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    “Quien hace negocios y gana plata está mal visto” en la sociedad argentina, asegura primera mujer directiva de la Unión Industrial

    Columnista de Búsqueda

    Es la primera mujer en la Directiva de la Unión Industrial Argentina de la historia. Solo por eso ya sería suficiente como para acercarse a Carolina Castro con el objetivo de saber cómo se desenvuelve en ese ambiente tan poderoso y masculino. Pero además es una empresaria industrial exitosa —tercera generación en la conducción de la empresa familiar autopartista Industrias Guidi—, licenciada en Ciencia Política de la Universidad de Buenos Aires, autora del libro Rompimos el cristal, en el cual entrevista a 18 mujeres líderes de la política, las empresas, el arte y la ciencia, y hasta con un pasaje breve por la política argentina como candidata a diputada.

    Credenciales le sobran para sostener en una entrevista con Búsqueda que la “opinión desfavorable” en su país hacia el sector empresarial no se debe solo a “cierto sector del progresismo” sino que “está dada por una situación aún más relevante, y es que es la sociedad en sentido amplio” la que la tiene.

    “Si para la sociedad quien hace negocios y gana plata está mal visto, el político que enarbole esas banderas será difícil de encontrar”, opina Castro.

    Asegura además que las mujeres que llegan a los lugares importantes de toma de decisión en Argentina tienen que ser “extraordinarias”, tener “suerte” y además siguen “siendo minoría” porque todavía existen “techos de cristal”.

    —En varios niveles de la política y la intelectualidad, se piensa en la burguesía argentina dividiéndola en dos: un sector vinculado al mercado interno y otro vinculado a los mercados externos. ¿Cree que esta visión tiene todavía alguna vigencia?

    —Es una visión limitada y algo sesgada del empresariado argentino. Existen empresas que, a partir del desarrollo en el mercado interno, han podido hacer un salto exportador, como la firma Jazmin Chebar, o incluso han logrado instalarse en otros países de la región, como la fabricante de pinturas Sinteplast. Existen productores agropecuarios que han logrado agregar valor al commodity primario y hoy exportan un producto más complejo y otros que solo venden sus cosechas en el mercado interno. Y hay otras empresas, como la mía, que venden a una terminal automotriz en el país, pero sus productos terminan exportados a la región. Es una visión que de alguna forma supone un prejuicio que podría resumirse en la siguiente frase: “Quien abastece al mercado interno busca que lo protejan y por tanto no merece que se lo apoye, y quien exporta es competitivo y merece todo y más”. Sin embargo, el mercado interno puede ser una gran plataforma de internacionalización. También es cierto que la dirigencia argentina ha tenido un problema para encontrar la síntesis adecuada entre protección y apertura. Parte del problema radica en que, en sus extremos, quienes piden protección o piden apertura ven ambos instrumentos como fines en sí mismos. Pero tanto la apertura como la protección deben ser un medio para un fin. Reversionando aquella frase del canciller alemán Brandt: “Tanto mercado como sea posible y tanto Estado como sea necesario”; yo diría: “Protección para mejorar y competir, no para sobrevivir, y apertura para ganar mercados y no para perder empleo interno”.

    —Gran parte del progresismo argentino tiene una opinión negativa sobre los empresarios, los negocios, el capital. Sin embargo, si no hay ganancias, no hay ahorro, y por lo tanto tampoco hay inversión ni trabajo formal que permita a los sectores más postergados algunas condiciones mínimas de seguridad social. ¿Tiene alguna viabilidad política de mediano plazo esa contradicción?

    —Coincido con la afirmación, pero le agrego que la problemática no está dada porque cierto sector del progresismo tenga una opinión desfavorable sobre el sector empresarial, está dada por una situación aún más relevante, y es que es la sociedad en sentido amplio la que tiene esa opinión negativa. Las encuestas de opinión reflejan que el empresariado está mal visto. No así las pymes, concepto que de alguna manera para la mayoría es algo distinto y mejor del genérico empresario. La política en general —y no solo el progresismo— reconoce esta distinción, y entonces acepta que hay que tener “política pyme”, pero las políticas genéricas a favor del sector privado no siempre son promovidas. Si para la sociedad quien hace negocios y gana plata está mal visto, el político que enarbole esas banderas será difícil de encontrar. En los hechos, la distinción entre pyme, mediana y grande es una quimera porque existen las cadenas de valor, porque al final grandes y pequeñas son interdependientes. Pero esto no se reconoce. El mismo Congreso Nacional puede aprobar una ley de fomento pyme y, al mismo tiempo, incrementar la alícuota de ganancias para las empresas, o incorporar nuevas regulaciones laborales antiempresariales.

