—¿Cómo recordás tu infancia?
—Soy inquieto por naturaleza y siempre busqué cómo tener mis horas ocupadas. Vivía en un barrio con una gran plaza y un campito de futbol, en la avenida Juan Carlos Blanco, en el Prado. Allí formamos un equipo, el Campito Fútbol Club, y jugábamos en ligas. También me gustaba la pesca. Había muchos sitios donde ir a pescar. Mi madre me llamaba el Bichero, siempre llevaba algún animalito a casa.
—¿Cuándo llegaron la guitarra y el blues?
—Me hubiera gustado empezar antes, pero mis padres querían que hiciera una carrera. La comencé, Entomología y Taxidermia, pero busqué la forma de trabajar y así comprarme una guitarra. Ya tenía más de 18 años. Comencé con una española y luego me pasé a una de caja, eléctrica. Mi viejo me ayudó con la mitad del costo. El primer día quise hacer acordes y que sonara limpia y celestial, pero las cuerdas de acero se me clavaban en los dedos y me dio tal rabia que comenzaron a salir lagrimones. Fue lo mejor que me pudo pasar, porque soy muy cabeza dura. Mi padre era un loco de la música, compró una radio con onda corta y en la azotea de casa montó una antena con cables que iban y venían para poder escuchar emisoras de Estados Unidos y Europa. Él también era un cabeza dura y lo consiguió, así que oíamos jazz, blues y demás. A mitad de los 60 ya cantaba la versión de Mustang Sally de Mack Rice, un R&B con un toque blusero que tira para atrás.
—¿Te volcaste al blues acústico por practicidad o por su sonoridad?
—Por lo segundo. Me encanta el sonido acústico, la pureza de la madera, que te resuene en el pecho. También me gusta lo eléctrico, pero es más difícil sacar un buen sonido a una acústica que a una eléctrica. Es una expresión muy distinta. Igual no soy el blusero clásico que se saca todas las frasecitas; no soy un talibán del blues, lo mezclo mucho. Me siento un “creativo”, que tanto toca blues como raga o una jiga irlandesa, pero siempre a mi bola. A lo largo de la carretera escuché a la flor y nata del blues y hasta he tenido la suerte de acompañar a grandes como Carey Bell o Louisiana Red. Hay guitarristas acústicos que me han volado la cabeza, como Michael Hedges o John Rembourn, pero no son bluseros de la plantación. No tengo referentes claros, no me saco los temas de otros. Compongo lo que siente mi alma. Así vas logrando sonar a tí. No me gusta ser otra persona, yo soy yo con todas las consecuencias.
—¿Cómo lograste ese tono vocal de un veterano cuando solo eras un veinteañero?
—En lo vocal tengo que confesar que soy muy bruto. Nunca estudié canto, no hago respiraciones o ejercicios antes de actuar como los verdaderos cantantes, así que lo que sale es auténtico producto natural, sin colorantes ni conservantes.
—¿Cómo empieza la historia de Opus Alfa?
—En 1970 me enteré de que existía la feria de libros y grabados (de Nancy Bacelo) y yo hacía artesanía para completar la economía familiar. Presenté mis trabajos, los aceptaron y entré en 1971. Allí conocí a Jesús Figueroa (cantante de Opus Alfa), hicimos buenísima amistad y me invitó a ver a los Opus, que en esta etapa hacían versiones. Por esas cosas del destino, se fueron su batería y su bajista y me propuso entrar. Le dije que tocaba la guitarra, no el bajo, pero insistió. Era un pedazo de grupo y yo propuse que entraba a cambio de que se hicieran temas propios. Lo aceptaron y con esa amalgama de gustos e ideas todos salimos ganando.
—¿Cómo describís ese sonido de raíz blusera que lograron?
—Esas cosas vienen solas, no hay premeditación, creo que pasa por poner atención y escuchar a tus compañeros. Cuando llevas un tema con tus arreglos y alguien te propone algo distinto, como mínimo hay que probarlo. Opus Alfa fue como el pistoletazo de salida, le debo mucho a esa reunión de amigos. En ese momento escuchaba mucho a Wanda Landowska en el clavecín, quien influenció varias composiciones como Ilusión, que hice con ese aire que llamaba “barroqueces”. En El hueco de mi soledad, con tinte blusero, Atilano mete un violín con wawa que es impresionante y Jesús te pone la carne de gallina cuando susurra la letra. ¡Una gozada! Destino de mis pasos quedó redondo, muy variado en arreglos e improvisaciones. Como verás, no me corto un pelo en halagarnos.
