Un juguete responde a esta misma lógica, solo que además de ocupar el tiempo, “te permite crear cosas que no existen sin tu imaginación”. Así lo explicó la psiquiatra pediátrica Natalia Trenchi, para quien el juego, además de “una necesidad vital”, es una conducta que “se alimenta a sí misma”, en la medida que crea “una recompensa inmediata y permanente” de la mano de la diversión.
Se ha descubierto que ya desde el antiguo Egipto tanto los niños como los adultos jugaban con piedras preciosas como canicas, juegos de mesa y deportes con pelotas hechas con telas. Todo era artesanal y sencillo, y así se mantuvo durante siglos.
Los juguetes eran de madera, hasta que la Revolución Industrial apareció y con ella la industria mecanizada, materiales nuevos como la hojalata y el metal y la fabricación en serie. La bolita, el yoyo, la arrimadita o el chanti piedra fueron sustituidos por las primeras Bild Lilli de la compañía alemana de juguetes Hausser, o la primera figura de acción que trajo Hasbro, GI-Joe, hasta llegar al primer videojuego del mundo: el Nimatron.
“La historia del juguete tuvo una explosión con el (arribo del) consumismo. Antes era algo construido por tu padre o tu abuelo, ahora se compra y se elige, y hay varios iguales. Las cifras que se mueven en este mundo son impresionantes, existe mucho poder e intereses, mucha competencia”, ilustró Trenchi, para quien el mejor juguete “cuanto más parecido al barro, mejor”.
A la hora de jugar, lo importante es que el rol activo lo tenga el niño y no el objeto; “la arcilla se puede transformar en lo que vos quieras. Jugar es eso”.
El Juguetero. Sería injusto decir que la suya es una infancia eterna, cuando en realidad solamente se trata de un adulto apasionado. Una tarde reciente, como tantas otras, Balduccio revivió la emoción de un niño el Día de Reyes. Alguien había dejado en el Juguetero una caja con donaciones, pero dentro no había cualquier juguete. Entre muñecas y peluches estaba un auto a cuerda de relojería alemana de los años 50, conducido por un oso y que al accionarse daba vueltas en círculos mientras golpeaba un platillo. Valdría unos 100 dólares, según calculó el coleccionista, que de solo mirarlo ya sabía todo acerca del juguete, además de haber pensado mil y una formas de arreglar el brazo roto del piloto.
La pasión de Balduccio viene desde sus 12 años, cuando trabajaba en una juguetería pintando trenes y lanchitas Pof-Pof. En el medio, la pubertad, hasta que a sus 23 años volvió a conectar con los autitos de plástico fundidos a presión que le apasionaban desde niño. Tenía cuatro o cinco, pero le compró unos 50 Matchbox (actualmente de Mattel) a alguien que quizá ya ni los recuerda, y a partir de allí no paró de coleccionarlos durante los últimos 40 años. Pero, a medida que compraba más Matchbox, se llevaba también trenes, barcos, aviones, de madera o de lata, que llamaran su atención.
Es desde los 12 años que a Balduccio le apasionan los juguetes, desde cuando trabajaba en una juguetería pintando trenes y lanchitas Pof-Pof.
Si bien exhibir era su objetivo, la acumulación de juguetes responde en realidad a su profundo interés por las historias que tienen detrás y las emociones que despiertan: “Nos visitan muchas personas que ven en estos juguetes su pasado y se acuerdan de cosas para contarles a sus hijos y nietos”, aseguró.
El museo abrió hace casi dos años, pero a Balduccio ya lo apodaban el Juguetero desde hacía mucho. El sobrenombre surgió de la feria, a donde como todo coleccionista acudía en busca de nuevas piezas, sin mencionar que cada vez que viajaba compraba por lo menos 10 juguetes en mercados de pulgas. También adquiría colecciones particulares e iba a todos los remates que podía para ver si bajo el anuncio de “se vende todo” en el diario alguna habitación infantil había sido desvalijada. “Tengo algunos que todavía están en cajas y los estoy por abrir. No sé ni lo que hay adentro; si vos guardás, comprás, guardás, ni te acordás”, contó. Pero no hay nada como la sorpresa y la propia búsqueda para el Juguetero. “Es la parte más interesante de ser coleccionista, porque en el momento en el que tenés algo ya perdés el interés”. Así es que se vuelve tan sencilla la acumulación.
