N° 2032 - 08 al 14 de Agosto de 2019
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáEl argentino Lucas Viatri puede ufanarse de haber marcado un par de goles en el mítico estadio de Maracaná. Uno ante Flamengo por la Copa Libertadores y, tiempo después, otro ante Fluminense por la Sudamericana. El primero le dio una festejada victoria a Peñarol; el segundo apenas si sirvió para maquillar una muy dura derrota. Pero, en última instancia, nada de ello fue suficiente para alterar un curso que, por el momento, parece inamovible pese al paso de los años: el que le impide a Peñarol obtener algún lauro continental.
Convengamos que, después del rotundo contraste en el Campeón del Siglo, la posibilidad de revertir esa adversa situación parecía algo remota. Marcarle dos goles a un equipo brasileño en su casa no es cosa de todos los días. Aún así, la cuestión, en lo previo, era adueñarse prontamente de la iniciativa y procurar marcar un gol tempranero, para luego plantear un partido parejo, a la espera de que apareciera en cualquier momento el gol que le diera la victoria. Así fue que Diego López apeló desde el principio a todas sus principales figuras; alguna —como Christian Rodríguez— en precarias condiciones físicas y falto de fútbol. Pero nadie pudo imaginar que fuera Fluminense el que se pusiera en ventaja, en su primera ofensiva del partido, aprovechando un grueso error colectivo de la defensa aurinegra. Y si el inicial panorama ya era preocupante, ese mazazo inesperado ya estaba casi sentenciando la suerte del partido.
Igualmente, Peñarol se lanzó a una ofensiva deshilachada y falta de ideas, sin generar en los minutos siguientes ninguna situación de gol ante el arco rival. Y por el contrario, un aislado contragolpe del local, en el promedio de ese primer tiempo, terminó otra vez con el balón en el fondo de la valla aurinegra. “¡Apagá y vamos!”, reza el dicho popular. Aún así, el técnico mirasol intentó darle más vértigo al ataque para la segunda mitad del partido, dándole ingreso al veloz Canobbio por Christian Rodríguez. Pero —casi como un calco del gol inicial— al minuto de la reanudación llegó el tercero de Fluminense, que le bajó la cortina al partido, aún cuando restaba casi un tiempo por jugar. El local se limitó a administrar su sólida ventaja, y aunque Peñarol –luchando más que jugando— logró finalmente el descuento, su suerte ya estaba echada desde mucho tiempo antes. Otro fracaso, pues, en el plano internacional (¡y ya son muchos!), lo que le obliga a encontrar algo de consuelo en la competencia local, que hasta ahora se le viene presentando bastante favorable.
Tampoco salió mejor parado Nacional, al día siguiente, en la revancha en Porto Alegre del partido perdido en Montevideo la semana anterior (cuando había hecho suficientes méritos, al menos para un empate sin goles). Pero esa agónica conquista de un goleador de raza, como Paolo Guerrero, le obligaba a tener que marcar dos goles como visitante si pretendía acceder a la siguiente instancia de la Copa Libertadores. Y ello frente a un equipo con un potencial bastante superior al rival que había tenido Peñarol.
En su acuciante visita a Porto Alegre, Nacional tenía, empero, un estímulo extra. O mejor dicho, dos. El primero, el vigente recuerdo de aquel partido ante Inter, de 1980, donde (ante una inmensa legión de hinchas tricolores) supo traerse del Veira Rio un hazañoso empate que una semana después al ganar la revancha en Montevideo le permitió quedarse con la que sería su primera Copa Libertadores de América. Y el segundo, mucho más fresco, conseguir lo que, un día antes, no había podido lograr su eterno rival Peñarol en lares brasileños: remontar como visitante la chance que había comprometido como local. Sin embargo, tampoco pudo dar vuelta la cosa y debió volverse a nuestro país con las manos vacías, para enchufarse cuanto antes en la actividad local. En la que, para peor, aparece en franca desventaja ante su par aurinegro.
Con la meta clara de tener que marcar al menos un gol para igualar la serie, el arranque mostró a Nacional situándose en el campo rival, aunque sin generar ningún peligro para el dueño de casa. Y como contrapartida, jugado apenas el primer cuarto de hora, un imperdonable descuido defensivo, ante un tiro de esquina, le permitió a un zaguero rival marcar el tanto de apertura. Y ya en ese momento tan prematuro del partido se intuyó lo que finalmente ocurriría. La respuesta tricolor resultó tibia e imprecisa y fue el dueño de casa el que estuvo más cerca de anotar (Mejía tuvo un par de buenas atajadas y hubo dos goles anulados). Álvaro Gutiérrez demoró mucho los cambios en el segundo tiempo y su equipo siguió siendo tan impreciso como inoperante, sin llegar a crear ninguna situación de gol frente al arco rival. Todo lo contrario al dueño de casa, que, con la eximia batuta del argentino D’Alessandro, generó —y dilapidó una tras otra— varias oportunidades de anotar; hasta que ya en el cierre llegó un nuevo gol del peruano Guerrero, clausurando el tanteador. Y lo mismo que Peñarol un día antes, Nacional debió regresar a Montevideo con las manos vacías, una vez más.
Lamentablemente, esta penosa historia se viene repitiendo en lo que va de este siglo. Con la solitaria excepción del vicecampeonato obtenido por Peñarol, en la Copa Libertadores del año 2011, ni en este torneo —ni tampoco en la Copa Sudamericana— los grandes de nuestro fútbol han podido llegar siquiera a las rondas intermedias. Y para peor, nos queda la nítida sensación de que la brecha con aquellos equipos que sí logran hacerlo, se hace cada vez más amplia y dolorosa.
Hay, claro que sí, una gran diferencia en el poderío económico que tienen otros clubes del continente (no todos), que les permite incorporar jugadores de gran valía para afrontar estos torneos internacionales. En tanto los nuestros no han podido siquiera reforzar sus habituales integraciones, debilitadas por la obligada salida de varias de sus figuras más importantes. Asimismo, aquellos más representativos han optado últimamente (y esto es particularmente notorio en Peñarol) por repatriar futbolistas ya veteranos que tras muchas temporadas en Europa retornan a nuestro medio para terminar su carrera. Y si ello es suficiente y hasta beneficioso para la actividad local (incluso para la formación de los futbolistas más jóvenes), no ocurre lo mismo en el plano internacional, donde el ritmo de juego es mucho más intenso.
Igual, se nos antoja pensar que a esta altura –aun sabiendo que únicamente los cuantiosos premios de los torneos continentales pueden permitirles capear sus acuciantes necesidades económicas— a algunos dirigentes, y lo mismo a un buen número de hinchas, les interesa más obtener un trienio de campeonatos uruguayos, por un lado, o procurar evitarlo, por el otro. ¡Y así nos sigue yendo!