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    “A veces los líderes son adultos que tratan a los ciudadanos como niños”

    Autoridad y poder, un ensayo filosófico de Facundo Ponce de León

    No es fácil presentarlo. Investigador y filósofo, ha sido jurado de Carnaval, músico, periodista en prensa y televisión y consultor en comunicación. Para los televidentes, Facundo Ponce de León es una imagen conocida por algunos de los programas que condujo en Canal 12. El último se llama El origen, y trata sobre figuras de la historia uruguaya. La primera entrega fue sobre Artigas y el lunes 20 se emitirá otra sobre José Pedro Varela. Actualmente, es coordinador de la Cátedra de Antropología de la Universidad Católica, donde también es investigador y docente de Antropología Filosófica. “Probablemente, la disciplina que me define más sea la filosofía. Todas las otras actividades que hago tienen un vínculo con la filosofía, entendida como un ejercicio vital, no solo como una disciplina técnica. El motor es el asombro por el mundo, por cómo las cosas suceden”, explica. Otra curiosidad en su carrera es el vínculo con la compañía de teatro circense Finzi Pasca, en la que es investigador. De esa experiencia surgió su libro Daniele Finzi Pasca: Teatro de la caricia. Ahora acaba de presentar otro título diferente, aunque no totalmente desvinculado del primero. Su nuevo trabajo se llama Autoridad y poder (Taurus, 2014) y es fruto de su investigación para una tesis doctoral presentada en la Universidad Carlos III de Madrid. Este nuevo trabajo tiene como eje la obra de la pensadora alemana-estadounidense Hannah Arendt. “La autoridad no es poder, ni obediencia, ni imposición, ni coacción, ni obligación. La autoridad refiere al sentido del tiempo”, son las primeras palabras que se leen al abrir este libro que ofrece una visión diferente de dos conceptos generalmente equiparados. Recién llegado de Suiza, donde estuvo trabajando con la compañía Finzi Pasca, Ponce de León habló con Búsqueda sobre el contenido de su último trabajo.

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     —En este libro se plantea un nuevo concepto de autoridad al vincularla con el tiempo, a diferencia del poder, que es espacial. ¿Qué significa esto?

    —Lo que propongo es una nueva forma de pensar la autoridad. Hay prácticas en la sociedad que no se explican con las ideas que habitualmente tenemos de poder y de autoridad. Como me interesan las prácticas, fui a buscar lo que decían los romanos hace dos mil años, no por gimnasia intelectual, sino para ver lo que ellos vieron y nosotros no. La  pregunta que hay que hacerse es por qué hay que respetar las normas en la sociedad. La respuesta no puede ser porque se sigue una lógica del poder. Tiene que haber una razón distinta, y esa razón se llama autoridad. La autoridad tiene que ver con el sentido del tiempo, con la experiencia de vida, y no necesariamente con los que estudiaron más y saben más. Es un acto de reconocimiento y, como tal, está entre aquellas personas a las que se les atribuye la autoridad y entre aquellas que la reconocen y generan un vínculo. Por lo tanto, la autoridad no es propiedad de alguien y viene también de los que están muertos. Por otro lado, el poder es espacial, está a la vista y se distribuye entre las personas vivas, con objetos y símbolos. Lo que sucede muchas veces es que tanto a quien se le concedió la autoridad como quienes la reconocen piensan que es un hecho consumado, y no es así. En sociedades chicas, como la nuestra, se suele pensar que las decisiones en el mundo las toman unos pocos. Cuando se ve el mundo así es porque las dos dimensiones, poder y autoridad, quedaron pegadas: manda porque tiene autoridad y tiene autoridad porque manda. Es un círculo vicioso que lleva a las teorías conspirativas.  

    —Plantea en el libro que su generación, los uruguayos nacidos entre 1973 y 1983, se encontraron con esa visión del mundo.

