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Su funeral fue familiar y discreto, lejos de la pompa y de la prensa. El lunes 13, la editorial Kodansha difundió en un breve comunicado que el escritor japonés Kenzaburo Oé había muerto el viernes 3 en Tokio a los 88 años y por causas naturales. Entonces comenzaron a circular notas y obituarios para recordar al narrador e intelectual que fue premio Nobel de Literatura en 2014. En aquella ocasión, el jurado destacó su “gran fuerza poética” con la que creó “un mundo imaginario donde la vida y el mito se condensan para formar un retrato desconcertante de la frágil situación humana”. Oé fue el segundo escritor japonés en ganar el Nobel de Literatura, el primero le había sido otorgado a Yasunari Kawabata en 1968.
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Oé había nacido en 1935 en una pequeña localidad de la isla de Shikoku, donde pasó su infancia y adolescencia. Desde muy niño se interesó por la lectura y las tradiciones orales de la región. Cuando tenía seis años, perdió a su padre y a su abuela debido a la guerra del Pacífico. Y cuando era adolescente, el 6 de agosto de 1945, la bomba atómica cayó sobre Hiroshima y Nagasaki. Así, la vida de Oé estuvo signada por el dolor personal y el de quienes sufrieron por los acontecimientos bélicos.
A los 18 años dejó su isla natal para estudiar en la Universidad de Tokio, donde se especializó en literatura francesa. Cuatro años después ya había escrito su primera novela, Arrancad las semillas, fusilad a los niños (1958) una historia ambientada en la II Guerra Mundial que tiene como protagonistas a 15 adolescentes de un reformatorio. Y como joven promesa de las letras japonesas, ese mismo año ganó el Premio Akutagawa por su novela La presa, en la que narra la captura de un piloto norteamericano en Japón.
A los 25 años, se casó con Yukari Itami y en 1963 nació su primer hijo, Hikari, cuyo nombre significa “luz”. Un nombre cargado de simbología, porque su nacimiento estuvo rodeado de miedo y oscuridad. El bebé nació con una malformación grave y la pareja debió decidir si someterlo a una severa y riesgosa cirugía o dejarlo morir. “Parecía un bebé con dos cabezas. Tenía un enorme bulto en la cabeza que le daba ese aspecto. Fue la crisis más dura de mi vida”, comentó Oé en entrevista con The New Yorker en 1995.
Sin decidirse de inmediato sobre la operación, viajó a Hiroshima para sumergirse en el dolor de quienes habían sufrido los efectos de la bomba atómica. Y a su regreso a Tokio decidió con su esposa que el niño debía vivir. El bebé sobrevivió a la operación, después le diagnosticaron autismo y durante su infancia se aliviaba al escuchar a Mozart y Shumann. Hoy Hikari Oé es un compositor de música clásica.
De toda esa experiencia surgieron dos libros a los que Oé consideraba fundamentales y el punto de partida de su carrera literaria: Notas sobre Hiroshima (1965), un compendio de testimonios de las víctimas de aquel 6 de agosto de 1945, y Una cuestión personal (1964), que cuenta la vida de Bird, un profesor de Inglés de 25 años cuyo hijo acababa de nacer con una malformación que lo destinará a una vida vegetal. El libro es un viaje, duro y sin eufemismos, hacia el interior de ese padre que debe resolver si debe dejar morir al niño o limitar su propio futuro a su cuidado. Bird siente vergüenza por no ser lo suficientemente bueno para hacer que viva el niño ni lo suficiente malvado para matarlo. “Cada vez que te encuentras en una encrucijada entre la vida y la muerte, se abren ante ti dos universos; uno pierde toda relación contigo porque te mueres, el otro la mantiene porque sobrevives. Como si te desnudaras, abandonas el universo donde solo existes como cadáver y pasas al universo en donde sigues vivo. En otras palabras, en torno a cada uno de nosotros surgen varios universos, tal como las ramas y las hojas se bifurcan y se alejan del tronco”, dice una amiga del protagonista en esa novela.
Comprometido con las luchas estudiantiles a favor del desarme y contra las armas nucleares y, más tarde, contra la guerra de Vietnam, Oé estuvo cerca de los socialistas e incluso de Mao, pero los hechos históricos y su fidelidad a la verdad lo hicieron alejarse de esa ideología. En 1970, publicó Notas de Okinawa, un ensayo sobre el destino trágico de ese archipiélago periférico de Japón del que se apoderó Estados Unidos hasta 1972. En ese libro recordó a los más de 500 civiles que se vieron empujados al suicidio por los militares japoneses antes de que los estadounidenses desembarcaran en Okinawa en 1945. Los nacionalistas japoneses le hicieron un juicio por ese libro que llevó un largo proceso y, finalmente, el escritor terminó ganando. Cuando quisieron condecorarlo con la Orden de la Cultura, una distinción que otorga el emperador, no la aceptó: “No reconoceré ninguna autoridad, ningún valor más alto que la democracia”, dijo.
Después de recibir el Nobel, decidió no escribir más, pero en 1999 publicó Salto mortal, una novela alejada de lo autobiográfico que gira en torno a la fe y los riesgos del fanatismo en la sociedad japonesa moderna.
En la edición de 1989 de Una cuestión personal (Anagrama), el prologuista Justo Navarro ubica a Oé en la narrativa japonesa: “La nueva generación, nacida después de la Segunda Guerra Mundial y educada bajo una fuerte influencia estadounidense, supone una nueva aptitud frente a las cosas y la cultura. Pero las técnicas de dislocación de Oé están muy presentes en los nuevos escritores”. Entonces nombra a varios narradores de los 80, entre ellos a Haruki Murakami, que se formaron leyendo a Kenzaburo Oé. Hoy esa generación ya no es joven, ojalá hayan trasladado su legado para que los nuevos narradores lo continúen leyendo.