Cuando era un veinteañero, hacia fines de los años 80, Sergio Mautone comenzó a estudiar teatro, pero en ese momento el entusiasmo no le duró mucho porque se venía el fin de la dictadura y él tenía otros intereses. Entonces se dio el lujo de decirle que no a una convocatoria para hacer Las sillas, de Ionesco, su primera oferta teatral. “Estaban empezando a pasar cosas en el país y yo quería cambiar el mundo”, explica ahora, 30 años después. Como encontró trabajo en un banco privado, su forma de “cambiar el mundo” fue a través de la militancia sindical en AEBU. Con el tiempo integró el Consejo de Banca Privada y llegó a ser subsecretario del sindicato durante dos períodos. También se recibió de profesor de inglés en el IPA y ejerció varios años, pero nunca perdió su vocación y pasión por el teatro.
En 1998 se inscribió en un llamado del Instituto Goethe que iba a producir La batalla, obra de Heiner Müller, con el director alemán Alexander Stillmark, y quedó seleccionado. El espectáculo se estrenó en Puerto Luna, teatro donde luego formó parte con Iván Solarich y Alberto “Coco” Rivero de la recordada compañía Trenes y Lunas. “Después de estrenar el espectáculo me fui a Alemania e hice talleres con un profesor australiano. Desde ese momento no paré de hacer teatro. Voy a parar ahora”, dice.
Mautone es, a los 55 años, el nuevo director nacional de Cultura del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Llega luego de años de ser el presidente de la Sociedad Uruguaya de Actores (SUA), porque nunca abandonó su actividad sindical. “Me llevó cinco años irme de AEBU y cuando me fui me enganché en SUA”, le cuenta a Búsqueda, pero asegura que no es su cometido representar un sindicato: “El objetivo de mi gestión es el ciudadano y no las reivindicaciones salariales”, señala en esta entrevista, que tuvo lugar en su despacho, un día después de haber asumido en su cargo.
—No es usual que un actor se vuelque a la actividad sindical. ¿Fue difícil el pasaje de AEBU a la directiva de SUA?
—Creo que mi regreso al teatro en 1998 fue una ventaja para estar en la directiva de SUA. Hubo una etapa muy compleja en el teatro, en los años inmediatos al retorno a la democracia, en la que yo no estuve. Entonces era una figura nueva, sin demasiados vínculos con el entramado teatral y con experiencia sindical, y me fui convirtiendo en el candidato natural. En cuanto a la sindicalización de los actores, es difícil porque la mayoría tiene un trabajo muy precario, y la consigna primaria de cualquier organización sindical es la defensa del trabajo. En ese sentido, la incidencia que ha tenido SUA en lo laboral es muy relativa. Hemos sí avanzado en áreas concretas para lograr la profesionalización del sector. Pero yo no creo que SUA sea un sindicato débil, su fortaleza está inspirada en la voluntad de que exista.
—¿Esperaba ser nombrado como director de Cultura?
—Fue sorpresivo, no tenía la más mínima idea. Sentí una gran responsabilidad, obviamente atrás queda la época de SUA para ubicarme en un mapa nuevo. Lo primero que vino a mi mente fue la posibilidad de contar con un espacio mayor para trabajar en pos de la cultura más allá del teatro, creo que es una herramienta fundamental y vital en la formación de una sociedad. Vengo con una mirada desde un lugar que puede aportar, tal vez un poco distinta a la que tuvo antes esta dirección, pero en la misma línea del proyecto político.
—¿Piensa que desde el MEC se quiso dar un giro en el perfil del director?
—En realidad no lo sé, lo tendría que contestar la ministra. Creo que me eligieron porque vengo del terreno pragmático. Uno de los debes que el Estado tiene con los artistas tiene que ver con sus derechos, y hemos avanzado mucho porque hoy tenemos un marco legal, aunque se viene instrumentando con dificultades. Falta incluir a los sectores que no están en la legislación, concretamente a los artistas visuales y a los escritores, y buscar mecanismos más efectivos para que el artista pueda dignificarse en su ejercicio. Pueden ser estos los motivos, de hecho son los que la ministra ha explicitado públicamente.
—Uno de los riesgos es que sea el sindicato el que llega a la Dirección de Cultura o que le tenga que responder a la gente que antes representaba.
—Obviamente que la mirada sindical no la puedo desprender de mi vida, pero no es mi cometido representar a un sindicato. Soy el director nacional de Cultura y el objetivo de mi gestión es el ciudadano y no las reivindicaciones salariales que les competen a los sindicatos.
—En diciembre de 2014 Búsqueda consultó a varios referentes del arte y la cultura sobre cómo evaluaban las políticas culturales públicas de los últimos años. Usted allí mencionó la “inexplicable omisión” del MEC en aplicar la ley del artista. También señalaba el menor acceso del interior a los programas en cultura. Ahora, tres meses después, está en este cargo, ¿cree que podrá hacerlo?
