¿Cómo conoció a Pablo Atchugarry?
Lo conozco desde hace tiempo como artista. Vengo del mundo del cine y del
arte y hacía muchos años que estaba en contacto con su obra, pero no tanto con
él como persona. Trabajo también desde hace mucho con la productora Coral Cine,
que se dedica a hacer documentales, a contar historias reales de distintos
personajes y ámbitos. Trabajé en una película sobre Hugo Fattoruso, otra sobre
Mario Benedetti, pero también en películas vinculadas con fenómenos sociales
como la relación entre el fútbol y la sociedad. Trabajé en Maracaná, en Sangre
de campeones, en documentales sobre el amor, el amor en la vejez, y en
películas vinculadas al teatro. Desde la productora había un interés en buscar
este tipo de personajes, entonces le propusimos a Pablo hacer una película.
¿Qué les llamó la atención del personaje como para querer hacer un
documental sobre su vida artística?
Lo acabás de decir: es una persona personaje. Realmente es una persona
pública y alguien que, hoy en día, puede que sea el artista vivo más reconocido
de Uruguay a escala internacional. Desarrolló, desde 2007, primero la
Fundación Atchugarry, y ahora se le sumó, desde hace tres años, el MACA, que
es un lugar que apunta a darles espacio a muchos artistas, sobre todo jóvenes y
uruguayos, a quienes no les es tan fácil exponerse al mundo. También hay una
apuesta por traer muestras de otros países, algunas inéditas, hechas para
nosotros, al alcance de todos. Hay además un programa para niños escolares y
liceales desde que se creó la fundación. Pablo es una persona que tiene un
quehacer llamativo en nuestra sociedad, entonces, desde ahí venía la inquietud:
¿quién está detrás de este artista? ¿Quién es este hombre?
¿Cómo llegaron a la decisión de que usted fuera la directora?
Me lo propusieron los productores, Sebastián Bednarik y Andrés Varela,
con los que venía trabajando en producción y que conocen también mi trayectoria
dentro del mundo del arte. Entonces me dijeron: “Negra, lo tenés que hacer vos”
(se ríe). Al principio quise decir que no, tuve un poco de pánico
escénico frente a este desafío. Y después me lo puse a pensar, me empezaron a
decir: “¡Vamos, somos un equipo!”. Una película no se hace con una persona
sola, para nada. Y eso creo que es un factor de peso en Los hijos de la
montaña: que estoy rodeada de un equipo muy consolidado. Hemos trabajado
más de 15 años juntos en muchas películas.
La
realización del documental llevó varios años...
Sí, fueron cuatro años de rodaje. Tuvimos pandemia en el medio también,
pero ese tiempo nos sirvió mucho para revisar material, para reguionar,
reestructurar y tomarnos una especie de pausa entre rodaje y rodaje. Filmamos
en distintos años, distintos lugares, en Italia, en Estados Unidos, en Uruguay.
Fue bien movido, por eso me gusta decir que es una road movie (película
de ruta). Reflejar la vida de este hombre, que vive en el mundo, como él mismo
dice, pasa un poco por ahí, por el movimiento. Hubo que armar también una
coproducción con Italia y crear un equipo de rodaje allá.
Los hijos de la montaña se filmó entre Uruguay e Italia. Venecia fue una de las locaciones.
¿Ya tenían contacto con gente de Italia o hubo que salir a buscar?
Salimos a buscar.
¿Costó encontrar equipo?
No, la verdad que no, sucedió enseguida y me sentí supercómoda.
Trabajamos con italianos y un codirector de fotografía que es ítalo-venezolano.
Yo hablo italiano, pero para contactarnos con el equipo, el montajista y ver
las necesidades de todos, era perfecto, comodísimo.
¿Qué cosas nuevas o llamativas descubrió de Atchugarry en este proceso?
Lo primero que me queda a mí como conclusión o enseñanza es que es
imparable, no puede hacer menos que crear. Es el primero en llegar al taller y
el último en irse. En la película, cuando le preguntamos a su esposa cuántos
años hace que no se toman vacaciones, es una cifra impúdica. Y cuando le
preguntás cuándo descansa Pablo, entre el taller, el museo, las muestras en
distintas partes del mundo, preparar, mandar obras... Ella, muy rápida y seria,
contesta: “Cuando está en el taller”. Él descansa trabajando. Eso me llama
mucho la atención. También la capacidad que tiene de tomar una decisión para
cualquier cosa que se le ocurra. Todo se convierte en un proyecto y en una obra
de arte, de alguna manera. Y desde el momento en que lo piensa hasta el momento
en que lo pone en práctica tal vez no pasen cinco minutos. Va para adelante
todo el tiempo. Su generosidad total, con su persona, su tiempo, sus cosas.
¿Él siempre estuvo dispuesto a mostrar su vida, su familia y su obra?
