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    Mentes conectadas

    GEN - Centro de Artes y Ciencias, impulsado por el multifacético artista Pablo Casacuberta y la coreógrafa Andrea Arobba, nace como una plataforma para incubar y concretar ideas

    Hubo una época en la que las personas bebían cerveza en el desayuno, vino en el almuerzo, regaban la tarde con ginebra y, al final del día, más cerveza y más vino. El agua no era potable y estaba lejos de ser una opción saludable. Uno de los sitios de reunión por excelencia era la taberna, donde la gente se congregaba a conversar. Así fue durante mucho tiempo. Hasta que llegó la cafeína, y se introdujo en los hábitos sociales y el mundo artístico occidental. Especialmente en Inglaterra, a mediados del siglo XVII, con las célebres cafeterías y casas de té. Para 1700, en la capital inglesa había una casa de café cada mil habitantes, casi 40 veces la proporción de cafeterías dispuestas en la actual Nueva York.

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    “Los cafés jugaron un rol muy importante en el inicio de la Ilustración, en parte por lo que la gente bebía allí”, dice el investigador Steve Johnson. En su investigación, el experto encontró que un detalle importante de los cafés es la arquitectura del espacio: eran —son— lugares donde “personas de diferentes procedencias, diferentes campos de experiencia, se reunían a compartir”, explica. “Espacios, como dice Matt Ridley, donde las ideas podían tener sexo. De alguna forma, era la cama conyugal”.

    En Montevideo, el escritor, cineasta y artista plástico Pablo Casacuberta y la bailarina y coreógrafa Andrea Aro-bba, conscientes de que las ideas son redes (también a nivel cerebral), decidieron crear un espacio destinado a la reunión y la conexión entre personas de diferentes procedencias y campos de experiencia, un espacio para conectar mentes. Si se quiere, una inmensa y elegante cama conyugal para las ideas. Eso es, en buena medida, GEN - Centro de Artes y Ciencias.

    Es “una combinación que tiene un componente importante de compromiso personal con los sueños de toda la vida”, dice Casacuberta. “Andrea (que además es sensei de aikido, 4º dan) siempre deseó tener un espacio donde se pudieran hacer procesos creativos y tener propiamente una compañía de danza independiente”, explica a galería Casacuberta, hijo de fisiólogos, esposo y colaborador de Arobba.

    “Soy un tipo criado por científicos, vengo de una familia donde un cuadro material y cuantificable de la realidad es importante como una forma de navegar lo que te tocó vivir. Había una frase que solía decir mi padre: ‘Tener una visión del mundo es un imperativo moral’. No tengo una visión apocalíptica sobre Uruguay, pero sí tengo la sensación de que hay una cierta disolución o merma en la trama de construcción colectiva de sentido, en la capacidad de construir una visión del mundo. Es necesario generar una sociedad donde el ágora sea concebible. No es que GEN pretenda ser un ágora, pero sí un lugar donde se produce una concentración demográficamente inusual de personas que están pensando algo con cierto nivel de compromiso”, opina Casacuberta. Y dice: “El surgimiento de un ámbito también es el surgimiento de un modelo de interacción, que no existía”.

    Fue en 2009 cuando pensaron en crear una espacio cultural multidisciplinario. Antes de establecerse allí, Arobba y Casacuberta vieron 38 lugares. “Más o menos en 2011 nos dimos cuenta de que teníamos la oportunidad de crear un centro de ciencia y arte”. Este particular espacio se ubica en una enorme construcción de 1862, en Andes 1128, en el denominado Barrio de las Artes. El edifico antes fue una casa unida a una fábrica. Sobre esa calle, y hasta Cerro Largo, en la década de 1940, hubo 35 boliches.

    Hoy el barrio es otro, la casa es otra, y GEN alberga un escenario principal de 140 m2, que es tanto sala de exposición como de conferencias, a la vez que está acondicionado para llevar adelante espectáculos de danza y artes escénicas. También cuenta con un estudio de grabación y posproducción de audio y música. GEN es un proyecto vivo, una residencia para artistas, intelectuales y científicos uruguayos y extranjeros.