—¿Cómo veían la vanguardia del candombe beat de El Kinto y las figuras de Mateo y Rada?
—No hay ninguna relación estética con El Kinto. En Opus Alfa, con toda su variedad de estilos, no hay ni la más mínima referencia al candombe. No fue premeditado, simplemente, éramos rockeros y bluseros. Si te sirve como dato, jamás toqué un tamboril. Seguramente hubiéramos hecho el ridículo introduciendo candombe en nuestra música.
—Luego armaron el power trío Días de Blues, donde firmás, entre otras, Dame tu sonrisa, loco, un tema donde criticás a los que fuman marihuana “por cirqueros”; eran tiempos duros para hablar de drogas
—Ya en Opus se nos vio el plumero blusero; en esos años pegaban muy fuerte Hendrix, Cream, Mayall, Keef Hartley Band, y claro, si te gusta el rock y el blues, es lógico que se te pegue eso tan extraordinario. No critico a los que fuman maría, yo la consumía. Lo que digo es que seas sincero contigo mismo, que no por fumar marihuana montarás un circo con enanos. Hay que utilizarla para tu beneficio, no que ella te utilice a ti. Menos es más: si fumas mucho, te vas para el otro lado, al igual que con el alcohol, y musicalmente, demasiadas notas son una olla de grillos. Luego sigo con el revolucionario. Me refería a ser revolucionario no empuñando un arma, sino que con la palabra y actitudes puedes introducir cambios positivos, que no lo fueras de meras charlas de café, que te implicaras sinceramente con tus ideales. Hay mucho revolucionario de teclado y ratón, pero a la hora de la verdad… no son solidarios, son pura mentira, solo inundan las redes de odio y veneno.
—¿Cómo describís la manera de tocar de Bertolone en guitarra eléctrica y de Graf en batería?
—Me lo pones muy difícil. Son dos grandes. Daniel es el “comenotas”. Me impresionaba su facilidad de asimilar. Agarraba un instrumento y a los pocos días ya le había sacado su sonido. Armónica, piano, flauta, bajo, batería, ¡qué bestia! Graf, una máquina, perfecto groove y siempre atento a lo que sucediera, y sucedían muchas cosas. Estábamos improvisando y de golpe hacíamos la misma frase al unísono, como si un hilo uniera nuestras cabezas. Eso es increíble, y no me sucedió con otros. Juro que no estaba colgado porque nunca fumaba maría antes de tocar.
—Les fue muy bien en Buenos Aires. ¿Pensaron en radicarse allí, como Psiglo?
—Había vivido tres años en Buenos Aires y conocía a casi todos. Me habían prestado un equipo Ampeg para grabar el disco Días de Blues. Con Pappo nos habíamos intercambiado amplificadores. Me habían echado del hotel, me buscó un sitio para quedarme una temporada y acabé viviendo en su casa (la de sus padres), “la tumba”, donde paraban, entre otros, Tanguito y Miguel Abuelo. Aquí en Madrid seguimos siendo buenos amigos con Claudio Gabis (guitarrista de Manal). Nunca pensamos en Buenos Aires. Si hubiéramos tenido dinero, el objetivo era Londres. Era todo o nada. Fue nada. Lo que hacíamos estaba al margen de la comercialidad, no tenía cabida en la TV. Evidentemente, la gente prefería los bailes y claro, lo nuestro... Tuvimos suerte que hubiera unos programas de “avanzadilla” rockera y comprometida con el buen gusto.
—Esto es nuestro es protesta pura y dura: “Gente muerta sin necesidad, cantegriles, ignorancia, desocupación”. ¿Tuvieron problemas con la censura al tocarla en el Solís o en festivales grandes como aquel en el Velódromo?
