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    Alzó vuelo y se fue

    N° 1992 - 25 al 31 de Octubre de 2018

    Tenía la cara morena y unos ojos de párpados caídos, absortos, que solían trasladarse en un instante, vaya uno a saber por qué pujos de su mismidad, de la picardía a la nostalgia más profunda, casi, casi como si se detuviese a esperar el último tren.

    Tenía en la cara pocas arrugas, pero toda la noche y todo el tango habitaban en ella.

    Tocaba con el cuerpo entero, como si el bandoneón fuese un alargamiento de ese cuerpo, como si él bailase morosamente con las notas que muchas veces inventaba sobre la marcha, respirando suavemente sobre la nuca de la mujer imaginariamente enlazada.

    De modo misterioso, inexplicable, como Troilo, con la “oruga” era como si cantara la melodía de cada tango cual una voz a veces arrebatada, siempre emotiva, precisa y rítmica, y una mano izquierda —esa, la que acaricia los graves para darle a la música sonoridades a veces inesperadas, siempre conmovedoras— a la que solo cabe un adjetivo: inigualable.

    Esos matices musicales agrisados que “pertenecen a los de los pobres”, como decía Pichuco.

    Toda opinión es subjetiva. Esta también: fue el mejor bandoneonista de este país y solo admito antes, pese a que no lo vi pero escuché sus discos, a Minotto di Cicco. Y no solo eso: fue un arreglador de fama mundial y un inspirado compositor.

    Edison Bordón, que acaba de morir, nació en Tala, Canelones, hace 76 años. Su primer maestro fue su padre y completó sus estudios en el Conservatorio Musical de Montevideo. Actuó en las orquestas de Juan Esteban Martínez (Pirincho), César Zagnoli, Antonio Cerviño y Miguel Villasboas, entre otras. Acompañó a los más grandes intérpretes argentinos, caso de Roberto Goyeneche —subsiste un video, juntos, en aquel recordado programa de Miguel Ángel Manzi en Canal 4—, Edmundo Rivero, Roberto Rufino, Alba Solís, Hugo del Carril, Alberto Castillo y Enrique Dumas; también —sin ser los únicos— a los exitosos uruguayos Gustavo Nocetti, Olga Delgrossi, Ricardo Olivera y Adriana Lapalma. Formó tríos y cuartetos para actuar a lo largo y ancho del país, viajar por toda Sudamérica y actuar en Japón, Australia, España, Francia, Alemania, Holanda, Israel y Estados Unidos.

    Hace unos años, por iniciativa de la Intendencia de Canelones, formó un septeto con la incorporación del excepcional primer violinista Rissi para homenajear a Julio Sosa; la experiencia duró poco, aunque la calidad de lo expuesto fue comparada —más allá de las diferencias en los instrumentos utilizados, bandoneón, piano, teclados, violonchelo, contrabajo, viola y violín, en este caso con preeminencia de las cuerdas— con el gran octeto de Astor Piazzolla.

    Su intensidad y al mismo tiempo delicadeza para la composición queda patente en sus principales obras: los tangos Dando dique, Coqueteando, Mamuzza, Tango mito, Divague y Consecuencias, el vals Tuyo y la milonga Diquera, que solía tocar con más frecuencia en el exterior que entre nosotros, porque prefería darnos el gusto de disfrutar de sus exquisitos arreglos de los clásicos de todos los tiempos; y hablando de arreglos, hay al menos cinco ejemplos que han trascendido fronteras, sorprendiendo al mundo: Libertango, Toda mi vida, Naranjo en flor, La última curda y Garúa.

    No en vano fue reiteradamente solicitado por arreglos de tangos para grandes orquestas como la Filarmónica de Finlandia y las Sinfónicas de Tokio y Sydney.

    Pero… Todo lo que he escrito no es suficiente todavía para expresar mi sentimiento, que creo debe estar muy presente aquí hasta por honestidad intelectual.

    Edison Bordón fue mi amigo. En una de las paredes del estrecho cuarto de trabajo de su casa hay, colgado de una artesanía en madera que representa una ventana abierta, un poema que le escribí: al hombre y a su arte, partes indisolubles. Pasa que precisamente por esa amistad yo supe de sus zonas oscuras, de sus introspecciones, de su enamoramiento por el alcohol y los cigarrillos, de esas noches donde se notaba, y ardía en el alma de quienes lo quisimos tanto, que cargaba lacerantes recuerdos que no sé si alguien logró desentrañar.

    Edison no solo deja un vacío en nuestros espíritus, en la dignidad del tango, en el arte popular. Deja también a una entrañable esposa, Roxana Flores, una estupenda cantante, y a Fátima, su hija adolescente.

    —Quién sabe qué cielo encontrará en su apoliyo,/ si es que hay un cielo pa’ los que se piantan./ Ah, pero seguro el cuore suyo se ha hecho grillo/ y su mano, cordial, es una planta.