El crecimiento del rugby femenino no solo se ve en Uruguay, también se verifica en la región. De acuerdo con datos de 2016 de la organización Sudamérica Rugby, en la región hay 10.500 participantes regulares en competencias (clubes, colegios o universidades); y la cifra llega a 60.000 si se toman en cuenta niñas y mujeres que forman parte de otros eventos y programas no competitivos. Perú y Brasil son los países con más cantidad de jugadoras: 2.800 y 2.567, respectivamente. La cantidad de jugadoras en Argentina en 2016 alcanzó a 2.139. En Uruguay eran 297.
El rugby femenino se juega en modalidad seven, con las mismas reglas que los hombres: son equipos de siete jugadoras que disputan dos tiempos de siete minutos.
EFECTO CONTAGIO. En Uruguay existe una visión generalizada de que el rugby está asociado a clubes y colegios con alumnado de alto poder adquisitivo, más allá de los esfuerzos que desde la URU se llevan adelante para romper con esa visión elitista. Sin embargo, en los últimos años, la práctica de rugby se extendió a otros sectores de la población, y eso también colaboró en hacerlo una opción deportiva atractiva para mujeres.
Hay varios factores que ayudan a entender por qué el rugby comenzó a hacerse una opción más popular en la población. Distintas fuentes consultadas por galería mencionaron, por ejemplo, la visibilidad que alcanzaron en el último tiempo Los Teros con su llegada al Mundial del 2015; la inclusión del rugby en el programa Pelota al Medio a la Esperanza —que lo llevó a lugares tan impensados como las cárceles o la Escuela de Policía—; las competiciones en las playas de Montevideo durante el verano, o los convenios que permitieron llevar el juego a escuelas públicas (ver recuadro).
“El rugby femenino creció en los últimos años porque no había muchos deportes así, sobre todo en el interior. También por el crecimiento del fútbol femenino, pues el rugby se hizo un lugar. Hoy la mujer es más afín a hacer deportes”, dijo a galería Miguel Risso, quien durante años trabajó con la selección femenina de rugby.
El campeonato nacional de rugby femenino lo disputan once equipos en la categoría mayores: Vaimaca (Salto), Champagnat, Círculo de Tenis de Montevideo (CTM), Trouville, Pampas (Young), Dolores (Soriano), Veterinaria (nacido entre estudiantes de esa facultad), PSG, Cardos (Durazno), Joaquín Suárez (Canelones), y Cimarrones (San José). En la categoría menores de 18 son 10 equipos: Dolores, PSG, Vaimaca, CTM, Cardenales (Treinta y Tres), Cardos, Champagnat, Joaquín Suárez, Pampas y Cimarrones.La selección uruguaya de rugby femenino se llama Las Teras. Se formó en 2004, a partir de cuatro o cinco clubes de todo el país que existían en esa época. Ahora no se está entrenando, y hasta noviembre no hay previstas competencias. Hay quienes dicen que experimenta un momento de recambio generacional y que se evalúa una nueva camada de deportistas que integran los clubes. Pero el tema genera desavenencias entre algunas jugadoras y exjugadoras celestes, que tienen reparos en cómo se encara el trabajo con la selección y se alejaron del equipo. Por eso, tanto directivos de la URU como jugadores prefieren enfocarse en el torneo local, dejando de lado por el momento el futuro de Las Teras.
TÉCNICA Y CONTACTO. Diego Bascou tiene 33 años y desde los seis juega al rugby. Integra el equipo de PSG y además es el entrenador de los dos equipos femeninos del club. “Con los hombres el trabajo es más intenso y hay más contacto. Las chicas son un poco más propensas a lesionarse. Con mujeres se hacen entrenamientos más técnicos que de contacto, más sobre cómo caer al piso y cómo taclear. Hay una desventaja con las chicas que es que ellas empiezan más grandes. Los chicos de repente comienzan con seis años, y ellas a los 17 o 18 con un nivel muy inicial. Por eso con ellas tenés que trabajar con cosas muy básicas, que con un hombre las trabajás a los diez años”, dijo Bascou a galería.
En la misma línea opinó Risso, que durante 22 años jugó al rugby y hoy colabora con los trabajos de la selección nacional. “No existe una cultura de rugby femenino. Creo que la gran diferencia con los hombres es que lo primero que le tenés que enseñar es a perderle el miedo al contacto. Como los hombres empiezan más chicos, son más afines”, explicó.
Valentina Almeda, de 28 años, jugadora durante once años de la selección y, desde 2016, entrenadora de Trouville, coincide. “El hombre está acostumbrado a jugar y es más fácil llevar un equipo masculino adelante”, dijo a galería.