Incluso hoy, teniendo el museo, Balduccio todavía sigue enfrentándose al gran problema de todos los coleccionistas: el espacio. “Si tenés 200 m2, necesitás 300. Nunca te alcanza, y ahora que tengo este salón de 430 m2 está repleto solo con 7.000 de mis 25.000 juguetes. ¿Cuántos salones como estos necesito?”.
Dos años le tomó a su hija catalogar solo 7.000 juguetes. Del total de la colección solamente uno se remonta a su propia infancia; un autito chino que, según recuerda, le compró su madre a sus nueve años en el antiguo Bazar Mitre, y precisamente su mecanismo fue lo que despertó su pasión por los juguetes. Al accionarlo, prendía luces y una muñeca copilota levantaba una cámara y sacaba una foto.
Hoy, estas formas de articulación resultan desconocidas para los más chicos, que durante las visitas al museo se sorprenden no solo por la cantidad de juguetes y su antigüedad, sino por cómo se veían las muñecas antes o el parecido que había entre algunos de sus videojuegos y el pinball retro de la entrada.
La mayoría de los juguetes expuestos son de industria nacional.
Muchas veces las escuelas que van de paseo a El Juguetero también se apuntan a los talleres de armado de juguetes para niños y adultos, donde se crean divertidos ejemplos de cinética con elementos que todos tienen en casa, como ranitas de cartón a partir del cilindro del papel higiénico, con el que también se hacen automóviles de fórmula uno con un curioso mecanismo de propulsión a globo inflado.
Sus demás juguetes de la infancia no sabe dónde quedaron, aunque recuerda con especial cariño “la época donde la inventiva (les) permitía crear (sus) propios juguetes”, como un auto a pedal que hizo su propio padre o una chata con la que se deslizaban con su hermano por la bajada de la calle Charry, desde Siracusa hasta Agrigento, en Carrasco Norte. A excepción de la chata, donada por su hermano el día de la inauguración del museo, a Balduccio no le quedó nada más que aquel autito paparazzi de cuando jugaba.
Sin ánimos de interrumpir el relato del Juguetero, vale detenerse en la consecuencia común de padres que hacen limpiezas o mudanzas: la pérdida de los juguetes. Trenchi menciona que tanto esto como el paso de la infancia a la adolescencia, cuando el niño deja de jugar, es uno de los primeros aprendizajes sobre el significado de la palabra soltar. “Te enseña que hay etapas, que las cosas tienen su momento, que hay tiempo para reírse, tiempo para estar tristes, tener algo, no tenerlo, pasárselo a otro…Somos todos perlas de un mismo y largo collar, vamos chocando los cinco generación con generación, y nos compartimos hasta los juguetes”.
Parte de la historia. Se conocen ejércitos alemanes, franceses, estadounidenses, ingleses, pero nadie piensa en una colección de soldaditos de plomo uruguaya. Balduccio tiene una. Para sorpresa de muchos, la mayoría de los juguetes en su museo son de industria nacional. De hecho, toda el ala izquierda está dedicada a ellos. Desde los juguetes transformables del pintor Joaquín Torres García hasta los primeros trenes de metal, Balduccio tiene piezas de algunas empresas como Julio Fornaro y sus vehículos convertibles; un futbolito que replica al Estadio Centenario con su Torre de los Olímpicos fabricado por Coloso; autos de madera de Lussich y juegos de mesa Pallas (la única todavía en funcionamiento), así como asientos en forma de animales de lo que alguna vez fue una calesita del Parque Rodó. Todas estas industrias nacionales “se fundieron con la llegada del (juguete) chino”, lamentó.
En el museo se encuentra una colección de soldaditos de plomo uruguaya.
Sin embargo, el museo está allí para que muchos niños sigan conociendo a las muñecas Duquesita, de la empresa Duque Hnos. (exhibidas junto al cartel original de la tienda), que aunque ya sin olor a rosas en el pelo, Balduccio mantiene casi intactas para seguir removiendo emociones. “Quiero que la gente venga a recordar su infancia y enseñársela a sus hijos, a sus nietos. Vos hablás con la gente y es increíble la cantidad de historias que te cuentan de sus juguetes a partir de esto”, dijo nostálgico, con una mano apoyada en la vitrina donde descansa la vedette del museo. Se trata de una aplanadora musical que consiguió en la feria hace más de 20 años y, según cuenta, es toda una rareza, la primera de su tipo en incorporar el cilindro musical delantero que se vendía por separado. Esa aplanadora es la inspiración del logo del museo.
