Quienes creen en la herencia ancestral dirán que el camino de esta joven ya estaba predeterminado mucho antes de que se decidiera a estudiar diseño de interiores. Y es que creció en un ambiente familiar creativo, con una abuela amante del arte y una madre paisajista, a quien solía acompañar desde pequeña en sus proyectos residenciales.
Entre museos y jardines, Victoria entrenó una particular mirada artística de lo que sucede en el mundo ordinario y los detalles que hacen las diferencias. Su trabajo tiene un sello innovador y auténtico, producto de una mirada apasionada por el diseño, el arte, el cine y la arquitectura.
Luego de especializarse en Barcelona, en 2016 regresó a Uruguay para iniciar su propio estudio con su firma, sin imaginar que su crecimiento profesional sería tan vertiginoso. Desde su oficina se encarga del diseño de proyectos y reformas residenciales con una fuerte impronta midcentury y artística. Sus trabajos evidencian una valoración hacia el aspecto estético pero sin perder la funcionalidad. Uno de sus fuertes es el diseño de muebles de autor, que casi por intuición acabó siendo parte esencial de su propuesta. Cada rincón de los espacios que diseña tiene ese plus de contar con objetos especialmente creados para la ocasión. Y esa es, probablemente, la clave de su diferenciación.
Desde chica siempre tuve una gran atracción por el arte. Toda la vida le dediqué tiempo y exploración, de hecho me formé con diferentes artistas. En un momento quise hacer Bellas Artes, pero el interiorismo pudo más. Mi madre se dedicaba al paisajismo y reformaba casas, así que los recuerdos de mi niñez son acompañándola de un lado a otro, observando su trabajo. Ahí se forjó mi ojo por la composición. Lo tuve claro desde el liceo, seguí la carrera de Diseño de Interiores en Universidad ORT, luego siguió un máster en España y cuando volví, inicié un camino independiente.
Tuvo un crecimiento considerable en muy poco tiempo, ¿cómo llegaron esos primeros proyectos?
Comencé en 2016 proyectando el local de Savia en Carrasco y algunos restaurantes como Misión Comedor. Al comienzo, pesó mucho el boca a boca con las recomendaciones. Ese camino emprendedor venía con antecedentes: antes de iniciarme en interiorismo tenía una marca de carteras de cuero con un estilo muy conceptual, estuve en Moweek y creo que ese público ya veía en mí un ojo más creativo. Luego de esas primeras experiencias en retail, en seguida me volqué a lo residencial.
¿Qué diferencial te aportó tu máster en Barcelona con respecto a la universidad?
Me cambió la vida. La ORT tiene una formación impresionante y cuando empecé la carrera aún se estaba armando. Tenía una base técnica muy fuerte desde el punto de vista de desarrollo de proyecto, pero yo sentía que podía ir más allá con un concepto, construir un lenguaje propio y desarrollar una estética que contara una historia. En ese aspecto los catalanes se destacan. Tienen una perspectiva muy pragmática del diseño, todos los profesores tenían su propio estudio operativo y eso hace la diferencia. Eran estrictos con las correcciones y se enfocaban mucho en la coherencia estética y funcional. Teníamos Teoría del Diseño varias veces por semana. Esa experiencia me armó mucho como profesional, aún cuando su estética no era la mía. Volví con otras herramientas, me hice una página web, armé un portfolio y me largué.
¿Se planteó empezar en relación de dependencia en un estudio antes que ser independiente?
Al comienzo sí, pero siempre fui muy emprendedora. Empecé sola y la verdad es que es un camino mucho más cuesta arriba, especialmente siendo joven y mujer. Presentarte como responsable, manejar los contratos es todo un arte… Tenía 26 años y el éxito llegó pronto, por lo que algunos clientes desconfiaban y debía probarme con hechos para ganar su confianza. Más adelante saqué la oficina fuera de casa y fui armando equipo.
El trabajo inicial en Misión Comedor denotaba una habilidad no tan frecuente para darles toques contemporáneos a espacios clásicos.
