En el ensayo de La 62 se respiran aires de asado entre amigos. Es miércoles, son casi las siete de la tarde, pero el espíritu de la juntada es más parecido al de un sábado por la noche. Hay más de 20 tambores desperdigados por el patio de la casa, a una cuadra de la plaza Dr. Carlos María Sorín en Carrasco Norte, donde la comparsa va a tocar dentro de un rato. Hay varios grupos de hombres, de todas las edades, que charlan, ríen, fuman y toman cerveza. “Antes ensayábamos los martes, ahora pasamos a los miércoles y también los domingos”, explica Juan Risso, uno de los integrantes fundacionales de la comparsa y también director de la galería de Ignacio Iturria en Cadaqués, España.
Oscar de los Santos se encarga de pintar cada tambor con cuadrados blancos y negros, que simula el piso de damero del ex Bar 62. Este le da nombre a la comparsa, fundada por el dueño del bar, Pedro Berro. Oscar los pinta en pleno patio y cuenta a Galería que él también es el responsable de diseñar el maquillaje que llevarán los integrantes de la comparsa el día del desfile, el 10 de febrero, por la calle Isla de Flores: desde Zelmar Michelini hasta Minas. Sobre la mesa en la que apoya los tambores y sus herramientas hay varias hojas de diseños de maquillaje. Explica que varias son de otras comparsas con las que trabaja, en Salto y Durazno. El dibujo de una cara con maquillaje negro, blanco, plateado y naranja es el de La 62.
“Tenemos que esperar a que lleguen casi todos para empezar a tocar”, dice William Rodríguez, director de la comparsa e integrante, hace más 20 años, de Los Fatales. “Viene gente de todo Montevideo y muchos vienen después del trabajo, entonces saldremos a tocar como en una hora”. William integró varias comparsas antes de llegar a La 62, e incluso fundó una propia en Pocitos, Triniboa, que desfiló varias veces en Isla de Flores y llegó a competir en carnaval en el Teatro de Verano, con gran éxito. “Mi familia y yo lo tenemos en la sangre”, dice al contar sobre sus primeros recuerdos relacionados con el candombe. “Mi padre y mi madre siempre fueron del candombe, mi padre desfilaba y yo lo acompañaba. Iba atrás de la comparsa, la seguía. Un amigo una vez me dijo que el tambor viene antes que la mamadera, y es cierto. Con mis hijos pasa lo mismo, desde bien chicos les muestro distintos ritmos dándole golpecitos a la mesa, y así practicaban”, cuenta William; sus hijos integran la comparsa La 62 desde pequeños. El más grande, de 15 años, participa desde la primera juntada en 2018.
De a poco van llegando más integrantes. Las bailarinas con mochilas y botellas de agua. Hay abrazos y se respira euforia. Uno, que parece rondar los 30 años, llega de pantalón formal y camisa para adentro. Después de saludar a todos se pone una remera negra con el número 62 estampado en el frente, y un dibujo de tres personajes tocando el tambor en la espalda. “Así suena el chico”, dice Juan mientras toca ese tambor, el más delgado de los tres que se necesitan para tocar candombe. “Y así suena el repique”, dice mientras toca el de al lado; y aclara que muchas veces las manos pueden sangrar de lo fuerte que es el impacto con las lonjas. El piano, el tambor más grande de todos, corona el trío de tambores.
Juan Díaz Solana es uno de los integrantes de la comparsa.
“Vamos, ya son las ocho”, grita Pedro, y varios agarran sus tambores y se van del patio. Sin apuro alguno, caminan a la plaza y en el patio queda Oscar, que sigue pintando.
En la plaza, varias personas alrededor de una cancha de fútbol asfaltada esperan a la comparsa, que se forma de a poco. Algunos dejan sus tambores frente a una fogata improvisada en la calle, para templar la lonja y lograr un mejor sonido. William da unas instrucciones, empieza a tocar y le siguen los que están prontos. La energía que levantan es fuerte e hipnotiza verlos. María Elena Castañal, encargada del cuerpo de baile, dirige a las 17 bailarinas que se mueven al ritmo del candombe, con polleras largas de tela colorida que simulan las que usarán el día del desfile. Hay cinco hombres que levantan banderas enormes, un poco más alejados de la comparsa, y practican posibles movimientos.
De Carrasco a Barrio Sur. Hay ciertos barrios que tuvieron un papel fundamental en la construcción del candombe en Uruguay. Barrio Sur, Palermo y Cordón —específicamente las calles Isla de Flores, Minas, Cuareim y Gaboto— era donde se ubicaban los conventillos, como Mediomundo y Ansina, donde vivían los afrodescendientes desde fines del 1800. Su desalojo y destrucción material hicieron que las comunidades se realojaran en otros puntos de la ciudad, llevando consigo su acervo cultural. Así es que el candombe se expandió por Montevideo y el interior del país, dando lugar a distintas comparsas que nacieron de los tres ritmos madre, es decir Cuareim (proveniente de Barrio Sur), Ansina (del barrio Palermo y dentro del que se ubica La 62) y Cordón. Con los años, se han desarrollado varias comparsas en barrios como Malvín, La Teja, Capurro, Piedras Blancas, Carrasco. La Cuerda Floja es una de las comparsas de este último barrio, pero no es hasta ahora, con La 62, que una comparsa carrasquense participa en el Desfile de Llamadas.