—No, nunca nos censuraron ningún tema, estábamos contando una realidad: Uruguay se venía abajo, se estaba empobreciendo, y si no te tapabas los ojos, veías eso: pobreza, decadencia, prostitución callejera en muchos barrios. Nuestro público aceptó ese lenguaje, esa forma cruda de contar el Uruguay de los 70, pero sin violencia ni odio.
—¿Cómo se gestó esa increíble portada de Días de Blues?
—Es una ilustración del carajo del grandioso historietista Celmar Poumé. Cuando la vimos quedamos petrificados. Le pedimos que nos hiciera una portada porque a ninguno le había gustado la de Opus Alfa. ¡Era un desastre! Así que al sello (argentino) De La Planta se la entregamos hecha. Después de preguntarnos mil cosas fue a una actuación nuestra. Nos dibujó tal cual a cada uno. Y ahí estamos, adornados con figuras que estaban en nuestros pensamientos. Nadie, pero nadie, la hubiera hecho mejor.
—¿Era muy complicado hacer blues en aquella Montevideo en estado de sitio permanente?
—Sí, por los pelos, la pinta y, en mi caso, porque llevaba el bajo en un estuche rectangular, donde si querías cabía una metralleta. ¡Así que vivía besando paredes! Me paraban continuamente. Una tarde, salí del ensayo con las notas y arreglos revoloteando mi cabeza. Allí estaba, en la parada, flipando, y de repente: “¡Arriba las manos!”. Del susto, hasta se me escapó un chorrín de orín. Era la poli, a pedirme documentos. Me hicieron abrir el estuche. Eran jóvenes, a uno le temblaba la metralleta. Lo abrí como con un bisturí, vieron el bajo y se fueron. No creo que tenga que explicar más.
—¿Por qué decidiste irte?
—Hacía tiempo que me rondaba en la cabeza, primero, por la situación, un tanto surrealista. No me creía que eso estuviera pasando en mi país, pacífico, dialogante. Y, por otro lado, al comprender que no se podía vivir de la profesión de músico, por una sencilla razón: somos 3 millones, la mitad en Montevideo, imposible por donde lo mires. Yo solo quería vivir de la música, no de mi artesanía en cuero y metal. Así que la única opción era irme, pero toda América era un polvorín. Así que dije: Europa, y si es posible, en castellano. Pues, España. Mmmmm?, hay otra dictadura… No, ya es dictablanda. Seamos positivos y esperemos que vengan buenos tiempos, pensé. Y así fue.
—Antes de irte grabaste en Sondor esa especie de “Barral solo bien se lame” llamado Chau. En el texto de contraportada ya sentías que ese “chau” era definitivo...
—No era mi intención lamerme solo. Sí, claro que lo tenía clarinete, era esa imposibilidad de ser profesional con mayúsculas. Ahora se dan más cantidad de clases, te puedes publicitar en las redes, pero antes, si tenías un alumno era mucho. Tantos músicos uruguayos de primera fila trabajan en una oficina... Luego, ¿cuántos conciertos al año vas a hacer en Montevideo? ¿De ellos puedes vivir? No. Puedes vender discos. ¿Cuántos? ¿A quién? Estaba clarísimo. Me propusieron grabarlo una semana antes de irme, así que había que hacer lo que se podía y encima grabarlo de noche. Lo grabé haciendo la maleta. Los temas están inacabados y se oye mi voz haciendo de trompeta, que era lo que tendría que haber grabado un trompetista? Y quedó el trululú. Los temas los iba arreglando sobre la marcha, pero mi cabeza estaba en vender mis cosas, en el papeleo. Al final es lo que es y es todo un logro que haya salido tan rápido: solo tardó 43 años. ¡Me parto en dos!
—Volviste en 1998 a tocar, pero ¿por qué nunca volviste a vivir acá?
