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    Aumenta la inseguridad alimentaria, afectada por Covid y conflictos

    Nº 2167 - 24 al 30 de Marzo de 2022

    Los efectos del Covid-19 en los últimos dos años, sumados al aumento de guerras y conflictos, al cambio climático y a las crisis económicas, han agravado la inseguridad alimentaria mundial, ocasionando severas preocupaciones para el año 2022.

    El principal informe anual sobre la inseguridad agroalimentaria de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), presentado en el segundo semestre de 2021, así como los posteriores informes sobre las crisis en las zonas de mayor riesgo alimentario y la actual guerra entre Rusia y Ucrania, confirman estas tendencias pesimistas globales y en cada una de las regiones del mundo.

    A las más de 800 millones de personas que ya pasaban hambre en el 2020, los dramáticos efectos del Covid-19 proyectaron para el 2021 un aumento de 100 millones en estos dos últimos años, manteniendo así la tendencia negativa del último lustro.

    De esta forma, a tan solo ocho años del 2030, fecha establecida por los principales líderes mundiales para eliminar la pobreza y el hambre en el marco de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la inseguridad agroalimentaria y todas las formas de malnutrición siguen sin realizar progresos suficientes que permitan considerar que esos objetivos serán alcanzados en los tiempos acordados.

    La pandemia del Covid-19 ha demostrado fuertemente las causas de vulnerabilidad y deficiencias de los sistemas agroalimentarios mundiales, entendidos estos como todas las actividades y procesos que afectan la producción, distribución y consumo de alimentos.

    El desafío de superar el hambre y la malnutrición en todas sus formas (incluida la desnutrición, la carencia de micronutrientes, el sobrepeso y la obesidad) va más allá de conseguir alimentos suficientes para la sobrevivencia: la alimentación de las personas, en especial de los niños, debe ser también nutritiva. Sin embargo, el elevado costo de las dietas saludables, que posiblemente se incremente como consecuencia de la guerra entre Rusia y Ucrania, alejará a un número cada vez mayor de familias a escala global del objetivo de alcanzar calidad nutritiva.

    El dramático conflicto europeo iniciado el pasado 24 de febrero, cuyos efectos son aún difíciles de entender en toda su dimensión, hace prever que estas tendencias se agravarán aún más.

    Basta pensar que Rusia es el mayor exportador mundial de trigo y es Ucrania el quinto, y que en conjunto proporcionan al mundo el 19% del suministro de cebada, el 14% del trigo y el 4 % del maíz, y que también representan el 52% del mercado mundial de aceite de girasol, mientras que Rusia es el principal productor de fertilizantes.

    Alrededor de 50 países de los menos desarrollados en África, Asia y Cercano Oriente, con bajos ingresos y fuerte déficit de alimentos, obtienen más del 30% del trigo de la zona actualmente en grave conflicto. Los precios de los alimentos habían comenzado a aumentar ya desde el segundo semestre de 2020, pero alcanzaron su máximo histórico en febrero de 2022 debido a la elevada demanda de productos, a los costos de los insumos y el transporte, según un reciente estudio de la FAO. Ese trabajo aún no puede registrar tendencias claras de los efectos de la guerra iniciada en los últimos días del pasado mes, pero considerando las difíciles condiciones para concretar la tradicional cosecha de junio en Ucrania y los desplazamientos masivos en numerosas zonas del país que provocan la reducción del número de trabajadores agrícolas, así como la dificultad de acceder a los campos agrícolas, al transporte, entre otros aspectos, hacen prever una situación muy complicada.

    Países con grandes poblaciones como Bangladesh, Egipto, Irán y Turquía son los principales importadores de trigo y compran más del 60% de ese producto a Rusia y Ucrania. Otros países con fuertes conflictos internos, como Libia y Yemen, y naciones como Líbano, Pakistán y Túnez también dependen en gran medida del trigo de estos dos países europeos.

    América Latina no queda fuera de los efectos de esta guerra. La semana pasada se reunieron en forma virtual y urgente los ministros de Agricultura latinoamericanos preocupados por la desestructuración de las cadenas globales de valor, que están causando una elevación de precios de los alimentos y de los insumos como los fertilizantes, comprometiendo la sustentabilidad económica de la actividad agropecuaria y amenazando la seguridad alimentaria no solo en la región, sino en todo el planeta.

    Ya los precios de los fertilizantes habían aumentado permanentemente en el 2021, incluso alcanzando máximos históricos, pero las medidas que se han tomado en el presente, incorporando los fertilizantes entre los productos sancionados unilateralmente para no ser adquiridos desde la zona del conflicto, solo pueden aumentarlos. Eso se agravará con el incremento de los costos de la energía y la escasa disponibilidad que comienza a verificarse en el mercado para el período 2022-2023, lo que solo podrá repercutir negativamente en la producción y la seguridad alimentaria más allá del 2022.

    Ante el posible aceleramiento de este cuadro global, agravado por la guerra entre Rusia y Ucrania, el director general de la FAO, QU Dongyu, en un artículo publicado en Búsqueda la semana pasada, hizo un llamado a mantener abierto el comercio mundial de alimentos y fertilizantes para proteger las actividades de producción y comercialización necesarias para satisfacer la demanda nacional y mundial. Solicitó a su vez buscar nuevos y diversos proveedores de alimentos para los países importadores, lo que les permita absorber la posible reducción de importaciones desde los dos países europeos en conflicto, focalizando además su preocupación en apoyar a los grupos vulnerables, incluidos los desplazados internos en Ucrania, ampliando las redes de seguridad social, previendo que en todo el mundo “muchas más personas se verán empujadas a la pobreza y el hambre a causa del conflicto”.

    QU llamó a los gobiernos a evitar reacciones ad hoc en materia de políticas por sus efectos internacionales, “ya que la reducción de aranceles de importación o el uso de restricciones de reducciones a la exportación podrían ayudar a resolver los problemas de seguridad agroalimentaria a países individuales a corto plazo, pero impulsaría el aumento de los precios en los mercados mundiales”, solicitando reforzar la transparencia sobre las condiciones del mercado mundial para gobiernos e inversionistas, apoyándose en instrumentos actualmente existentes respecto al sistema de información sobre el mercado agrícola (SIMA) del G20.

    * Subdirector general de la FAO