Según su experiencia, las lesiones más comunes de las jugadoras de rugby son las mismas que las de los hombres. “Pueden ser quebraduras o problemas de ligamentos, lesiones que podés tener en cualquier deporte o si te torcés un pie en la calle”, dijo.
COMPETENCIA DOMINICAL. Son poco más de las 8 de la mañana del domingo 4 y en el Campus del Oeste —un complejo deportivo ubicado en la zona de Ruta 1 y Camino Tomkinson— hay un par de canchas con hombres que juegan el fútbol. El resto del predio está copado por mujeres de distintas edades que llegaron de varios puntos del país a jugar la segunda fecha del campeonato nacional, en esta ocasión organizada por CTM.
Hay una decena de gazebos y carpas estilo iglú, algunas identificadas con banderas o carteles que indican a qué clubes pertenecen. Alrededor de ellas se concentran las jugadoras, que intentan paliar el frío matinal con mantas, camperas gruesas, y tomando mate.
El lugar parece un campamento: hay cajones de frutas, botellas de agua y bebidas energizantes. En una cantina improvisada se venden alimentos y café para quienes acompañan a las jugadoras. Hay padres, madres, parejas, y amigos sentados en sillas playeras alrededor de las canchas, y niños chicos que disfrutan su propio partido, en su mayoría hijos o hijas de las jugadoras. Todos están pendientes de lo que sale del parlante ubicado en la tienda de la organización, porque desde ahí avisan qué partido es el siguiente y en qué cancha se juega.
Son 22 equipos, 11 de mayores y 10 de menores, y hay unas 300 jugadoras. Cada equipo tiene su camiseta, la gran mayoría con sponsors que incluyen bancos, empresas de televisión para abonados, constructoras, marcas de autos, aplicaciones para celulares, servicios de salud, empresas agropecuarias, comercios del interior, y también la estatal Antel.
Cada equipo practica con su entrenador a un costado de la cancha, hasta que comienza el partido. Ahí muchas se colocan protectores bucales, unas pocas sus cascos, e ingresan al campo de juego.
Hay jugadoras rápidas —las backs— que corren por el campo de juego hasta terminar en un try que aplauden compañeras y seguidores. Otras, las forwards, son más grandes y fornidas. Igual que con los hombres que practican la modalidad seven, las jugadoras tienen que correr más que en un partido de rugby convencional, porque usan la misma cancha prevista para 15 jugadores. De todas maneras, en seven es frecuente que los jugadores —tanto hombres como mujeres— puedan ocupar más puestos que en un equipo de 15.
La jornada termina al caer el sol y hay un ganador por categoría que se lleva la Copa de Oro de la jornada. En el caso de las mayores, el ganador fue Vaimaca, el equipo salteño que desde hace años domina las competiciones nacionales. La plata fue para CTM, y el bronce para un combinado integrado por jugadores de Dolores y Cimarrones. A nivel de sub-18, Vaimaca y CTM repitieron oro y plata, y el bronce fue para PSG.
En cada fecha también se elige a la mejor jugadora y en esta oportunidad las distinguidas fueron en mayores Cecilia Verocai (una de las más destacadas del medio, que integró durante años la selección), y en menores su sobrina, Antonela Verocai, ambas de Vaimaca.
DE TODO EL PAÍS. Vaimaca lidera por ahora el campeonato uruguayo y es el equipo que obtuvo más conquistas en los últimos años El cuadro salteño fue de los primeros en incursionar en rugby femenino, aunque antes tenía otro nombre. De él han salido buena parte de las jugadoras de la selección e incluso hoy está jugando por una plaza en el campeonato argentino de rugby femenino, compitiendo con equipos de Entre Ríos.
Distintas fuentes consultadas señalaron a galería que el desarrollo del rugby femenino comenzó con más fuerza en el interior del país. Si bien en Montevideo el club Champagnat fue el pionero hace unos 15 años, en el interior la práctica de rugby femenino fue más frecuente —sobre todo en el litoral, por la influencia argentina— y era habitual que en sus inicios las chicas jugaran con varones.
Lucía Calvo tenía 14 años cuando un día vio en el liceo de Dolores —de donde es oriunda— un cartel convocando a chicas a jugar rugby. “En mi vida había visto una pelota ovalada. Como me encantaba el deporte, fui y desde ahí no paré”, dijo Calvo a galería. Hoy tiene 30 años, varios de ellos como jugadora de selección, y es entrenadora de Champagnat.
