N° 1908 - 02 al 08 de Marzo de 2017
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En caso de que tengas dudas o consultas podés escribir a [email protected] contactarte por WhatsApp acáAristóteles se planteó la pregunta y junto con la respuesta nos legó el problema, a saber: ¿qué es exactamente lo que diferencia a un individuo de otro cuando los dos resultan de la misma especie? Según Aristóteles, la distinción es que se trata de la misma cosa, la misma materia primera, afectada por el accidente de la cantidad; literalmente: es la materia abarcada por la cantidad, pero es materia en tanto que es marcada por la cantidad; no es la cantidad directamente.
El detalle no es menor y en cierto sentido desesperó a los pensadores cristianos y árabes de la Edad Media, porque la cantidad, en su simple enunciación, tiene una radical naturaleza existencial; la cantidad es lo que hace que la cosa este aquí y ahora. Es, por tanto, lo más elemental para diferenciarla de otra cosa que puede ser igual específicamente, pero que no está en el mismo punto del espacio sino en otro, en otra parte que esto que está aquí. Eso es precisamente lo individual, lo que está aquí y no allá: esto particular. Para hacerlo más fácil, pensemos en un individuo cualquiera de los que conocemos, y para que todavía sea más grato el ejemplo, que ese individuo sea un perro y que se llame Boatswain, como el amado y llorado perro de Lord Byron. Si trazamos un inventario del noble animal enumeramos patas, orejas, tamaño y toda una serie de notas que hablan primero de un ser orgánico, luego de un mamífero, luego de alguien que pertenece al grupo de los cánidos, luego referimos que se trata de la raza pastor escocés, luego que su hermoso pelaje negro está interrumpido por un augusto collar blanco y unos escarpines del mismo color, finalmente que tiene una cola que agita con alegría toda vez que recibe a su amo y que en sus ojos, invariablemente, hay una reserva de pureza y de amor como no la hay en ningún humano.
Ahora ensayemos una definición: notoriamente, esas notas que pusimos singularizan. Pero el obstáculo persiste; estamos siempre frente a la misma materia; muchos seres nobles portadores de alegría llamados perros son capaces de participar de esas notas. Nuestra actividad cognitiva opera velozmente en dirección de la mayor particularidad, pero para ser posible, como lo demuestra perfectamente Santo Tomás de Aquino, se ha de fundar en el puro registro existencial; los sentidos nos tendrán que ayudar a riesgo de quedar varados en la nada oceánica del concepto.
La respuesta a la Cuestion 85 de la Suma Teológica esclarece lo que trato de significar:
“Hay tres grados en la facultad cognoscitiva.
1) Hay una facultad cognoscitiva que es acto de un órgano corporal, y es el sentido. Por eso, el objeto de cualquier potencia sensitiva es la forma en cuanto presente en la materia corporal. Como dicha materia es principio de individuación, las potencias de la parte sensitiva solo conocen realidades concretas.
2) Hay otra facultad cognoscitiva que ni es acto de un órgano corporal ni está unida de ninguna manera a lo corpóreo, y esta es el entendimiento angélico. Así, el objeto de esta facultad cognoscitiva es la forma subsistente sin materia, pues aunque conozca las realidades materiales, sin embargo, no las conoce más que viéndolas en las inmateriales, ya sea en sí mismo, ya en Dios.
3) El entendimiento humano ocupa un lugar intermedio, pues no es acto de ningún órgano corporal. En cambio, es una facultad del alma que es forma del cuerpo. Y por eso, le corresponde como propio el conocimiento de la forma presente en la materia corporal individual, si bien no tal como está en la materia. Pero conocer lo que está en una materia individual y no tal como está en dicha materia, es abstraer la forma de la materia individual representada en las imágenes.
De este modo, es necesario afirmar que nuestro entendimiento conoce las realidades materiales abstrayendo de las imágenes. Y por medio de las realidades materiales así entendidas, llegamos al conocimiento de las inmateriales, pero de forma distinta a como lo hacen los ángeles, los cuales por lo inmaterial conocen lo material”.
Lo que nos viene a enseñar esta indicación es que sin vivir, sin estar en el mundo, sin sufrir sus tropiezos y sus delicias, sin caminar por entre los escollos de los sentidos, mal podemos ir a alguna parte en nuestro conocimiento. La vida, con todo lo que ello envuelve de engaño y superchería, con todos los desencantos y esperanzas, es el instrumento del que hemos sido dotados para entender y apropiarnos de lo que la trasciende.