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Cómo cambió Montevideo en las últimas dos décadas

La capital ha vivido grandes transformaciones y, al mismo tiempo, sigue igual que siempre.

Si cerramos los ojos e intentamos imaginar las principales ciudades del mundo, aunque no hayamos ido, es probable que algunos edificios o monumentos emblemáticos vengan a nuestra mente. Por ejemplo, pensemos en Nueva York. Están los clásicos como el Empire State, el Chrysler y el Flatiron, construidos hace casi 100 años y que todos reconocemos en su silueta. Pero el paisaje de la ciudad no es estático y alrededor de esos puntos históricos se han construido nuevas edificaciones. Hoy a su skyline también lo conforman torres contemporáneas como la Hearst Tower de Norman Foster o el 520 West de Zaha Hadid, en el llamado High Line.

Salvando las diferencias, en Montevideo sucede lo mismo. Tenemos el clásico Palacio Salvo, la Intendencia de Montevideo y el Panamericano, que conforman parte de esa silueta característica de la capital desde hace al menos 70 años. Y luego tenemos aquellas obras que se hicieron en los últimos 21 años, dos décadas muy pujantes para la ciudad en cuanto a la construcción. Ahí se suman el World Trade Center —aunque dos de sus torres son anteriores—, la Torre de Antel, el Puente de las Américas y el edificio Plaza Alemania, de Rafael Viñoly, por nombrar algunos.

En este tiempo la ciudad se ha transformado muchísimo y, a la vez, todo sigue igual. Marcelo Danza, arquitecto y decano de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU), explica que en Montevideo “se construye muchísimo”, pero no son tantas las obras de gran altura, esas que uno reconoce desde lejos, lo que refleja la idiosincrasia del país. “En general es una ciudad, quizás como reflejo de su sociedad, que ha tendido a no tener que buscar esa singularidad. En una ciudad pujante, en una ciudad que de algún modo se proyecta al futuro, se busca ese skyline, esos iconos. Eso lo podés ver en los fondos de los programas periodísticos. Porque, de alguna manera, en el imaginario que tenemos eso es una ciudad viva. Sin embargo, la cultura, muchas veces la academia propiamente dicha también, tiene una visión mucho más contenida, de una ciudad que no debe despegar. Tiene una cosa loable de buscar una sociedad más bien homogénea, horizontal. No hay casualidades en estas cosas”, explica.

La zona del World Trade Center es uno de los puntos más reconocibles del skyline montevideano. Foto: Lucía Durán. La zona del World Trade Center es uno de los puntos más reconocibles del skyline montevideano. Foto: Lucía Durán.

No son todos rascacielos. Entonces, si bien en Montevideo no se han hecho grandes rascacielos, sí se han construido —o recuperado— edificios que lograron transformar barrios enteros. Para Leonard Mattioli, sociólogo que está finalizando la Maestría en Ordenamiento Territorial y Desarrollo Urbano de la FADU, este camino es tal vez mucho más interesante. Sentado en la plaza Zitarrosa, junto al edificio Estrellas del Sur, explica que Barrio Sur ha cambiado muchísimo en comparación a los recuerdos de su adolescencia. “Había partes que eran zona roja, no se podían transitar”, cuenta. Estrellas del Sur es símbolo de ese cambio.

Tanto para Mattioli como para Danza, la Ley 18.795 de Promoción de la Vivienda de Interés Social de 2017 —ahora modificada— fue sustancial para la construcción de edificios residenciales en barrios que estaban desatendidos. “Empezó a fijar población que antes se iba de esos barrios. Pasó en el Centro, en Cordón, en el Prado, en La Blanqueada. Estaban expulsando gente y hoy no, hoy la reciben”, explica Mattioli. Y añade: “Cuando vos recalificás una zona, le ponés servicios, le mejorás el espacio público, va a subir el valor, el metro cuadrado de tierra. Eso hace que venga más inversión privada y vivienda de mayor valor y que los alquileres suban. Eso resulta en un proceso de expulsión de la población”.