    —Desde hace décadas se critica al empresariado argentino por sus bajas tasas de reinversión, por sacar dinero a otros países, por ser predatorio con el Estado, por haber tomado atajos autoritarios y por especular con la caída de gobiernos de diverso tipo. ¿En qué condiciones el empresariado argentino podría cambiar esa arraigada imagen social?

    —Es difícil, si no imposible, cambiar la imagen del empresariado sin un proceso de crecimiento sostenible que permita a partir de la generación de empleo una movilidad social ascendente. Y las posibilidades de que el país entre en un sendero de crecimiento dependen enteramente de la política interna —de su habilidad para generar consensos y no pendular más— y del contexto regional e internacional —que no podemos controlar—. La dirigencia empresarial tiene un rol que cumplir también: aportar ideas concretas para ese consenso que la saquen de su visión sectorialista, de intereses demasiado particulares, y pueda proyectar una visión de conjunto, menos ombliguista. No me siento identificada o no siento que represente al empresario que no reinvierte, que fuga divisas o que es prebendario. La pregunta que nos tenemos que hacer es por qué se invierte poco, en qué condiciones se fugan divisas o por qué algunos sectores dependen de la ayuda estatal. Aldo Ferrer lo explicó muy bien: si ponés a un coreano bajo las reglas de juego de la Argentina, se transformará en un empresario argentino.

    —Usted fue funcionaria política y candidata a diputada nacional en Argentina. ¿Qué aprende, o de qué se espanta, una empresaria como usted cuando incursiona en el Estado y en la política partidaria?

    —De ambos momentos de mi participación pública como gestora y como candidata aprendí mucho. Como subsecretaria Pyme en la gestión de Cambiemos entendí que las capacidades del Estado para gestionar son limitadas y que cualquier proceso de desarrollo va a necesitar que gestionemos bien. Eso solo será posible si logramos una verdadera reforma del Estado que seleccione y capacite a los mejores para gestionar, que determine cargos por concursos, que brinde estabilidad y que pague bien. Me llevo de esa experiencia mucho aprendizaje, que es hoy parte de mi bagaje de conocimientos. Recorrí el país, visité cientos de pymes de todos los sectores, confirmé la dificultad de lograr un verdadero federalismo y de las diferencias de productividad que tiene el entramado productivo. Como candidata a diputada nacional en la lista de Florencio Randazzo el año pasado recorrimos también mucho, en ese caso la provincia de Buenos Aires. No hay experiencia más completa que conocer gente, y una campaña es básicamente eso: son cientos de horas de ruta y cientos de charlas con quienes producen, con vecinos o con jóvenes. Es ir a una radio local y que te pregunten cosas distintas a las que por ahí surgen en una radio nacional, y son esas preguntas y esas charlas las que te permiten conocer otras realidades. En el fondo creo que de ambas experiencias me llevo la convicción de que nuestro país y su gente está para mucho más de lo que tenemos y somos.

    —¿Cómo se deberían identificar, cómo diseñar y quiénes deberían participar en la identificación de objetivos lógicos para una política industrial sostenida y viable en términos de exportación? 