—La voluntad política siempre existió, creo que hubo un problema en la gestión. Nos toca el desafío de trabajar para lograrlo. La Intendencia de Montevideo generó un mecanismo de contratación de artistas muy ágil y nos estamos acercando a una gestión similar. El problema es que hay que atacar varios frentes y todos más o menos al mismo tiempo. Hay una cultura impuesta que considera que el artista no es un trabajador, aunque hay un contexto legal que lo avala. Por otro lado, existe un problema presupuestal, porque contratar formalmente es muy caro. Habrá que vencer estas barreras para avanzar. Es uno de mis puntos de preocupación.
—Algunas figuras de la cultura han dicho que se invirtió mucho en políticas culturales, pero que se distribuyó mal el dinero. Otra crítica es que se suelen repetir los nombres de personas o proyectos beneficiados por los fondos del MEC. ¿Cómo evalúa estos aspectos?
—En realidad habrá que revisar todo el sistema de fondos: Concursables, de Incentivo, de Infraestructura y de Formación, para evitar superposiciones. Además tenemos que democratizar la información, sobre todo en el interior, que no está familiarizado con los mecanismos que hay que cumplir para presentarse a los fondos. Esto trae como consecuencia, y esto sí es detectable, que algunas personas se han profesionalizado en la presentación para los fondos. Una primera acción es poner todo el tema a disposición de todo el país. Durante el mes de abril giraremos por el país para acercarle a los interesados todo el mecanismo de fondos que ofrece el MEC. Hay que tener en cuenta que Luis Mardones (director de Cultura en la primera presidencia de Vázquez, entre 2005 y 2008) asumió con una dirección desestructurada. El presupuesto total de la DNC en el último quinquenio (2010-2015) fue de unos mil millones de pesos (unos cuarenta millones de dólares) No se puede perder la perspectiva de cómo se arrancó, hubo un crecimiento exponencial de algunos programas. Es cierto que algunas decisiones, miradas hoy, se podrían haber tomado de otra manera. Pero se construyeron espacios donde no los había y se han desarrollado áreas como la de Ciudadanía Cultural, por ejemplo (responsable de las Usinas Culturales, entre otras iniciativas).
—Otra discusión es si el Estado debe solventar espectáculos o actividades que no dan ganancia.
—Es una responsabilidad del Estado garantizar el acceso a los bienes culturales. No debe primar una razón economicista, como no debe primar en las políticas de salud o de educación. No tengo dudas de que Uruguay tiene que seguir teniendo ópera, por ejemplo. Si hacemos mucha o poca será otra discusión. Es una inversión desde todo punto de vista, no la podemos medir solo en términos económicos. A pesar de eso, tenemos estudios que nos están indicando que la cultura, además, genera retornos. Al respecto, se acaba de presentar un nuevo informe sobre la Cuenta Satélite Cultura (ver nota en página 41)
—¿Qué programas considera que deben continuar?
—Han crecido mucho más los programas que la capacidad administrativa de sostenerlos. Necesitamos pensar una nueva estructura de funcionamiento interno de la Dirección de Cultura de cara a la Rendición de Cuentas. En principio creo que van a quedar todos los programas, pero hay que hacer una revisión de algunos de ellos porque a veces se superponen y hay que tratar de potenciarlos. Uno de ellos es el que apunta a la circulación a nivel nacional, porque a pesar de todos estos programas, aún existe una relativa asimetría entre la oferta montevideana y la del resto del país. Con los Centros MEC y la red de teatros, por ejemplo, creo que tenemos un marco bastante propicio para empezar a desarrollar estrategias de convivencia más definidas. Durante este período se creó una red de directores de Cultura de todo el país. Aún no tiene un marco institucional, pero es el primer paso que facilitará la gestión porque por primera vez en la historia del país, las direcciones de cultura de todas las intendencias se están coordinando. Es más, este modelo ayudó a que surgieran direcciones donde no las había. La idea es que la Dirección Nacional de Cultura pueda tener presencia en el Congreso de Intendentes. Si lo podemos concretar, va a ser un paso muy importante. Por eso incorporamos a Fernando Alonso, gestor y licenciado en Comunicación, salteño, que trabajará desde Salto para fomentar esa mirada hacia todo el país.
—El año pasado el entonces director nacional de Cultura, Hugo Achugar, lanzó aquí en este edificio la idea del Plan Nacional de Cultura, junto a los directores de todas las intendencias. ¿Cómo sigue ese proyecto?
—Tenemos el mandato presidencial de trabajar sobre el Plan Nacional de Cultura. Estamos necesitando un nivel de coordinación más ágil con otros ministerios. A veces hay superposición de actividades, y debemos implementar acciones en conjunto y establecer ámbitos de discusión. Por ejemplo, en el 2016 se cumplen los doscientos años de la Biblioteca Nacional, y en el 2017 los cien de La Cumparsita. Son acontecimientos que impactan en la cultura, pero también en otros ámbitos, como el turismo. El Plan Nacional debería derivar en una Ley de Cultura, que en mi opinión tendría que ser un marco conceptual en el cual movernos. Entre otras cosas, debería garantizar un presupuesto para que no quede a expensas de las voluntades políticas. Hay cosas que no pueden retroceder.