Los ejemplos abundan. Más allá del mencionado Barrio Sur está el proyecto de Nuevocentro, con sus viviendas detrás, que a su vez está cerca del Antel Arena y del nuevo hospital del Banco de Seguros del Estado. También está el Mercado Agrícola de Montevideo, epicentro para el fomento y recuperación del barrio Goes. O algunas zonas del Prado, donde las viviendas promovidas han logrado revertir en parte un proceso de decadencia del barrio.

Alma sur, de Carlos Ott, es uno de los mejores ejemplos de Vivienda Promovida en lo que se conoce como el Barrio de las Artes. Foto: Lucía Durán. Alma sur, de Carlos Ott, es uno de los mejores ejemplos de Vivienda Promovida en lo que se conoce como el Barrio de las Artes. Foto: Lucía Durán.

Al mejorar barrios que habían dejado de ser “deseables”, aparece como contracara la gentrificación, como se llama al proceso por el cual se desplaza a la población original de una zona, que es reemplazada por una de mayor poder adquisitivo. Para Mattioli, sin embargo, esto es una falsa dicotomía, porque hay instrumentos para que ambas convivan, como los alquileres sociales y la cartera de tierras para la instalación de cooperativas. “Si vos no hacés nada, la segregación se va a dar naturalmente. Montevideo es una ciudad poco segregada si la comparás con otras de América Latina, pero más segregada si la comparás con el resto del mundo”, asegura el sociólogo.

Danza coincide, pero también es crítico de la ley. “Uno de los talones de Aquiles de la ley es que no logró derramar vivienda para las clases sociales que realmente están demandando eso, sí logró llevar la construcción a barrios que estaban abandonados o en proceso de franco deterioro. Si vos mirás lo que pasa en Cordón o en el Centro, hay muchos edificios de muy buenos estudios que se hicieron gracias a las exoneraciones impositivas que se les dieron. Obviamente, hay una tensión de segregación, porque la sociedad contemporánea la tiene. Pero la ciudad en buena parte sigue logrando un grado de cohesión que es superinteresante y que hay que cuidarlo”, subraya.

Estos edificios vienen a revertir un proceso que se dio sobre todo en la década de 1990 y principios de los 2000, cuando la ciudad comenzó a expandirse cada vez más, tanto para el este con la Costa de Oro, como para el oeste con Ciudad del Plata. Las llamadas “ciudades dormitorio”. En cambio, la Ciudad Vieja y el Centro tenían vida de día, en el horario laboral, para luego quedar vacíos por la noche. “La ciudad se viene densificando y eso es positivo. Que viva más gente por metro cuadrado significa que la mancha urbana crece menos. Y si la mancha urbana crece menos, usamos menos combustible para viajar, gastamos menos nuestro tiempo para irnos lejos”, sostiene Mattioli.

Plaza en la zona de Barrio Sur. Foto: Lucía Durán. Plaza en la zona de Barrio Sur. Foto: Lucía Durán.

La plaza como lugar de reunión. Para la arquitecta y urbanista Natalia Brener, presidenta de la Sociedad de Arquitectos del Uruguay (SAU), el principal cambio de la capital no tiene que ver tanto con los edificios, sino con los espacio públicos. “Montevideo ha venido cambiando con el derecho a la ciudad y a los espacios públicos, que han mejorado notoriamente en cuanto a la cantidad y la calidad. Y también la apropiación de ese espacio. Cuando la gente se apropia, los usa, los disfruta, se produce un cambio fundamental. Tiene un rol como democratizador, como lugar de encuentro, para la convivencia. Antes había espacios emblemáticos como la rambla y las tradicionales plazas, pero hoy empezamos a visualizar en diferentes escalas de intervención distintos espacios, desde una plaza barrial a un parque. Tiene que ver con el derecho a la ciudad, que es un concepto relativamente nuevo que tiene una vinculación muy fuerte con cómo proyectamos las nuevas ciudades y cómo aggiornamos las existentes”, explica.

