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    ¿Basta de casta?

    No es broma

    En un pequeño y pacífico país del Asia Central, surcado por suaves ríos y adornado por colinas suavemente onduladas, de cuyo nombre no logro acordarme, ocurrió en tiempos recientes un fenómeno muy interesante que debería ser objeto de estudio por especialistas.

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    Los habitantes de ese país observaron con interés algunos acontecimientos políticos en países vecinos, a los que no les iba nada bien. Los habitantes de esos países empezaron a decir que la culpa era de los políticos de uno y otro bando, que no daban pie con bola, y ganara quien ganara las elecciones la economía y la sociedad iban barranca abajo.

    Un día alguien empezó a decir que los políticos eran una “casta” privilegiada y abusadora, integrada por personas que solo querían enriquecerse con la plata del pueblo, acomodando amigos y despreciando a la gente.

    Apareció un personaje que no era político, al que trataban de “loco”, y al grito de “liberémonos de la casta” ganó las elecciones.

    Todo fue optimismo y entusiasmo, pero, como era dable suponer, las cosas no cambiaron de un día para otro. Muchos de los integrantes de la “casta” resistían las reformas, la inflación no bajaba, los pobres la pasaban mal y la impaciencia empezó a aparecer. Los planes del salvador apenas se cumplían, había mucho palo en la rueda, mucha resistencia y desconfianza.

    Los vecinos del país pequeño miraban y trataban de entender lo que pasaba en ese otro país, y un día se dijeron: “Tiene razón esa gente, la casta nos está arruinando, lo único que les interesa es acomodarse ellos y sus amigos, y a nosotros que nos parta un rayo”.

    Pero pensaron que no había que esperar que apareciera el loco porque en el país había loquitos, pero locos no. Pensaron que la mejor manera era sacar a toda la casta del gobierno y de la oposición y poner en su lugar a los que realmente saben: que la salud la manejen los médicos; la Justicia, los abogados; la tecnología, los ingenieros informáticos; la producción agropecuaria, los ingenieros agrónomos, y así todo.

    Y se organizaron para hacer listas y competir en las elecciones contra los partidos políticos que existían desde hacía mucho tiempo. Estos se rieron mucho de aquellos soñadores que intentarían sacarlos de sus plataformas habituales, con las que periódicamente se elegían y se volvían a elegir, ora en el gobierno, ora en la oposición.

    Pero se equivocaron. Porque toda la población del pequeño país votó a los que más saben y mejor lo entienden y desplazaron a la “casta” de todos los lugares de mando, gobierno y administración pública.

    Así que no hubo presidente, ni Poder Ejecutivo, ni Parlamento, ni Suprema Corte de Justicia. Reformaron la Constitución y se repartieron el poder y el gobierno según sus conocimientos y especialidades.

    La salud, manejada por los médicos, arrancó muy bien, pero cuando un médico metió la pata en una intervención quirúrgica y se le murió el paciente la familia del muerto reclamó y le mandó a su abogado al cirujano. Como este no supo qué hacer y se asustó porque los deudos del finado lo amenazaron con mandarle un matón a la casa para reclamarle, decidió llamar a la policía, pero allí le dijeron que la policía trabajaba para la policía, no para los médicos, y le cortaron sin explicarle bien qué era lo que los policías hacían ahora.

    Mientras estos casos se multiplicaban, aparecían otros diferentes pero igualmente complejos. Un ingeniero agrónomo, yendo para la chacra en la que producía vegetales y frutas, atropelló a un peatón, que quedó malherido. Llamó entonces a la ambulancia para que vinieran a atender al herido, pero de allí le dijeron que ellos eran médicos y solo recibían llamadas de los médicos. Un ingeniero informático se presentó a un juzgado para denunciar que había sido estafado por una empresa de computación, pero en el juzgado le dijeron que ellos solamente podían recibir a los abogados, cosa que él no lo era. Y cuando el pobre ingeniero llamó a su abogado para que se ocupara de su caso, el abogado le dijo que él solo recibía llamadas de abogados porque así funcionaba todo ahora.

    Entonces los ciudadanos del pequeño país fueron a visitar a los antiguos políticos desplazados por ser una “casta”, les pidieron disculpas, les dijeron que todo funcionaba mejor cuando eran ellos los que se peleaban, discutían y hasta se insultaban, pero que el país igual funcionaba, y, mal que bien, ganara quien ganara la gente podía vivir de manera organizada y pacífica.

    Y volvieron las listas, los discursos, los enfrentamientos, los comités, los actos públicos, los encuestadores, las bocas de urna, las discusiones parlamentarias, las interpelaciones y entre todos se convencieron de que las recetas mágicas no siempre funcionan. Y el “zapatero, a tus zapatos” volvió a ser el refrán que convenció a todos los ciudadanos que ese es el lugar de cada uno.