Hasta ese entonces, Colinet había sido un nómade. Pasó cinco años en Buenos Aires, dos años en Paraguay y uno en Nueva York. Desde su adolescencia, cuando llegó de Salto para estudiar en la capital, había vivido en construcciones emblemáticas como el Rambla, en Pocitos, y cuando veía edificios antiguos siempre pensaba en su historia, en sus residentes pasados y en los presentes. Aunque también había residido en departamentos de distintas tipologías en Buenos Aires y Paraguay, siempre priorizó la “revalorización de la arquitectura a través de la historia y sus materiales nobles”.
El espíritu de lo clásico. El 2 de marzo de 2020 entró a su nueva casa para devolverle la vida y el espíritu del arquitecto Jones Brown. Desde su construcción tuvo varios moradores y distintos usos. En ese momento albergaba un instituto de inglés, por lo que los vidrios estaban tapados, el piso moqueteado y los salones divididos con paneles de yeso. El departamento “estaba en condiciones muy malas” y la pandemia del Covid-19 lo sorprendió en plena tarea de recuperación. Comenzó de cero sacando la moquette y la pintura de los vidrios para dejar entrar el sol y descubrir los pisos originales de roble americano y pinotea.
Poco a poco, los 198 m2 de la unidad 502 se inundaron por el sol que se colaba a través de sus ocho balcones circulares, distribuidos en la esquina de avenida 18 de Julio y la calle Julio Herrera y Obes, por la que también tiene entrada el edificio.
Uno de los ocho balcones, este con vista a la plaza Fabini, el Palacio Legislativo y la iglesia del Cerrito.
La intención de este ceramista y estudiante de Bellas Artes fue la de conservar lo más posible la historia de este edificio, pero imprimiendo su estilo. “Los espacios los respeté tal cual los imaginé. Cuando entrás a la derecha del hall de distribución hay un espacio pequeño que se transformó en mi escritorio, después viene la sala principal para recibir visitas, el comedor, la sala de estar, el baño y un dormitorio, todos a la calle con balcones”, explica. El segundo dormitorio y la cocina dan a un pozo de aire amplio y ventilado. Colinet interpreta que la intención de Jones Brown fue la de priorizar la belleza de la fachada antes que el interior, por lo que hay algunos “ángulos muertos, como el del escritorio, que (no se puede usar para nada pero) dejan entrar el sol ampliamente”, y todos los balcones, aunque son distintos, conservan la armonía visual del exterior.
Juego de comedor con tres sillas y araña de la feria de Tristán Narvaja.
En el interior, la boiserie y la marquetería imperan en los espacios sociales (las salas y el comedor) mientras que los dormitorios son más austeros, sencillos y para nada pretenciosos. La altura de los techos de 3,40 metros magnifican la luz, que se refleja en las paredes pintadas totalmente de blanco.
Sala de estar con sillón estilo inglés, mueble chino y recuerdos de viajes.
Ingresar al hogar de Colinet es sumergirse en una galería de arte habitada por él, sus dos perros salchicha, Klaus y Emaar, y las obras de arte cuidadosamente seleccionadas: “piezas únicas como las personas”. Su personalidad desprendida también se interpreta en lo despojado de la decoración. Escasos muebles y elementos de decoración, pero cada uno es protagonista. “Mi hogar es como una caja blanca simple con pocas piezas traídas de mis viajes o compradas a artistas emergentes uruguayos y paraguayos”.
Silla realizada por indígenas del Amazonas con madera arrastrada por el río.
Hogar con aires artísticos. El hall, con pisos de cerámica originales, impacta por la presencia de una silla con la columna de un pescado creada por el artista uruguayo Gustavo Martínez, una pieza única de aluminio y madera de alcanfor, y una instalación de nylon transparente que atrapa una foto de una niña (que encontró en una volqueta) y él interpreta que arrulla la vida de esa mujer desconocida. Sobre un aparador se apoyan tres esculturas de cerámica bruñida de su autoría, con plumas de pavo real, que ya compitieron en la Bienal de Colonia y ahora partirán a la Jingdezhen International Ceramic Art Biennale (China).
Al entrar al escritorio, impacta una silla realizada por indígenas del Amazonas con maderas arrastradas por el río, con la terminación de una cabeza humana y otra de serpiente. En la pared, un mapa de Montevideo resguarda una serie de cuatro botijos con tintes caricaturescos de los presidentes uruguayos posdictadura. Hasta el momento están Julio María Sanguinetti, José Mujica, Tabaré Vázquez y Luis Lacalle Pou esperando por la llegada de Luis Alberto Lacalle Herrera y Jorge Batlle.
Mapa collage de Montevideo con botijos caricaturescos de cuatro presidentes: Sanguinetti, Mujica, Vázquez y Lacalle Pou.