    Actualmente hay dos extranjeros. El músico, editor y escritor japonés Tetsuro Yasunaga llegó para realizar una serie de conciertos con músicos locales y, por medio de GEN, se conectó con el proyecto Hornero Migratorio. Ahora se encuentra investigando el paisaje sonoro de una escuela rural uruguaya. El bailarín ecuatoriano Santiago Bone llegó para integrarse a “Big Bang”, un espectáculo dirigido por Arobba, inspirado en temas de astrofísica y cosmología que se presentará del 8 al 11 de diciembre en el Teatro Solís. En la creación de “Big Bang” puede verse la clave de GEN: participan bailarines, músicos, coreógrafos, expertos en robótica, físicos y personas que estudian la biomecánica de la danza.  

    Mientras trabajan en el desarrollo de un proyecto que busca integrar a la Orquesta Sinfónica con artistas plásticos, la usina ya produce cantidad de material audiovisual, desde una serie dedicada a la producción científica de Latinoamérica para NBC, hasta Zoombido, realizada para la Globo, de Brasil. Hay más proyectos, entre ellos, “Ideas.uy”, serie prima de “Creadores” (también de GEN), dedicada a los científicos, y la realización de talleres con Sinergia Tech coordinados por Álvaro Casinelli, físico e ingeniero en Telecomunicaciones, que volvió a Uruguay después de 25 años en París y 15 en Tokio.

    Un bicho raro. La charla con Casacuberta se lleva a cabo en una sala donde predomina un color blanco impoluto. Sobre una mesa hay portalápices de diferentes formas, materiales y dimensiones de los que sobresalen plumas y pinceles. Las pequeñas bibliotecas blancas de la sala blanca albergan títulos que Casacuberta trajo de su casa: “Dios no existe”, de Christopher Hitchens; “The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined”, de Steven Pinker; “The Mind’s Eye”, de Oliver Sacks; “El cerebro y el mito del yo”, de Rodolfo Llinás; “The Emerging Mind”, de V.S. Ramachandran; “What the Dog Saw: And Other Adventures”, de Malcolm Gladwell, y, sí, “Where Good Ideas Come From: The Natural History of Innovation”, de Steve Johnson, el de los cafés. La lista es bastante más extensa, incluye a Carl Sagan y Ray Kurzweil, y más títulos de Pinker y Sacks.

    “En América Latina hubo un distanciamiento entre las ciencias y las humanidades muy marcado y cruento, entre otras cosas porque se produjo una virazón de la izquierda hacia una lectura más posmoderna de la realidad, según la cual las narrativas tradicionales y los saberes ancestrales se empezaron a apreciar como una forma del anticolonialismo”, dice Casacuberta. “Una porción de ese proceso es bastante comprensible, pero lo que terminó generando es una actitud de sospecha y una identificación entre la ciencia y la tecnología como si fueran la misma cosa. Ese alejamiento por parte de la izquierda de esa lectura cientificista, llamémosle, que existió hasta la II Guerra Mundial generó una dificultad muy grande para conversar de los mismos asuntos. Hubo una época no muy remota que en Uruguay había una Facultad de Humanidades ‘y’ Ciencias. Y estas personas, los humanistas y los científicos, al menos tenían una cafetería en la misma facultad. Seguramente, aislar ambas facultades generó muchísimo foco en cada uno de estos mundos y provocó una capacidad de refinar su producción, pero algo se perdió en el proceso. GEN lo que pretende ser es un lugar donde un artista y un científico puedan sentarse y hablar como si ese diálogo no fuera una rareza.

    ¿En qué momentos o escenarios pueden verse las características en común entre al arte y la ciencia?

