En mayo de 2010 los argentinos tiraban el obelisco por la ventana para celebrar su bicentenario. Entre los millones de personas que coparon las calles del centro porteño durante cinco días, una incalculable marea humana presenciaba el concierto de Fito Páez, desde Corrientes hasta el edificio con el rostro de Evita estampado en la fachada. “Si ella me faltara alguna vez”, cantó Pablo Milanés, y cientos de miles de mandíbulas quedaron a la altura de las rodillas. Junto a Milton Nascimento, Mercedes Sosa y Chavela Vargas, su voz es una huella sonora inconfundible, una de las espirales de Adn de la música latinoamericana, que volverá a sonar en Montevideo el martes 24 a las 21 horas en el Teatro de Verano (entradas en Red UTS, entre $ 650 y $ 1.450).
—Me siento muy bien porque he podido al cabo de estos cuatro años hacer un disco que me satisface plenamente. Sobre todo porque considero que en el presente hay una crisis de valores extraordinaria en el mundo musical. No solo en Cuba, es un problema mundial. Creo que hay una crisis de calidad, de profundidad en los sentimientos y en las emociones. Todo lo que proporcionaba antiguamente la música popular salía del pueblo y sacaba lo mejor del pueblo. Hoy no está pasando eso. Entonces, en este disco he procurado abarcar géneros que son ejemplos de calidad, géneros que abarcaron parte de la música universal, como el Renacimiento y el Barroco, que toco de soslayo, y me adentro con ellos en la música popular cubana: danzón, bolero, son cubano, guajira, guaguancó, rumba y otros valores que no se explotan más, como el chaguí y la conga. Están echados a un lado cuando son la raíz de la música cubana.
—¿Su crítica se enfoca en los artistas o en la industria?
—Es un círculo vicioso que envuelve a los músicos, cantantes y compositores, a los productores, la industria y las transnacionales... Todos montan un tinglado que lo único que no genera es calidad. Solo negocio, fama y dinero.
—¿Habla de Cuba también?
—Sí, creo que es un problema mundial. Nunca en la vida he visto semejante crisis en la calidad de la música popular.
—De todos modos ella sigue siendo el motor de su vida...
—¡Hombre, claro! No se trata de que no existe buena música, sino de que no se divulga. Conozco muchísimos buenos músicos que no trascienden porque, entre comillas, no venden, o porque no tienen ese ángel de la belleza. Eso vende mucho más que la propia calidad.
—En ese sentido, ¿Internet ayuda en la difusión de buenos artistas ignotos o en la multiplicación de los malos?
—No se trata de Internet sino de las compañías transnacionales, que son las que invierten en artistas, graban sus discos y los difunden. No hablo de ningún artista en particular sino de una etapa de la música que es fatal.
—¿Qué recuerdos tiene de su infancia, en su formación como músico, en los géneros que rescata en este disco?
—No solo en mi infancia. Hasta hace poco tiempo se oyó buena música popular a nivel masivo, como en los 80. Ni que hablar de los prodigiosos años 60. Fue una época que generó músicas que la juventud escuchaba, bailaba, disfrutaba, sentía y meditaba también. Pero hoy eso ya no es. Me formé en una familia humilde, pero que a través de la radio escuchó siempre buena música, nacional e internacional. De eso me nutrí. Tuve una infancia normal, rodeado de una música de calidad en todos los aspectos, muy lejos de círculos exclusivos.
—Y luego integró un círculo virtuoso de músicos en la misma sintonía...
—Uno siempre se rodeó de gente con el mismo sentimiento y similares influencias, lo que provocó un movimiento que caracterizó a nuestra generación.
—Su voz, destinataria de admiración instantánea, ¿es innata o producto del trabajo? ¿Cómo ha mantenido la sonoridad y el caudal durante más de 50 años?
—Es un privilegio haber nacido con esa peculiaridad. Y uno debe colaborar con ese don que le ha dado la naturaleza. Debo cuidarlo y preservarlo. Hay gente que fuma y no se daña la garganta. Yo no puedo darme ese lujo. Hay gente que bebe y no lo sufre. Yo no puedo. Trato de no hablar mucho. No soy muy conversador, sobre todo en las etapas de trabajo. Y por supuesto que tengo una serie de ejercicios que se van aprendiendo con el oficio. Se trata de cuidarse de una manera orgánica. Todo eso redunda en la calidad de la voz.