Jugó un tiempo en Dolores hasta que una delegación de la URU de visita en Soriano le propuso integrarse a la selección uruguaya. Poco después dejó Dolores para instalarse en Montevideo como jugadora de Champagnat. El club se ocupó de darle lo que necesitaba para vivir en la capital. Cuando el equipo dejó de tener el cuadro de mujeres, Calvo pasó por otras instituciones y volvió a Champagnat hace un par de años, ya como entrenadora de las dos categorías.
Flavia di María tiene 38 años y durante doce jugó en la selección. Junto a Cecilia Verocai —compañera de Vaimaca— participó como invitada en un torneo de rugby de Brasil, país de la región considerado el mejor en rugby femenino. En la primera fecha del campeonato nacional fue elegida mejor jugadora.
Comenzó a jugar al rugby en Salto hace casi 20 años. Siempre le habían gustado los deportes en grupo y era mala en el fútbol, así que cuando surgió la oportunidad del rugby no lo dudó. “Culturalmente, desde chicas, no nos estimulan en el deporte. Las mujeres hacemos danza o ballet. Recién ahora se dan cuenta de que lo divertido para las niñas es lo mismo que para los varones. Ya no existen cosas de nenas y de varones”, dijo a galería.
Di María es radióloga. En Uruguay ninguna mujer vive del rugby, e incluso aquellas que son entrenadoras tienen alguna otra ocupación. Todas lo hacen por el placer de jugar, y por eso incluso aquellas que se convierten en madres vuelven a las canchas tiempo después del nacimiento de sus hijos.
En Vaimaca hay una consigna: cada jugadora tiene que acercar a una amiga o familiar a sumarse al plantel. Otros equipos se nutren de jugadoras de las escuelitas que funcionan en convenio con la Intendencia, y otros apelan al boca a boca. El objetivo siempre es el mismo: que esas 300 rugbistas se multipliquen, y que sea cada vez más frecuente encontrar grupos de chicas practicando con la ovalada.
El impacto de la enseñanza en escuelas
En el aumento en la cantidad de clubes que incorporaron el rugby femenino en el último tiempo incide la decisión de la Unión de Rugby del Uruguay (URU) de promover la enseñanza de ese deporte en las escuelas públicas.
“El rugby comienza a vincularse con la educación pública por la necesidad de ampliar su base cuantitativa. La educación pública concentra más del 80% de niños y jóvenes. A eso se suma, además, continuar con un quiebre que tiene que ver con un aspecto cualitativo: los chiquilines y chiquilinas asociados a la práctica de rugby tradicionalmente en Uruguay eran del público de más poder adquisitivo, de zonas como Carrasco, Prado o Pocitos. Si bien el rugby siempre fue un deporte abierto, no alcanzaba con tener las puertas abiertas, sino que había que generar acciones concretas”, dijo a galería Sebastián Perona, director honorario de Desarrollo de URU.
Uno de los principales impulsos fue en 2007, cuando se incluyó el rugby como materia curricular en los institutos que forman profesores de educación física en Montevideo, Maldonado y Paysandú, una medida que luego se extendió a los centros de formación privados. “Los profesores de educación física son un gran vehículo para democratizar la enseñanza y adaptarla a los diferentes contextos. No todas las escuelas, liceos, centros de UTU o colegios privados tienen cancha de césped. Muchas veces lo que se enseña es el deporte básico”, explicó.
En 2012, la URU llegó a un acuerdo con Primaria y UTU para impulsar el rugby en centros educativos. En ese momento se comenzó con 20 centros de Montevideo y hoy se enseña rugby en unas 400 escuelas de todo el país. La URU capacitó docentes y colaboró con pelotas. “La práctica de rugby en las escuelas no es a nivel de un colegio o de un club, sino que reciben los estímulos como un deporte más. No salen jugadores de rugby, salen chicos y chicas que ven el rugby como algo lindo y después pueden acercarse a un club”, explicó Perona.
La URU también llegó a acuerdos con las intendencias para promover la enseñanza de rugby en centros departamentales. En Montevideo hay dos: la escuelita del estadio Charrúa y otra en la Plaza de Deportes Nº11 del Cerro.
De esas escuelitas salen luego algunas de las jugadoras que forman parte de los clubes que disputan el campeonato nacional. Vivian Trezeinsky es una de las responsables de la promoción del rugby femenino en la URU y trabaja en la escuelita del Charrúa. “Es como el pasaje de la escuela al liceo: los clubes se vinculan con la URU y ahí, cuando se forma un grupo, se ofrece ir a un club. El club se hace responsable de ellas”, dijo a galería.
Tanto en el Charrúa como en la plaza de deportes del Cerro, las niñas se entrenan junto con los niños, pues se promueve el juego entre todos. Está previsto abrir una tercera escuela en otro punto de Montevideo.