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75 años de L'Auberge, emblema de elegancia europea

El hotel, tesoro arquitectónico del barrio Parque del Golf de Punta del Este, es célebre por sus waffles belgas y por convertirse desde su fundación, en 1947, en refugio de lujo para huéspedes que buscan sentirse en casa
Editora de Galería

En 1948,una belga llamada Marguerite Jouvenau abría las puertas de un pequeño pero elegante hotel en el barrio Parque del Golf, un lote de terrenos que apenas un año antes el empresario y pionero de Punta del Este Pascual Gattás había empezado a desarrollar previendo la construcción futura de chalets y casas de gran porte.

El origen de Jouvenau le daría al emprendimiento su nombre francés, L’Auberge (El albergue), y también la seña particular que al día de hoy identifica al hotel: sus famosos waffles.

Las tardes de té en L’Auberge siguen siendo, 75 años después, un clásico de Punta del Este, una parada obligada de quien visita por primera vez el balneario y un ritual ineludible por quienes ya son habitués.

A fines de los 60, Jouvenau, ya viuda, puso en venta el hotel y Víctor Chaquiriand, accionista del Hotel Nirvana de Colonia, lo adquirió. Tiempo después fue su hija, Cristina, junto con su esposo, Ignacio Carrera, quienes tomaron la dirección del hotel. Hoy es el hijo del matrimonio, Ignacio Carrera Chaquiriand, director ejecutivo del hotel, quien, con su esposa, Soledad Queirolo, lleva adelante el negocio.

L’Auberge ha pasado por dos ampliaciones y procesos de actualización, pero siempre con el firme propósito de sus propietarios de mantener su estilo europeo y, por supuesto, la tradición de esas preparaciones dulces. Son las mismas waffleras que Jouvenau trajo de Bélgica las que al día de hoy cocinan la típica mezcla, cuya receta la familia Carrera Chaquiriand aún conserva escrita a mano por la fundadora del hotel: “Es una pieza histórica y confidencial”, aseguran.

En 2010, el Hotel L’Auberge fue reconocido como el Most Excellent Hotel de América del Sur por la prestigiosa guía de turismo de lujo Condé Nast Johansens, que inspecciona y recomienda hoteles y spas de lujo en todo el mundo.

Desde 1947, el hotel se convirtió en un refugio para quienes buscaban comodidad, lujo discreto y contacto con la naturaleza, escapando del ruido de la ciudad.

Los cimientos de un clásico. En abril de 1947 comenzaron a construirse la torre de agua y varios chalets del barrio Parque del Golf, siguiendo el proyecto del arquitecto argentino Arturo Dubourg. El objetivo de esa torre era estrictamente funcional: abastecer de agua a las casas de la zona. Pero el lujo que se proyectaba para el barrio exigía que la torre no consistiera en una estructura de hierro sosteniendo un tanque. “Querían que fuera algo muy estético, entonces le pidieron a Dubourg que diseñara ‘la torre más linda que pudiera existir’. Así se la pidieron”, recuerda Carrera. Dicen que el arquitecto sacó una hoja y un lápiz y empezó a diseñar una torre estilo Tudor. Todo eso sucedió antes de que llegara el agua corriente de OSE, por lo que se tendieron redes de cañerías a las diferentes zonas para asegurar la llegada a todas las casas. Su construcción llegó a contar con más de 200 obreros de diversos orígenes, como Yugoslavia, Checoslovaquia y Rumania, y el agua para la obra se traía en bidones cargados por camiones, desde la planta de OSE de parada 8.

Al año siguiente empezó a construirse L’Auberge con dos consignas de diseño muy claras: estilo europeo y sofisticación. El sello de Dubourg puede identificarse claramente en el ladrillo rojo a la vista, los techos a dos aguas con tejas francesas, las finas maderas y las cerámicas en los interiores. A principios de la década de los años 70, la torre de agua pasó a formar parte del predio del hotel.

Foto de archivo de L'Auberge Foto de archivo de L'Auberge

Un crecimiento necesario. Originalmente, L’Auberge tenía 10 habitaciones además de su clásico salón de té. La primera ampliación finalizó en 1981 y supuso un gran desafío: construir 13 habitaciones dentro de la torre de 45 metros y 14 pisos que solía sostener el tanque de agua. La obra se llevó adelante bajo la dirección del arquitecto Jorge Varela López y logró el cometido con éxito.

Trece años después tuvo lugar la mayor obra del hotel, esta vez a cargo del arquitecto Eduardo Álvarez. “Era una época en la que todo estaba creciendo mucho en Punta del Este. Había una cantidad de obras grandes, muy innovadoras. Ya teníamos el terreno y decidimos construir un sector nuevo siguiendo el estilo del hotel desde el punto de vista de la arquitectura, pero con habitaciones más grandes, más modernas. Eso le dio un empuje imponente”, contó Cristina Chaquiriand. Fueron 12 las habitaciones que se sumaron en esa nueva ampliación, además de la barbacoa, la piscina y la extensión del jardín, que pasó a ocupar toda la manzana.