Estos nuevos espacios públicos, además, no están ubicados solamente en barrios costeros o céntricos, sino que también se han realizado proyectos en Casavalle y Cerro, entre otros. Los tres especialistas coinciden en que tal vez el caso más emblemático sea el de la plaza Seregni, un espacio de 1.600 m2 ubicado en Cordón norte. Previo a su inauguración, en 2009, hubo controversias en cuanto a su construcción. “Desde la política pública creo que el primer gran quiebre fue la plaza Líber Seregni, porque se trató de recuperar un espacio de ciudad vacía, porque no había nadie ahí. Hubo muchas voces en contra que planteaban que no tenía sentido hacer un parque enorme en esa zona que no iba a ir nadie”, dice Mattioli. Brener coincide y agrega: “Era un lugar donde no había espacio público y se termina demoliendo una manzana para generar uno. Que además es accesible, diverso, con equipamiento de calidad. Antes las plazas eran pequeños espacios residuales y ahora se transforman en lugares de encuentro”.

También han surgido iniciativas que combinan lo público y lo privado: edificios que se abren al barrio, para que también forme parte y así mejorar la convivencia. Un ejemplo es la sede del CAF, en Ciudad Vieja, donde hoy funciona además Cinemateca, el bar FunFun y hay bancos al aire libre para que los vecinos puedan disfrutar del lugar. Es uno de los tantos proyectos que han transformado el barrio.

Las plazas y los espacios públicos cobran especial relevancia a medida que las viviendas van reduciendo sus metros cuadrados, un cambio que es evidente si se comparan los edificios construidos hoy con los de hace 100 años. Al tener menos espacio en el hogar, las actividades que se podrían hacer en el ámbito privado pasan a trasladarse a lo público. “Es una necesidad de las ciudades a medida que se van densificando. Las personas empiezan a tener menos lugar propio y hacen uso de más lugares comunes y eso es superdeseable. Además, tiene que ver con el uso que se le daba antes a la calle, se la usaba mucho más y por ahí también va una reivindicación. No solo el derecho a la ciudad sino el derecho a la movilidad”, asegura Brener.

Por ejemplo, antes prácticamente no existían los monoambientes y hoy, según Danza, es la tipología que más se construye. “La sociedad se transforma en base al empuje de la promoción inmobiliaria. Eso es lo que construye la trama, no el edificio singular, simbólico. El promotor no construye para él, sino como forma de tener una rentabilidad —lo cual es la esencia del mundo en el que vivimos—. El monoambiente es rentable, se construye y al mes está alquilado o vendido”.

A partir de una modificación a la Ley de vivienda promovida durante el gobierno de Luis Lacalle Pou, los monoambientes ahora tienen exoneraciones impositivas para los constructores (antes solo podían representar 20% del total de las unidades y no tenían beneficios fiscales; ahora los obtienen y pueden ser de hasta 25%).

Altos del libertador es una asociación de capitales privados con la Agencia nacional de vivienda y habitacional compuesto por dos torres de 27 plantas cada una. transformó la exfábrica de Alpargatas en un edificio de apartamentos. Foto: Lucía Durán. Altos del libertador es una asociación de capitales privados con la Agencia nacional de vivienda y habitacional compuesto por dos torres de 27 plantas cada una. transformó la exfábrica de Alpargatas en un edificio de apartamentos. Foto: Lucía Durán.

Demoler para volver a construir. De la mano del boom inmobiliario en la zona del Cordón y Centro, han venido las demoliciones. Una de las calles que más lo ejemplifica es Canelones, donde las casas chorizo están dejando lugar a edificios de apartamentos con amenities. Esto ha generado reacciones divididas, por un lado están quienes entienden que es sinónimo de progreso y por el otro los que creen que se está destruyendo el patrimonio de la ciudad—aunque lo demolido no hubiese sido declarado como tal—. En redes sociales hay grupos como Basta de Demoler Montevideo y activistas como Alfredo Ghierra que denuncian este tipo de acciones.

“Yo creo que hay que ver con mucho optimismo que la gente se manifieste en redes sociales, gran parte de esto se trata del sentido de pertenencia y de la participación en la toma de decisiones. Pero las ciudades no pueden ser museos, tenemos que ser coherentes con esa planificación que está prevista para la ciudad y a la vez pensar que el patrimonio no solo son los grandes edificios que ya están catalogados. Hay otro patrimonio que es más intangible, que tiene que ver con el patrimonio cultural. Como puede ser una calle, en la que ninguna casa en sí misma es una obra destacadísima, pero en su conjunto generan la identidad del barrio, como el Reus al Norte. Lo importante para esto es definir reglas de juego. Tenemos que evitar atrocidades como la del San Rafael. En la medida en la que tengamos pautas claras de gestión, de actuación, se pueden evitar conflictos. Pero tampoco podemos parar la ciudad, parar las inversiones, estamos en un momento pospandemia donde las inversiones y la generación de empleo son fundamentales. Es un balance”, observa Brener.