El valor del juguete. Es innegable que los juguetes guardan un enorme valor sentimental, tanto para Balduccio como para cualquier otra persona. Pero ese valor no depende nunca del juguete en sí, explicó Trenchi, sino de los vínculos en los que viene envuelto. “Cuando te regalan un muñequito el vínculo es con la persona que te lo regaló, no con el objeto, pero lo proyectás ahí”.
El mundo del juguete no quedó atrás, sigue existiendo, pero dependerá de cómo los adultos sepan transmitir o no la curiosidad y el gusto por jugar, por tomar contacto con otro mundo que es “tan real como la IA y los videojuegos”. Trenchi explicó que la entrega a la curiosidad es lo mejor que un adulto puede estimular en un niño, estimular la sorpresa, el escuchar historias. “Un niño por sí mismo no se interesa por un juguete antiguo si no va de la mano de alguien que le transmita vida a ese objeto”, señaló la psiquiatra.
El museo exhibe 2.500 juguetes de una colección de más de 25.000 piezas, que se van rotando en sus vidrieras y son todas propiedad de Eduardo.
Balduccio contó que después de las visitas escolares, siempre vuelve algún niño acompañado de sus padres. Y cuando empiezan a aparecer los “¡ese lo tenía yo!”, sucede la magia: se vuelve a jugar.
Para Trenchi, el juego es un “desestresante natural” que hoy “es más necesario que nunca”, y no solamente para los niños. El adulto cuando juega con otros adultos “se inventa troupes de lo más creativos”, pero son los niños los que pueden ver en una ramita una espada, y ese ejercicio mental desarrolla destrezas muy importantes para el resto de la vida. “Atreverse a imaginar, a soñar mundos que no existen y todo lo que eso implica a nivel cerebral, aprender a desarrollar proyectos… Hay que fortalecer eso si queremos prevención en salud mental”, subrayó la profesional.
Según Trenchi, los niños a los que se los estimula en el juego tienen mejor motricidad, saben organizarse y resolverse, aprenden a respetar las reglas, y son “seres humanos sentimentalmente más fuertes”.
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Algunas recomendaciones, por Natalia Trenchi
No imponer: Lo primero a la hora de regalar un juguete es conocer los gustos del niño. Es muy importante que primero le interese a él para que lo use. Hay que recordar que los juguetes no tienen género.
No se trata de un simple objeto: Hay que pensar en algo que le dé participación activa y creativa al niño, y no un juguete que haga todo por sí mismo, como emitir sonidos.
Los juguetes no son para bebés: Los más chiquitos no benefician su desarrollo con plásticos. Los niños entre 0 y 3 años no necesitan juguetes, sino explorar el mundo que los rodea a través de los sentidos.
Un imprescindible: Cualquier niño tiene que tener a su alcance lápiz y papel, goma, colores, tijeras, para cualquier momento en que necesite expresar su creatividad.
Predicar con el ejemplo: Un par de juegos de mesa no pueden faltar en la familia. Los más chicos se interesan cuando ven a los adultos jugando, y participar de esas instancias los ayuda a razonar las reglas; se asocia la diversión con un ejercicio mental intenso además de la interacción con otros. Es muy importante no dejarlos ganar todas las veces, así aprenden que también existe la posibilidad de perder y aprenden a controlar sus frustraciones.
Primeros pasos en la música: Introducir a los niños a otro tipo de lenguajes y nuevas capacidades que se desarrollan a partir de la música siempre es buena idea. “Regalarle un micrófono es regalarle la posibilidad de soñar que es Lady Gaga”.
Todo sirve: Nunca hay que olvidarse de que los niños transforman cualquier cosa en un juguete, como cajas o botellas. Explotar la imaginación siempre trae beneficios.
Responsabilidad del adulto: “No tenemos que comprar porquerías”. Un videojuego puede ser exageradamente violento o maravillosamente creativo. “Así como aprendimos a mirar la fecha de vencimiento tenemos que aprender a elegir los juguetes”.