N° 1870 - 09 al 15 de Junio de 2016
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáA nadie se le ocurre que al presidente argentino Mauricio Macri le pueda suceder lo que al papa Francisco, que se volvió kirchnerista, y mucho menos que ahora pase a considerar como “su nuevo mejor amigo” al presidente de la República Bolivariana de Venezuela, como ocurrió con su colega colombiano, Juan Manuel Santos.
Lo de Jorge Bergoglio se lo explica por su simultaneidad con la desaparición de las críticas de los kirchneristas respecto a las actuaciones y acciones políticas del prelado, especialmente durante la dictadura militar. Hasta Hebe de Bonafini se disculpó y dijo que estaba “confundida”. Eso sí, respecto al Papa pero no a Macri —los había puesto en la misma bolsa fascista e insultado por igual—, se apresuró a precisar.
Lo de Santos, en su momento, sí que sorprendió. Por un lado, porque Hugo Chávez —“el nuevo mejor amigo”— lo había señalado como el mayor enemigo y peligro para Latinoamérica y le había insultado a gusto y gana —“ficha de los gringos”, “mafioso”, ‘“pitiyanqui”— y, por otro, porque fue visto como un golpe bajo para su mentor y promotor Álvaro Uribe, quien hizo posible que llegara a la Presidencia.
Hay una diferencia, empero. En este caso, el nuevo mejor amigo de Macri sería Nicolás Maduro y no Hugo Chávez. Este, es innegable, fue el inventor del “socialismo del siglo XXI” y es el gran responsable de todo lo que pasa en Venezuela, de lo que se aseguró al designar a su heredero y seguidor, pero aun así es distinto. No sé, pero me parece que no es lo mismo Maduro que Chávez.
De cualquier forma, el cambio de postura del gobierno de Macri y la posición asumida por su canciller y su representante en la OEA respecto a Venezuela, sorprendió. Ayudó mucho a que fracasara la iniciativa del secretario general, Luis Almagro, para que la OEA —de una vez por todas— activara la “Carta Democrática” respecto al régimen chavista. Hizo posible, a la vez, una declaración deslavada y esquiva que fue considerada un triunfo por los venezolanos del gobierno.
Macri se defiende y dice que fue el primero en denunciar con claridad “que lo que pasaba en Venezuela era inaceptable” y que en dicho país “ya casi no queda derecho humano respetado en la vida diaria”.
“Y lo sigo pensando”, afirmó.
Y, efectivamente, en una de sus primeras actuaciones internacionales, en reunión del Mercosur, denunció la existencia de presos políticos y de persecución ideológica “a los que piensan distinto” en Venezuela. Eso le valió que la canciller venezolana, con ese particular estilo insultante y nada apegado a la verdad de los chavistas, lo acusara de “liberar a los responsables de las torturas, desapariciones y asesinatos durante la dictadura”.
De hecho, Macri apeló allí al “Protocolo de Ushuaia” —compromiso democrático para los miembros de la organización— para vigilar y enfrentar esa situación imperante en Venezuela.
Extraña, por ende, que ahora, a tan solo cinco meses de aquello, considere que la “Carta Democrática” no es el camino para el conflicto. ¿Ah no? ¿Entonces la “Carta Democrática” de qué sirve? ¿Solo para aplicársela a Honduras? ¿Y el Protocolo de Ushuaia? ¿Solo para Paraguay?
Por supuesto que estas transformaciones presidenciales no son una novedad. Le pasó al chileno Sebastián Piñera, hoy otra vez antichavista militante, quien durante su Presidencia estuvo bastante quietito en la materia.
Lo de Macri, igual, no deja de llamar la atención. Y más por la insistencia de versiones de que el cambio se debió a la necesidad de conseguir “consenso” para una eventual candidatura de su ministra de Relaciones Exteriores, Susana Malcorra, a la Secretaría General de la ONU. ¿Será por eso? Si así fuera, sería muy triste y desmoralizador. Por muy importante que sea el cargo, no deja de ser “un carguito” si se toma en cuenta su costo y lo que se sacrifica, lo que se entrega y lo que se deja por el camino.
Esto de las negociaciones y “canje” de votos por cargos tampoco es nuevo. Basta recordar los votos de la Unión Soviética y su fiel escudero Fidel Castro para que la ONU no interviniera ni investigaran las violaciones a los derechos humanos en Argentina durante la dictadura militar encabezada por el general Rafael Videla.
Macri lo debería tener presente.
© Danilo Arbilla. Derechos reservados. (Especial para Búsqueda)