Danza coincide: “No hay nada de lo que hoy defendamos que no haya demolido otra cosa para hacerse, o que no haya hecho desaparecer un espacio natural. En esencia, la arquitectura y el urbanismo son actores violentos. Lo que nosotros conocemos como ciudad es un instante en un proceso de constante evolución que tuvo como característica inevitable el romper un equilibrio preexistente. La conservación extrema, visto desde otro lado, puede ser un acto de arrogancia. ‘La ciudad es como yo la conocí. Es la mía. La historia llegó hasta mí’. También es real que en el proceso de construcción la especie humana va detectando logros, singularidades, cosas que tienen un valor que vale la pena legar a otras generaciones. No en vano existen patrimonios de la humanidad. Pero lo que no podés pretender es guardar el mundo entero. Esa discusión, que no está saldada, tiene a los que creen que nada debe demolerse y los que piensan que hay que pasarle por arriba a todo. Por ejemplo, Assimakos era una obra que valía la pena conservar, por sus características, por su singularidad. La ciudad perdió al haberse demolido esa obra. No dudo de que haya otras tantas a las que les haya pasado eso. Como sociedad, como cultura, como academia, nos tendríamos que poner de acuerdo en dónde están esos valores y poder transmitirlo”, asegura.

En la otro extremo está el artista y realizador audiovisual Martín Sastre, que cree que hay que prohibir la demolición de todas las construcciones previas a 1960, salvo excepciones. “Es un tema sensible a toda la sociedad. La destrucción del patrimonio arquitectónico de Montevideo está muy patente. Yo creo que es sentido común, si algo es bello lo cuidás, no lo tirás. Porque después construyen edificios sin ningún valor patrimonial, que tratan de meter la mayor cantidad de apartamentos posibles, en una ciudad en la que no hay un problema habitacional, no faltan casas. Tenemos que empezar a trabajar como un lobby”.

Su propuesta es que se modifique la Ley de Vivienda de Interés Social, que actualmente no ofrece ningún beneficio para la conservación de los edificios antiguos o los llamados “reciclajes”. Este proyecto —que también incluye piezas audiovisuales en redes sociales— surgió este año en honor a su abuela Lala y sus esfuerzos por conservar elementos patrimoniales de su casa, como una serie de azulejos llamados “nolla”, que son considerados patrimonio en Europa. “La idea de la ley surge para ayudar a gente como mi abuela, que son particulares y que quieren mantener las casas con los valores originales y necesitan las mismas facilidades que se les da a los promotores privados para que las tiren abajo”.

En cuanto a las demoliciones, hay un tira y afloja y no parece ser una discusión que esté cerca de ser saldada. Sin embargo, sí hay casos exitosos de conservación patrimonial, al mismo tiempo que se le da una nueva vida a edificios como, por ejemplo, el Mercado Ferrando, Sinergia Design y Altos del Libertador, donde solía funcionar la Fábrica Nacional de Alpargatas.

La supremacía del auto. Cualquiera que circule por Montevideo puede observar cómo cambió el tránsito de la ciudad. Según datos del Observatorio de Movilidad Montevideo, hace 21 años la cantidad de automóviles era de 141.574 y hoy superan los 263.328. Las motos pasaron de ser 26.308 a 214.357. Esto implica que los tiempos de traslado son mayores y que las principales arterias de la ciudad se congestionan en horas pico, algo que es nuevo para la capital.

Este cambio no es para nada menor. Más allá de que es poco placentero ir a paso de hombre en un automóvil, avanzando entre bocinazo y bocinazo, el aumento del parque automotor tiene grandes consecuencias en la ciudad. “Estamos viviendo el boom del auto. La clase media e incluso media-baja accedió a vehículo propio y eso es un problema para la ciudad. Este boom del automóvil hay que ver la forma de regularlo e incluso la forma de desincentivarlo. ¿Cómo se logra eso? Mejorando el transporte público, apostando a la densificación, promoviendo las ciclovías y peatonales. Otro aspecto a tener en cuenta es la contaminación, la contaminación sonora y de CO2. El sentarse en el auto es cómodo, pero cuando todo el mundo se sienta en el auto deja de ser cómodo. Las implicancias que tenés son muchas. Los edificios viejos siempre son grises. ¿Por qué son grises? Por el smog. Hay costos emergentes, costos en salud que no están siendo medidos”, asegura Mattioli.