Alejandro Parodi, de los primeros integrantes de la comparsa, y William Rodríguez, su director.
“Teníamos nombre, pero seguíamos siendo una cuerda de amigos que queríamos tocar cada vez mejor, pero sin ninguna otra ambición”, recuerda Pedro sobre los inicios de La 62. “Fueron pasando los años, el grupo sobrevivió a la pandemia y en 2022 algunos atrevidos empezamos con la idea de participar en una prueba de admisión para el desfile. Ahí William nos dijo: está bien, yo me animo, nos tengo fe, pero recién el año que viene y quiero el compromiso de todos”, cuenta. La 62 reclutó a más integrantes, que hoy rondan los 140, incluidas las bailarinas, que se sumaron en 2022, modistas, un maquillador y otros miembros del equipo, para poder participar en las pruebas de admisión en noviembre de 2023. La 62 clasificó decimosegunda de 45 y se ganó ese lugar en el desfile de este año. “Es un sueño cumplido y la única meta es disfrutar”, dice el fundador.
La comparsa practica los miércoles y domingos en la plaza Dr. Carlos María Sorín, en Carrasco Norte.
Esquina candombera. Antes de bajar la cortina en 2017, el Bar 62, ubicado en la esquina pocitense de Miguel Barreiro y Alejandro Chucarro, era un punto de encuentro de locales y extranjeros interesados en el candombe. Especialmente los días 24 y 31 de diciembre, cuando el bar se encargaba de armar festejos con tambores. Su fundador, Pedro Berro, conoció a William Rodríguez por ser vecino y cliente del bar. “A través de William empecé a conocer y aprender un poco de música y a ir a los ensayos de Triniboa, que era su comparsa en aquel momento”, dice Pedro. “Un mundo totalmente nuevo para mí, quedé totalmente enganchado”. Era un clásico del 62 poner música en vivo en la vereda en esos días festivos, donde bandas musicales hacían sinergia con los tambores de William, su familia o los amigos que invitara a tocar.
Algunos integrantes de la comparsa templan los tambores, es decir que calientan sus lonjas al fuego antes de tocar, para conseguir un mejor sonido.
De ocho a más de 140. Un año después de cerrar el bar, Pedro le propuso a William, en ese entonces ya amigo cercano, que le enseñara a tocar el tambor. “Quedé tan enganchado con el candombe y toda la cultura afrodescendiente que le propuse armar un grupito de seis u ocho amigos para que nos diera clases, una vez por semana, con el único fin de pasar momentos agradables. Fue así que nos empezamos a juntar en nuestras casas para tocar”, recuerda Pedro. “Nos íbamos turnando de casa cada semana, y el grupo fue creciendo de a poco, con gente de todas las edades”, agrega William, que recuerda haber llevado, con la ayuda de uno de sus hijos, alrededor de 16 tambores en la primera juntada para mostrar su variedad y características. Con el tiempo, “la cosa fue creciendo y creciendo y no tuvimos más remedio que salir a tocar a la calle”, cuenta Pedro.
Pedro Berro, fundador de la comparsa, participará del desfile del 10 de febrero.
Con el grupo cada vez más grande y menos amateur, sumado al poder del boca a boca, las invitaciones para tocar en distintos lugares fueron cada vez más. Extendieron así sus toques más allá de los ensayos semanales, a los que vecinos y familiares siguen acercándose para escuchar. William se encargó de enseñarle al grupo, que tenía mínimo o nulo conocimiento sobre el tema, los distintos ritmos dentro de los que se puede categorizar una comparsa, la historia del candombe y de invitar a referentes de la escena uruguaya, como el músico Ricardo Lobo Núñez o Javier Ramos, director de la comparsa Elegguá, a distintas reuniones.
Paolo Álvarez, integrante de la comparsa, prepara el tambor para el ensayo.
Así se armó la comparsa, que no tuvo nombre oficial hasta hace pocos años, con personas de barrios variados de Montevideo; desde el Cerro a Carrasco, y también de otros departamentos. Hasta viaja gente desde Maldonado y Florida para ensayar. “Eso es lo bueno, romper barreras. Es lo que me gusta”, dice William sobre el repertorio de barrios que conforma La 62. “Uno viene en el ómnibus desde el Cerro, por ejemplo, y otro de Parque Miramar en su propio auto, los dos se bajan en la plaza, se juntan, charlan por horas, se ríen, toman cerveza y tocan música juntos. Ese es el orgullo más grande. Estamos todos para la misma. La música une”.