—Fue para el Montevideo Blues Festival II junto con Eddy Clearwater, Smoking Joe Kubeck y Pablo Traberzo. Fue un lindo festival, me reencontré con muchos amigos después de 25 años. Un flash. Pero un par me gritaban: “¡Galleeeeegooo!” Y sí, uno va agarrando dejes por donde pasa. Es magnífico irse desprendiendo de unas cosas para que otras nuevas ocupen su lugar. ¿Volver? Volver es un tango, y yo soy rock and roll, no lloro. La mitad de mis antepasados son españoles, es un ida y vuelta. No me clavo puñales por el dulce de leche ni la pascualina ni nada de eso. Cocino bastante bien y suelo hacerme esas cosas. Sin partirme el pecho, tengo a mi país cerca en algunas comidas. Soy práctico, el territorio es donde te sientas bien. Estoy muy bien en Madrid, tengo mis toques y todo encaminado a escala profesional, vivo con tranquilidad, buena comida, buenos paisajes y playas, magníficas rutas senderistas y una ciudad acogedora. No encuentro razón para volver.
—¿Cómo ha sido tu vida en España?
—Soy, por años vividos, más español que uruguayo, y que no se malentienda: sé de dónde vengo y hacia dónde voy. Al principio hubo que pelearla, pero estoy acostumbrado a eso. Conozco todo el panorama musical de esta tierra, he tenido estudios de grabación, así que aprendí a sacarle partido a mis instrumentos. Me partí el alma para conseguir entrar en la “crema” de la música española sin prostituirme musicalmente. ¿Qué más puedo pedir? Tengo la suerte de trabajar mucho en casa, grabando y mezclando, así que ahora el quedarme en cuarentena no ha sido un drama. Me pasé 25 días sin salir. He pasado con algo de miedo y sí que me ha entristecido la cantidad de fallecidos, incluyendo amigos.
—¿Cómo surgió tu interés en la música de la India?
—Todo comenzó por los Beatles y sus pinceladas hinduistas, continuó cuando estudié con Ricardo Chiape, un uruguayo que trajo un sitar a Montevideo, y terminó cuando me inventé una afinación en la guitarra que suena muy de la India, con muchos armónicos y dulcemente envolvente. Desde entonces siempre tengo dos guitarras, una normal y la otra afinada en do. Incluí su sonido en alguna grabación, pero no era lo que me llenaba hasta que conocí a Carlos Guerra, quien durante 20 años aprendió música de la India en Calcuta y alucinó con el sonido de mi guitarra para acompañar su Bansuri (flauta de bambú). Juntos investigamos en raga y blues, hasta que vino por Madrid el tablista Navaraj Gurung, de Nepal. Hicimos una grabación en directo y sacamos el disco llamado En un lugar en primavera. Un sueño más cumplido. También aprendí a tocar el chaturangui, un instrumento de 22 cuerdas que se toca con slide. ¡Un flipaso!
—¿Compartiste música con músicos uruguayos también radicados en España como Esteban Hirschfeld, Jorge Drexler y los fallecidos Jorge Galemire y Rubén Melogno?
—Esteban está en Valencia, no nos hemos visto. Drexler está en Madrid, pero no creo que vaya a compartir música con él. No me gusta. Galemire sí, compartimos historias y en casa se grabó el tema Perfume. Le metí unos bouzoukis (instrumento griego), guitarra eléctrica y lo mezclé. Con Melogno, sí, por supuesto, nos vimos mucho. Junto con César Rechac, también de Psiglo, participó en Es pa ti, el tema que compuse para Farrugia. Gran dolor la pérdida de Rubén.
—¿Has seguido la vida musical uruguaya en todos estos años?
—La he seguido a distancia. En la parcela del blues he trabajado con Pablo Traberzo, tanto en España como en Uruguay. Es un gran músico y tiene canciones muy guapas. Trabajé también con Santiago Cutinella, otro gran guitarrista, de quien versiono Bien lejos. Acompañé aquí a Rossana Taddei y a Tabaré Rivero. Ahora, soy sincero en decir que tengo la sensación de que falta riesgo: van más a lo seguro.
—¿Soñás con otro regreso?
—Bueno, lo hice en 2016 en la Zitarrosa, con la sala casi llena, presentando mi disco UyyyUyUy!! junto con varios músicos amigos. Eso no quiere decir que no quiera ir más, amenazo con otra tocata? sin fuga.
—¿Es posible una reunión de Días de Blues?
—No, eso ya fue. Se vivió, se disfrutó, nos sentimos orgullosos y ya han pasado 47 años de esos magníficos momentos. ¡Aleluya y cada uno con la suya!