Tengo referencias muy fuertes de lo que el diseño moderno ofrece porque incorpora muy bien lo tradicional. Otro trabajo del estudio fue Posada Luz, en José Ignacio. Y aunque parecen muy distintos se conectan en eso de concebir el proyecto como un todo.
El concebir cada pieza del equipamiento sin apelar a piezas disponibles en el mercado es sin dudas un camino más difícil, aunque genera un resultado especial, fuera de lo usual.
Es un camino eterno porque no solo tengo que estar arriba del que pone el piso, sino también de quien arma el respaldo del dormitorio o funde los accesorios en hierro. Nosotros diseñamos todos los muebles desde cero. Quizás este sea el diferencial que más valoran los clientes, especialmente los que han trabajado con grandes estudios.
Nos divierte inventar muebles. Si bien no somos diseñadores industriales, no armamos un prototipo, pero contamos con artesanos que nos siguen en la locura y la intuición. Ahora ya tenemos afinado el ojo y sabemos exactamente hasta los espesores requeridos para determinadas piezas. Es uno de nuestros fuertes, sin dudas.
Me gusta que los muebles tengan una calidad casi escultórica y que cuando los veas haya una composición interesante, con guiños al pasado. Siempre pienso los muebles como esculturas y los espacios como escenografías.
¿Cómo es el proceso desde que se contacta un cliente para avanzar con un proyecto?
Primero le mostramos cómo es el encuadre de nuestro trabajo, porque muchas veces se imaginan que es un proceso blando y en realidad requiere de una estructura. Se necesita un margen de tiempo, plazos para la toma de decisiones, un desarrollo técnico y de ejecución, todo lo que implica presupuestación. En general hacemos un análisis de la experiencia del cliente para entender qué tipo de espacios lo atraen y qué otros no. A esta altura nuestra lectura es muy intuitiva. Acordamos una entrevista en la que interceptamos varias cuestiones formales como el mapa de color de la casa, cómo se integra la familia. Siempre intentamos movernos dentro del estilo de la persona con una propuesta que no pase de moda.
Me gusta estar encima de todo porque lo disfruto. Hago desde contabilidad hasta visita de obra. Ahora estamos trabajando en simultáneo con siete proyectos, algunos de viviendas y otros de oficinas, que igualmente tienen un perfil bastante boutique. Personalmente me gusta mucho la vivienda y la reforma. Soy artista, entonces a veces cruzo disciplinas y mando a hacer obras y esculturas. Hemos hecho algún hall de edificio también.
¿Qué tipo de arte practica?
Hago pintura y escultura en madera y hierro. Se podría decir que ahí despunto el vicio. Me formé con discípulos de la Escuela del Sur, así que me interesa mucho la composición y la forma pura.
¿Qué referencias le gusta ver cuando viaja al exterior?
Siempre que viajo intento buscar guías de diseño y miro a qué lugares van determinados artistas. Me gustan las ferias de piezas midcentury con cuotas de eclecticismo o licencias creativas. También suelo planificar mis viajes alrededor de visitas a museos. Desde chica mi abuela (que fundó el Museo Latinoamericano de Houston) me lo fomentó y es un mundo que me apasiona.
¿A qué artistas sigue?
Me gusta lo moderno y la Escuela del Sur en Uruguay me parece impresionante. La gente no termina de darse cuenta, todo lo que significa el simbolismo, despojar la forma. Me atraen también los japoneses y los belgas.
¿Qué ciudad la inspira?
Mi ciudad por excelencia es Londres. Fui muchas veces, la última vez que la visité fue en junio, y no deja de sorprenderme. Me inspira visitar los barrios alternativos, no solo en esa ciudad sino en general, siempre hay sorpresas y en cierta forma es donde se aprecian las tendencias emergentes.
De Uruguay, ¿qué lugares la atraen?
Acá hay de todo. Soy muy fan de los programas culturales. Me gusta visitar las exposiciones del Subte y siempre estoy atenta a qué exposiciones hay en los museos. El de Artes Visuales es uno de mis preferidos. También voy mucho a Cinemateca.