Sí, tal vez por esa manera que tuve de ir acercándome de forma amistosa.
Es una persona que se emociona muchísimo y tampoco tiene tabúes ni tapujos en
demostrarlo. Es un ser humano muy vivo.
Desde su rol de curadora de arte, ¿qué opinión le merece la obra y la
evolución artística de Atchugarry?
Uno de los principales reconocimientos que hay que hacerle a su obra es
que tiene un lenguaje muy definido, muy claro, muy accesible, muy
identificable. Vos ves una obra de Pablo Atchugarry y no te quedan dudas de
que es de él. Lograr eso, para un artista, es lograr expresarse y ser
reconocible por lo que se está creando. A escala internacional, creo que sobran
los dedos de una mano para contar los artistas escultores que hacen obra
monumental, de esos tamaños, con materiales como el mármol, en un solo bloque,
de hasta ocho metros de altura, y que la hacen con sus propias manos. No hay en
la actualidad.
El documental tiene muchísimo material de archivo, ¿cómo lo consiguió?
En el mundo del documental, el archivo es un aporte muy fuerte a la
película, sobre todo cuando tenés la suerte —como nos pasó a nosotros— de
conseguir material fílmico. Muchas veces contás con fotografías de archivo, que
son buenísimas, pero no son lo mismo que la imagen en movimiento. Ese material
fílmico de Pablo con 23 años en Italia haciendo sus primeras pinturas, después
trepándose a un andamio... Hasta él se sorprendió, porque no había visto nunca
ese material. Todo fue una gran casualidad. Cuando Pablo llegó a vivir a
Italia, a los veintipocos años, a las únicas personas que conocía eran los
Musitelli, amigos de sus padres. Él cayó a lo de esa familia y se encontró con
que Ferruccio Musitelli —cineasta y fotógrafo— tenía una serie de retratos que
le había hecho. Entre ellos estaba el de la primera obra de los miles que
después haría. Está la fotografía icónica de Pablo empujando un carrito de bebé
con su primera escultura. Esa foto es magnífica porque te muestra, primero, los recursos, los
medios que había en ese momento. No había ni un auto para llevar la escultura.
Y Musitelli lo fue a buscar a la estación de tren y sabía que tenía que
ayudarlo a bajar y transportar una obra que pesaba 100 kilos. Le sacó la
parte de cunita al cochecito y ahí estaba este hombre joven llevando su primer
bebé. Y su primer bebé es, realmente, hijo de la montaña.
La casa familiar de Pablo se incendió hace muchos años y ahí se perdieron
muchísimas fotografías. Entonces, de la infancia y juventud hay poco material.
Alguna cosa tenía su hermano, Pablo tenía muy poco. Hablando con los Musitelli
a ver qué podían tener, encontraron este material fílmico, lo pasamos a HD y
resultó maravilloso.
El rodaje duró cuatro años y tuvo que ser interrumpido por la pandemia, una pausa que sirvió para “revisar material, reguionar y reestructurar”.
De la película se hizo una avant première hace alrededor de un
año. ¿Por qué tanto tiempo entre esa instancia y el estreno?
En los caminos de producción a veces suceden estos desencuentros
temporales y, finalmente, se hizo el estreno el viernes 5 de enero de este año.
A partir del primero de marzo se estrenará en los cines de Montevideo. Ya
tenemos nuestra primera invitación para un festival internacional y en este
momento está caminando en las pantallas de ese festival.
¿A qué festival los invitaron?
Le FIFA, que es el Festival Internacional de Cine sobre Arte de Montreal,
Canadá. Yo estuve el año pasado y este año cumple 42 años, está
superconsolidado. Hacen una convocatoria y solo en el primer día reciben
aproximadamente 1.000 películas. Se seleccionan unas 200, todas sobre arte, y
se exponen durante el festival, que dura 10 días. Luego permanecen para Canadá
en una plataforma online durante un mes.
Este año se realiza la tercera edición de ARCA, el festival de cine que
fundó con Sebastián Bednarik y Andrés Varela y que tiene como sede el MACA,
¿cuál fue el origen de esa iniciativa?
Surgió a raíz de esta relación que fuimos generando con Pablo Atchugarry,
con la fundación, con todos sus proyectos. Cuando empezamos la película, el
MACA todavía no era ni una idea. Empezó enseguida después, entonces el proyecto
de película fue creciendo junto con el proyecto de museo. En ese momento
también empezamos a ver que el museo iba a tener esto y aquello, ¿y cómo no iba
a tener cine? Estábamos hablando acá y le decía a Pablo: “Ahora que sos mi
actor favorito...”, y yo me convertí en su directora favorita, entonces
dijimos: “¿Qué vamos a hacer? Hagamos un festival”. Y lo que más sentido tenía
en este lugar, justamente, era poner el foco en el arte y hacer esta propuesta
de experiencia de ver una película rodeados de obras de arte.