    —Mi generación se topó con la llamada generación del Mayo francés, que hizo del poder y de la autoridad sinónimos. Es una generación nostálgica, y la nostalgia es paralizante, lleva a decir: “Ya no hay política”, “esto es un circo”, “ya no hay fútbol”, “los jóvenes no saben nada”. Ese discurso es tremendamente nocivo para quien lo recibe y también para quien lo dice. Es muy complicado despertarte todos los días y decir: “Ya pasó lo mejor”. Uruguay tiene algo nostálgico de más. Es diferente a la melancolía que da la dimensión temporal, la que traen los relatos que nos acompañan toda la vida, pero no solo para decir “qué lindo era aquello”. Por ejemplo, en Sudáfrica 2010 se rompió con el discurso nostálgico del Mundial del 50, de la garra charrúa, de “los de afuera son de palo”. Se cambió por la apuesta al entrenamiento, al fair play, a que te puede ir bien si hacés las cosas bien, a que el fútbol no es de compadritos sino de caballeros y, si deja de serlo, se muere como fútbol. La Selección empujó la historia sin olvidar a los maestros del 50. 

    —Hannah Arendt es el motor de este libro. ¿Se la está revalorizando como pensadora?

    —Durante mucho tiempo, Arendt no fue tan conocida porque la izquierda la miraba con malos ojos y la derecha también. A veces no estar en un casillero juega en contra, pero ahora se ve su virtud. Todas las carreras de humanidades pasan en algún momento por alguno de sus textos. Cuando la leía, sentía como si me estuviera hablando, como si hubiera escrito para mí. Es de una gran actualidad, por eso es cada vez más conocida. Murió en 1976, pero si se la busca en Google se encuentran cientos de seminarios sobre su obra y cada vez son más quienes se reciben haciendo tesis sobre ella.

    —En La crisis de la educación, Arendt critica las experiencias de Estados Unidos de “educación sin autoridad”. ¿Es lo que está fallando ahora?

    —Ella no tenía dudas en que la educación debe ser conservadora para mantener lo revolucionario que es cada niño. Era una mujer muy lúcida, pensaba que los ejercicios de educación horizontal que se hicieron en Estados Unidos fueron un fracaso rotundo porque quebraron la matriz de lo nuevo que traía el niño. Para que un niño invente un semáforo diferente, tiene que conocer el rojo, el amarillo y el verde. Hay que contarle cómo es el mundo. Esto en términos de creación cívica, no en términos artísticos. Einstein revolucionó la física porque estudió a Newton, Aristóteles estudió a Platón. El hecho revolucionario porta consigo toda la tradición y desde ahí se entiende. Arendt dice que se perdió la matriz, que los padres ya no supieron qué mundo contarles a sus hijos porque se desencantaron pos Mayo francés, pos Woodstock. Entonces para ellos el mundo se transformó en una porquería. Para mí, Belleza americana es una película que muestra muy bien todo esto. Empieza con una adolescente que quiere que su padre le dé un modelo. Para Arendt hay un problema cuando lo conservador que debe tener la educación se traslada a la política, porque “progreso” y “conservación” no tienen nada que ver en política, donde hay que estar cambiando continuamente las cosas para volverlas a su justo medio. En política no hay niños y adultos, el gran problema es que a veces los líderes son los adultos que tratan a los ciudadanos como niños: “Yo político a vos ciudadano te voy a explicar”.

    —El origen etimológico de autoridad es “dar sentido a las cosas”. ¿Cómo se aplica a nuestros días? 

    —Significa dar sentido y aumentar. Para los romanos, lo que aumentaba con la autoridad es la fundación de Roma. En términos de nuestros días, cada vez que un jugador en una final hace un gol, aumenta la fundación de su club. La clave está en la fundación, por qué hicimos esta organización, por qué abrimos una farmacia en este barrio. Estoy seguro de que una investigación sobre empresas familiares puede ser un trabajo muy fructífero para ver estos mecanismos. Los hijos quieren hacer algo con lo que el papá no está de acuerdo, pero ambos hacen referencia al abuelo, a la fundación.

    —En el libro hay un análisis sobre la figura del clown. ¿Qué vínculo tienen estas ideas con la compañía Finzi Pasca?