Por otro lado, para estimular formas alternativas de traslado en los últimos años se han construido bicisendas y ciclovías. Pero no han sido las suficientes como para formar una red que permita al ciclista trasladarse por la ciudad, sino que son parches aislados. Además, la convivencia con los automóviles y ómnibus en la calle es hostil, resultando muchas veces en accidentes de tránsito. Por otro lado, desde la administración pública se está trabajando para peatonalizar ciertas calles, como propone el Plan Ciudad Vieja presentado recientemente por la intendencia, aunque la propuesta no ha sido bien recibida por todos los vecinos.

“Otro cambio interesante es el de la movilidad urbana sostenible. Cuando hablamos de eso hablamos de poner en el centro a la persona. No quiere decir eliminar al automóvil, sino pensar en el peatón, el ciclista, en cómo vivimos esa calle. Eso se ha perdido bastante. Antes jugar en los barrios, en las calles, era algo común y hoy por hoy ya no lo es tanto. El tema de la peatonalización, que es un ejemplo claro de la apropiación de la calle por la gente, muchas veces empieza con una cierta resistencia y luego hasta se termina extendiendo, porque eso genera un uso diferente pero un uso intenso y mucho más democrático que las calles para vehículo con una pequeña vereda”, asegura Brener.

El Antel Arena, junto con el shopping Nuevocentro y el hospital del BSE, revitalizó la zona de Brazo Oriental. Foto: Adrián Echeverriaga. El Antel Arena, junto con el shopping Nuevocentro y el hospital del BSE, revitalizó la zona de Brazo Oriental. Foto: Adrián Echeverriaga.
El espacio gastronómico Mercado Ferrando abrió en 2017 en lo que era una fábrica de muebles y es símbolo de la transformación de Cordón. Foto: Adrián Echeverriaga. El espacio gastronómico Mercado Ferrando abrió en 2017 en lo que era una fábrica de muebles y es símbolo de la transformación de Cordón. Foto: Adrián Echeverriaga.

Una ciudad que va hacia la adultez. Teniendo en cuenta todos esos aspectos, Montevideo parece estar en su juventud. Luego del esplendor del siglo pasado, la ciudad comenzó a alejarse de la vanguardia. Hubo dolores de crecimiento: barrios que se vieron desmejorados o que se vaciaban durante la noche. También aparecieron asentamientos con viviendas precarias, signo de una sociedad más segregada.

Sin embargo, en el último tiempo y producto de un viento a favor desde lo económico, Montevideo ha ido incorporando elementos que la acercan a las ciudades del futuro, como espacios públicos de calidad, áreas verdes y un transporte más ecológico, con las incipientes bicisendas y ómnibus eléctricos. Pero aún falta. Por ejemplo, Mattioli señala que “no se está haciendo nada” ante la emergencia climática inminente.

La ciudad es esencialmente la misma, sin grandes transformaciones en cuanto a la movilidad: se hicieron algunos puentes, pero no fue radical. Sigue sin haber subte, el eterno sueño de los capitalinos. Tampoco se hicieron rascacielos ni grandes edificios, salvo contadas excepciones. Pero, por otro lado, es verdad que aparecieron —y siguen apareciendo— plazas y ofertas culturales y gastronómicas que transformaron la manera en la que vivimos Montevideo.

“Yo veo a Montevideo y a otras ciudades del territorio nacional con una visión muy optimista, vienen avanzando mucho en concordancia con lo que son los objetivos de desarrollo sostenible. Venimos avanzando en la definición de cómo se estructuran las ciudades, de la movilidad, del verde. Hubo un cambio de paradigma, se puso negro sobre blanco. Hoy sabemos para dónde tenemos que ir para que las ciudades sean más sostenibles y que la convivencia se dé de la mejor manera”, resume Brener.