—¿Cómo está de salud?
—Estoy muy bien, bajo muchos cuidados estrictos respecto a mi alimentación. Y mi voz está muy bien. Estoy cantando cuatro horas diarias porque además de ensayar este disco para la gira que se nos viene, estamos preparando un espectáculo maravilloso que se hará en Cuba en homenaje a José Martí, nuestro héroe nacional, gran poeta, extraordinario patriota y gran intelectual. Junto a muchos músicos cantaremos su poesía el 10 de octubre. Estoy estudiando mucho porque es un concierto muy importante para mi vida artística. Es decir que tengo ejercicio pleno en las cuerdas vocales.
—En ese concierto especial participarán los nuevos referentes de la música cubana. ¿Qué opina de jóvenes compositores como Carlos Varela?
—Carlitos es un músico extraordinario. He escrito de él que no tiene ni una canción fea, ¡y mire que eso es difícil! (ríe) Somos muy amigos, lo conozco desde que comenzó. Somos como hermanos, se los recomiendo, es un gran compositor.
—También está por llegar Santiago Feliú (toca el martes 17 en la Zitarrosa)...
—Ese es otro monstruo también. Tiene canciones bellísimas, su calidad no decae, es un hombre de una visión extraordinaria de la música popular, que prende enseguida en todas las generaciones. Le voy a explicar: Cuba es una fuente inagotable de músicos, porque es una tradición. No se trata de la Nueva Trova ni de la Vieja ni de la mediana ni nada de eso. Se trata de que aquí confluyeron una serie de culturas que proporcionaron que la música popular se generara con gran calidad. Y se volvió una tradición porque muchos ciudadanos que podrían haberse dedicado a otra cosa, pues se volcaran en forma generalizada a la música.
—Acaba de trascender por Internet el video de “Háblame”, el tema colectivo producido por el rapero Silvito el Libre, hijo de Silvio Rodríguez, que denuncia la difícil realidad social y política en Cuba. ¿Qué opina del tema y de la situación que describe?
—Bueno, si usted está informado ya sabe qué opino sobre todo lo que ha pasado en Cuba en los últimos años. He sido considerado casi un demonio por mis opiniones. Una especie de monstruo por mi criterio sobre lo que ha pasado con la Revolución, cómo se ha deformado todo lo que habíamos hecho, cómo se ha ido al traste. El propio jefe de Estado ha criticado la forma en que vivimos, faltos de cultura y de principios. Entonces, cuando los errores han sido reconocidos por el propio Estado, uno no tiene a estas alturas mucho más que decir. Pero bueno, cuando tuve y tengo que decir las cosas, las digo. Y creo que estos muchachos dicen lo que piensan y lo que sienten porque no se pueden callar. La música es su medio de expresión y eso no se les puede impedir.
—¿El grado de compromiso que ustedes tenían con la Revolución es complicado de mantener en las nuevas generaciones?
—Por supuesto. Mi compromiso con la Revolución es hasta la muerte. Siempre que eres un revolucionario, lo eres hasta que te mueres. No traicionas. El compromiso con los políticos es otro. Los políticos suelen traicionar las revoluciones, pero los revolucionarios no.
—Ha declarado su gusto por Jaime Roos y Rubén Rada. ¿Qué mensaje le da al público uruguayo que lo irá a ver?
—No solo por sus artistas sino por vuestro presidente, a quien admiro profundamente y a quien me gustaría conocer en este viaje. Voy a recibir un homenaje en la Alcaldía (será declarado Visitante Ilustre), y creo que esa puede ser una buena ocasión. Es un hombre que ha sufrido la guerrilla (sic), la cárcel y ahora sufre el martirio de ser poderoso y seguir siendo un hombre sentido y honesto. Lo admiro profundamente. Es un ejemplo de verdadero revolucionario. A Rada, Jaime y a los hermanos Fattoruso espero verlos y tomarme un refresco con ellos.
—Osvaldo falleció el año pasado...
—No me diga... Pues no lo sabía, ¡qué barbaridad! Éramos muy amigos. Bueno... (queda en silencio). Es una noticia que me ha tocado muy fuerte. Siempre nos iba a ver. Nunca faltó a una cita con nosotros siempre que hemos estado allí... ¡Qué linda persona era! ¡Y qué musicazo! Qué barbaridad... Mira yo la alegría con que lo nombraba... Qué noticia me has dado, chico.