    —Cuando estaba trabajando en estos temas, me di cuenta de que el clown tiene cosas para decir. Aunque parece el más tonto, el clown muestra el sentido y la ironía de lo cotidiano. Finzi Pasca trabaja esto, pero hay que pensar en Tiempos modernos de Chaplin: el clown está ahí con unas tuercas mostrando la revolución industrial, la alienación; todo eso que a Marx le llevó años de estudio, Chaplin lo muestra con una escena en una fábrica. Pensemos en los clowns de Shakespeare, si se sacan de Hamlet, la obra no funciona. En apariencia no hay que hacerles caso, están al borde de la locura, pero en realidad ven más allá. 

    —Ese papel de mirar la realidad con humor y extrañeza es similar al de la murga. ¿Se está perdiendo esa función en nuestra sociedad?

    —La gran cuestión con el Carnaval es romper las reglas, algo que cada tanto necesitamos. Pasaba eso en las Carnestolendas, la fiesta antes de la Cuaresma, cuando el cura se ponía peluca de mujer y salía a festejar. Las murgas te hacen reír y te hacen ver la realidad con extrañeza; te hacen pensar. Pero el Carnaval en Uruguay se ha reglamentado tanto que se perdió lo festivo y catártico. También es un problema que haya murgas condescendientes con cierta ideología o que se vuelvan autorreferenciales, que hablen de cuestiones internas de la propia murga o del jurado.

    —Mujica es una autoridad que quiere romper con la nostalgia y también tiene algo de clown. ¿Cómo se ubicaría en esta investigación?

    —Me pregunto muchas veces si Mujica no fuese presidente qué lugar tendría que ocupar para que diga las cosas que dice y haga lo que hace. Tiene algo del modelo del jefe, algo de espíritu de renovación a pesar de su edad y un discurso de actualidad que proyectó a Uruguay en el mundo. Pero la fundación de Mujica es Mujica mismo, no tiene una preocupación por fortalecer estructuras institucionales, tiene una actitud personalista, eso de “yo hablé con Fulano y arreglé tal cosa”. Eso hace agua con este modelo de autoridad en el que las personas son secundarias y lo que importa es aumentar la fundación, tal como lo hablamos. Uno escucha a Mujica y es interesante, te saca de la lógica del poder, de lo inmediato, te hace pensar. Pero por otro lado, es el presidente de la República, hay instituciones que tiene que cuidar. Lo interesante de él es que siempre está un paso más allá de lo cotidiano, de los temas de agenda. La política no puede ser solo la administración de las cosas, tiene que ser algo más, y ese algo más creo que Mujica lo tiene y es muy consciente de ello. 

    —¿En qué está trabajando ahora con la compañía Finzi Pasca?

    —Estoy en un proyecto que sigue la línea de La Veritá . Tiene relación con mi trabajo en la Cátedra de Antropología y con Natalie Figueredo de la Facultad de Enfermería y Ciencias de la Salud. Estamos investigando sobre “el buen morir”, sobre morir en armonía, más allá de las creencias que sobre la muerte tenga el enfermo. Esto abre toda una discusión sobre los cuidados paliativos. El trabajo acrobático, teatral y circense de Finzi Pasca tiene como motor el dolor, la enfermedad, el sufrimiento y la sanación, por eso tratamos de articular esas dos líneas. Quienes se dedican a los cuidados paliativos aseguran que, cuando se entra en determinada fase de una enfermedad, en lugar de someter al paciente a estudios y más estudios, en lugar de enchufarlo a máquinas, hay que escucharlo, ponerle la música que le gusta, dejarlo comer lo que quiera. 

    —¿Cómo fue la experiencia de llevar figuras históricas a la televisión, en El origen?

    —Fue una experiencia fascinante. Queríamos demostrar que podíamos hacer un programa de historia en televisión abierta y en horario central, y nos salió bien. Ana Ribeiro, que participó como historiadora en el programa sobre Artigas, se puso nerviosa cuando lo vio, porque en televisión no se puede pedir el rigor de los libros. Pero al otro día, cuando un carpintero le dijo que quería saber más de la relación de Artigas con Rodríguez de Francia, sintió que la tarea estaba cumplida. Llevó un año de elaboración y el nuevo sobre Varela, seis meses. En tiempos televisivos eso es mucho, pero la idea es que quien sabe de historia no cambie de canal, y quien no sabe, se interese. Tratamos de hacer un equilibrio para que ninguno de los dos se vaya.