    —Lo primero que quiero decir es que la política industrial está más viva que nunca. Hace unos años Francia y Alemania firmaron un manifiesto conjunto en el que instaban a Europa a no perder posición en términos industriales. Hace semanas Estados Unidos anunció un paquete de incentivos por 280.000 millones de dólares para producir semiconductores y crear polos tecnológicos. Lejos de estos ejemplos, nosotros hemos perdido posiciones y nuestro producto industrial per cápita es hoy un 23% menor al de 1974. Pocos países en el mundo hicieron un recorrido tan malo. Por supuesto, incluso, si hubiéramos podido idear e implementar la mejor política industrial, esta no hubiera sobrevivido a las condiciones volátiles de nuestra macroeconomía. Pero, si algún día logramos estabilidad, vamos a necesitar política industrial, porque el agregado de valor, la innovación, la conquista de mercados externos nunca es una tarea solitaria del sector privado. A la pregunta concreta de “y cómo lo hacemos” volvería a responder con un Estado capaz, como dije antes, y sumaría: pensando una política que necesariamente será distinta a la aplicada por el desarrollismo de los 60. No sirve de nada intentar desarrollar todas las tecnologías. Hay que elegir con criterio, inteligentemente, en qué sectores tiene sentido meter recursos, qué tecnologías ya tenemos y debemos potenciar, qué industrias existen que son necesarias para generar empleo, que aportan tecnología o que generan divisas. Te doy un ejemplo puntual que es el de mi sector, el automotor. El déficit oscila anualmente entre los 4.000 y los 6.000 millones de dólares y es muy criticado por ello, pero, si no tuviéramos industria y todos los vehículos se importaran, necesitaríamos 12.000 millones de dólares. Por otra parte, empleamos en toda la cadena a 100.000 personas. Las decisiones de la política industrial no son sencillas y deben ser analizadas en cada caso en forma profunda y considerando el impacto de desarrollar o dejar a su suerte a cada sector.

    —Más allá de lo mediático, ¿cómo es la relación entre los empresarios y los sindicatos, que cada día tienen menos afiliados como consecuencia del trabajo en negro, algo que afecta todo el tejido social de la Argentina? ¿Hay de ambas partes nuevas caras, nuevas ideas, mayor colaboración para salir de esta profunda crisis que atraviesa el país?

    —Soy una optimista de las posibilidades de acuerdo entre empresarios y sindicatos, posiblemente, hoy más que hace algunos años. El mercado laboral formal está estancado hace 11 años. La situación es dramática si uno considera que cada año salen a buscar trabajo 300.000 nuevos jóvenes. Ni el empresariado ni el sindicalismo pueden ser ajenos a la búsqueda de una solución a este flagelo. Lo de las nuevas caras es un dato que no me preocupa. Es cierto que hay poco recambio en ambas estructuras pero más nos tiene que preocupar que no haya nuevas ideas. No creo que el problema sea únicamente la falta de caras nuevas —soy de alguna forma una desconfiada de la idea de que los jóvenes son mejores o que las nuevas generaciones podrán hacerlo mejor—, somos todos responsables de traer a la mesa nuevas ideas. Debido a que pierden afiliados, a que el sueño de la movilidad por las vías del trabajo se aleja, a que el empresario no encuentra gente capacitada, a que no hay mercado sin trabajadores es que creo que ahora más que antes cada parte está más permeable a pensar más allá de sus intereses corporativos. Tampoco soy ingenua y no me gusta generalizar, pero pensemos en los convenios colectivos, que se han aggiornado. Si bien son pocos, los hay y serán un faro para otros.

    —Y el rol de las mujeres en los cargos más altos, tanto industriales como gremiales, ¿está cambiando?

    —Más que está cambiando diría que está surgiendo. Hoy estamos, somos parte del debate, nos sentamos en las mismas mesas que nuestros compañeros industriales. Mujeres empresarias de empresas pymes y también ejecutivas de compañías más grandes. Sin embargo, seguimos siendo minoría y lo seguiremos siendo hasta tanto sigan existiendo techos de cristal. Las mujeres que llegan a cargos importantes son extraordinarias y tienen suerte. Silvia Lospennato, diputada nacional, me dijo cuando la entrevisté para mi libro Rompimos el cristal que “lo habremos logrado cuando mujeres ordinarias se sienten a la mesa con varones ordinarios”. Y tiene mucha razón. Lograrlo, tener el privilegio de ocupar un rol relevante, de poder, todavía requiere demasiado esfuerzo personal y superar demasiados obstáculos.

    —¿Qué cambios culturales y políticos están generando los grandes desarrollos de las empresas tecnológicas en la Argentina (unicornios y no solo estos)?

    —Hace 70 años para industrializarte tenías que poder fabricar acero. Hoy tenés que crear las tecnologías que permitan digitalizarte y descarbonizarte: software, electrónica, nanotecnologías. Por suerte seguimos siendo un país con capacidad para crear. En los últimos años, no solo unicornios, también satélites, el trigo antisequía o reactores nucleares. Esos son los ejemplos que debe promover la política industrial en este siglo. Pensar que los unicornios argentinos se podrían haber dado sin la ley de software o que fabricaríamos satélites sin Invap es de una ceguera importante.