    El arte tiene procesos de investigación muy análogos a la ciencia. Tú nos sos un artista que se sienta y le sale, sin procesos de aproximación y refinamiento, las cosas de una. Hay artistas que son capaces de vomitar arte y algunos lo hacen extraordinariamente bien. No es una exactitud histórica decir que algunas canciones de Bob Dylan de su época dorada se escribieron en diez minutos. Pero en general eso es una excepción. Lo que ocurre más a menudo es que hay un proceso de aproximaciones sucesivas relativamente trabajoso. Ahí está lo primero en común: la investigación. Segundo: la ciencia tiene un componente creativo increíble. A menudo tenés fuentes que cruzaste de manera intuitiva y que después dedicás años a documentar. El efecto Eureka. Te das cuenta de que dos cosas están relacionadas pero no no podés explicitar estrictamente cómo y la búsqueda científica es la refutación de esa primera impresión. El trabajo científico está lleno de saltos intuitivos. Lo que pasa es que la ciencia obliga a refutar esas primeras impresiones. Tercero: la ciencia tiene un componente de contemplación gigante. La gente piensa en el científico como alguien que maneja un laboratorio donde salen chispas, pero el científico es un tipo que es capaz de ponerse a mirar una pecera con ratones durante tres horas tratando de inferir lo que quieren hacer. Ahí hay muchísimo de contemplación poética y de una actitud zen que no tiene nada que envidiarle al artista con mayor capacidad de observación.Esto no quiere decir que sean empresas análogas. Por algo tienen nombres distintos. Pero podrías decir que ambas son formas de tornar más propio aquello que se nos presenta como ajeno. El arte se encarga de explorar la subjetividad. La ciencia trata de explorar esos hechos que la subjetividad está obligada a rodear o asediar. No son hermanos, pero son primos.

    Residentes. Acerca de la generación de espacio/oportunidad para conectar mentes e incubar ideas, Johnson, en su libro sobre el origen de las ideas, menciona el caso del académico Kevin Niall Dunbar, que visitó laboratorios de diferentes partes del mundo, grabando con una cámara lo que los científicos hacían allí: cuando estaban en sus mesas de trabajo, frente al microscopio, tomando café, conversando, examinando muestras. Dunbar buscaba el momento Eureka, ese instante en el que, en solitario, el científico recibe el chispazo de inspiración en el que nace una gran idea o se produce un asombroso descubrimiento. Lo que descubrió al revisar los videos es que todas las ideas innovadoras se dieron en salas de reunión, en charlas donde los científicos intercambiaban datos, aciertos, errores y descubrimientos. Las residencias fueron creadas para la conformación de redes líquidas, para la generación de oportunidades para incubar ideas.

    ¿Cómo se articulan las residencias en GEN? ¿Son solo para extranjeros?

    Actualmente están Yasunaga y Bone, los dos extranjeros, pero también traemos personas de Montevideo a tener una interacción que no tendrían en sus casas. El hecho de estar en este ámbito les da un marco temporal a este encuentro. Del mismo modo que cuando uno va a terapia y trata de que esa hora haya valido la pena, cuando producís un encuentro de este tipo, te ves obligado a sacarle un jugo que en tu vida cotidiana no tenés una verdadera urgencia de concretar.

    ¿Cuáles son las vías por las que llegan los residentes?

    Mandás un proyecto, un documento, no un mail, describiendo en forma lo más precisa posible lo que has hecho y lo que querés hacer. Ese documento presenta a las personas que curan estas residencias, el equipo entero de GEN, la idea de que hay un sustrato allí.

    Una vez que la propuesta es aceptada, ¿cómo sigue el proceso?

    Depende de las características de cada proyecto. El análisis se hace caso a caso. Podemos apelar a fondos internacionales o a sponsors. Hay proyectos que claramente se pueden vincular a la interacción con ciertas empresas. No le tenemos ningún rechazo a la interacción con el mercado. Tanto la ciencia como el arte se han hecho en el mercado, desde siempre.