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Mercedes Sader: "Me gusta saber por qué los artistas tienen tal visión del mundo y no otra"
Nombre: Mercedes Sader • Edad: No declara • Ocupación: gestora cultural, productora y realizadora audiovisual • Señas particulares: vivió en Luxemburgo, tiene varios proyectos de trabajo para hacer con sus hijos, habla cinco idiomas.
Su galería Black Gallery está en Pueblo Garzón desde 2014. ¿Por qué eligió ese lugar? Soy puntaesteña nativa y Garzón siempre me atrajo. A mi socia, Patricia Fernández Graña, también. A partir de que llegó Mallmann, se formó un polo de personas que aprecian la buena gastronomía y el arte. Hay gente que va a Garzón y no ve nada, otras que se enamoran. Nosotras somos de las que vemos cosas. Allí se dan ciertas condiciones para disfrutar del arte con tiempo, porque hay otros ritmos, para conversar con los artistas y con las personas que van a las muestras. El público es muy variado, a la galería entran desde un gaucho o niños del pueblo a un curador internacional. Es un pueblo donde no hay estación de servicio, no hay médico, no hay farmacia, pero hay tres galerías de arte, dos residencias de artistas internacionales y un estudio de arquitectura. Es llamativo.
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¿Se está consolidando un hub artístico en el Este? Hay muchas nuevas propuestas vinculadas a lo artístico. Todas tienen una mirada internacional y eso nos sitúa en una posición importante de desarrollo.
Se dedica a la producción audiovisual pero dirigió el documental Los hijos de la montaña. ¿Qué sintió al cambiar de rol? Hace más de 15 años que trabajo en producción y esta vez me propusieron dirigir. Lo dudé un poco pero me animé. Ya tenía bastante expertise en lo que es búsqueda y análisis de archivos, porque produzco más que nada documentales. En el mundo documental hay una gran solidaridad entre los que trabajamos allí. En los documentales necesitás llegar a un determinado nivel de intimidad con la persona que estás filmando para correr las barreras. Eso lleva tiempo. Por otro lado, Pablo (Atchugarry) ya está acostumbrado a que le hagan entrevistas y no me parecía interesante repetir un discurso, sino mostrar uno distinto.
¿Hay alguna película que la haya marcado? Es como decir a qué hijo quiero más (ríe). Me acuerdo una vez que no paraba de llorar en el cine, fue con la película Aquiles y la tortuga, del director japonés Takeshi Kitano. Se trataba de la vida de un artista japonés. Hay algo en lo oriental que me atrae mucho. La literatura japonesa también me parece muy particular.
Le fascina conocer la vida de los artistas. ¿Por qué? Me gusta saber por qué tienen tal visión del mundo y no otra.
Le gusta leer. ¿Tiene un libro favorito? Me encanta Murakami. Mi libro favorito de él es Colorless.
Tiene dos hijos. ¿Les gusta el arte? Sí. Uno estudió diseño de autos en Italia y ahora va a estudiar un máster en arte y diseño en Estados Unidos. El otro trabaja en el cine y la música. Tenemos en mente varios proyectos para hacer juntos. En casa somos todos un poco artistas.
Habla cinco idiomas. Español, inglés, francés, italiano y portugués. Los idiomas son una forma muy importante para abrirse a las culturas. No se trata solo de hablar, sino que abarcan todo de una cultura. Saber varios idiomas me abrió muchas puertas.
¿Siempre le interesó aprender sobre otras culturas? Creo que siempre me interesó aprender sobre otras culturas porque en mi familia hay una gran mezcla de orígenes y siempre se habló de otras culturas.
Sader es un apellido libanés. ¿Quién de su familia era de allí? Mi abuelo, que era profesor de francés en Uruguay. Se casó con una vasca y mi otra abuela era italiana. Mis dos abuelas fueron dos personajes muy importantes en mi vida. La vasca se casó a los 17 años y cuando yo era chiquita me hacía escribirle cartas a la familia en España todos los diciembre, contándoles cómo había sido el año, cómo estábamos nosotros, etc. La italiana se casó a los 29, era una solterona loca para su época y muy feminista.
Vivió en Luxemburgo. ¿Por qué? El amor, como con muchas de mis decisiones (ríe). Viví allí cuatro años. Es un país frío, ordenado hasta la exasperación y el aburrimiento. Me llegaron a llamar porque no estaba yendo al médico, diciéndome que tenía que ir por control cada tanto tiempo. No existe cruzar la calle por la mitad. Al principio me parecía genial esa perfección, pero con el tiempo mi espíritu latino salió de mis adentros y dejó de gustarme.
También en Italia. ¿Le gustó vivir allí? En Roma también viví cuatro años y por la misma razón, el amor. Roma es lo contrario a Luxemburgo. Es un caos y los italianos a veces pueden ser complejos. Me acuerdo que una vez fui al cine, a partir de un aviso de una película que vi en el diario de ese día, y cuando llegué me dijeron que no la proyectaban ese día. Resulta que me habían vendido un diario viejo (ríe). Allí sí me gustó vivir y conocí muchos lugares de Italia. Venecia es de las ciudades más mágicas que conozco.
Daba clases. ¿De qué y en dónde? Di clases de Historia del Arte en el Colegio Woodside de Punta del Este. Mis alumnos eran los de sexto año de liceo, de la orientación Diseño y Arquitectura. Durante la pandemia di clases online mientras viajaba por Europa con mi marido. A mis alumnos les hacía recorridos de los lugares que iba, por ejemplo, de la Bienal de Venecia de Arquitectura, que fui en 2021.
Le gusta estudiar. ¿En dónde estudió? Después de estudiar cine en Uruguay, hice talleres por todos lados. De los más importantes fueron el de Sotheby’s en Nueva York y Node, un centro de estudios curatoriales en Berlín. Tuve una formación muy contemporánea y ecléctica.