El hotel actualmente cuenta con casi 10.000 m2 de parque, un espacio de tranquilidad pensado para disfrutar y relajarse al aire libre. Sus áreas comunes también hacen al espíritu de L’Auberge, con varios livings acogedores para leer, conversar o pasar el tiempo en tardes de lluvia o a resguardo del sol.

Más que waffles. Las tardes en L’Auberge son con waffles. Un par de manos expertas, acostumbradas a sacar decenas por tarde a la vista de los comensales, enmantecan las waffleras primero y vierten la mezcla después. Al cabo de unos minutos, la magia se produce y llega caliente a la mesa. Aunque la belga fundadora del hotel solo concebía los waffles con miel, a la usanza europea, hoy las opciones se multiplicaron y se adaptaron al gusto del Río de la Plata. La salsa de dulce de leche es la más pedida, pero los waffles también se pueden acompañar con salsa de chocolate belga, crema, mermeladas caseras y helado. Como el sabor del waffle es neutro, para quienes no son dulceros se añadió la opción de acompañarlo con queso crema.

En cuanto a la carta, el hotel propone un menú “bien familiar”, según su director ejecutivo: “Todo casero y rico, y atractivo para familias. Muy buena pesca del día, pastas caseras, una milanesa excelente, avocado toast, ensaladas diferentes y bien frescas, tartas caseras y ricos postres. Pero todo sencillo, no es una gastronomía pretenciosa”.

Fuera de temporada, desde el desayuno hasta la cena se sirven en el restaurante del hotel, pero en verano los mediodías son de parrilla tradicional uruguaya, en la barbacoa. Por la noche, ese espacio se destina a eventos privados, festejos, aniversarios o compromisos.

Queridos huéspedes. Con el tiempo, los turistas brasileños se han ido enamorando del hotel, aunque los argentinos son también huéspedes fieles. En sus 75 años, el hotel ha visto pasar familias que vuelven cada año a pasar días. “Tenemos clientes de más de 30 años, familias enteras. Un matrimonio argentino venía con sus seis hijos chicos y hoy son ellos, ya grandes, los que vienen con sus hijos. Y como ellos hay muchísimas familias”, dice Carrera. “Porque esto no es solo un hotel, es la familia detrás de un hotel; ese es el distintivo de L’Auberge”, agrega Queirolo.

Ese distintivo se hace sentir a través de la atención personalizada que se les da a los huéspedes y de un personal que se ha formado en el hotel y que continúa trabajando por años en el establecimiento. “A los huéspedes les gusta venir y encontrarse con las mismas personas. Todo eso le da una calidez diferente a un hotel de cadena”, dice Chaquiriand. “Eso transmite al huésped confianza y sentido de pertenencia”.

A 75 años de su inauguración, L’Auberge se encuentra en su plenitud, según sus responsables, con el equilibrio justo entre la elegancia europea y el lujo clásico que siempre caracterizó su estilo, y habitaciones y espacios renovados que acompañan la evolución del balneario. 

Celebridades y presidentes

La ubicación del hotel así como su elegancia y discreción lo volvieron un hospedaje atractivo y conveniente para gobernantes, músicos, estrellas de Hollywood, deportistas de élite y empresarios a lo largo de las décadas.

Pelé es apenas uno de los visitantes ilustres que recibió L’Auberge en los 75 años que pasaron desde su apertura. El hotel vio cruzar bromas entre China Zorrilla y Susana Giménez, y sus jardines vieron pasear a artistas como Vinicius de Moraes, María Bethânia, José Carreras y Alejandro Sanz.

Listo para recibir a todo tipo de huéspedes, el hotel supo adaptarse a los protocolos y las comitivas de seguridad de George Bush (padre) cuando era presidente de Estados Unidos, del expresidente de Colombia Álvaro Uribe y del exmandatario de Brasil Fernando Henrique Cardoso.

L’Auberge también recibió a Niki Lauda, campeón de Fórmula 1, a estrellas de Hollywood como Antonio Banderas y Melanie Griffith, y a premios Nobel como Mario Vargas Llosa, que en su última visita, en marzo de este año, llegó con su familia y compartió charlas de sobremesa con el expresidente español Felipe González y Julio María Sanguinetti al coincidir en el Latin Annual Meeting 2023, que los tenía como oradores.

El libro

El 75º aniversario de L’Auberge era también un buen motivo para editar un libro que recogiera su historia. “Fue interesante remover, buscar conexiones y antecedentes”, contó Ignacio Carrera Chaquiriand, director ejecutivo del hotel, quien estuvo en la dirección del proyecto, que cuenta con textos de Martina Pérez Barriola, producción de María Noel Maisonnave y fotos de Aldo Giovinetti y Sylvia Corbesola.

Después de un largo trabajo de investigación reunieron en un tomo fotos, notas periodísticas, testimonios de turistas y material de archivo vinculado a la construcción del hotel y al desarrollo del barrio Parque del Golf.

El libro se va a presentar el 7 de octubre y estará disponible en el hotel.