Las paredes de toda la casa, ahora blancas, solían vestirse con empapelados de estampas búlgaras en colores sombríos, uno sobre otros hasta en tres capas. En algunas de esas paredes, Colinet decidió dejar sus vestigios para “conservar la historia y respetar las vidas de quienes pasaron por el apartamento”. En el comedor, por ejemplo, las huellas de ese pasado relatan un camino que recuerda a los “nenúfares de Claude Monet en colores tierra”, a los que el ceramista les agregó una pieza hecha por él en forma de corazón con una llave dorada incrustada, insinuando la importancia de “valorar a quién abrirle el corazón”.
Colinet recorre asiduamente la feria de Tristán Narvaja y, con su ojo entrenado, logra descubrir joyas como la base triangular de la mesa del comedor, coronada por un mármol circular. “Me identifico con las líneas curvas más que con las rectas, me gusta lo orgánico, lo femenino y considero que la mesa redonda invita a la reunión, aunque sea de a tres”, cuenta. En un rincón, una pieza de madera de Wilfredo Díaz Valdez de 1967, “visceral, de sus primeros años”, se coloca junto a una imponente fotografía de Matilde Campodónico: una escena costumbrista uruguaya de gente cruzando la rambla desde la playa.
La sala de estar está presidida por un sillón de estilo inglés, tan cómodo como gastado, y una pantalla de televisión rodeada por recuerdos de sus viajes por el mundo. La pared lindera con el baño es una pintura en construcción que emula el dorado a la hoja de una de las habitaciones del Palacio Errázuriz Alvear en Buenos Aires.
Un siglo después. Las consecuencias de los 100 años del departamento aparecieron en la cañería del baño, sin embargo, logró conservar parte del piso original colorado, rescatado con paciencia y una espátula. La bañera y la bacha son las que incorporó Jones Brown en su edificio, aunque el inodoro y los azulejos subway de Nueva York son nuevos, pero respetan el estilo de 1920. En las paredes del luminoso baño (también cuenta con un balcón a la calle Julio Herrera) se creó una pequeña galería de arte con piezas de artistas emergentes, como la salteña Carolina Cunha, una escena de veteranos en la playa de Valentina López Aldao y recuerdos de viajes a Perú o Sudáfrica.
Entre el baño, el dormitorio y la salida de servicio hacia Julio Herrera y Obes, se centra la escultura Equilibrio. “Soy yo, mide 1,74 y representa tres etapas de mi vida, mudanzas, pérdidas, parejas. Es fundamental estar en eje para soportar situaciones que te golpean y te desestabilizan”, explica. “La esfera más grande es la explosión de la adolescencia, el momento de búsqueda de mi identidad”.
Un sudario del artista Marcos Benítez, del proyecto Herbolario, cuelga en el corredor como cuando estuvo expuesto en el Malba en 2021. La tela abrazó los troncos de diferentes árboles nativos de Paraguay en peligro de extinción para recordar la fragilidad de la naturaleza. Pero no todo son piezas de arte, la bicicleta Ondina la usa todos los días para recorrer la rambla y los sillones ingleses de esterilla eran del campo de su bisabuelo en Salto.
Al llegar a la sala principal, se imponen dos sillones del diseñador Gustavo Martínez de la colección Malabar, de roble blanco americano moldeados por vapor. Se acompañan con dos mesas creadas por Colinet que integran la serie llamada Postdestrucción, realizadas con tapas de materiales reciclados y estructura de varillas de construcción erosionadas por el mar que fueron devueltas a la orilla. Sobre ese mármol, una lámpara, una orquídea y una escultura inspirada en el Palacio Salvo.
Salón principal con sillón de Menini Nicola y mesa Postdestrucción hecha por Colinet, al igual que la escultura, inspirada en el Palacio Salvo y realizada con el orfebre Fernando Debejeres.
El resto del mobiliario, sillón y mesa, son de Menini Nicola, con los que el diseñador de interiores trabaja. Una taza alemana con la inscripción “Felicidad” es otro de los tesoros que encontró en la feria de Tristán Narvaja. “Amo la feria”, confiesa, “si tenés ojo, podés encontrar piezas muy interesantes”. A su lado, una porcelana en púrpura y amarillo llamada The guest, de Jaime Hayon, realizada para Lladró. Una luminaria con círculos concéntricos de acrílicos de colores de Camila Fernández es la única iluminación distinta a los puntos focales que crean dramatismo y realzan las obras de arte, elementos que aprendió con Guillermo Pasina en Buenos Aires.
Taza alemana con inscripción “Felicidad” junto a escultura The guest, de Jaime Hayon para Lladró y sillón Malabar, de Gustavo Martínez.
Entre dos de los balcones con geranios, un móvil del artista Gustavo Genta recibe el sol y la brisa durante el día emitiendo destellos danzantes.
Toda esta ambientación se logró con tiempo, sin apuros ni ansiedades, y viviendo en un continuo aprendizaje. En su último viaje a Dubái leyó un libro sobre la felicidad y el positivismo que decía que el conocimiento es una linterna entre tanta oscuridad, premisa que también aplica en su vida: “Uno conecta con determinadas personas que tienen luz, con artistas, más allá de su obra”. “Mi casa es una galería de arte habitable con un espacio para recibir a mis amigos y a mi familia”.