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    Al maestro, con cariño

    Muestra de alumnos de Gurvich en la Ciudad Vieja

    En la pared que da a la Plaza Matriz hay un plasma con un video de doce minutos. Se repite todo el tiempo. Tiene el volumen bajo, pero alcanza para escuchar a un español con un poco de acento, apenas identificable. Es un artista de camisa amarilla, pelado, de edad indefinible, que cuenta algo sobre los doce trabajos de Hércules, la tensión entre Eros y Thanatos y la vida y el arte envueltos en la maravilla de la creación. Entre frase y frase, camina en un laberinto de enormes papeles colgados del techo. Son inmensos dibujos y pinturas, bellísimos cuadros pintados sobre amplios telones. El artista es uruguayo, se llama Armando Bergallo (Montevideo, 1942) y, a primera vista, parece no tener nada que hacer en el espacio que comparte con el resto de la exposición propuesta en el Museo Gurvich de la Ciudad Vieja. Detrás de su título, la muestra ofrece un importante repaso al legado artístico y docente de José Gurvich (1927-1974), a su perfil de maestro incrustado en el riñón mismo del legendario Taller Torres García y generador luego de su propio espacio de enseñanza físico y conceptual. Una propuesta que repasa años de trabajo con sus alumnos junto a aspectos más vivenciales, como el pasaje por un conventillo de la Ciudad Vieja frente al puerto, donde vivían y se visitaban continuamente un grupo de artistas jóvenes procedentes del taller y que después se convertirían en figuras que recorrerían su propio camino.

    También está presente la casa de Gurvich en el Cerro, un lugar donde el artista hacía trabajar arduamente a sus alumnos pero donde, además, los paseaba por su patio, los hacía oler, ver, hablar sobre el mundo, la naturaleza y el arte. “Entre el ojo y la palabra, allí está la pintura”. Vuelan las frases como la que da título a la muestra, tal vez expresada con menos ahínco, pero con un sentido muy especial de lo que significa la pintura. “Levantarse azul” convocaba a romper la monotonía creativa, la expresión contenida, las ataduras formales o espirituales que no permitían liberar la creación.

    Con muy buen tino, esta muestra propone un recorrido donde los senderos se cruzan, aunque lógicamente también se bifurcan, ante el paso del tiempo, los amigos y las diferencias propias de ese tránsito tan heterogéneo de alumnos. Basta con repasar algunos nombres para entender que Gurvich no selló a fuego la tradición del taller y que, por el contrario, abrió las puertas para superar las ideas constructivas, las formas marcadas por las medidas, las estructuras y el lenguaje propio de una impronta universalista. Convivía con ellas pero desde la libertad creativa. Gurvich superó o, en algún sentido, profundizó al Taller Torres, lo atravesó de lado a lado y donó a sus alumnos una visión tal vez más encarnada, humana, libre y vital que la ortodoxa que había mamado. Eso se transmitió a nombres como el del prestigioso collagista Ernesto Vila (1936), las reconocidas pintoras Eva Olivetti (1924) y Linda Kohen (1924) y otros creadores como Héctor Vilche (1942), Rafael Lorente (1940) y Enrique Weisz (1931), entre una larga y sólida lista de amigos y discípulos. Todos con experiencias personales diversas en relación a Gurvich y a sus enseñanzas, aunque la mayoría rescata la fuerza, el dinamismo y la convicción del maestro, un personaje que por sus anécdotas ofrece un caudal formidable de humanidad. Lo rescatan la frescura y la permanencia de sus enseñanzas, colocadas estratégicamente en las paredes y en el piso, los documentos y, sobre todo, los detalles del trabajo de sus alumnos. Lo importante en esta exposición es repasar la proyección individual de estos artistas. Como a todos, se les pidió una obra inicial de aquel período y, al menos, una de sus etapas más avanzadas. Y la combinación logra un efecto interesante de diálogo simultáneo y de mirada transversal.

    El otro elemento destacable es la seriedad con la que se encaró el proyecto, que incluye a más de treinta artistas, decenas de obras y una trabajosa y detallada investigación publicada en parte en un catálogo que vale la pena comprar. Se amplía y profundiza así la historia de un hombre que evidentemente dejó una herencia invalorable de obras propias y de un nutrido grupo de plásticos cuya relación con el arte produjo esa inefable sensación de posteridad y de permanencia, de la incuestionable solidez que se expresa en la mayoría de sus trabajos.

    “...Mañana, ¡Levántese Azul!”. Muestra de alumnos de José Gurvich en el Museo Gurvich (Ituzaingó 1377). De lunes a viernes de 10 a 18 horas. Sábados de 11 a 15 horas. Hasta el 16 de setiembre.

    Carlos A. Muñoz