomendaría a las maestras que en los campamentos tuvieran a los padres informados en tiempo real de lo que pasa, porque para otra cosa que tienen que servir es, justamente, para lograr que los niños toleren estar lejos de los padres y los padres toleren estar lejos de los niños”, opinó.

    Otra de las funciones que cumplen estos grupos es permitir difundir las últimas proezas y avances de los hijos, como si para los demás miembros tuviera la misma importancia que para sus orgullosos padres. Como si, de no compartirse, la dicha no fuera completa. Esto vale para WhatsApp, pero fundamentalmente para Facebook. “Hay acontecimientos familiares que a uno le gusta compartir y que no tiene nada de malo. Me parece que tampoco es necesario exagerar, pero sí pensar qué cosas poner y qué contar. Cuando llegan las notas, muchas madres les sacan fotos al carné del niño y lo ponen en Facebook. Eso me parece que no corresponde. Creo que es algo privado. Los adultos tenemos que trabajar en recuperar ese concepto, y de lo que es el pudor, y que sencillamente hay cosas que uno no comparte con todo el mundo”, afirmó la especialista.

    Manual de instrucciones. Para los grupos, se podría decir que las reglas se las impone cada usuario en función de su criterio y sentido común. Según Correa, como toda nueva herramienta tecnológica, requiere de un tiempo de ajuste para aprender a usarla correctamente, a aprovechar sus ventajas sin desbarrancar. “Las instituciones tratamos de promover la corresponsabilidad de los padres. Nos parece muy bien que los padres se comuniquen, sobre todo en la adolescencia, cuando hay fenómenos que te desconciertan, como cuándo es más apropiado para darle permiso para ir a bailar o salir solo con los amigos. Intercambiar con otro padre te ayuda, porque probablemente cada uno en la casa va y dice lo mismo: soy el único al que no lo dejan, y cuando los papás empiezan a comunicarse, encuentran que hay otros que piensan igual. Esa posibilidad de intercambiar opiniones es buena”, comentó Correa, que hizo referencia además a algunas movidas solidarias que se manejaron vía WhatsApp y tuvieron resultados muy positivos. Según él, bien usados, estos grupos pueden ser “una herramienta sumamente valiosa”.

    “En un programa de National Geographic le preguntaron al que inventó el celular para Motorola si él no creía que la gente ahora vivía muy aislada. Ilustraron esa pregunta con una escena en un restaurante donde había una familia de cuatro personas y cada uno estaba con su dispositivo móvil: uno escuchando música, el otro mandando mensajes de texto, el chiquilín con un videojuego, como incomunicados. Él dice: ‘Yo inventé el celular; las reglas de juego de la cortesía para aprender a usarlo le corresponden a la sociedad’. Creo que a pesar de que esto lleva unos 20 años, siempre surgen nuevos formatos, y adaptarnos y aprender a usarlo adecuadamente me parece que nos va a llevar un par de decenas de años”.

    Algo que caracteriza a los grupos es lo que Correa llama “la compulsión a la respuesta”, aun cuando no haya nada útil para agregar. El decálogo del colegio argentino Beth lo pone de relieve en su segundo punto: “Respondé solo si aportás algo. (…) Si alguien pregunta ‘¿De quién es la campera azul que se olvidaron en casa?’ no contestes para decir ‘Mía no es”. Los otros puntos invitan también a pensar dos veces antes de escribir, a no ridiculizar a nadie y a usar el criterio propio.

    Pese a que tal vez el uso que les den a los grupos de WhatsApp no sea el más lúcido, Trenchi quiebra una lanza por los padres actuales: “Soy de las que creen que los padres de hoy se recontrapreocupan por sus hijos. Mis padres nunca hubieran ido a una charla de crianza, ¿quién les iba a venir a enseñar a ellos cómo criar a sus hijos? Y hoy se llenan”. Lo que no se debe perder de vista es que la verdadera presencia no se marca en el grupo de WhatsApp, sino en casa, y que lo más importante es la conexión directa que se establezca con ellos. “Una conexión mente a mente que no puede hacerse con mensajes de texto ni por Skype. Hay que estar ahí”, concluyó.