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No es necesario ser una persona dotada de una facultad intelectual por encima de la media para intuir lo que esta pareja de ancianos realmente es y lo que oculta. El director M. Night Shyamalan ha sembrado pistas en el transcurso del relato, uno puede hacerse la idea. Los niños que se instalan una semana en un pequeño pueblo en Pennsylvania, en la nevada granja de los abuelos (Peter McRobbie y Deanna Dunagan, encantadores y perturbadores), que no conocen porque su madre se fue de la casa cuando tenía 19 años, van a tener una experiencia familiar inolvidable y ciertamente perturbadora. Esa vivencia quedará registrada en cámaras de video, porque Becca (Olivia DeJonge), de 15 años, posible aspirante a cineasta, pretende hacer un documental sobre este encuentro. Esta película, de hecho, es el documental. Viene a ser un derivado de El proyecto Blair Witch, sin la cámara temblorosa, con algún rasgo de película de terror japonesa de la primera década de 2000.
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La adolescente, con total conciencia de que la vida tiene momentos que también pueden leerse del mismo modo que se estudia una estructura mítica, ve a su madre (Kathryn Hahn), que ahora está en un crucero con su nuevo novio (que participa en un concurso de pechos peludos), como una heroína de ficción que atraviesa una resurrección y recibirá un elixir. Aunque es ella, junto con su hermano menor Tyler (Ed Oxenbould, un valor), de 13, obsesionado por los gérmenes y el rap, y que se hace llamar por su nombre artístico, T. Diamond Stylus, los que están en camino hacia una odisea. Becca graba todo el tiempo. Graba la intimidad del día a día, a todos los que están frente a la cámara les pide que actúen con naturalidad, y espera acercarse a sus abuelos, al principio tan adorables, para entrevistarlos y que ellos perdonen a su madre. Su intención es sanar las heridas, dejar atrás el rencor, unir a la familia. Va camino a eso, solo que algunos comportamientos extraños de los ancianos le dificultan la tarea. Becca intenta no inquietarse por lo extraño porque su misión es más importante. El abuelo, que se pone estricto con la hora de ir a dormir (a las 9.30 p.m., a la cama), es un poco paranoico de más. Y es obvio que oculta algo en el establo. La abuela, en tanto, experimenta raros cambios de ánimo y lo que hace por las noches no está bueno, es demasiado inquietante. Un tarde, le dice a la nieta:
—¿Te importaría meterte en el horno para limpiarlo?
El regreso de Shyamalan al cine, después de resonados deslices y después del emoliente pasaje televisivo que significó la serie Wayward Pines, es una película pequeña, de bajo presupuesto, con actores poco conocidos y sin más pretensiones que la de contar una historia de miedo que además está salpicada con un humor que va de lo siniestro a lo asqueroso y lo infantilmente asqueroso; de hecho, puede catalogarse como una comedia de horror. ¿Hace trampa? Claro, de otro modo no sería Shyamalan. A riesgo de entrar en zona de spoiler: los abuelos no están en escena en instancias que pondrían en peligro su auténtica naturaleza (en caso de que Shyamalan, también guionista, hubiese tenido el ánimo de trabajar un poco más y hubiese desarrollado con mayor profundidad algunas escenas). Y también: si todo está grabado con las cámaras de Becca y Tyler, su “director de segunda unidad”, quizás algunas tomas sobran.
Está claro que el hombre no es, como en algún momento el entusiasmo crítico de la época lo deseó, el nuevo Alfred Hitchcock, y el tropezón de las últimas cuatro películas en verdad fue bastante grande. Y ni siquiera fue divertido. Tras el éxito comercial de Sexto sentido, una historia enmarcada dentro del género fantástico, con un niño que ve gente muerta, y con una vuelta de tuerca sobrenatural, Shyamalan fue saludado como el nuevo rey del suspenso. Parecía obligado a repetir la fórmula. Lo hizo, con alteraciones, en El protegido, homenaje solemne a los cómics de superhéroes, en Señales, sobre lo que pasa con una familia que vive en una granja mientras el mundo es invadido por extraterrestres, y en La aldea, un cuento sobre un pueblito de fines del siglo XIX que está aislado del mundo y cercado por un frondoso bosque donde habitan ancestrales y siniestras criaturas. Son sus mejores películas. Luego le pasó algo. Se olvidó del humor. Y filmó esto: La dama en el agua, El fin de los tiempos, El último maestro del aire, Después de la Tierra.
Más allá de las malas, Shyamalan es bueno creando suspenso (a veces no lleva a ningún lado y dan ganas de ahorcarlo), es bueno ensamblando escenas (sabe generar vértigo, jugar con la tensión por medio del montaje) y, sobre todo, es un excelente director de actores, especialmente niños. En Los huéspedes es algo que queda clarísimo una vez más. No es un regreso por todo lo alto, pero es que había caído muy bajo.
Los huéspedes (The Visit). EEUU, 2015. Dirección y guion: M. Night Shyamalan. Con Olivia DeJonge, Ed Oxenbould, Deanna Dunagan, Peter McRobbie, Kathryn Hahn. Duración: 94 minutos.