¿Cómo fue la devolución del público en las dos ediciones que se hicieron
en 2022 y 2023?
Increíble, la verdad. El primer año enseguida se formó un público
superfiel, que viene a todas las películas. La programación la pensamos para
todo público, no solo para las personas amantes del arte. Hay algunas que son
más intrínsecas al mundo artístico y que pueden ser más para aquellos que son
amantes de eso o están metidos más a fondo. Pero hay muchas otras que están
pensadas para todo público.
La tercera edición de ARCA abrirá con una proyección de Anselm, una película sobre el pintor y escultor alemán Anselm Kiefer, dirigida por Wim Wenders.
¿Se trata de que no sea un festival de nicho?
No, claro. Por ejemplo, todos los años tenemos ficciones, animaciones que
no son para nada el clásico documental de arte. El público lo ha recibido muy
bien y es una oportunidad. Son superpelículas que después no llegan a las salas
de cine o tienen mucha dificultad para llegar. Es una forma también de
prolongarles la vida a muchas películas y de tener ese acceso y contacto con el
público. Ni te digo cuando vienen los realizadores y pueden hablar con el
público. Es genial. El año pasado tuvimos a varios directores provenientes de
distintos lugares. Este año recibimos a una directora de Brasil con una
película increíble sobre artistas mujeres latinoamericanas que fueron de
impacto entre los años 60 y 80 y que, de alguna manera, por una cuestión
geográfica tal vez, muchas de ellas no fueron tan visibles en la historia.
También recibimos a un realizador argentino que trae una película muy
interesante para este espacio, que habla de un escultor y su legado. Va a tener
una linda conversación con Pablo y con este museo.
Para dar cierre a ARCA, este año se eligió una ficción francesa llamada Daaaaaalí!, sobre la vida de Salvador Dalí.
¿Alguna otra novedad que se pueda comentar sobre la edición que se viene?
Nosotros partimos, para la selección, de más de 700 películas para
quedarnos con 20. La curaduría del festival es realmente muy fina y la idea es
que en la propuesta haya películas que abarquen distintas manifestaciones
artísticas. Hay algunas sobre pintura, sobre escultura, fotografía,
arquitectura. Distintas procedencias: Argentina, Brasil, Islandia, Bélgica,
Francia. También cinematografías bien diversas, películas de Irán, algunas que,
a las personas que tenemos acceso solo a la televisión o a las plataformas
disponibles en Uruguay, nos cuesta mucho encontrar. Además, son todas
producciones de este último año.
La película de apertura es imperdible: Anselm, sobre Anselm
Kiefer (pintor y escultor alemán), de Wim Wenders. Es un peliculón para ver al
aire libre, porque es un artista que tiene una relación cósmica con el arte. Su
taller y su obra son monumentales. Él anda en bicicleta dentro del taller, para
que te hagas una idea. Y Wim Wenders lo filma también de una manera cósmica,
increíble.
El fin de semana de clausura va a ser a puro surrealismo. El viernes
tenemos nuevas versiones de películas de Man Ray de 1923, que cumplieron un
siglo. Son cuatro películas cortas que en su momento eran mudas y ahora se
restauraron y se les agregó una banda sonora de Jim Jarmusch, y él ahora está
dando la vuelta al mundo con eso, es increíble. Y el final surrealista es con
una ficción francesa que se llama Daaaaaalí! y es una de las partes de
la vida más locas de Salvador Dalí, para morirse de risa. En el medio, un
montón de documentales buenísimos. Distintas miradas, distintos lenguajes
cinematográficos, distintas propuestas. Todas imperdibles. Ingreso libre y
gratuito.
Otra novedad de esta edición es que habrá dos días exclusivos para los
más chiquitos. Hicimos un acuerdo con un festival italiano, una plataforma que
desarrolla residencias artísticas y otorga un premio. Además tiene, desde hace
20 años, una sección dedicada a los más chicos, con el apoyo de Unicef. Esa
plataforma coordinará con ARCA estos dos días para los niños, en los que van a
hacer exhibición y talleres. Tendrán su primer encuentro con la imagen en
movimiento, se va a formar un jurado con ellos mismos, se les va a enseñar qué
es lo que se juzga, cómo se juzga. El sistema está buenísimo, porque antes de
cada película —son todos cortos animados— se habla un poquito de lo que van a
ver, después se ve y se vuelve a hablar. En ese proceso se va enseñando a
entender el lenguaje y cómo juzgar. Formar un jurado infantil va a ser todo un
desafío.
En el marco del festival de cine sobre arte, este año se exhibirán películas animadas y habrá dos días dedicados al público infantil.
¿Algún otro proyecto audiovisual que tenga en carpeta?
Empecé hace un tiempo una investigación sobre (la pintora, escultora y
crítica de arte uruguaya fallecida en 2015) María Freire. Veremos dónde
desemboca.